Barcelona es una ciudad peculiar. Fundamental en la historia de España. Desde su situación privilegiada, alejada, también, del centro político del país, ha sido en muchos casos la punta de lanza de la modernidad aquí. Jordi Corominas, periodista y escritor, es un gran conocedor de su historia. Acaba de publicar La ciudad violenta (Península), un "paseo" por su historia criminal y revolucionaria. Su tesis es que los diferentes tipos de violencia que experimenta una ciudad ayudan a comprender la realidad histórica que los produce. Así, ha repasado en este libro, increíblemente documentado, los mayores acontecimientos de la ciudad condal desde las conocidas bullangas del siglo XIX hasta los altercados de la plaza de Urquinaona en 2019. Entre medias, ha analizado las dos grandes refundaciones de la ciudad —la que se generó con el derribo de sus murallas y la construcción del Eixample y la que se vivió a raíz de las Olimpiadas de 1992—. Su pluma recorre algunos de los acontecimientos más repetidos en los libros de texto, sobre todo cuando se centra en el primer tercio del siglo XX, con el auge de los movimientos obreros y los crímenes políticos, pero después cambia de enfoque y nos ofrece una lectura diferente, más deudora de la crónica negra y de las páginas de sucesos de los periódicos. Así, el lector puede ir recorriendo década a década la evolución social de una ciudad que encerraba en sí misma muchas de las encrucijadas a las que se enfrentaba el resto del país. Y comprender algunas cosas, a lo mejor. Hablamos con él:
Pregunta: ¿Por qué Barcelona? ¿Es más violenta que otras ciudades?
Respuesta: Bueno, creo que influyen varios factores. El primero es que es una ciudad con ambición capitalina, aunque no lo sea. Pero por otra parte también es una ciudad muy cercana a la frontera y, además, portuaria. Otro factor, que a veces se olvida, es su enorme densidad de población. Madrid tiene muchos más habitantes, pero en Barcelona conviven un millón y medio en un mapa no tan grande. Si a eso le juntamos la tensión del puerto y la frontera, podemos decir que todas las tensiones políticas y sociales se intensifican bastante. Es una ciudad que genera más ruido de lo que sería normal por su tamaño.
P: ¿Hasta qué punto centrar el foco en una ciudad concreta pierde de vista la realidad social del resto del país? Se me ocurre, sobre todo leyendo las páginas centradas en el siglo XIX, que existía una España rural que poco tenía que ver con Barcelona.
R: Pero es que también era importante empezar el libro en el siglo XIX, por una cuestión de lo que era España en esos momentos. Barcelona entonces era prácticamente la única ciudad industrial del país. Madrid es una ciudad que ha ido creciendo en población ininterrumpidamente, pero en 1930 estaba igualada a Barcelona. La diferencia entre las dos es que Madrid es una ciudad de funcionarios. Barcelona lo que tiene es que en 1897 agrega a los pueblos del llano, donde estaba la industria. Claro, si Madrid es de funcionarios, Barcelona era una ciudad de trabajadores. En ese sentido puede entenderse como inevitable que en un lugar así acabase surgiendo un tipo de violencia política urbana. No es exactamente la misma que la violencia política rural que surgió en Andalucía también en el XIX. En Barcelona, además, influye el hecho de que tras la Primera Internacional llegó un italiano llamado Fanelli, que era anarquista. A Madrid llegó Lafargue, el yerno de Marx, que era socialista. Así se dio que Madrid y el País Vasco fuesen socialistas y Cataluña y Andalucía anarquistas. Todo eso hizo que en Barcelona se generase un contexto excepcional. Era el único lugar donde podían generarse conflictos como los que se generaron. Por eso fue donde se produjeron tantos estados de guerra. Madrid estaba mucho más controlada, por ser capital y por ser villa, todavía.
P: Históricamente hablando, ¿qué relación existe entre el desarrollo económico ligado a la industria, tanto vasca como catalana, y el auge de posturas nacionalista e independentistas?
