Quienes conocen y quieren a Jesús Fernández Úbeda perdonarán que le llame embustero. Jesús es un embustero. A comienzos de este año me contó que se encontraba algo disperso, que era la primera vez en mucho tiempo que no tenía ningún gran objetivo —un libro en construcción, una nueva aventura periodística— con el que llenar los días de ese entusiasmo que siempre aportan las promesas futuras. Yo le veía y no me lo creía porque ahí, mustio como decía estar, seguía publicando artículos y entrevistas a ese ritmo endiablado que tan difícil es de igualar. Me explicó que la sequía literaria que sufrió durante el confinamiento era una experiencia demasiado amarga como para dejarse arrastrar por ella otra vez, y que por eso ponía el ímpetu en escribir cualquier cosa, lo que fuera que le permitiese continuar en la rueda. Poco después me enteré de que publicaba su segundo poemario, el tercer libro firmado con su nombre después de Aterrizaje forzoso y No le des más whisky a la perrita. La revelación no me terminó de sorprender. Al fin y al cabo, ya he dicho que Jesús es un embustero. Estado incivil. Concierto de alcaudones (Huerga y Fierro), este que ahora publica, podría darme la razón un poco en eso. Su apuesta por la métrica, en un mundo dominado por el verso libre, debería ser entendida como una declaración de intenciones. Pero hace falta releer lo que hay ahí dentro para comprender mejor. Aunque, puestos a reseñar el libro, mejor que nos lo explique él. Comenzamos.
Pregunta: ¿Qué diferencia a un embustero de un mentiroso?
Respuesta: (Risas). Pues yo te diría que un embustero es un mentiroso de cara a la galería. Lleva la mentira como un escaparate. El mentiroso, en cambio, tiene un puntito de pedigrí más. Lleva la mentira en el código genético. Y puede llegar incluso a mentirse a sí mismo o, todavía más, a creerse sus propias mentiras. El embustero no. El embustero es un corredor de bolsa.
P: ¿Un mentiroso puede ser poeta?
R: Sí. Evidentemente. De hecho, creo que la poesía es la mentira más maravillosa del mundo. O, mejor dicho, la poesía, cuando es mentira y está bien hecha, es la mentira más maravillosa del mundo. Como dice Knausgard, la melancolía o la desesperanza, en sí, no son cosas bonitas. Pero un texto que sepa hablar de ello de la forma adecuada sí. Ahí siempre juega un factor importante la elegancia, el estilo, el ritmo, la música. Son cuestiones que pueden convertir una mentira en algo hermoso. Por eso los grandes poemas de desamor, y las grandes canciones, consuelan. Lo que sí que procesan es una verdad terrible. Una verdad desgarradora, a veces. Pero la convierten en una mentira digerible y agradable. Y eso, pues bienvenido sea.
P: Claro. Estas preguntas iniciales me han surgido de unos versos tuyos: "Son más de cien los embustes, / posverdades, desajustes, / que muestra en su cantar el alcaudón".
R: Sí, sí. Mira, el alcaudón es un pajarito. En España hay tres especies: el alcaudón real, el alcaudón común y el alcaudón dorsirrojo. Es un pajarito muy bonito, aparentemente inocente, que lo que hace es imitar el canto de otros pájaros. Cuando la presa se acerca, el alcaudón, que a lo mejor es poco más grande que un jilguero, lo ataca, lo mata y lo empala. De esa forma construye sus particulares despensas. Son muy curiosas las despensas de los alcaudones porque en ellas puedes ver de todo: jilgueros, ratones, pajaritos, insectos. Es un pájaro mentiroso. En el libro hay mucha mentira y hay mucha verdad. Dice el tópico que las peores mentiras son las verdades contadas a medias. Y aquí hay muchas de esas verdades, entremezcladas entre sí, para dar lugar a la literatura.
P: En el poema Es mejor así, de hecho, pareces rectificar o desdecirte de ciertas cosas escritas en los poemas previos centrados en el desamor.
