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Juan Bonilla: "La identidad es un monstruo peligroso que parece estar devorándolo todo"

LD entrevista al autor jerezano, que publica el poemario Horizonte de sucesos y recupera su novela El mejor escritor de su generación.

Ha escrito Juan Bonilla (Jerez de la Frontera, 1966) en uno de sus poemas que está lleno de gente: "Soy tantos que no sé quién ya no soy". Como Whitmany como Dylan–, el último Premio Nacional de Narrativa por Totalidad sexual del cosmos contiene multitudes, en este caso, literarias, empapando su prosa de lirismo, vertebrando su poesía con relatos, y publicando ahora, casi de una tacada, dos libros: el poemario Horizonte de sucesos (Renacimiento) y una nueva versión de la novela El mejor escritor de su generación (El Paseo), que ya vio la luz en 1999 "cerrando una recopilación de piezas narrativas" y que se recupera y revisa en 2021 "como quiso ser editada entonces: como novela independiente". Con motivo de estos lanzamientos, LD entrevista a un "sonámbulo secreto" que se esfuerza diariamente "tratando de encontrar la gracia".

P: Señor Bonilla, ¿por qué escribe?

R: Es muy buena pregunta, la verdad. No lo sé. No tengo una respuesta adecuada, convincente. Escribo porque me gusta, porque lo paso bien y, fundamentalmente, escribo porque leo. Y nada más. Siempre me acuerdo de que George Orwell, cuando estaba en la Guerra Civil española, se preguntaba a sí mismo, después de haber descubierto que las cosas no son como él pensaba que eran antes de venir, "¿por qué sigo aquí?". Y él decía que en Londres estaba segurísimo, convencidísimo de cuáles eran sus razones; al venir a España las pierde, pero no podía dejar de seguir estando aquí. Y cuando uno lleva ya muchos años, eso también importa: a lo mejor a los veintipocos años uno tenía sus razones, pero pasa el tiempo y las olvida. Sigue escribiendo por el gusto y la satisfacción de escribir. Es un fin en sí mismo. No está relacionado con todo lo demás que lleva aparejado, como la publicación y otras cosas.

P: Parafraseando a Cánovas, ¿se es escritor porque no se puede ser otra cosa?

R: (Risas) Sí. Si se es escritor es porque no vales para otra cosa.

P: Aunque, joé, qué difícil es vivir de las letras…

R: Es una cuestión mercantil. No es conveniente engañarse mucho: estamos en un país donde no hay ni ha habido nunca un lecho de lectores suficiente que pudiera soportar, digamos, la profesionalización de todo un abanico de productores, por hablar en mercantil también. Y es muy difícil, efectivamente, vivir de lo que uno escribe porque no hay ese lecho de lectores. Salvo muy pocos autores, los escritores no podemos decir lo de las folclóricas, que nos debemos a nuestro público. Realmente, no hay un público suficiente como para que nos debamos a él. Lo cual, por otra parte, da bastante libertad. España no es un país lector. Además, siempre se ha hecho una política editorial completamente deficiente respecto a una de las grandes posibilidades que tiene España, que es América y, no sé, los números son los números. Sí es cierto que en los aledaños de la escritura crece un negocio que permite, de alguna manera, que uno, si no puede vivir exclusivamente de sus producciones literarias, sí que puede defenderse con artículos, reportajes, conferencias y demás. Pero vamos, el secreto de la cuestión está en que el público no es suficiente: España no es un país lector.

P: Entre la publicación, en 1999, de El mejor escritor de su generación, y la concesión, en 2020, del Premio Nacional de Narrativa por Totalidad sexual del cosmos, ¿en qué ha cambiado usted?

R: No soy el más indicado para decirlo. No me gustan los autoexámenes de los escritores. En lo fundamental, el escritor que yo fui sigue estando dentro de mí, pero quizá el escritor que yo soy decepcionaría muchísimo al escritor que yo fui. En lo esencial, creo que, en estos años, he ido profundizando en algo que entonces era un tallo y ha ido ramificándose hacia otros lugares. Soy bastante más exigente, pero decir eso siempre queda mal. Es como cuando te preguntan: "¿Cuál es tu gran defecto?". Y dices: "Es que soy muy exigente" (risas). Yo sé que, académicamente, eso tiene mucha importancia, que los escritores son voces, tienen voces particulares y tal, pero, en el fondo, los libros se leen solos: uno no puede esperar que un lector lea un libro suyo y vaya a saltar a otro libro suyo y haga comparaciones entre las dos voces. Y no sólo se leen solos, sino que también se leen sin fecha: alguien que lea el primer libro mío, El que apaga la luz, del año 94, no lo va a leer situándose en 1994; lo va a leer ahora. Los libros son puro presente. Basta abrirlos para que tú elimines la fecha de escritura y la fecha de edición. Da igual en qué año se escribió La montaña mágica. Da igual en qué año se escribió La metamorfosis. Se leen ahora y cada uno los lee dependiendo de sus circunstancias.

P: Sin embargo, El mejor escritor de su generación es una novela puramente noventera.

R: Sí, eso es verdad. El que estuvo en los noventa (risas) puede reconocer… En los noventa, el mundo editorial y literario, efectivamente, pareció volverse loco. Se ofrecían adelantos importantes por novelas que no habían sido aún escritas, y se diría que ni pensadas.

P: ¿Ha conocido a algún tipo que le recordara al protagonista, Bruno Carrasco?

R: (Risas) A unos cuantos, sí. A ver, también te diré que estoy en contra de los criterios de representatividad en la literatura. Es decir, si leo una novela y hay un policía corrupto, no voy a pensar que toda la policía es corrupta. En mi novela, hay unas risas acerca de ciertos mitos de la figura del escritor: la torre de marfil, en este caso, representada con que el protagonista padece haptofobia, es decir, no soporta que lo toquen; el mítico bloqueo ante la página en blanco y la necesidad de escribir, en este caso, por necesidades contractuales; la editora caníbal…

P: Sisí.