R: Los vascos además tenían los fueros. Y tampoco podemos olvidar el carlismo. En Cataluña también prendió, pero era un carlismo rural. Ahora con el procés se ha puesto de manifiesto que la Cataluña rural está muy desgajada de Barcelona. Hay dos Cataluñas muy marcadas. En el siglo XXI es algo que se percibe con nitidez. Barcelona, Londres, París, Madrid, son independientes del resto de su cercanía. En Barcelona el independentismo es tardío. Al principio lo que existe es el catalanismo, aquello de que como se percibían como los más fuertes querían más libertades y más autonomía. Si después el resto de España se subía al carro, no había problema, pero ellos miraban por lo suyo. Esto dura hasta Maragall, más o menos. Luego, independentismo como tal… A ver, las élites siempre han sido nacionalistas en el sentido de que defendían lo suyo de una manera muy fuerte. Lo que pasa es que también las élites catalanas han sido grandes financiadoras de España, cosa que a veces se olvida. La Restauración fue financiada por Comillas, por Güell y demás. Ellos querían más autonomía, pero para eso necesitaban también estabilidad. Otra cosa es lo que ocurre actualmente. El procés, en mi opinión, ha sido más político que de élites económicas.
P: En la última parte del libro, de hecho, da la sensación de que enlazas la violencia relacionada por cuestiones surgidas de la crisis económica de 2008 —el movimiento okupa, etcétera—, con el auge posterior del procés. ¿Los políticos se aprovecharon del descontento social para alimentar unas posturas identitarias que les eximiesen de sus responsabilidades?
R: A ver, con la crisis es verdad que en Cataluña se formó un caldo de cultivo bestial. Y encima Artur Mas comenzó con los recortes. Esto muchas veces se oculta, pero tras el 15-M, en lo que luego se llamó la toma del Parlamento, ese día se estaban votando unos recortes. Unos recortes que Mas sacó adelante con el apoyo del PP. Luego eso lo maquillan, claro. ¿Pero qué hacen a partir de ahí? Pues deciden que como el discurso social está llevándose la mano ganadora, deben voltear la tortilla. Irán de las retalladas —recortes— a las esteladas. Las banderas les sirvieron para maquillar todo lo que venían haciendo. Hace poco saltó una noticia que decía que en Cataluña hay un 34% de niños en riesgo de pobreza. Pues de todos estos temas no se ha hablado en los últimos 10 años aquí. Al final lo que se consigue es una hegemonía del relato. No tienen la mayoría social, pero como manejan el relato mejor que nadie, parecen mayoritarios. Yo siempre lo he dicho: no hay un 50% de independentistas en la sociedad catalana. Pero como este discurso ha salido desde el poder, digamos que ha generado más adeptos al tener todos los focos del mundo puestos sobre él. Todo eso ha terminado generando una ausencia de pluralidad democrática. En el fondo lo incluyo en el libro porque es una forma de violencia. Ocultan la realidad y reivindican unos contenidos que enfrentan a la población, con la única intención de seguir huyendo hacia adelante.
P: Volvamos al principio. ¿Qué diferencias hubo entre los altercados anarquistas de comienzos de siglo en Barcelona y los ocurridos en Madrid?
R: Se puede responder a esa pregunta con ejemplos concretos. Cánovas no fue asesinado en Madrid, es cierto, pero el anarquista que lo mató lo hizo como represalia por los fusilamientos de Montjuic, en Barcelona. Tiempo después, en 1909, ocurrió la Semana Trágica y el Gobierno de Maura cayó. Es curioso porque no era un mal Gobierno, en realidad. Y llegó Canalejas. Canalejas hizo unas políticas super progresistas para su tiempo. Evitó, por ejemplo, que los ricos pudiesen eximirse del servicio militar. También la ley del candado, con los conventos. Y otras diversas políticas sociales. Pero claro, para el anarquismo, digamos, la clase política es un invento burgués y, por tanto, cualquier avance implementado por ella no es aceptable tampoco. Canalejas fue asesinado en 1912 en la Puerta del Sol. Nueve años después, en 1921, Eduardo Dato es asesinado también como consecuencia directa del pistolerismo barcelonés. Lo asesinan unos anarquistas catalanes que van a Madrid únicamente para matarlo. La escena además es apabullante por el dispositivo de película que montaron, persiguiendo al coche de Dato con una moto con sidecar y demás. Claro, ¿por qué Madrid? Pues porque es la capital. Y no sólo me refiero a nivel político, sino también mediático. Ellos tenían que ir a Madrid porque el primer ministro estaba ahí, claro, pero también porque sabían que atentar en Madrid generaba más eco que en cualquier otro sitio. Atentar en Madrid, para ellos, era como decir que no circunscribían su causa a una serie de demandas locales, sino que pretendían elevarla a toda España.
