A lo largo de El Quijote hallamos fácilmente varias ideas de novela, pero la definición destacada por Menéndez Pelayo ha hecho feliz al doctor Cidad, el Brujo de Villahizán, quien con gran alborozo y contento la repite para comentarla: "Hanse de casar las fábulas mentirosas con el entendimiento de los que las leyeren, escribiéndose de suerte, que, facilitando los imposibles, allanando las grandezas, suspendiendo los ánimos, admiren, suspendan, alborocen y entretengan de modo, que anden a un mismo paso la admiración y la alegría juntas; y todas estas cosas no podrá hacer quien huyere de la verosimilitud y la imitación, en quien consiste la perfección de lo que se escribe". Gran novelista será, concluye de esta cita el odontólogo de Machupichu, "quien logre el casamiento de la imaginación con el entendimiento, o potencie la verdad de las ´mentiras' contenidas en toda obra de arte". Así es. Nada tengo que objetar y algo que añadir al comentario de mi amigo.
Creo que una novela es un ámbito de ficción autónomo, que no es lo mismo que independiente, de lo realmente existente. A eso llaman los grandes novelistas la insumisión congénita de la literatura contra cualquier interpretación exclusivista de la vida, o mejor, de toda realidad. Aunque la novela haga constantemente referencias a lo real, las bases de toda obra de arte con vida propia son la pericia técnica, la riqueza de expresión y el esfuerzo permanente del autor para persistir en su invención, fábula y fantasía. Asuntos distintos son cómo influye la entelequia creada, en fin, la novela en la vida, o viceversa, es decir, cuáles son los grandes temas recogidos por el autor de la realidad social e histórica. Menéndez Pelayo planteó el asunto con gran finura al estudiar a Cervantes. Su estudio sobre la cultura de Cervantes y la composición de El Quijote es un ejemplo aún no superado por la crítica literaria contemporánea sobre las relaciones entre una obra de arte y su entorno.
Existe también otro ejemplo cervantino en la obra de don Marcelino para estudiar este complejo problema sobre las relaciones entre la obra artística y la circunstancia histórica. La crítica de lo presente, la reconstitución del pasado y la regeneración para el porvenir, por decirlo con los términos de Bonilla San Martín, también se hallan en las páginas que dedica don Marcelino a Cervantes en una de sus obras mayores para saber qué somos los españoles. Me refiero a la Historia de los heterodoxos españoles, obra de la segunda mitad del XIX, que aún es fuente nutricia para comprender las miserias españolas del siglo XXI y buena parte de la historia de España. Permítanme un breve rodeo para explicar esas vinculaciones entre literatura e historia. Si la creación literaria consiste en la conciliación de las fabulosas "mentiras" del escritor con el entendimiento del lector, entonces una de las cumbres de la obra de Cervantes se recoge en el Coloquio de los Perros, quizá la más ejemplar de todas sus novelas ejemplares. Freud consideró que era la obra más acabada de la literatura moderna para estudiar el "espíritu cínico y escéptico". Es un modelo de pensamiento crítico radical contra el "racionalismo" idealista dominante en la modernidad.
Por muchas razones esta obra de Cervantes es un arquetipo literario de carácter universal. Ejemplar es para leerla entre la primera y la segunda parte de El Quijote, que es donde quiso situarlas Cervantes. Ejemplar es porque, como sus compañeras de edición, en 1613, podría integrarse dentro de El Quijote con más razones que otras novelas, especialmente porque el coloquio irónico de los dos personajes podría pasar por ser un diálogo más entre los ciento que hay entre los dos grandes protagonistas de la obra. Expresa con ejemplaridad uno de los rasgos clave de El Quijote, el meta-novelesco; más aún, me atrevería a decir que es la genuina metanovela de Cervantes, si alguna vez yo consiguiera leer El Quijote olvidándome de que toda la narración cervantina es imposible entenderla sin las explicaciones que el autor, el narrador, acaba dando de todas las locuras, extravíos y encantamientos de don Quijote y Sancho Panza. No hay imaginería o superstición en El Quijote que escape a la lógica de un discurso vertebrado por la razón. Y Ejemplar es para don Marcelino este coloquio delicioso entre dos perros, tan listos y cínicos como los personajes de Diógenes el cínico en la antigüedad, porque le sirve para ilustrar la respuesta a un asunto central que se plantea en la Historia de los heterodoxos: ¿es España un país más supersticioso, embrujado, hechicero, en fin, más irracional e inculto que los del resto de Europa?
