El 28 de agosto de 1921 nació en Lima Fernando Fernán Gómez, actor, cineasta y escritor, gran amigo de Andrés Amorós. Muchos recordarán su caricatura, el personaje colérico, pero en realidad era encantador y muy educado, pero tenía mucho genio.
Fue un actor absolutamente extraordinario, comparable con los mejores del mundo y, además, en todos los géneros. Era un gran cómico. Algunas de sus mejores interpretaciones las encontramos en películas como El anacoreta, Stico y El abuelo.
En el año 1971, formó su propia compañía y estrenó dos obras en el Teatro Marquina de Madrid, unos montajes extraordinarios. La crítica lo puso de maravilla pero la taquilla no respondió. Se pasó al cine y a la escritura.
Hay dos obras muy buenas suyas, para leer y para ver en película. Una de ellas es Las bicicletas son para el verano (col. Austral, 259 págs, 8’50 euros. ISBN: 978-84-23998654). Fue Premio Lope de Vega en 1978 y se publica 1984. Luego hizo una película de Jaime Chávarri, con Amparo Soler Leal, Agustín González, Victoria Abril y Gabino Diego.
Quería contar a Guerra Civil sin retórica: la vida cotidiana en el Madrid popular. Para un chico, el comienzo de la guerra significaba el final del verano, de las pandillas, de los paseos por el Retiro y de ver a la chica que le gusta. Sólo puede calmar sus ansias con la chica que limpia en casa. El padre, viejo republicano, lo entiende. En el ensayo teatral, casi todos los espectadores acabaron llorando. Pertenece a un género muy español, el sainete trágico.
Otra obra muy interesante es Viaje a ninguna parte (ed. J.A.Ríos, Madrid, ed. Cátedra, col. Letras Hispánicas, 2003, 320 págs, 13’39 euros. ISBN: 978-84-37619752). Fue un encargo de Radio Nacional de España para resucitar la radionovela. Luego llegó el libro. En 1986, la película dirigida por él, con José Sacristán, Juan Diego, Mª Luisa Ponte y Nuria Gallardo.
Trató el gran tema suyo: el teatro popular, itinerante, los que iban de pueblo en pueblo representando obras. Él conoció a Rambal y vio los títeres que vio de chico en Miraflores. Lo cuenta en sus memorias El tiempo amarillo. Cuenta la competencia imposible con el cine, que es lo que intentó Rambal.
Escena extraordinaria:
La gente los compara. Y prefiere las películas. O el fútbol, o la radio. Los viernes no podemos trabajar porque sale ‘El Zorro’; los domingos, porque radian los partidos. Y no digamos cuando ponen los seriales de Doroteo Martí, con traidores, con celos, con amantes, con hijos naturales, con padres desconocidos... El teatro se muere, Carlos; sobre todo, el teatro de vagabundos.
Muestras una nostalgia de un mundo que se acaba, pero, bajo una forma u otra, el teatro siempre vivirá:
Yo sé que el teatro no morirá nunca. También es teatro lo que hacen por la radio. Y lo que echa el jodío Solís en su cine. Pero este nuestro, de los caminos, se está acabando.
La emoción de un teatro "de verdad": "
El silencio de los espectadores se puede cortar con un cuchillo. Quizá a algunos se les escape el sentido de algunos conceptos, pero la magia de las palabras, su sonido, les está llegando al alma. Es como si les hubieran tomado de la mano para conducirlos a un mundo nuevo . Y algunos de ellos, los más sensibles, se preguntan por qué los han llevado a ese mundo con tanto retraso.