Carmelo Jordá: "Me revienta la gente que considera que tiene derecho a viajar y los demás no"
Entrevistamos al periodista de LD con motivo de la publicación de su primer libro, Lugares generalmente distantes (Anaya Touring, 2021).
Publica Carmelo Jordá (Madrid, 1973) Lugares generalmente distantes (Anaya Touring, 2021), un libro de viajes con una descarada voluntad literaria que poco tiene que ver con las guías de tal o cual sitio, y mucho con la memoria sensitiva, con el asombro de lo visto, oído, probado y retratado en Nueva York, Estambul o Jerusalén, por citar tres ciudades de las que se ocupa el periodista de LD. El autor gasta una prosa sencilla, destilada y trepidante, de reportero con callo, y la salpica, muy de vez en cuando, con algún fogonazo lírico muy de agradecer; además, a modo de complemento narrativo, adjunta unas imágenes propias de gran calidad, ya que, como escribe, "le resulta inconcebible hacer turismo sin acarrear su pesado equipo fotográfico": "Sería algo así como salir de casa y cerrar los ojos, como tapiar voluntariamente las ventanas del recuerdo, como no viajar, vaya". Conversamos en la azotea de El Corte Inglés de Callao, entre un recién nacido que no para de emitir un llanto constante que invita al infanticidio y el Edificio Capitol.
P: Señor Jordá: lo de viajar sin salir de casa, amén de un tópico condescendiente, ¿es una cursilada?
R: Lo es, no puedo negarlo. Al final, cuando hablo de viajes, la tentación de lo cursi siempre está ahí. Es algo contra lo que tienes que luchar. Dicho esto, creo que sí se viaja sin salir de casa. Es más, te diría que, al fin y al cabo, esa ha sido una de las tareas que han tenido siempre los viajeros: hacer a la gente viajar sin moverse de casa. Los de la tribu que se habían ido más allá de la montaña, regresaban y luego lo contaban al resto. Marco Polo, y muchos otros grandes viajeros, han sentido la tentación de contar su viaje. Y luego, lo que es más importante: a la gente le ha interesado.
P: Empecemos por el final de su libro: en el epílogo, recuerda aquellos tiempos, no tan lejanos, en los que viajar era un lujo; estuve en Milán hace un par de semanas, y el viaje me costó, ida y vuelta, 38 euros y pico…
R: Es un tema muy generacional. Yo tengo quince años más que tú, más o menos, y, probablemente, mi generación sea la última para la que, realmente, viajar era muy difícil, algo muy excepcional. ¿Por qué? Porque un billete de avión te costaba 100.000 pelas de las de entonces. El viaje era muchísimo más caro, más exclusivo. Estaba al alcance de muchísima menos gente. A mí, esto que ha ocurrido en los últimos años de que todo el mundo puede viajar, me parece maravilloso. Claro: el día que llegas al monumento a no sé quién o a la plaza de no sé cuántos, y está llena de idiotas, pues te fastidia. Pero, al final, es una democratización de algo que considero una de las mejores cosas de la vida. ¿Cómo vamos a criticar eso?
P: De hecho, también en el epílogo, manifiesta su indignación ante "el esnobismo elitista" que desprecia el "turismo de masas".
R: En nuestra sociedad hay movimientos fuertemente elitistas. Gente que se cree, que se considera, que se quiere colocar por encima de la media. Eso, por supuesto, pasa también con los viajes. Se desprecian muchas formas de viajar, como si la pureza del viaje sólo estuviese en lo muy caro, en lo extraordinario, en lo muy difícil. En general, el elitismo me molesta…
P: Ojo, que usted también le arrea a algunos tipos de turistas. Se me viene a la cabeza, por ejemplo, ese grupo con el que fue al Museo Egipcio de El Cairo. Escribe: "Aquella gente pasó por Egipto, pero Egipto sólo pasó por ellos como la luz atraviesa un cristal: sin dejar marca ni recuerdo".
R: Pero no es un problema de turismo masivo: el problema es que la gente no aprecie su propio viaje. El problema no es que Venecia esté llena de gente. ¿Cómo no va a estar llena de gente algo tan bello como Venecia? El problema es que tú, cuando estés en Venecia, no aproveches ese viaje y la desprecies porque esté llena de gente. Tengo, por una parte, ese elitismo que no puedo negar, digamos, de aprovechar el viaje, pero me revienta mucho que haya gente que considera que ellos tienen derecho a viajar y los demás no. Al final, si te das cuenta, es el elitismo que se traspasa a tantas otras cosas: yo tengo derecho a vivir en el centro y los demás no… El viaje es también una forma de cultura, de aprender. Y estamos, por un lado, diciendo todo el día que la cultura es muy importante, y, por el otro, que no esté al alcance de todo el mundo.