P: ¿Y cómo explicas el cambio radical de paradigma entre la violencia política que dominó Barcelona hasta la guerra civil y la violencia criminal que llegó después? ¿La instauración del franquismo es la única explicación?
R: Bueno, por retrotraernos al principio, podríamos decir que la caída de las últimas colonias fue un antes y un después en el devenir social y político de España. Es una paradoja, pero es el momento en el que el país comienza a ser moderno. A partir de entonces, si vemos cómo comienzan a actuar los gobiernos centrales, nos damos cuenta de que ya tienen, por así decir, una mentalidad europea. Entonces llega la Semana Trágica y encontramos el primer foco de violencia política. Los obreros están cansados de que sean sus hijos los que tengan que dar la vida por la patria, mientras los ricos se ahorran ese sacrificio. El movimiento comienza siendo pacifista, pero se va de madre y acaba quemando iglesias a lo loco. Ahí ya tienes unas constantes. Hay una lucha entre dos clases muy marcadas. Y muy marcadas, además, porque en España no había clase media. Barcelona es un epicentro de todas estas violencias. Allí, en 1917, hay una triple crisis: militar, parlamentaria y obrera. Los anarquistas se organizan en sindicatos y consiguen las ocho horas de jornada laboral, pero los empresarios reaccionan creando un sindicato alternativo para plantar cara al anarquismo. Todo eso va sembrando el caos que desembocaría en el pistolerismo que después, tras el intervalo de la dictadura de Primo de Rivera y la llegada de la Segunda República, se extendería por el resto de España. Yo creo que el proceso que desembocaría en la Guerra Civil puso sus cimientos en Barcelona. Pero por lo que decía antes, porque es el gran sitio obrero. Hubo un momento en el que la CNT tenía 700.000 afiliados y 450.000 estaban en Cataluña. Luego, después de la Guerra Civil, esto cambia radicalmente. A partir del año 39 lo que ocurre es una represión brutal y todos estos movimientos quedan capados. Por eso, ante la pasividad política y la imposibilidad de revelarse, la violencia que se erige como protagonista a partir de entonces es la criminal.
P: ¿Qué aporta el estudio de cada uno de ese tipo de violencias en la comprensión de las sociedades que las sufren? Me da la sensación de que los historiadores tienden a darle mucha más importancia a la violencia política y pasan por alto la criminal.
R: Bueno, ocurre una cosa curiosa con eso, precisamente. En la primera parte del libro han tenido más importancia las fuentes historiográficas, porque la prensa tenía mucha menos importancia en el XIX. Pero de todas formas yo sí que creo que la violencia política fue fundamental en ese periodo. Lo que ocurre con la violencia criminal es que, no tanto por cómo se mata sino por el momento en que se mata y qué tipo de crímenes suceden, te explica la sociedad. Si nos fijamos, en los años 40 los crímenes están muy relacionados con la pobreza, en los 50 y 60 en Barcelona se suceden crímenes que, a través de la prensa, o bien sirven para demonizar al estraperlo o para tratar de introducir la idea de que los españoles no hacen determinadas cosas que otros sí, porque son crímenes protagonizados exclusivamente por extranjeros. En los 70 ya los crímenes son de otro tipo. La violencia criminal te da unas pistas. En los 70 se puede ver cómo la sociedad está cambiando a partir del perfil de sus criminales. Empieza a hablarse de disturbios mentales. Comienza a introducirse un lenguaje nuevo. En la España de los 60 no dirían que un asesino tiene disturbios psíquicos, dirían que es un tarado, o un loco. Además, a todo eso hay que añadir que en ese momento vuelven las reivindicaciones políticas, con el debilitamiento del régimen. A partir de la apertura económica del franquismo se va volviendo cada vez más fácil protestar.