La respuesta de don Marcelino es diáfana. Pierden relevancia las llamadas "artes mágicas, hechicerías y supersticiones" en España comparadas con las del resto de Europa: "Las artes mágicas tienen menos importancia y variedad en España, tierra católica por excelencia, que en parte ninguna de Europa; y todavía influían menos, y eran menos temibles en el siglo XVI, que lo habían sido en la Edad Media". Eso significa que el mito, la leyenda y el engaño de una España atrasada por una carencia de discurso inteligente y unas exageradas prácticas "chamanísticas" están montados sobre una gran mentira. Mostrar y, después, demostrar el engaño de esa terrible "ideología" o quimera maligna, que entra y se desarrolla en España a partir de la llegada de la dinastía borbónica es uno de los objetivos centrales de la portentosa Historia de los heterodoxos españoles.
Prodigiosa es esta singular obra, porque don Marcelino no escatima esfuerzos y medios para estudiar el problema, o mejor, no se limita a mostrar pruebas históricas, documentales y "procesos de la vida real", sino que entra en el terreno de la crítica literaria, cuando no en los de la creación novelística. (Perdón por la interrupción o paréntesis, querido lector, pero cuando mi amigo Ángel, el Brujo de Villahizán, ha oido de mis propios labios las últimas palabras leídas por usted, no ha podido reprimir la pregunta: ¡Creación novelística! ¿Novelista don Marcelino? Mi respuesta no se hace esperar. Por la amenidad que se lee su obra es, sin duda, uno de los más grandes. Su novela, sí, nos descubre el mundo. Nos describe a través de libros y más libros lo real tal cual es, y no nos cuenta la milonga de cómo debería ser la vida. La cuestión es el ser. Se trata de ontología, no de ética. Menéndez Pelayo escribe una grandiosa novela a la par que teoriza sobre el poder del género para expresar los rincones más recónditos del alma humana, universal, y de un pueblo, el español. Quien se atreva a leer sus libros como novelas, sin duda alguna, hallará la mejor de todas en su Historia de los heterodoxos españoles. Sí. Grande y magisterial es esta "novela", especialmente si atendemos a su poderío narrativo y también a la desigualdad entre algunos de sus capítulos. Además, nada hay más grande que este texto para inspirar ciento de novelas. Ejemplo de extraordinaria inspiración fue, a final del siglo veinte, para la novela de Miguel Delibes: El hereje; de ahí para abajo hallaremos una pluralidad de autores que se han inspirado en el maestro santanderino. Don Marcelino es un caso parecido al de Sócrates, que sin ser filósofo fue maestro de filósofos; sin ser un profesional de la novela, escribió una grandiosa novela, aparte de ser Maestro de novelistas. ¡Cuántas novelas ha inspirado y aún seguirá inspirando la Historia de los heterodoxos españoles!
Mas puntualicemos sobre este justo título de novelista otorgado a don Marcelino por cualquier lector inteligente de su obra. La vinculación entre la realidad y la ficción es transmutada en su obra: no es novelista por crear una ficción mentirosa, por favor, sino por narrar la realidad, perdón por la insistencia, verdadera. Imposible hallar en su época y en la nuestra una obra comparable en investigación y sabiduría, en visita a archivos y lecturas de textos difíciles, a la suya. No es, ciertamente, un erudito que acumula datos del pasado ni un novelista al uso, sino un Gran Historiador. Historia aquí es Novela con mayúscula. Y con esto cerramos ya este largo paréntesis).
Está don Marcelino, por un lado, muy alejado de alguien que crea ficciones a partir de la realidad, como fue el caso de Cervantes; pero, por otro lado, está muy cerca de él por su poderío narrativo inspirado en la misma obra cervantina. Don Marcelino se vale, en efecto, del Coloquio de los Perros, obra clave de Cervantes, como de otros procedimientos a su alcance, por ejemplo, los libros de hechicería que "la combaten y los procesos que la muestran en la vida real", para justificar, o sea dar razón, de que España es mucho menos irracional, supersticiosa y hechicera que el resto de los países de Europa. El análisis histórico y la erudición no están separados de la crítica literaria. Su extremado rigor crítico, científico e histórico descubren los entresijos racionales más ocultos, o peor ocultados con malas artes, de nuestra historia, pero después, y es el asunto que aquí me interesa destacar, se detiene en el estudio de "cómo influyen estas creencias y prácticas supersticiosas en el arte literario". Es aquí donde emerge el crítico literario, el hombre que ama los libros y se entusiasma con las obras maestras, que jamás elimina el placer y la alegría más elemental que nos produce la novela o el poema. El crítico literario, el creador, se alza sobre el erudito y arqueólogo de lo textual, para justificarnos que Cervantes no hace jamás, vendría a decir don Marcelino, la apología de las "artes mágicas", sino su crítica. Dicho con más exactitud: hay casi una una "absoluta conformidad de lo que describen poetas y novelistas (de la época) con lo que arrojan las causas inquisitoriales y los libros de los teólogos".