P: ¿Para viajar bien hay que descubrir y asombrarse?
R: Efectivamente. El libro está escrito antes de haber leído el de Jorge Bustos, Asombro y desencanto. La palabra "asombro", realmente, me gustó mucho en el libro de Bustos. Es muy adecuada. Para viajar hace falta estar dispuesto a asombrarte, más que asombrarte. Si estás dispuesto a asombrarte, te acabarás asombrando. Sobre todo, hay que estar atento: el viaje es una cuestión de lectura atenta, de ir por la ciudad y darte cuenta, por ejemplo, de que el Edificio Carrión, que lo tenemos aquí, a la izquierda, parece una cosa muy discreta, pero, cuando lo miras un poco más, ves que tiene una armonía de formas, una belleza arquitectónica que te llama la atención. Cuando realmente pones de tu parte, el viaje da mucho más; si te limitas a moverte, el viaje te da muy poco.
P: En Lugares generalmente distantes habla de, entre otros lugares, Irlanda, Egipto, Estambul o Roma. "En este libro están los sitios que han pedido más fuerte estar", dice, "aquellos de los que he sentido más necesidad de escribir". ¿Por qué?
R: Había decisiones más obvias que otras. Por ejemplo, Egipto, que es un viaje que hice hace muchísimos años… De hecho, fue lo primero que empecé a escribir. Era una decisión muy obvia porque es un sitio muy interesante, ¿no? Todas las tonterías que se han dicho siempre sobre Egipto son verdad, en el sentido del exotismo, la historia… es un sitio en el que, en poco tiempo, si estás atento, como decíamos antes, vas a encontrar mucho. Hay material. Otro sitio, que fue Madrid, salió de una decisión premeditada: quería reivindicar la ciudad. Y luego, por lo general, este es un libro de mis recuerdos viajeros. Muchos libros de viaje cuentan un viaje: vas de aquí para allá, y cuentas lo que pasó entre medias. Esto es un libro en el que recuerdo mis viajes. Entonces, para recordar mis viajes y que saliesen a la superficie, tenían que tener bastante contenido. Ni siquiera es cuestión de tiempo. No he hablado de los sitios en los que más tiempo he estado. Tenían que ser sitios que me hablasen cuando yo quería escribir. Al final, han sido los sitios que han pedido estar, de alguna forma. Sólo ha habido un capítulo que empecé y no terminé. Porque no encontraba ese pulso narrativo.
P: ¿Un capítulo sobre…?
R: Londres. Es una ciudad que me encanta, en la que, a lo mejor, he estado más tiempo que en otros sitios de los que hablo en el libro, pero que en el momento de la escritura no estuvo ahí, no se me apareció lo suficiente. E insisto: me gusta mucho, estoy deseando volver. No es una cuestión de gusto. Muchos escritores de ficción te dicen que, cuando empiezas a escribir, los personajes cobran algo de vida propia. En este libro, los destinos han sido personajes, en ese sentido. Me han tenido que hablar de alguna forma, y he tenido que notar que me decían lo suficiente, y lo suficientemente bien, para escribir de ellos. Además, acostumbrado al relato corto del artículo, a los dos folios, como mucho, de mi reportaje viajero habitual, no es tan fácil encontrar no ya suficientes cosas que decir, sino suficientes ganas de decirlas, como para hacer el trayecto más largo, que suponen los capítulos de aquí. Hay sitios que sí lo piden: de Nueva York podría escribir mucho más.
P: Carmelo Jordá, en Lugares generalmente distantes, es "El Viajero". Hay un guiño al Cela de Viaje a la Alcarria ahí. Escribir en tercera persona escudándose en El Viajero, ¿qué le ha permitido?