P: ¿Hasta qué punto centrarse sólo en la faceta criminal de una ciudad tergiversa la visión que podamos tener de su evolución?
R: Bueno, lógicamente hay que leer el libro con cierta perspectiva. E incluso si sólo se quisiese estudiar la historia criminal de Barcelona, sin más pretensiones, es evidente que por la extensión del libro me he visto obligado a seleccionar. Eso siempre condiciona, por supuesto. Se omiten parcelas siempre. Lo que pasa es que el libro lo que intenta es mostrar una serie de matices que si los lees entre líneas siempre puedes entender que hay mucho más. Lo que es interesante también es darse cuenta de que la violencia siempre surge de las propias estructuras sociales, y que por eso prestarle atención puede ser útil a la hora de conocer la realidad social de cada momento. El libro trata de abrir otros canales para generar otros libros, podríamos decir.
P: Mencionas concretamente dos grandes refundaciones de la ciudad, una tras el derribo de las murallas y la construcción del Eixample, y otra tras los Juegos Olímpicos del 92. ¿En qué consistieron?
R: Bueno, la muralla era violencia en sí misma. Barcelona estaba llegando a los 200.000 habitantes y te puedes imaginar la densidad de población salvaje que tenía. En 1854, los burgueses, queriendo prosperar, derribaron la muralla y se fueron al Eixample, que luego se alargaría con los sitios de veraneo en las zonas periféricas. El estándar de violencia cambia a partir de ahí. La ciudad se transforma salvajemente. Surgen embriones obreros, que también son el preludio de posibles violencias políticas. Por otro lado, en el 92, hay que entender Barcelona para comprender por qué me refiero a ese momento como otra refundación. Durante los setenta era una ciudad muy valiente, que generó una cultura alternativa poderosa. Pero era una cultura incómoda. Además, la ciudad tenía fama de ser muy gris. El alcalde Serra, primero, y Maragall después, vieron que la ciudad necesitaba una transformación. Más que ganar en espacio quisieron ganar a través de una transformación de imagen. Se convirtió en una ciudad de postal. Se produjeron unas reformas urbanísticas brutales a raíz de las Olimpiadas. Mezclaron inversión pública y privada y arreglaron la ciudad. Pero al mismo tiempo se generó el embrión para violencias futuras que irán desde la gentrificación hasta el auge del turismo, pasando por el aumento de nuevas desigualdades sociales. Claro, nos quedó una ciudad maravillosa, pero tampoco creo que sea inteligente seguir vendiendo sólo su cara bonita. Ahora han pasado 30 años desde entonces y estamos en una crisis del modelo de la ciudad. En los 90 ya comenzaron a surgir una serie de crímenes que tenían que ver con las desigualdades que se estaban empezando a gestar.
P: El problema migratorio y demográfico ha sacudido en repetidas ocasiones la ciudad, ¿no? En la actualidad a lo mejor el perfil del recién llegado es más internacional que hace unas décadas, pero parece repetirse un poco la misma tensión que con los migrantes murcianos y andaluces. En el libro rescatas el asesinato de Wilson Pacheco a manos de los puertas de una discoteca a principios de siglo. ¿Qué importancia ha tenido el racismo en esas constantes?
R: A ver, racismo puro y duro yo no creo que haya. Lo que sí que creo es que se ha vendido una ciudad multicultural que bebe más de la postal que de la realidad. La inmigración sudamericana sí que se ha integrado mucho mejor, por una cuestión idiomática. Pero un barcelonés extrañamente tendrá amigos árabes o rumanos. También ellos mismos generan sus guetos. El crimen de Pacheco de 2003 sucedió en un momento de pleno aluvión de inmigración. Y siempre hay gente, yo creo que minoritaria, a la que le cuesta aceptar este tipo de cambios. Alguna gente, por lo general de extrema derecha, sí que llega a utilizar la violencia en ciertos casos. El caso de Pacheco es paradigmático porque reúne el componente bastante común de que sucedió en el ámbito del ocio nocturno. Pero más allá de ciertos casos, no creo que en Barcelona haya racismo. Lo que hay es más bien un pasotismo muy gordo. Es una ciudad muy individualista.
