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"Los dirigentes españoles no sólo no previnieron el covid, sino que le pusieron un ventilador para expandirlo"

Un médico internista y un epidemiólogo analizan todos los errores de los gestores españoles durante la pandemia en La sanidad en llamas.

Una sanitaria realizando pruebas de coronavirus en un hospital. | EFE

Miguel Ángel Martínez-González es catedrático de Salud Pública de la Universidad de Navarra, además de contar con estudios avanzados de Bioestadística y Epidemiología en diversas universidades. Su hermano, Julio Martínez-González, es doctor de Medicina Interna en el Hospital Regional Universitario de Málaga. Ambos han vivido la pandemia ejerciendo su profesión, por lo que han podido analizar el desarrollo de los acontecimientos desde dos puntos de vista complementarios. Ahora publican La sanidad en llamas (Planeta), el diagnóstico de un epidemiólogo y de un internista ante todos los errores cometidos en España durante la peor crisis sanitaria en más de cien años. Dicen que su libro es un homenaje a sanitarios y a víctimas, pero sobre todo es una manera de "contar la verdad", para aprender de los errores sin contribuir a la parálisis política y partidista. Hablamos con ellos:

Pregunta: ¿Se podía saber?

Miguel Ángel: Vamos a ver, la cosa está en que habíamos tenido varias alarmas de pandemia en los últimos tiempos. No era algo nuevo. Sabíamos que el riesgo existía y que iba a pasar tarde o temprano. Es posible que precisamente por eso, por el hecho de que se hubiesen sucedido tantas "falsas alarmas" tan seguidas, se viviese esta situación inicial con escepticismo. Lo que pasa es que eso podría servir de excusa en enero, o en febrero, no después de que se declarara definitivamente la alarma sanitaria mundial. Cuando podía leerse en todos los medios que en Wuhan estaban los hospitales colapsados, y sobre todo cuando vimos que en Italia estaba comenzando a haber infecciones masivas, la cosa tendría que haberse tomado más en serio. Una cosa que queremos dejar clara, pese a todo, es que nuestra intención no es juzgar a nadie. No queremos hacer crítica política ni nada por el estilo. Sólo queremos denunciar errores para no volver a cometerlos en el futuro. Sabemos que no se le puede pedir a nadie que sea adivino, pero en este caso habría bastado con leer los informes de la OMS. Ya por entonces se pedía que se evitasen los eventos amplificadores de la transmisión, cosa que no se hizo en nuestro país, y que se acumulasen todos los equipos de protección individual y test PCR posibles. No se hizo nada de esto a tiempo, aunque la OMS lo recomendaba insistentemente. E Italia no está tan lejos, además. El control de fronteras era otra de las medidas fundamentales. No sé. Toda esta conjunción de factores hacen pensar que, bueno, una cosa es no ser adivinos y otra ser imprudentes.

Miguel Ángel Martínez-González

P: ¿Cómo se vivieron las primeras noticias de Wuhan dentro de los hospitales? ¿Se sospechaba lo que se avecinaba?

Julio: Bueno, las consignas en esos días de los responsables sanitarios consistían en no alarmar a la población. Nosotros sí que nos habíamos enfrentado a situaciones parecidas. Esta era la séptima epidemia. Algunas de ellas nos habían afectado bastante, de hecho. De gripe A tuvimos muchísimos casos ingresados y con el ébola, que generó una alarma fortísima, habíamos recibido bastante material en poco tiempo. La situación, por tanto, era algo extraña. Por un lado sabíamos que podía llegar, pero al mismo tiempo todo el mundo se lo estaba tomando a broma. Estábamos un poco atónitos. Después vino lo de echarle la culpa a la población, que fue una de las cosas que más nos molestaron. Los médicos no culpamos al paciente de sus enfermedades. Pero aquí se hablaba de negacionistas. Era algo inaudito. ¿Quién había más negacionista que el ministro? Era absurdo. Se acusaba a los ciudadanos de incumplir las normas de prevención pero luego los miembros del Gobierno eran los primeros que se saltaban la cuarentena obligatoria cuando habían tenido contacto estrecho con un positivo. Nosotros, ya en febrero, cada vez que venía un paciente asiático y nos veíamos obligados a pedir material sanitario, nos encontramos con el chasco de que no había. Tuvimos que tirar del material que nos sobraba de cuando el ébola, que entonces sí que mandaron material. En esta ocasión no. Aseguraban que sí que tenían, pero no nos lo hacían llegar. Por lo general estábamos bastante molestos, como te podrás imaginar.

