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Castilla y León

Luis Miguel Suárez

Por la España vacía: un viaje por la Maragatería

El caminante recorre buena parte de los pueblos de esta comarca de paisajes austeros que en sus confines deja paso a las tierras verdes.

El caminante recorre buena parte de los pueblos de esta comarca de paisajes austeros que en sus confines deja paso a las tierras verdes.
Detalle de la portada 'Flor de cantueso' | Eolas ediciones

Antes de que el tema de la "España vacía" cobrara su relevancia actual, Andrés Martínez Oria había dejado constancia de su realidad en Flores de malva (2011), título con el que iniciaba una serie de libros de viajes por diversas comarcas de la provincia leonesa. Luego aparecerían Flor de saúco (2016), por las tierras de los Ancares, Flores de hinojo (2019), por los caminos de la Cabrera. La serie se completa ahora con Flor de cantueso, una excursión que el escritor realizó entre 23 y el 28 de junio de 2004 por su tierra originaria, la Maragatería.

Sobre el enfoque adoptado dice él mismo:

"De dejar constancia de algo, que sea de lo fugaz, lo casual, lo que está destinado a perecer. Bocetos más que fotografías, apuntes breves acuarelas de lo que se vivió. No ha ser descriptivo sino lírico el afán, el punto de vista, el enfoque aunque no resulte así visto más tarde" (p. 180).

Predominará, pues, una mirada literaria, en la línea de la gran literatura de viajes del siglo XX, desde los autores del 98 —con Unamuno y Azorín a la cabeza— hasta Cela. Pero la literatura será un modo de reflejar, claro está, la auténtica realidad de esta comarca y de sus gentes.

Así, el caminante recorre buena parte de los pueblos de esta comarca de paisajes austeros, en su mayoría de meseta, que en sus confines deja paso, sin embargo, a las tierras verdes de transición hacia la montaña. En algunos de ellos queda mínimos indicios de la prosperidad de un grupo de sus antiguos moradores, los míticos arrieros maragatos. No obstante, no son las viejas casonas arrieras, a veces apenas en pie, las que predominan siempre en estos pueblos ni las que llaman la atención del viajero. En ocasiones es un detalle más humilde el que resulta más sugestivo: una pequeña fuente, unas ruinas, un viejo árbol, una inscripción casi borrada… Cualquier indicio, en definitiva, de la vida que hubo en otro tiempo, porque ciertamente ahora apenas queda un puñado escaso de vecinos. Y junto al paisaje se dan cuenta de otras muchas curiosidades: de toponimia, de plantas y árboles y hasta de santos, pues en cada lugar tienen su devoción.

Al caminante le interesa la historia, y se ha documentado conveniente. Por eso le gusta recordar, siempre de manera concisa, los primeros testimonios históricos sobre los lugares que visita, que, en no pocos casos, se remontan ya al siglo IX. Pero casi más que la historia le interesa la intrahistoria, unas veces recogidas de documentos —como un curioso y completo inventario de bienes de un lugareño de fines del XVII (pp. 222-225)— y otras de boca de las gentes con las que se cruza, que guardan la memoria de un pasado que está a punto de olvidarse para siempre. Y de esas pequeñas historias personales las hay verdaderamente conmovedoras.

Sobre la Maragatería se ha escrito mucho, y con frecuencia con escaso rigor y demasiada fantasía. Se ha hablado del enigma de los maragatos, de su misterioso origen y de sus peculiares costumbres, explicadas por un supuesto origen árabe, bereber, egipcio, fenicio, etc. Precisamente uno de los objetivos del viaje es el de buscar la Maragatería real y comprobar qué hay de verdad y qué de fantasía en lo que sobre ella se ha escrito. Así la Maragatería que nos presenta Martínez Oria no es, desde luego, la de otros libros, pues ha tratado de contar la verdad del pasado y del presente, que poco o nada tiene que ver con la que pintaron los viajeros románticos y los eruditos aficionados.

Unas líneas certeras pueden servir para resumir el pasado:

"Tierra pobre y meseteña, barbechera de año y vez, monte bajo que amenazaba los sembrados raquíticos, adiles apenas rajados un par de veces por generación, herrenales de centeno para cortar en verde, llameras que daban un año sí y descansaban otro, prados de pelo y otoñada que gracias si consentían una vida precaria. El único enigma era sobrevivir en una tierra donde la agricultura y la ganadería apenas dejaban sobrantes (…) Y, sin embargo, sostenía pueblos de dos y hasta de tres barrios entre las lomas áridas, las vaguadas secas y las veguellinas yermas" (pp. 30-31).

En cuanto al presente, el panorama resulta bastante desolador:

"El problema de esta tierra no es que lo que hayan escrito los eruditos a la violeta ni siquiera los medios de subsistencia, sino la existencia misma, amenazada por la despoblación y el olvido (…) ¿Qué puede esperarse de una tierra que en el siglo XX se dejó por el camino el ochenta y tres por ciento de sus moradores. Maragatería es en estos momentos, por desgracia, una comarca sin presente" (p. 63).

La situación no ha variado sustancialmente desde que el caminante recorrió estas tierras hace casi dos décadas. Pero, en todo caso, el viaje merece la pena.

Andrés Martínez Oria, Flor de cantueso, León, Eolas, 2021, 264 pp.

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