P: Por otro lado está el problema del turismo y las diferentes tensiones que puede llegar a generar en una de las ciudades más visitadas de España.
R: Sí, ese es otro asunto que creo que responde a un debate diferente. Lo hemos visto recientemente con el tema de la ampliación del aeropuerto. ¿Qué genera todo esto? La gentrificación es uno de los problemas actuales que más está afectando a los habitantes de ciudades concretas. Barcelona es una ciudad de muchos barrios, y sus habitantes sienten que están siendo expulsados, de alguna manera. El aumento del precio del alquiler de los pisos, la constante construcción de nuevos hoteles, el crecimiento del fenómeno del Airbnb, el turismo de borrachera… En la Barceloneta llegaron a haber movimientos de vecinos que se negaban a poner ascensores en edificios antiguos para no encarecer todavía más el precio de vivir allí. La construcción del Hermitage también afectó a este debate. Los habitantes de la Barceloneta se opusieron para no verse expulsados de su barrio. Lo que pasa es que es un caramelo inmobiliario, por su situación cercana al mar. Esto es algo que choca con uno de los sueños típicos de la administración, desde los tiempos del franquismo, que pasa por construir espacios privilegiados cerca del mar para la clase media-alta. Bueno. Al final se han generado dos ciudades. Una es BCN, la ciudad económica y de postal. Y otra es Barcelona, la ciudad de los ciudadanos que cada vez se sienten más impotentes por tener la sensación de que no se trabaja para ellos.
P: ¿Cómo se está haciendo frente a estos nuevos retos en la ciudad?
R: Ese es un tema que está de mucha actualidad. Una amiga mía, que es arquitecta, y yo, hemos comenzado un proyecto un tanto peculiar que es imaginarnos lo que sería Barcelona sin el Eixample y el barrio de Gràcia. ¿Quién reconocería esa Barcelona? Los sitios fuera de allí, los que tienen una identidad de barrio más marcada, no aparecen en la foto. Lo que pase con ellos a la administración le da más igual, y por eso están empezando a perder su identidad. Claro, en las ciudades donde los barrios son tan importantes, este proceso de unificación del que te hablaba es dramático y genera tensiones. Ya estamos viendo a gente del Eixample que como cada vez es más caro vivir allí se van a Nou Barris, a la periferia. Y gente de Nou Barris que se ha tenido que ir a Terrassa o a Rubí. Esto ya está sucediendo. El problema es que la administración no tiene ningún tipo de interés en fomentar la identidad plural de la ciudad. Es curioso eso. Es decir, si tú no cuidas estas facetas de los barrios, quizás consigas un escaparate maravilloso, pero a costa de generar unos problemas políticos por otro lado. Para mí se trata de una de las grandes violencias del presente, sí. Y en Barcelona es muy evidente. El debate actual se centra precisamente en si perpetuar el modelo que hemos venido implementando hasta ahora o si ralentizar la marcha y pensar más en las personas.
P: Hay gente que predice un posible éxodo de la ciudad al campo. Se habla de la España vacía y de que la tecnología hace posible que uno ya no tenga que vivir en la ciudad para trabajar. ¿Tú cómo lo ves?
R: Pues yo creo que la ciudad seguirá siendo muy importante en este siglo, la verdad. Creo que va a seguir habiendo mucha diferencia entre las áreas metropolitanas y el mundo rural. Algo que actualmente se ve clarísimamente, por cierto. Si te fijas en los resultados electorales, el Brexit no se votó en Londres, igual que la independencia no se vota en Barcelona. En París se votó mucho más a Macron que a Le Pen. Aún así, eso que acabas de señalar tiene parte de verdad. Lo que pasa es que deberíamos ver exactamente qué tipo de persona es la que se siente tentada de abandonar la ciudad para irse al campo. Existe esta violencia que te acabo de comentar: vivir en la ciudad cada vez es más caro. Tú puedes tener un sueldo en Barcelona que apenas te permita vivir con lo puesto pero que, sin embargo, sería un sueldazo en Badajoz, por ejemplo. Sin pretender faltar a la buena gente de Badajoz, por supuesto. El precio de los alquileres, que en bastantes casos se come hasta el cincuenta por ciento del salario de una persona, están llevando a mucha gente a plantearse estas cuestiones. Y es que es verdad. Es decir, yo me voy a 45 minutos de Barcelona y tengo el triple de espacio, además de poder trabajar por Zoom desde mi ordenador particular. Pero ese también es otro dato a tener en cuenta. La sensación que yo tengo es que eso que comentas se puede dar, pero sobre todo en profesiones liberales. Todavía quedará mucho trabajador que necesitará vivir en la ciudad porque tendrá su lugar de trabajo allí.