R: Sí, vamos a ver. La primera parte del poemario, que es Estado incivil, narra cómo una relación empieza muy bien, cómo se va enfriando, cómo se envenena y cómo se va a tomar por saco. También cómo, una vez ya se ha ido a tomar por saco, el protagonista quiere recuperar esa relación. La verdad es que no sé si me ha quedado un poemario narrativo, pero lo que desde luego he intentado es que tenga inicio, nudo y desenlace. La mujer protagonista, a la que van dirigidos los poemas, parecer ser sólo una, pero en realidad no es una sola mujer la que me los ha inspirado. Es un mejunje de todas las tías con las que he estado malamente en los dos últimos años. Lo que sí que es cierto es que el botón rojo, por así decir, la chispa que me inspiró todo el desarrollo de los poemas, es una relación muy concreta que yo quería dejar pero ella no. Ahonda en eso. El momento en el que intentas alargar algo, por pena o por falta de valor, o porque de verdad esperas que el tiempo lo solucione, pero no. Al final, claro, hasta luego, Lucas. Me parece una perspectiva interesante porque, en general, las canciones y los poemas de desamor suelen hablar desde la perspectiva del dejado. Su mensaje siempre es o bien "qué puta eres" o bien "cuánto te echo de menos". Aquí no. Aquí el cabrón soy yo.
P: Hablemos de la juventud. En tu poemario aparece, por ejemplo, en Buenas tardes, juventud. Y es un tema que ahora está muy de moda, con toda la polémica que se generó con el libro de Ana Iris Simón. ¿Nuestra generación tiene más dificultades para sentar cabeza?
R: Puf. Qué pereza me dan esos temas, la verdad. No sabría decirte. Creo que mi aproximación a la juventud es otra. La trato desde otra perspectiva. En diferentes partes hablo de los trastornos de la edad, más bien. (Risas). Es un hecho que el cuerpo da para lo que da. Cuando estás en la carrera puedes enlazar tres o cuatro días saliendo hasta las siete de la mañana y al día siguiente, aún estando hecho pedazos, con una siesta resucitabas. Ahora eso es impensable, claro. Ahora salgo una noche hasta las 4 y el día siguiente es un día perdido. Con respecto a lo de sentar cabeza… Bueno, la experta es Ana Iris.
P: Pero luego también tienes poemas que vienen a renegar de eso un poco, ¿no? Como si quisieses dejar claro que todavía te queda cuerda.
R: Sí, evidentemente. Lo que pasa es que la cuerda se reajusta. Yo no me veo como cartujo. Y ahora estamos en la Plaza del Dos de Mayo. Si caminas un poquito más hacia allá, hacia San Vicente Ferrer, y giras a la izquierda, está el Ocean Rock Bar, de mis amigos Víctor y Alberto. Si no me ves ahí un día a la semana es porque a lo mejor me ha pasado algo.
P: ¿Qué es la juventud?
R: ¿Qué es la juventud? (Risas). Bueno, para empezar es un estado fisiológico. (Piensa). Yo no le digo "buenos días, juventud", ni "buenas noches, juventud". Le digo "buenas tardes, juventud". A mis 32 años me considero, para empezar, una persona adulta. Es un adjetivo que está muy en desuso. Ahora nadie quiere ser adulto. No, no, yo soy un adulto joven. Pero un adulto cada vez menos joven. Un adulto al que cada vez le preocupa menos salir de noche para ligar y le preocupa más hacer cuentas para pagar su hipoteca.
P: ¿La hipoteca es el nuevo matrimonio? Me refiero como rito de paso a la edad adulta.
R: No sé si es el nuevo matrimonio, pero por lo menos es la nueva pedida de mano al padre. (Risas). O sea, la hipoteca te cambia la vida, tío. Mi piso de estudiantes era otra cosa. Rara era la semana en la que no hubiera allí una mini bacanal. Ahora en mi casa no entra ni dios. (Risas). O no. No sé. Es que ya no celebro ni mis cumpleaños en mi casa, si te digo la verdad. Porque cuando lo hacía igual estaba más pendiente de si a un capullo borracho se le caía la copa que de disfrutar de la fiesta. La hipoteca de una casa incrementa el grado de exigencia. Uno tiene menos licencia para hacer el ganso. Yo a mi anterior casero le dejé el piso fenomenal, eh, todo hay que decirlo. Pero es verdad que cuando la casa no es tuya estás menos pendiente. (Piensa). Contestando a tu pregunta, uno va dejando de ser joven cuando delimita más su jaula. Por muy dorada que sea. O sea, a mí no me apetece meter en mi casa a mucha gente. Y eso sí que creo que va con la edad. Yo ahora no podría compartir piso. Son grados que se van superando con la vida.
P: Hablemos de otro poema: Desertor. ¿Es una carta de presentación?