P: ¿Teníamos realmente la mejor sanidad del mundo? ¿Qué ha fallado exactamente?

Miguel Ángel: Mira, sucede una cosa. En febrero de 2019 apareció el informe Bloomberg, que mide los países más saludables, y España avanzó muchos puestos hasta ponerse el primero de la lista. Se trata de un informe que se basa en distintos parámetros: cómo funciona el sistema sanitario, factores de riesgo, esperanza de vida, etcétera. La cosa es que en España tenemos un problema estructural gravísimo, porque no se ha fomentado nada la natalidad. Somos uno de los países que más castiga a las familias que tienen hijos. No sólo no fomentamos la natalidad, sino que la castigamos. Cuando ves la dotación por hijos y las políticas fiscales que se emplean, es terrible. Claro, después ocurre que tenemos una población muy envejecida, factor que hace que un sistema sanitario sea difícilmente sostenible. Súmale a eso que tenemos, además, muchísima obesidad; mucha hipertensión; mucha diabetes tipo 2… Todos factores de riesgo para que la infección de coronavirus sea más grave. Había una falsa percepción acerca de la salud de nuestro sistema. Paradójicamente, catorce meses después del informe Bloomberg, España, junto con Bélgica, tiene las peores tasas de mortalidad del mundo. Que se produzcan 125.000 muertes por coronavirus en un país que presume de sistema sanitario denota un déficit. Hay cosas que tenemos muy buenas. Por ejemplo, el tratamiento de agudos. Cuando alguien tiene una enfermedad grave es tratado de manera magistral. Sin embargo, se ha ido deteriorando la atención primaria, la medicina preventiva, la salud pública y, sobre todo, los determinantes socioeconómicos de la salud, en los que no se ha hecho nada. Porque un país tan envejecido necesita gente joven. Pero si no haces nada y mantienes esa dinámica durante décadas, acabas invirtiendo la pirámide poblacional. No hay quien sostenga un sistema sanitario con tanta obesidad, tanta diabetes y tantas personas mayores. Por otro lado, tampoco tenemos un plan de preparación de pandemias. No tenemos la capacidad de movilizar rápidamente a miles de rastreadores de contactos. Podríamos emplear para casos extremos a los alumnos de los dos últimos cursos de medicina, por ejemplo, o de enfermería. Incluso a farmacéuticos. Lo que sea. Otros profesionales sanitarios que puedan echar un cable y colaborar. Pero no. En el último año ha quedado demostrado que no lo teníamos previsto. Teníamos, eso sí, un centro de emergencias que dependía del Ministerio de Sanidad. Pero el Ministerio prácticamente no tiene competencias, porque están transferidas a las autonomías. Así, vas sumando factores y llegas a la conclusión de que, en realidad, estábamos en una situación muy vulnerable. Y es una cosa muy curiosa, porque la ley General de Sanidad, de Felipe González, es una ley buenísima. Transformó el sistema nacional de salud en un sistema fuerte. Pero la evolución durante los últimos años no concuerda con lo que está escrito en ella.

P: Una cosa que denuncian en el libro es la falta de prevención en los primeros momentos, pero dejan claro que no fue exclusiva de España. ¿Por qué después nos ha ido peor que al resto de países?

