Diría que, junto a Karl Ove Knausgård, Stephen King (Portland, Maine, 1947) es mi escritor favorito. Por su solidez narrativa, su originalidad argumental, su capacidad de imantar y su prosa sencilla y eficaz. También es el autor del que más libros he leído –unos cuarenta y muchos/cincuenta y pocos–, por no decir engullido: tardé menos en leer las 1.500 páginas de It que, por ejemplo, las 200 de ese bostezo de tinta y celulosa que es El viejo y el mar de Hemingway.
Por ello exageraría, y exageraría una barbaridad, si pusiera a la altura de El resplandor, Misery o 22/11/63 a Después (Plaza y Janés, 2021), el último libro de King publicado en España. Es una novela –¿juvenil?– de terror, liviana, fresca, entretenida y que pega un par de volantazos argumentales que agarran del cuello al fiel Lector Constante cuando menos se lo espera y más lo agradece. Sin más.
Ojo, y sin menos: Después, como producto literario, funciona a la perfección. Está bien escrito, divierte con efectividad, está minado de pullas a la industria editorial y, como es habitual y magistral en King, refleja la nostalgia, los cambios y las inquietudes que brotan en el individuo durante el tránsito de la infancia a la adultez –sin profundizar, en este sentido, en exceso: el protagonista, que es el narrador, cuenta su historia con veintipocos años–. Además, conecta con la ya mencionada y celebérrima It: el malo principal es un fuego fatuo de la misma naturaleza que Pennywise y, para someterlo, el bueno utiliza el rito de Chüd.
¿De qué va Después? Jamie Conklin es un chavalín que ve y habla con fantasmas. A su madre, Tia, una agente editorial que tira p’alante a duras penas –conviene no dar detalles en exceso, para no destripar la trama–, se le muere el autor que le da más pasta con una novela a medio escribir. Utiliza al crío para hablar con este escritor, que le dicta el argumento de la obra. Ésta lo publica y recibe un pastizal por el best-seller. Testigo de esta hazaña es la novia de Tia, una policía corrupta que se sirve de los servicios de Jamie para descubrir dónde ha puesto su última bomba, antes de suicidarse, Kenneth Terriault, un asesino en serie poseído por un fuego fatuo demoniaco. A partir de ahí, empieza la enjundia más sabrosa.
Concluyendo: con Después, el Lector Constante pasará un buen rato. También, por su extensión, es una obra ideal para iniciarse en el magnífico universo de King. Posee, en pequeñas dosis, todos los ingredientes de las grandes novelas del maestro de la literatura de terror. Garantizo que su lectura no es ninguna pérdida de tiempo. Por si acaso, para cualquier reclamación, acudan a Juanma González.