R: Hacer un homenaje a Cela. Me acordé del Viaje a la Alcarria cuando llevaba medio libro escrito, pero dije: "¡Oye, mira, qué alegría!". Pero eso no es lo principal: he escrito en tercera persona, básicamente, por una razón: diferenciarme de los textos que escribo habitualmente. Los textos sobre viajes los escribo en primera persona. Pensé que necesitaba marcar algunas diferencias estilísticas para poder abordar algo y que no fuese una colección de artículos pegados. Como periodista, era algo que me preocupaba. Escribir en tercera persona me iba a obligar a trabajar la prosa de otra forma y, efectivamente, en ese sentido funcionó, y funcionó bien. Luego, mientras iba trabajando en el libro, descubrí que… el libro está escrito con una sinceridad absoluta, no hay nada de artificio. Todas las tonterías que digo me han pasado o las he pensado. Y había algunos momentos que, para mí, eran muy íntimos. Eran cosas que no había contado nunca. Ni a mi mujer, por decirlo así. Y escribir de eso en primera persona, poner "yo" ahí, me daba pudor. Entonces, escribir en tercera persona es un truco barato, pero, al revés de lo que se podía esperar, me ha servido para ir a algo íntimo. Me ha dejado explayarme sin miedo.
P: Este libro quedaría cojo sin sus imágenes. "Los viajes y la fotografía –afirma– son dos cosas que están unidas para El Viajero".
R: Te voy a confesar que yo, al principio, no estaba convencido de incluir fotografías en el libro. Me parecía, en mi arrogancia de periodista, que había escrito un texto que se sustentaba por sí mismo. Aparte de eso, jamás pensé que el libro podía llegar a publicarse en la forma que tiene ahora. Nunca pensé que estaba al alcance de publicar un libro con fotografías: es mucho más caro, requiere una edición más cuidada… Pero luego, según el proyecto iba avanzando, me di cuenta de que llevo toda la vida contando las cosas con texto y con fotos; las cosas de viaje, en el noventa y tantos por ciento de los casos. Es mi forma natural de narrar y me he dado cuenta ahora. Es mi forma de expresarme como autor. Luego, en el proceso de elaboración, que ha sido bastante duro, porque seleccionar todas las fotos que hay ahí y prepararlas no ha sido nada fácil, me he dado cuenta de que el libro quedaba mucho mejor con las fotografías. Igual suena arrogante, pero tampoco hay mucha gente que sea capaz de hacerlo. Sé que los hay, pero no somos tantos los que podemos presentar las dos cosas al nivel que tiene, creo, este libro.
P: Afirma que Jerusalén forma parte de usted. Es hermosa esa parte en la que cuenta que se topó con un Bar Mitzvah a unos metros del Kotel, y usted celebra que los judíos lleguen "a la edad adulta a través de la lectura, del saber, del conocimiento".
R: Yo soy un judío de espíritu. Tengo un cariño especial por lo que hay alrededor del mundo judío. Aparte de eso, paréntesis: Jerusalén tenía que estar en el libro por eso, pero también porque es la ciudad más apasionante del mundo. Es absolutamente única, un fenómeno casi paranormal. La ciudad que más cosas tiene por ver por metro cuadrado, y todas son importantísimas. Cerrando el paréntesis: esto de la lectura fue algo que pensé viendo ese acto y que me parece que identifica bastante bien a esa gente. Una superviviente del gueto de Varsovia me contó que, al final de la II Guerra Mundial, muchos de los judíos que habían estado desplazados en Europa fueron a campos de refugiados. No podían irse a su casa porque su casa había ardido o, como había pasado en muchos sitios, había una familia allí y no le salía de los cojones irse. Entonces, mucha gente, al acabar la guerra, acabó en un campo de refugiados en el que, para más inri, había una valla en medio y, al otro lado, estaban los nazis presos. Los veían todos los días. Era una cosa alucinante. Entonces, esta mujer me contó que lo primero que se construía en el campo era la escuela. Y que los niños de ese campo iban enseguida a la escuela. Cuando vas conociendo la historia del pueblo judío, te das cuenta de que es un pueblo que ha estado en huida permanente. Todo lo que tenían aquí en España en 1492 se lo quitaron. Prácticamente todo. Vendían sus casas a un precio irrisorio, no podían sacar oro… ¿Qué se llevaron? Lo que sabían. Y eso ha permeado en la cultura judía. Un judío sabe que si es un buen médico, lo es aquí, en Bruselas o en Sevilla; si tiene una colección de lo que sea, que valga mucho dinero, probablemente, no podrá llevársela. Entonces, en el Bar Mitzvah, el acto en el que los adolescentes judíos se convierten en hombres, lo que hacen es leer. Y ese rito vendrá de los tiempos de vaya usted a saber, pero tiene un significado superactual: con la mayoría de edad, adquieres la obligación y el derecho a leer las Escrituras. El paso a la madurez se da con la lectura. En muy pocos pueblos y naciones ocurre así. Y oye, como en todos los sitios de la Tierra, hay buenos, malos y regulares, pero, como conjunto, tienen pequeñas características que los hacen especiales.