R: Ja. "No soy de la tribu / no tengo carné". La gente que ha leído el libro ha incidido mucho en ese poema. Muchos se han sentido identificados, cosa que me congratula. Es un poema sobre mí y sobre mi profesión. O sobre cómo afronto ciertos aspectos de mi profesión. Creo que en el periodismo hay mucha tribu y mucha mafia. Los periodistas que siguen a "A" suelen ocupar unos medios y los que siguen a "B" suelen ocupar otros. Y si un periodista del grupo "A" dice una barbaridad, automáticamente, todos sus amigos del mismo grupo salen a defenderle, aunque haya dicho la cosa más injustificable del mundo. Es normal, claro. A uno le contratan de jefe de opinión en un sitio, o de cultura en otro, y se lleva a sus amigos. Pero yo no puedo con eso, tío. No sé digerirlo. Una cosa buena que yo creo que me ha dado el hecho de llevar trabajando diez años en Libertad Digital es que, al ser un medio tan anarka, que va tanto por libre y que no ha necesitado de pactos y ese tipo de cosas, de alguna forma me ha impregnado. Así puedo tener amigos en Mongolia —tanto a Edu Galán como a Darío Adanti yo les llamo amigos— como amigos en el espectro diestro del panorama mediático patrio. Puedo llamar amigo a Carmelo Jordá o a Jorge Bustos. Pero a mí que no me encasillen. Dios me libre. Y esto no es ser de centro centrado o como lo quieras llamar. No. Esto es estar fuera. Es que no quiero pertenecer a ninguna puta tribu. No es una posición que me permita estar económicamente boyante, claro. Pero puedo pagar mis gastos, mi hipoteca y cada cierto tiempo puedo coger un avión e irme al extranjero. Con eso yo soy feliz.
P: ¿Cuál es el precio de la independencia?
R: No creo que sea tan alto. No me parece tan difícil. Para mí es una cuestión de humildad. Al final, si quieres tener 70.000 seguidores en Twitter, véndete al diablo. ¿Pero Twitter qué es? Luego vas y pegas un volantazo contra ese rebaño y el rebaño te aparta. Y entonces a lo mejor va otra tribu y te recoge. O no. Porque no olvida los servicios que prestaste.
P: ¿Y el precio de la dependencia? Pienso en otro poema tuyo: Breve manual de autoayuda.
R: Sí. Pero ese es más generalista, quizás. No está centrado en los periodistas. Creo que vivimos en una época de rebaños. Una época en la que hay mucha gente que reclama ser pastoreada. De eso va ese poema. Es una serie de consejos para ese tipo de personas que reclaman ser pastoreadas por un tercero.
P: ¿Eso es algo tan característico de nuestra época, o ha pasado siempre?
R: Bueno, eso es verdad. Esto es más viejo que la prostitución. Me estoy acordando de la novela de Emilio Lara, Tiempo de esperanza. Está inspirada en la historia real de un pastorcillo de un pueblecito francés que dijo que se le había aparecido Dios y que le había pedido emprender una cruzada de niños desarmados hacia Tierra Santa. Lo curioso es que, bien porque algunos se lo creyeron, bien por desesperación o bien porque había padres que no podían alimentar a sus hijos, el niño formó un "ejército" de críos desarmados. Claro, sólo en el trayecto por Francia fueron muriendo muchos, por diversas causas. Sufrieron secuestros y ese tipo de cosas. Y cuando al fin consiguieron un barco fueron engañados y en vez de llegar a Jerusalén acabaron en Alejandría, convertidos en esclavos. La cosa es que un porcentaje alto de gente siempre ha necesitado huir de la realidad y comprar la mentira más barata que haya. Es algo que se digiere mejor y, a corto plazo, puede incluso otorgar beneficios. Pero son beneficios ficticios que terminan tornándose en bumeranes.
P: Cambiemos de tercio. El poemario también toca la covid.
R: Sí. El libro lo empecé hace dos años, pero en mitad de la redacción se cruzó No le des más whisky a la perrita, la novela sobre Raúl del Pozo que me encargaron que escribiese junto a Julio Valdeón. Ahí, plas, paré. Pero me gustaba lo que llevaba escrito y lo dejé congelado. Como la poesía no es como la prosa, en el sentido de que no depende tanto de picar piedra y a lo mejor sí que tiene un componente mayor de chispazo, de inspiración, durante la redacción de ese libro salió algún que otro poema. Pero en términos generales se quedó bastante parado el asunto. Entonces fue cuando me pilló el confinamiento. Y el confinamiento, a mí, las cosas como son, me aplacó literariamente. No era capaz de escribir, no ya un verso, sino un puñetero artículo con un poco más de enjundia literaria. Estuve un par de meses así hasta que publiqué un artículo en Zenda que iba sobre eso, precisamente. Ese fue el motor que se puso otra vez en marcha y que me devolvió a la escritura. Escribí un par de poemas sobre el confinamiento a raíz de aquello. ¿Pero cómo me influyó, realmente? No lo sé. Creo que son poemas bastante periodísticos. No hablo tanto de mí. Hablo del Palacio de Hielo y tal.