Esclarece Menéndez Pelayo esa conclusión valiéndose de las obras en general de Cervantes, "hombre de ingenio tan vario y rico como la misma naturaleza humana, de que fue fidelísimo intérprete", y muy en particular de la citada Coloquio de los Perros, un "tesoro para la historia de la nigromancía hasta por la novedad y audacia de las ideas del autor", cuyo final para don Marcelino no podía ser otro que el respirado por "el mismo espíritu positivo y práctico que llevó a Cervantes a enterrar bajo el peso de la parodia toda la literatura fantástica, sobrenatural y andantesca de los tiempos medios", a pesar de que en su vejez, en Persiles, cediera a ciertas puerilidades de la magia fantaseando con hechiceras y licántropos. Valga, en fin, para todos ustedes que me leen y para el doctor Cidad que me interpela a cada paso, el texto de don Marcelino sobre el Coloquio de los Perros que aquí transcribo como aclaración y prueba de una extraordinaria metanovela de la gran metanovela de Cervantes. Las cItas y los comentarios son inescindibles. Inseparables.
"El Coloquio de los Perros, obra maestra del diálogo lucianesco en castellano, es un tesoro para la historia de la nigromancia, hasta por la novedad y audacia de las ideas del autor, que se acercan mucho a las de Pedro de Valencia. Cervantes nos da peregrinas noticias de la Camacha, de Montilla, ‘tan única en su oficio, que las Eritos, las Circes, las Medeas, de que están las historias llenas, no la igualaron: ella congelaba las nubes cuando quería, cubriendo con ellas la faz del sol, y cuando se le antojaba, volvía sereno el más turbado cielo: traía los hombres en un instante de lejanas tierras: descasaba las casadas y casaba las que quería: por diciembre tenía rosas frescas en su jardín, y por enero segaba trigo: esto de hacer nacer berros en una artesa, era lo menos que ella hacía, ni el hacer ver en un espejo o en la uña de una criatura los vivos o los muertos que le pedían que mostrase: tuvo fama que convertía los hombres en animales, y que se había servido de un sacristán seis años en forma de asno, real y verdaderamente’. Todo esto lo refiere la Cañizares, discípula querida de la Camacha, aunque inferior a ella en lo de ‘entrar en un cerco con una legión de demonios’. ‘Vamos a ver al demonio, añade, muy lejos de aquí, a un gran campo, donde nos juntaremos infinidad de gente, brujos y brujas... y hay opinión que no vamos a estos convites sino con la fantasía, en la cual nos representa el demonio las imágenes de todas aquellas cosas que después contamos que nos han sucedido: otros dicen que no, sino que verdaderamente vamos en cuerpo y en ánima, y entrambas opiniones tengo para mí que son verdaderas, puesto que nosotras no sabemos cuándo vamos de una o de otra manera, porque todo lo que nos pasa en la fantasía es tan intensamente, que no hay diferenciarlo de cuando vamos real y verdaderamente... El ungüento con que nos untamos es compuesto de jugos de yerbas, en todo extremo frías, y no es, como dice el vulgo, hecho con la sangre de los niños que ahogamos. Y son tan frías, que nos privan de todos los sentidos en untándonos con ellas; y quedamos tendidas y desnudas en el suelo, y entonces dicen que en la fantasía pasamos todo aquello que nos parece pasar verdaderamente’’. La descripción que sigue de los untos de la Camacha, y de la espantable y horrenda figura que hacía tendida en el suelo, es de un realismo que frisa en los límites de lo repugnante. Y el autor cierra su cuento declarando que tiene todas estas cosas por ‘embelecos, mentiras o apariencias del demonio’, y que ‘la Camacha fue burladora falsa, la Cañizares embustera y la Montiela tonta, maliciosa o bellaca’; prudente y saludable escepticismo, hermano gemelo del de Pedro de Valencia, cuando sostuvo en su Discurso ya citado que ‘aunque ciertos prodigios y transformaciones no sean imposibles a los ángeles malos, es lícito, prudente y debido examinar cada caso en particular, debiéndose presumir que ha sido por vía natural, humana y ordinaria, sin necesidad forzosa de acudir a milagro que exceda el curso natural de las cosas’".
Sí, querido doctor Cidad, la crítica literaria del Coloquio de los Perros fue clave para defender una de las tesis fundamentales que sostiene la Historia de los heterodoxos españoles. Es una muestra singular para estudiar que la crítica literaria, genuina y original crítica de la cultura, es también crítica política, social y religiosa. La obra de don Marcelino, como fueron las de Nietzsche y Burckhardt, son el origen y patrón de medida de todos los historiadores contemporáneos de la cultura. Ninguno de ellos, como diría Peter Burke, pueden concederse el lujo de dejar la política fuera de su trabajo.