Julio: Bueno, tiene que ver con lo que decía antes Miguel Ángel. Las infraestructuras sanitarias en España, aunque asimétricas en función de las zonas, son bastante buenas. Los sanitarios están muy bien formados, además. Es evidente que, por así decirlo, estamos más capacitados para tratar un infarto de miocardio que para hacer el seguimiento de un niño sano. Respondiendo a tu pregunta, en España la gente no ha muerto por falta de respuesta hospitalaria. En los hospitales hemos estado respondiendo. En Málaga, en el hospital donde trabajo, estábamos sobrecargados. También es verdad que ya teníamos experiencia en aguantar a la actual ministra de Hacienda, la señora Montero, que fue nuestra consejera de sanidad durante muchos años. Yo soy de la UGT y te lo puedo decir. Mentía más que hablaba. Y la realidad es que, al menos aquí, estamos mucho peor dotados que en otros lugares de España. Tenemos una cama por cada más de 400 habitantes, mientras que en otros muchos sitios la cifra se rebaja a la mitad. Estamos acostumbrados a tener que trabajar en esas condiciones, pero la cosa se ha desbordado completamente. Ha habido una falta de coordinación palpable. Mucho caos. Cuando había que hacer medicina preventiva, desde la televisión y los "poderes reales" se hacía negacionismo. Cuando había que hacer contención, empezaron a tomar medidas preventivas… O sea, imagínate que el bosque está ardiendo y tú te pones a hacer anuncios de que por favor no tires colillas por la ventanilla. ¡Pero vamos a ver, que el bosque ya está ardiendo! ¡Que habrá que hacer algo para apagarlo, digo yo! Se ha ido por detrás constantemente. No se hizo rastreamiento de posibles casos y se permitió que llegásemos a la transmisión comunitaria. Durante las diferentes olas de coronavirus, los propios enfermos han llegado desorientados. No eran conscientes de la gravedad de la situación. Se pensaban que llegaban cuatro casos, nada más, pero la realidad es que parecía que llegaban autobuses llenos, prácticamente. Claro, el mensaje oficial era otro. Y la cosa sigue igual. Ahora mismo estamos en transmisión comunitaria de la variable Delta, ¿pero de qué se habla? Pues de que el 26 nos quitamos la mascarilla. Así nos está yendo. La gente se piensa que hay casos aislados, pero no. De la variante Delta ya hay decenas de casos en diferentes zonas del país. Y ya hemos perdido la oportunidad de rastrearlos. ¿Generará todo esto otro pico en agosto? Pues no lo sé. Por lo menos ahora sí que tenemos vacunadas a las residencias de ancianos.

P: Otro de los debates que se ha escuchado mucho era el que contraponía la salud con la economía. Se ha solido utilizar la voz de los expertos para abogar por el confinamiento, ¿pero era realmente necesario un confinamiento tan radical?