P: Esto me lleva al poema El mundo contra el poeta. Supongo que también tendrá que ver con tu faceta periodística. ¿Hasta qué punto el bombardeo constante de actualidad inspira y hasta qué punto corta las alas?
R: Pues en realidad El mundo contra el poeta es un poema hiperliteral. Es que los vecinos de arriba no paraban de dar por saco. Va de eso. No hay doble lectura ni nada por el estilo. Pero con respecto a la influencia del periodismo, intento que me influya lo mínimo posible. Por deformación profesional ya tengo el chip de escribir artículos como quien utiliza una máquina de picar carne. No necesito demasiado esfuerzo para hacerlo. Hay días en los que uno está más o menos inspirado, pero no me cuesta nada. Escribir poemas es otra cosa. Para empezar necesito ese fogonazo del que he hablado antes. Pero luego hay que tirar del hilo, y tener en cuenta la métrica. El ritmo. Todo. No quisiera que ese maquinismo que tengo a la hora de escribir textos periodísticos se me contagiara a los poemas. Aunque es inevitable que algunas cosas se trasvasen. Baudelaire creo que fue de los primeros en ir a los suburbios de París a contar lo que veía. Ya he mencionado antes muchos poemas míos con esa faceta periodística. El poema Hijos de sus días, por ejemplo, creo que puede ser el más periodístico, sin serlo del todo. Es lo que yo pienso del ecosistema en el que nos movemos. Pero más allá de los tics inevitables he intentado que no se entremezclen las cosas demasiado.
P: Hablemos de la métrica. ¿Renegar del verso libre es moderno, hoy en día?
R: Es que la poesía se ha convertido en un refugio de escritores perezosos. Como dice Silvia Grijalba, lo que ahora impera es la puñetera poesía del enter. "La planta", enter, "miraba", enter, "hacia la cámara de Carmelo". Y van tíos y tías y cuelgan eso en Instagram, con una foto como si estuvieran estreñidos, y consiguen miles de likes. Es algo que me parece estupendo, eh, no tengo nada en contra. Lo que no me parece tan estupendo es que luego llegue una editorial con solera y otorgue un premio literario en función de los seguidores que tenga el autor. Por un lado cuido mucho la métrica por eso. No soy de la tribu ni tengo carné. Pero, por otro, porque me otorga una seguridad que el verso libre no me da. Si voy y hago una décima tengo que saber que tiene que estar compuesta por diez versos de ocho sílabas con rima, consonante o asonante. Luego podrá gustar más o menos, pero en el vestido encaja. Y creo que hay mucha tropa que por pereza y vanidad tiran con lo primero que se les ocurre, lo recitan como si se les hubiera aparecido la Virgen de Fátima y arreando. Lo mío no es eso ni quiero que lo sea. Y esto no es criticar la poesía de verso libre, claro. Luis Alberto de Cuenca, Ángel González, Gil de Biedma… Hay enormes poetas que han cultivado el verso libre maravillosamente.
P: Hombre, pero hablas de tres poetas que dominan la métrica, precisamente.
R: Efectivamente.
P: ¿Es necesario dominar la métrica para hacer buen verso libre? ¿Es más importante el ritmo?
R: Y también el ingenio. Decir cosas ingeniosas de verdad. Se me viene a la cabeza la definición de Ángel González de la historia de España: "Es como la morcilla. Está hecha con sangre y se repite". En un poema de rima y verso libre se pueden decir cosas interesantísimas. Lo que me revienta es el abuso, la pereza y el vicio que hay instalado en eso. Algo que además se ha convertido en un negocio. Y lo digo con envidia, eh. Porque cada uno que compre y venda lo que quiera, faltaría más. Pero, joder, ya me gustaría a mí que la gente pidiese más Quevedo y no tanto Alfred García.
P: Hablando de Quevedo, en tus sonetos percibo la influencia de los poetas del Siglo de Oro.