P: El último capítulo se lo dedica a Madrid, su pueblo.
R: A mi pueblo y a mi ciudad. Aclaro que esto lo escribí antes de la epidemia y del glorioso ayusismo, que uno de los secretos que ha tenido, ahora hablando en serio, es la reivindicación de Madrid. Porque Madrid es una ciudad que nunca se había reivindicado. De hecho, una de las cosas de las que presumimos los madrileños es que todo el mundo es de Madrid. Es verdad, sigue siéndolo y va a seguir siéndolo. Pero, al final, ese "todo el mundo es de Madrid" da la sensación, a veces, de que para nadie Madrid era "mío". No tenía ese significado de terruño, de "mi pueblo", que tiene para la mayor parte de la gente. De hecho, en Madrid, todos tenemos un pueblo, hayamos nacido en él o no. Yo tengo un pueblo que es el de mi madre. Entonces, me parece que Madrid, en ese sentido, ha sido una ciudad poco querida, poco apreciada. Y luego, está, sobre todo, infravalorada. Se han destacado muchas virtudes de Madrid: la Movida, la vitalidad, la cultura, su noche, que si es acogedora… bien, todo eso es verdad, lo compro el primero, pero, joder, es que Madrid es bonita. Tiene un centro histórico… Estamos al lado de Gran Vía, y es una calle maravillosa, pero todo lo que hay desde, más o menos, la Puerta de Alcalá hasta el Palacio Real, es un centro histórico brutal, de una belleza brutal y de un tamaño que encuentras en muy pocas ciudades europeas. Capitales europeas hay muy pocas con un centro histórico de ese tamaño, con esa belleza: París, Roma. Berlín no lo tiene. Londres no lo tiene. Es algo muy excepcional, y los madrileños no sabemos verlo, apreciarlo ni venderlo. Aparte de eso, en el libro hay una reivindicación del viaje que quiero que sea muy amplia. Y el viaje es también el que haces en tu ciudad. Lo importante del viaje no es desplazarte, sino vivirlo. Entonces, cuando un día salgas a pasear por la Gran Vía, y te fijes en los edificios, en la gente, en los mimos estos odiosos y en los jevis que hay en el cruce con Montera y tal, estás viajando. Eso es viajar: esa experiencia de algo que te maravilla, que te descubre. Eso es exactamente el viaje. Entonces, me apetecía contar que el viaje puede ser en tu ciudad, en tu sitio, y mi ciudad es Madrid. No hace falta irse a la sabana de no sé dónde o a la selva de no sé cuántos y coger un avión y luego una avioneta y luego un jeep. Eso es un viaje estupendo, ojo, pero saliendo por tu ciudad puedes experimentar aquello en lo que consiste el viaje.
P: Para finalizar: afirma que sólo querría vivir en dos ciudades en todo el mundo. Madrid es una de ellas. ¿Cuál es la otra?
R: Nueva York. De hecho, Nueva York es la única ciudad, al margen de Madrid, en la que he vivido. Fueron sólo dos meses, pero ya es vivir en una ciudad. Nueva York es completamente apasionante. Para mí, es la culminación de la ciudad. Yo soy un bicho, esencialmente, urbano. Me gusta la naturaleza, pero me gusta ir, contemplarla, pasearme y tal, y volver. Me siento más cómodo en el asfalto. Y Nueva York es la culminación de la ciudad absoluta. Y tiene todo lo que hace de las ciudades los sitios mejores del mundo, porque las ciudades son los sitios mejores del mundo. Todos hablamos del campo y tal, pero la gente se agrupa en las ciudades por algo. Si quieres ver gente distinta, la encuentras en la ciudad; en el pueblo, ves a tu vecino Paco, al que a lo mejor quieres mucho, pero estás harto de verle porque le ves todos los putos días. La vida cultural está en las ciudades. Los museos grandes están en las ciudades. Y Nueva York es la sublimación de eso. Yo, lo cuento en el libro, me enamoré perdidamente de Nueva York. La vida te lleva a muchos sitios y, a lo mejor, dentro de tres años, a lo mejor estoy viviendo en Marrakech. Pero la única ciudad que siento como mía, aparte de Madrid, es Nueva York. Hablábamos antes de Jerusalén: me maravilla y me fascina, y en Israel me siento en casa, pero Jerusalén no es mi ciudad desde ese punto de vista.
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