Miguel Ángel: En realidad, no. Todo dependía de la gestión inicial. Es algo que se puede comprobar comparando a otros países. En Taiwán, por ejemplo, tomaron las medidas en enero. Estuvieron muy bien pensadas y fueron muy rigurosas. Iban por el camino de la contención. Apagar la chispa antes de que se incendiase el bosque. Claro, si eso no se hace, sólo te queda la mitigación. Pero es que en España no sólo no se hicieron a tiempo las medidas de contención, sino que en vez de hacer medidas de mitigación hicimos todo lo contrario. Los propios gestores animaron a la gente a acudir a manifestaciones multitudinarias. Se permitieron todo tipo de eventos durante el fin de semana del 8 de marzo, cuando ya teníamos centenares de casos. Italia ya había confinado por esas fechas, pero nosotros hicimos oídos sordos. Una semana después, se avisó a todos los universitarios de España de que se suspendían las clases. Pero no se tomaron medidas para los desplazamientos ni se limitó el ocio. Eso son miles de jóvenes volviendo a sus casas después de salir de fiesta celebrando las "vacaciones" y esparciendo el virus por todo el mapa nacional. Además, se decía que no se usase mascarilla, que era alarmar a la población. No se hizo control de viajeros. No se hizo nada. Claro, así el virus se difundió como se difundió. Fue como poner un ventilador después de haber prendido la chispa. No es que intentásemos evitar el fuego, es que prendimos el bosque, directamente. Pese a todo, hubo cosas que se hicieron bien. Pienso en el Estudio de Sero-Epidemiología de la Carlos III. Eso fue un regalo. No hay un país que tenga un estudio tan bueno como el Ene-Covid. Y esto es mérito de Marina Pollán y del Instituto de Salud Carlos III. Se ha hecho muy bien lo de poner el Ifema en tiempo récord. Habría habido muchísimas más muertes en Madrid si no se hubiese hecho. Y el Zendal igual. Todas esas han sido medidas oportunas, pero ya en el proceso de mitigación. Lo que pasa es que iban encaminadas a paliar unos errores que se habían cometido antes. El confinamiento, además, después de toda esa serie de errores catastróficos, se usó políticamente. Unas comunidades confinaban, otras no, como si el virus tuviese menos efecto en Castro Urdiales que en el País Vasco. Los políticos tendrían que haber arrimado el hombro y aparcado sus diferencias durante este año y pico. Pero no han querido hacerlo. Han intentado sacar tajada. ¡Si ha habido cuatro campañas electorales! Cuando se escriba la historia de este año la gente se tendrá que llevar las manos a la cabeza. Mientras morían cientos de miles de personas, los políticos se tiraban los trastos a la cabeza unos a otros y no eran capaces de arrimar el hombro para arreglar un problema social de primera magnitud. Les interesaba más ganar unas elecciones que preocuparse por todos esos ciudadanos que morían, que sufrían secuelas o que perdían a sus seres queridos. Es algo brutal. Se ha usado al virus para hacer propaganda. A finales de mayo, la cosa era salir en la tele para decir que se había vencido a la pandemia. Un triunfalismo atroz, que no se sostenía. Una ausencia total de autocrítica. Pues nada, llegó la segunda ola, terrible, y murió mucha más gente. Aún así, nosotros no queremos señalar culpables. Lo que queremos es mirar al futuro para buscar soluciones. Va a venir otra pandemia. Eso es así. El mensaje de nuestro libro va más encaminado a hacerles ver que tienen que dejar de pelearse. Todos. Porque aquí hay muchos partidos políticos y todos tienen intereses. Lo que les queremos decir es que deben ponerse de acuerdo. Que deben seguir todos el mismo protocolo. Que si hacen una desescalada, tienen que buscar un comité de expertos de verdad, a poder ser externo, y no un comité fantasma. Y que ya está bien.

P: ¿Cómo se vivió el asunto del comité de expertos inexistente en los hospitales?

Julio: Pues muy mal, claro. Aunque tampoco nos sorprendió mucho, la verdad. Lo que más molesta es la falta de autocrítica. Durante todos estos meses, todos nos hemos equivocado muchas veces. Yo he seguido protocolos basados en estudios procedentes de China que eran erróneos; y muchas veces he tratado a pacientes siguiendo recomendaciones que no eran acertadas. Ha tenido que ser todo una prueba-error. Pero todavía no he visto a ningún gestor que diga que se ha equivocado. Aquí parece que tenemos unos gestores sanitarios que mean agua bendita. Y ahora saldrán el 26 y dirán que podemos quitarnos las mascarillas. ¡Pero, por favor! Podemos quitarnos la mascarilla, sí, pero depende dónde. Recuerda aquella polémica por el brote que hubo en un Colegio Mayor por una fiesta clandestina en una azotea. Era al aire libre y se infectaron muchísimos. O sea, que hay que seguir teniendo prudencia todavía. No sé. La cosa es lo de siempre. Los gestores buscan excusas y nunca se equivocan. Por eso nunca piden disculpas.