R: Sí, sí, sí. Es verdad. Antes he mencionado a tres grandes referentes próximos en el tiempo. Pero Quevedo y Lope… Incluso Dante. Mis dos poemas favoritos son el arranque de la Vita Nuova y el de "Quién lo probó lo sabe", de Lope. Recurro mucho a los clásicos. Hace seis o siete años me hice una lista de libros que había que leer y desde entonces me han acompañado. He leído la Divina Comedia, El paraíso perdido, los dos primeros tomos de los Ensayos de Montaigne… Con sus paréntesis, claro, que como tú bien sabes, los periodistas culturales tenemos que leer mucho por trabajo. El año pasado lo dediqué mucho a clásicos españoles. Pude quitarme la espina de El Quijote, que nunca lo había leído. Aunque he de decir que la primera parte se me empacha un poco con todas las historias intercaladas. La segunda es impresionante. Lloré con el final. Y me reí. Refleja de alguna forma el alma de España. El Quijote se está muriendo y todos lloran, pero acto seguido, cuando se empieza a hablar de la herencia, vuelven al mundo y a sus querellas. Cervantes hizo una radiografía del español medio que todavía se mantiene.
P: También dedicas cuatro poemas a personas muy actuales. ¿Por qué a ellos?
R: Bueno, a José Mota porque me presentó el libro anterior sólo habiéndome conocido por una entrevista y un par de conversaciones. Desde entonces somos amigos y hasta me ha llevado a su programa de Nochevieja a hacer algún cameo. Se ha portado siempre muy bien conmigo y quería agradecérselo. A Emilio Lara porque, bueno, no me ha llevado nunca a su programa de Nochevieja porque no lo tiene, pero también es uno de esos tipos que desde que lo conocí surgió una amistad muy fácil y profunda. Con él yo tengo algo que tengo con poca gente y es que, cuando hay algo que nos chirría o que nos entusiasma, con una mirada y un movimiento de cabeza nos hemos entendido. A Extremoduro va otro. La explicación no tiene demasiado misterio. En el primer poemario introduje un apartado de poemas a músicos que me gustan mucho. Se me quedó en el tintero el de Extremoduro, así que un día que estaba escuchando a Los Chichos lo pensé y me puse. De ahí las Sevillanas extremoduras. Y el último es para Battiato. Es un ídolo. La última vez que estuve a puntito de tener síndrome de Stendhal fue en el último concierto que dio aquí. (Piensa). Battiato es un tío que te puede hacer bailar y al que puedes escuchar mientras escribes. Es capaz de hacer la música popera más bailable y divertida —pero culta, ojo, que él nunca ha vendido comida rápida—, y al mismo tiempo música que te mete en un universo paralelo. Cuando rascas un poquito me parece mucho más comprensible de lo que en apariencia es. Lo lógico es decir que a Battiato no le entiende ni Dios. Pero cuando investigas un poquito vas hilando conceptos. (Piensa). La verdad es que el poema dedicado a Battiato está escrito con mucha pena. Estando yo en Bolonia se publicó que él tenía alzheimer. Inmediatamente fue desmentido por la familia. Pero es verdad que desde entonces no volvió a dar señales de vida artística, más allá de un disco que se llama Torneremo ancora y que había sido grabado un par de años antes. Ese poema lo escribí cuando sacó ese disco. Luego él se murió como un mes después de haber yo entregado el libro. Y pensé: "Ostras". No sé. Hay mucha tripa en ese poema porque Battiato es uno de los artistas con los que más he disfrutado en mi vida. Me dio mucha pena la forma en que se fue apagando. Aunque fue súper digna, por otro lado.
P: Por acabar de la forma menos original posible. ¿Entre el primer y el segundo poemario qué ha evolucionado?
R: Hay un mundo. Para empezar, he estudiado. En el primer poemario había fallos de métrica y de acentuación interna. Lo que pasa es que te das cuenta después. Ahora cuando hablo de él, como lo escribí con 27 años, digo que es una obra de juventud y espero que el personal lo sepa contextualizar. En este no. En este he estudiado más. En los sonetos he intentado que los endecasílabos sean melódicos. Aunque también he aprendido que los hay enfáticos, sáficos, heroicos… He intentado jugar con eso. También hay décimas, coplas… Y luego hay estructuras que yo he hecho con una guitarra. Hay canciones encubiertas. Creo que lo que más he buscado en este poemario ha sido el ritmo. Quería que el lector se dejara mecer por los poemas.