P: Luego está el encendido debate del transporte y la relación que tiene con la contaminación.
R: Sí. Eso se acabará llamando violencia ecológica. Justo en estos momentos, después de la pandemia, se está viendo bien. En ciudades como Madrid y Barcelona el transporte privado ha vuelto a lo grande y de golpe las tasas de polución han recuperado niveles de antes de 2020. Para mí, la solución a esos problemas pasan por un mayor municipalismo. El tema no es lo que dice Sánchez de quitarle poder a Madrid. La clave estaría en darle poder a Madrid; y a Barcelona y a Sevilla y a Zaragoza, para que gestionen mejor sus recursos sabiendo que sus realidades son diferentes a las rurales. Aún así, veo muy complicado que el poder estatal quiera cederle demasiado poder a los municipios.
P: Me parece curioso que comencemos a hablar de violencias en términos tan distintos a los que enfoca el libro, sobre todo en su primera parte. ¿Ha ido perdiendo sangre la violencia ciudadana?
R: Sí, eso es así. Mira, por hacer la comparación típica que siempre se hace: el único parecido entre los últimos altercados graves ocurridos en Barcelona en 2019 y la Semana Trágica es que hubo fuego. ¿Qué pasa? Pues que la policía y las fuerzas del orden ahora son fuerzas del orden de sistemas esencialmente democráticos. Es decir, su obligación es intentar preservar el orden público sin matar a nadie. Eso puede parecer una chorrada, pero es esencial. Es algo que dificulta que la violencia escale excesivamente. En la Semana Trágica hubo 78 muertos. Ahora eso es imposible. También es verdad que hay una parte de espectacularización. Que también se alimenta un poco de un error nuestro, porque nosotros le damos mucha importancia a las redes sociales pero el porcentaje de población que las usa no es representativo realmente. En los altercados de 2019 se veía a niños con pancartas que decían: "Mamá, no voy a clase porque estoy haciendo historia". Bueno, ahí vemos un punto de ignorancia. Y luego una creencia muy ciega, que también puede emparentarles con el anarquismo de las bombas, pero sin muertes, en la influencia mediática del tema. Utilizan el vandalismo entre otras cosas por el eco que tiene. Realmente, en los altercados de 2019 no había ninguna estrategia. Los contenedores no eran barricadas. Los quemaban y se echaban a correr. La violencia fue muy circunstancial. Lo único que hubo más o menos grave fue en Urquinaona, pero porque es una plaza que es una ratonera. Los que estuvimos allí podíamos ver cómo a 200 metros estaban los manifestantes mayores manifestándose pacíficamente y no salían en la cámara. ¿Por qué? Pues por esto que hablamos. Al final todo tiene un nivel de espectacularización bastante marcado. Hay dos cosas perversas en el procés. Una es la violencia mental, porque como todo es un ruido constante acaba siendo imposible no acabar quemado. La segunda es el hecho de que había ciertas personas dentro que querían un muerto para generar un mártir. Es así de grave el asunto. Lo curioso sin embargo es eso que señalabas. Ahora estamos hablando de un muerto, porque sabemos que es muy difícil que se dé. La estrategia no pasa por la violencia de sangre. Para por una violencia que no está recogida en el código penal. Una violencia más moderna. Las leyes en España no se han adaptado a los nuevos tiempos. Es complicado. Al final, ¿cómo analizas jurídicamente la violencia mental? ¿Cómo lo analizas? Es muy difícil.