P: ¿Hasta qué punto ha favorecido al caos el sistema autonómico y la falta de jerarquías claras durante el estado de alarma?

Miguel Ángel: Bueno, el sistema sanitario español hace décadas que tiene todas las competencias transferidas a las comunidades autónomas. Todo lo que tiene que ver con asistencia sanitaria, salud pública y medicina preventiva es responsabilidad de los consejeros de salud de cada autonomía. El Ministerio de Sanidad sólo tiene las competencias de sanidad exterior. Es decir, que tendría que haber sido el encargado de controlar las fronteras incluso antes del estado de alarma. Lo que pasó una vez se instauró ese estado de alarma, sin embargo, es que el Ministerio de Sanidad estaba desmantelado. Claro, como no tenía competencias desde hacía tanto tiempo, para qué queríamos emplear recursos en él. Si tenemos ya 17 ministros de sanidad, para qué queremos uno más, ¿no? Nosotros no nos queremos meter en política, pero da la sensación de que la elección del anterior ministro de Sanidad no había sido tomada pensando en que podía explotar una pandemia. Era un hombre que no tenía experiencia en el campo del que era máximo responsable. Y se contradecía constantemente. Si se leen sus declaraciones antes del 8 de marzo, iban encaminadas a restarle gravedad a la situación. Pero poco después, cuando el bosque estaba ardiendo, pegó un bandazo radical y decidió asumir de la noche a la mañana todas las competencias. Esos cambios bruscos generaron más caos del que solucionaron. Lo que había que tener era un comité lo suficientemente fuerte y apoyarse en todos los partidos políticos, en vez de tomar decisiones de manera partidista. La fuerza real que podía regular todo estaba en las comunidades autónomas. Pero en el momento en el que las desvistes de sus competencias, sin aclarar hasta dónde pueden llegar y hasta dónde no, generas incertidumbres y malentendidos. Y todo, además, en medio de un tsunami que te está colapsando los hospitales. Desde luego, en el Ministerio de Sanidad no había recursos. Y tampoco se echó mano de la sanidad privada, que estaba más que dispuesta a ayudar. En eso mi hermano y yo diferimos bastante, porque él es un acérrimo defensor de la Sanidad Pública y yo trabajo en una clínica privada de reconocido prestigio. Pero da igual. Durante este tiempo nosotros hemos intentado ofrecer recursos, teníamos instalaciones para realizar PCR a gran escala, pero no se nos ha querido tener en cuenta por ser de la privada. En el fondo es lo mismo que tener que importar material sanitario desde China, como si en España no hubiese industrias textiles absolutamente líderes mundiales que habrían resultado de enorme ayuda. Al final daba la impresión, sin querer juzgar a nadie en concreto, de que se estaba aprovechando la tragedia para hacer marketing político.

P: Hablando de eso, en el libro también hablan de sepulcros blanqueados y de cifras maquilladas. ¿Habría que haber mirado más de cerca el horror? ¿Hasta qué punto no querer mirar la tragedia ha podido ayudar a que la gente no se concienciase lo suficiente y, por tanto, a que se contagiase más?