R: ... que necesita el manuscrito sea como sea y conoce perfectamente las debilidades de quien tiene que producirlo… Efectivamente, son metáforas muy evidentes de ciertas leyendas que hay o que había en ese mundo editorial y literario de los noventa.

P: En un momento de la novela, el protagonista se refiere al crítico que aseguró que "si algo puede ofrecer la literatura española de este final de milenio, eso vendrá firmado sin duda alguna por este nuevo y deslumbrante narrador". ¿Ha padecido usted alguna vez este tipo de masajes?

R: Claro, claro.

P: Masajes, por ciertos, terriblemente efímeros: al día siguiente, ese crítico ya ha encontrado a otro tipo al que calificar con los mismos adjetivos que utilizó con usted.

R: Se podría hacer un resumen de las exageraciones que se han escrito durante muchos años. Es decir, si yo tuviera que contar la de obras petardas que he leído porque fueron saludadas como obras maestras… He perdido mucho tiempo de lectura y como lector. El propio ritmo de producción, al contar con la complicidad del periodismo y de la crítica, imponía, de alguna manera, que cada semana se saludara a dos o tres obras maestras inaplazables, inolvidables y todo este tipo de cosas. Es verdad que hay que poner las cosas en su lugar: en España, al no haber un negocio periodístico en lo cultural asentado en condiciones, los que os dedicáis a estas cosas, como yo me dediqué, estáis mal pagados. Luego, el lunes te toca Bonilla, pero mañana estarás con otro… no te da tiempo de hacer la mínima reflexión ni de dedicar el tiempo necesario que en sí lo mereciera. Se te exige una producción excesiva y, naturalmente, esto no lo digo por ti ni por mí, revierte en la calidad de lo que se hace.

P: La primera novela de Bruno la escribió, en realidad, su padre. Dice el protagonista: "Tenía gracia que de entre lo más destacado de la producción de esa generación estuviera una novela escrita por uno de nuestros padres. Lo que nos íbamos a reír cuando se descubriera". Esto ocurrió en los noventa y yo diría que hoy sigue sucediendo. ¿Hay un ansia por publicar a autores jóvenes, aunque estos basen su prestigio no en su calidad literaria, sino en cuántos followers, como se dice ahora, tengan en Instagram?

R: Sí, hay bastante de eso. A ver, que la única novela de Bruno la escribiera su padre era un juego, una manera de decir: "Lo mejor de nuestra generación lo escribieron nuestros padres. Aunque se lo quitemos". Además, no creo en un sistema generacional: cuando te sueltan en la jungla de la mesa de novedades, todos somos de la misma generación. Es un homenaje a los mayores, a los que nos hacen escritores: uno es escritor porque encuentra en los libros de alguien una cosa que le gustaría hacer. En los primeros años, es muy importante la imitatio. Y lo que yo veo en estos últimos años es que la gente joven escribe mucho, pero no lee mucho. Eso sí que me parece preocupante, ese adanismo de pensar que antes no había absolutamente nada y que todo comienza con ellos. Creo pertenecer a una generación que sí tenía claro que había precedentes y maestros. En cuanto a lo otro, siempre que hay cierto éxito mercantil, siempre se buscan espejos o simulacros y, a veces, eso produce una especie de fatiga de nombres y de autores. Lo importante es que en ese tumulto haya unos cuantos libros y autores buenos. En los noventa, seguramente, sin el éxito del Kronen de Mañas y sin el éxito de la primera novela de Ray Loriga, hubiera sido bastante más difícil, por no decir imposible, que yo, después de escribir un primer libro de cuentos, me encontrara con que editoriales importantes me ofrecían publicar mi primera novela con ellos.

P: También publica nuevo poemario, Horizonte de sucesos.

R: Los libros de poemas, prácticamente, se hacen solos: vas escribiendo poemas y hay un momento en el que tienes que convertirte en editor, en el sentido inglés del término, y tratar de darles una estructura. Parto de un concepto de la Física, del horizonte de sucesos, el perímetro que nos señala que ahí dentro hay un agujero negro. Me parecía que era una imagen bonita para definir qué somos y también qué es la poesía. La poesía es ese horizonte de sucesos, lo poquito que uno puede decir del agujero negro que lleva dentro. Hay poemas que recuperan la música tradicional, hay poemas con rima, que me parece una herramienta muy recomendable, y hay otros poemas más desatados, más liberados. En el fondo, es una reflexión acerca de uno de los grandes peligros de nuestra época, que es el de la identidad. Para mí, la identidad es un monstruo peligroso que parece estar devorándolo todo, y me parece una pura fachada detrás de la cual pueden crecer monstruos, como estamos viendo tantas veces. Y luego, hay un componente de juego, de humor, de sarcasmo y, por supuesto, de autocrítica.

P: Para finalizar, ¿sigue esforzándose diariamente "tratando de encontrar la gracia"?

R: Es la misión esencial: encontrarle la gracia al vivir. Estamos aplastados por tantísimas cosas que, si te pones a pensar, no merecen la pena… Si no tratas de buscar la gracia, lo demás no vale nada. Si uno se va a la cama sin haberle encontrado durante todo el día la gracia a haber vivido un día más, pues ya me dirás.

P: A lo mejor por eso hay una sobredosis de identidad: porque la gente se va a la cama sin haber encontrado su gracia, y busca alternativas contaminadas.

R: Puede ser. No está mal visto. Desde luego, la identidad no es la gracia que me interesa. Si se te van los días sin encontrarle la gracia al vivir, algo estás haciendo mal.

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