Miguel Ángel: El pasado verano se publicó un artículo de Pérez-Reverte titulado No vimos bastantes muertos. Y a mí me pareció muy oportuno. Efectivamente, cuando está la pandemia en pleno auge y hay demasiado horror, a lo mejor no hay que ensañarse mostrándolo, porque puede provocar muchas enfermedades mentales. Pero en el momento en el que parece que hay una calma, pero el virus en realidad sigue circulando, lo que necesitamos es concienciación. Durante la desescalada necesitamos, para empezar, a un verdadero comité de expertos externo. Pero también debíamos enseñar todas las tragedias que habían sucedido hasta entonces. Hemos tenido campañas de accidentes de tráfico verdaderamente explícitas, ¿por qué no hicimos lo mismo con nuestros muertos de covid? Había que mostrar lo que realmente había sucedido. Que la gente viese algún entierro. Que conociese la historia trágica de algún celador, que contagió a sus padres y se quedó huérfano por estar trabajando en zona de riesgo. ¿Hemos visto algo de eso? Recuerdo que levantó polémica que saliesen ataúdes en la portada de un periódico. Pero es que eso era necesario. Porque cuando ves la evolución de los casos, a partir de agosto, te das cuenta de que la relajación en los meses previos ya anunciaba que se venía una tormenta terrible. Y lo mismo en Navidad. Si la Acción de Gracias en Estados Unidos había supuesto un repunte de los casos altísimo, siendo sólo un fin de semana, imagínate nuestras Navidades, que son mucho más largas. No se ha educado a la población. Se ha dado prioridad a la propaganda, porque nadie tenía narices a reconocer sus fallos y a pedir perdón por sus negligencias. Pero lo paradójico es que la mejor propaganda hubiera sido que esa actitud autocrítica se hubiese dado, precisamente. Habría hecho que la gente confiara más en los políticos y estuviese más dispuesta a hacerles caso.

P: ¿Cómo han visto la vacunación?

Miguel Ángel: Pues para empezar hay que decir que el desarrollo de las vacunas en tan poco tiempo merece todos los aplausos. Es una proeza científica que era impensable. Yo, realmente, no auguraba que fuesen a estar disponibles tan pronto. Ahí se ha puesto todo el músculo científico habido y por haber. Hemos vivido un avance único en la historia de la humanidad. Algo verdaderamente asombroso. Sin precedentes. Después, en cuanto a cómo se ha ido desarrollando el plan de vacunación en España, hay que decir que, aunque los primeros meses fueron desesperantemente lentos, a mediados de marzo comenzó a coger ritmo y ahora mismo se puede decir que va como un tiro. Aunque ya reconoció ayer Silvia Calzón que existe un retraso con respecto a lo previsto. Y es probable que ese retraso se vaya incrementando en las próximas semanas. Lo más lógico, desde luego, es que pase eso. Porque estamos entrando en periodo vacacional, lo que hará que contemos con menos vacunadores y que la gente se disperse por el mapa, sin saber muy bien qué hacer si le toca la vacunación y se encuentra en otro lugar que no sea su residencia habitual. Hay un déficit, además, en la franja de edad de los sesenta años. Ahora mismo los de cincuenta van muy por delante que los que tienen entre sesenta y sesenta y nueve. Estamos ligeramente por encima del treinta por ciento del total de la población vacunada, lo que hace pensar que va a ser muy difícil llegar a agosto con el setenta, que era lo que se pretendía. Y además los que faltan por vacunarse son más jóvenes, que no están tan acostumbrados a acudir a los centros de salud y que se mueven más. Va a ser difícil. Si tuviese que vaticinar, diría que llegaremos a ese setenta por ciento a final de año, en todo caso. O incluso a comienzos de 2022. Es algo que nos debería hacer estar más atentos este verano. Porque parece que el virus ya se ha acabado y que estamos todos vacunados, pero no es así ni por asomo. Es muy probable que, con la gente queriendo salir y pasárselo bien, como es normal, aumentemos los contagios. Algo que ya pasó el año pasado. Deberíamos concienciar más a la gente para que sea consciente de la realidad. El mensaje más claro que yo puedo lanzar es: en interiores, con distancia y mascarilla; en exteriores, o con mucha distancia o con mascarilla. Y mucha distancia es mucha distancia. Dos metros. Si ves que vas a tener que pasar por una calle concurrida, ponte la mascarilla.

P: ¿Cómo ven la situación de los sanitarios después de este año y medio?

Julio Martínez-González

Julio: Pues hombre, en el hospital ha habido malestar general en todos los empleados, incluyendo a limpiadoras y celadores. Luego, a nivel de contratos nuevos, en los centros de Andalucía por lo menos han tenido el sentido común de prorrogar los contratos de las personas que han ido terminando la residencia hasta finales de octubre. Otras comunidades, como la Valenciana, han despedido para final de mes a un montón de sanitarios. Por eso estamos protestando desde los sindicatos. Luego, por otro lado, hay otros sitios que casi ofrecen lo que les pidan, contratos de un año y cosas así, con tal de poder seguir tirando. Hablamos de médicos que acaban de terminar la residencia, que son jóvenes y que en los momentos clave han respondido de una manera excepcional. Gente que a lo mejor no tenía tanta formación como otros que se han quitado de en medio, que de todo hay. Al final, la cosa es muy variable, pero el sentimiento suele ser de falta de reconocimiento. Que sí, que muchos aplausos y mucho bombo, pero a la hora de darles contratos dignos a los que tienen contratos precarios, nada. No está la gente contenta. Por eso nos parecieron tan llamativas las críticas al Zendal. Si aquí en Málaga dices que vas a abrir un hospital nuevo, sea para enfermos covid o sea para lo que sea, resultaría impensable que los sindicatos fuésemos a la puerta a protestar. Cuando veíamos esas imágenes en Madrid, nos quedábamos atónitos. ¿Pero cómo puede un ciudadano protestar ante la apertura de un nuevo centro? En todo caso protestaremos si después resulta que en ese centro hay contratos precarios. Pero eso luego, cuando haya motivos para hacerlo. Protestar porque se abra… No nos cabía en la cabeza.

Miguel Ángel: Sí. Estoy de acuerdo. Y me gustaría incidir en lo primero. Los profesionales sanitarios han sufrido mucho. España tiene un récord negro de profesionales sanitarios infectados. Nunca se había querellado el consejo de todos los colegios profesionales sanitarios contra el Gobierno, como ha pasado ahora. Y además lo del MIR ha sido un desastre, porque cuando más hacían falta médicos van y lo retrasan. Algo que no había pasado nunca. Nunca se habían incorporado los mires tan tarde. En vez de en mayo, lo hicieron en septiembre. Estamos hablando de 7.000 plazas que eran muy necesarias. Este año además les han cambiado el sistema de elección y tienen que seleccionar todas sus prioridades antes de que se vayan otorgando las plazas. Imagínate, yo qué sé, que dos novios quieren hacer la especialidad en la misma ciudad, pero que tienen que dar una lista cerrada con 8.000 prioridades antes de recibir la plaza, pudiéndoles tocar cualquier cosa. No tiene ningún sentido. Sobre todo porque el sistema anterior funcionaba perfectamente. No había quejas ni necesidad de cambiarlo. Parece mentira. Que un sistema que funcionaba bien vaya y se desbarate de esta forma precisamente cuando tanta falta hace que se incorporen los MIR y los enfermeros. En contraposición, como contamos en el libro, han traído médicos extranjeros que una vez que han conseguido homologar su título de manera chapucera se han ido de España porque las condiciones son mejores en otros países. Por todas estas cosas, precisamente, hemos querido que este libro sea un homenaje a los sanitarios. No tiene una finalidad política. Lo que pretende es mirar al futuro y aprender; y sobre todo homenajear a unos profesionales que han sufrido tanto, además de a todas las víctimas, que son muchas y que no han sido honradas suficientemente. Creemos que todos ellos se merecen, no un mero aplauso, sino un reconocimiento con hechos. Y que se escriban las cosas y se diga la verdad: lo que han vivido, lo que se han arriesgado, sin tener las herramientas necesarias para protegerse correctamente, corriendo el riesgo además de contagiar a sus familiares, y cobrando mucho menos que en otros lados. Todo esto se merecía un libro. La sanidad en llamas señala las imprudencias de todos aquellos dirigentes que no supieron apagar la chispa a tiempo y que luego, además, soplaron y la avivaron de manera irresponsable.

P: Por acabar, ¿hemos aprendido? Antes han hablado de la variante Delta, ¿cómo estamos respondiendo ante ella exactamente?

Julio: Pues mal. Para responder correctamente a la variante Delta habría que hacer el mismo razonamiento que hizo la limpiadora de la planta covid que tenemos en el hospital. Puro sentido común. Si tenemos un número limitado de vacunas y de lo que se trata no es de vacunar a todos, sino de tener inmunizados a la mayoría, por qué no realizar, antes de poner la vacuna a cada persona, test de anticuerpos. A nosotros nos llegan las vacunas con cuentagotas. Igual estamos vacunando un lunes y el jueves nos quedamos sin dosis y tenemos que esperar nuevas remesas. No tiene sentido malgastar recursos en gente que ya está inmunizada. Además, hay que tener en cuenta que una de las líneas de investigación más avanzadas que tenemos ahora mismo a nivel nacional se centra en los efectos secundarios de las vacunas. Y una de las hipótesis que se barajan, sin estar demostrada, es que las personas que ya tienen muchos anticuerpos, si reciben la vacuna, pueden llegar a tener una reacción inmunitaria agresiva que ataque a su propio organismo.

P: ¿Está diciendo que la vacuna puede llegar a ser peligrosa en ciertos casos?

Julio: Es una hipótesis. No está demostrado todavía y no se puede asegurar. Pero es una posibilidad que se baraja. Ahora mismo estamos observando a una serie de pacientes y esa es una de las líneas prioritarias que estamos investigando. Pero al punto al que quería señalar es a que siempre puede haber efectos secundarios cuando las cosas no se hacen con racionalidad. Lo que hay que priorizar es la vacuna para las personas que no tienen anticuerpos todavía. Yo, desgraciadamente, en los últimos quince días he tenido a cuatro personas que han fallecido porque no habían creado anticuerpos. Nadie les había mirado cuántos anticuerpos tenían. ¿Pero por qué no se optimizan las vacunas? Esa es la gran pregunta sin respuesta.

Miguel Ángel: Además, hay que tener en cuenta que, como ya están avisando, en poco tiempo es probable que la variante Delta sea la predominante en España. Y es mucho más contagiosa. Por otro lado, la respuesta del sistema inmune es multiforme. O sea que no estamos del todo desprotegidos contra ella. Pero el hecho de que sea más contagiosa es un dato a tener en cuenta. Ya hay transmisión comunitaria. Deberíamos estar más atentos y no haciendo planes como si no existiera.

Julio: Las tres cosas sobre las que hay que hacer hincapié es que se trata de una variante que es más transmisible, la vacunación contra ella es menos efectiva, pero no sabemos todavía si es más mortífera. Hombre, algo que es susceptible de afectar a un mayor porcentaje de la población, es lógico que acabe matando a más personas. Aunque eso no quiera decir necesariamente que sea más mortífera de por sí.

P: ¿Existe la posibilidad de que alguna variante eche por tierra todo el trabajo de vacunación realizado hasta la fecha?

Miguel Ángel: Hombre, todo no. El trabajo que se ha hecho con las vacunaciones es sólido. La vacunación no es un único anticuerpo contra un único virus. Genera muchas respuestas simultáneas. Y mucho queda. Lo más importante es que tengamos la pauta completa. Porque la buena noticia cuando se publicaron las primeras vacunas de Pfizer y de Moderna fue la altísima eficacia que tenían. El problema puede venir en que, como se tarde mucho en vacunar a toda la población, surjan más variantes y que alguna sí que sea más resistente a la vacuna. Es difícil que pase, pero tampoco es descartable. Hay mucha incertidumbre. Aquí estaríamos en un terreno de profecías difíciles de asegurar.

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