
Han pasado 156 años desde el final de la Guerra de Secesión americana y la discusión sobre símbolos, monumentos, causas y consecuencias de aquel conflicto está más viva que nunca. Se recolectan firmas para retirar monumentos vinculados a la conflagración, se arrían las banderas de la Confederación, identificadas ahora con el supremacismo blanco y hasta con el trumpismo, y se debate sobre las causas del conflicto. Hay quien niega que en la raíz de esa guerra estuviera la esclavitud y quienes reniegan desde perspectivas opuestas de la figura de Abraham Lincoln, el primer presidente del Partido Republicano.
La "American Civil War"; ha hecho correr ríos de tinta, pero no precisamente en español. La editorial Actas se ha propuesto cubrir ese hueco con Confederación, un volumen de casi seiscientas páginas escrito por Emilio Ablanedo, experto en el conflicto, abogado del Cuerpo Superior de Letrados de la Administración de la Seguridad Social y exsubdelegado del Gobierno en Barcelona y Tarragona entre 2012 y 2018, durante lo más crudo del intento secesionista de los separatistas catalanes.

El autor repasa a lo largo del libro asuntos nada explorados como el análisis constitucional de la secesión, la organización de los Estados Confederados y la posición diplomática española, con Cuba en el punto de mira tanto de la Unión como de la Confederación. También analiza la participación de inmigrantes españoles en ambos bandos y cuestiones claves de la sociedad sureña como la esclavitud, los mitos sobre la caballerosidad y el honor, el surgimiento del Ku Klux Klan, la verdadera ideología del Lincoln, los perfiles de los generales Lee y Grant y el desarrollo militar del conflicto.
Tampoco se le escapa una mirada contemporánea al intento secesionista y su comparación con lo ocurrido en Cataluña durante la última época, asunto que contempló desde una posición de privilegio que le permite establecer comparaciones entre la agitación propagandística de los estados y señores esclavistas y las "fake news"; extendidas por los separatista catalanes como eje argumental de sus propuestas políticas.
Confederación es una obra clave para entender los antecedentes remotos de conflictos que todavía permanecen abiertos en la sociedad estadounidense y que afloraron de manera radical en episodios como la muerte de George Floyd en una intervención policial, el asalto al Capitolio enarbolando banderas sudistas de un grupo de partidarios de Donald Trump o la reciente polémica en torno al "Monumento a la emancipación", un conjunto que representa a Lincoln y a un hombre negro de rodillas que se está liberando de sus cadenas gracias al decreto de abolición de la esclavitud de 1862. Las estatuas fueron sufragadas después de la Guerra de Secesión por un grupo de libertos pero ahora está en discusión. Se considera racista y se plantea sustituirla por otra en la que se ve a Obama a punto de relevar en la presidencia al mismo Lincoln.
En el libro se cuenta cómo el estado de Misisipi acaba de retirar el símbolo confederado de su bandera estatal o como lo introdujo Georgia en 1956 a modo de protesta por el fin de la segregación racial en las escuelas. La bandera fue retirada en 2013. También se aborda la resistencia de los estados del Sur a asumir las consecuencias de la derrota. El ejemplo, otra vez en el estado de Misisipi, que no ratificó la decimotercera enmienda, de abolición definitiva de la esclavitud y la llamada servidumbre involuntaria, hasta el 16 de marzo de 1995, 130 años después de su presentación.
Otro de los temas es el denominado en Cataluña "derecho a decidir", la autodeterminación de algunos estados del Sur, cuestión que en los Estados Unidos tuvo su último episodio en 2012, cuando ciudadanos de los estados de Luisiana, Alabama, Florida, Tennessee, Georgia y Texas presentaron miles de firmas en la Casa Blanca en favor de la secesión. La administración estadounidense rechazó de plano las pretensiones de tales ciudadanos invocando a los Padres Fundadores y el caso de Texas contra White, que estableció que Texas siempre había permanecido en la Unión, incluso cuando formaba parte de la Confederación de Estados del Sur.
El autor se presta a dar su opinión y exponer sus conocimientos sobre algunos de los grandes interrogantes que aún persisten en torno al conflicto.
LD: -¿A qué se debe que siglo y medio después continúen las polémicas en torno a la guerra?
Emilio Ablanedo: Las polémicas sobre la Guerra Civil comenzaron incluso antes de que esta terminase. Paradójicamente fueron los perdedores quienes escribieron la historia de este conflicto, por la influencia determinante que tuvo la Sociedad Sureña de Estudios Históricos en el último tercio del siglo XIX y, posteriormente, grupos de escritores como “Los fugitivos de Nashville”. Estos eran muy influyentes en la década de los años treinta del siglo XX y su visión sobre las causas de la secesión, la guerra y la derrota fue llevada al cine por películas tan emblemáticas como Lo que el viento se llevó. A partir de aquí, este ideal romántico y caballeresco del Sur como una idílica arcadia rural, y de los sureños como hombres de honor que emprendieron una guerra perdida de antemano para hacer frente a la agresión injusta del Norte depredador y materialista, se extendió por todo el mundo. Durante los primeros años de la posguerra los sureños se esforzaron por demostrar que la causa de la guerra no había sido algo tan infame como la esclavitud, sino la defensa de los “states rights”, o lo que es lo mismo, el derecho de autodeterminación, también que la derrota era inevitable por el poderío industrial del Norte.

Crearon el conocido como “Mito de la Causa Perdida” que todavía perdura en el inconsciente colectivo. Las polémicas en esos años iniciales eran más bien de carácter técnico-militar, y estos debates todavía perduran hoy en día entre los expertos en la materia. Con el paso de los años la historiografía mayoritaria fue variando su análisis respecto a las causas de la guerra, y el derecho de autodeterminación dejó de ser considerado el motivo principal del conflicto para atender a las tensiones económicas subyacentes entre las diferentes regiones del país. Más tarde se destacó la inevitabilidad del choque entre el Sur agrario y tradicional y el Norte capitalista e industrial. Finalmente, a partir de los años cincuenta del siglo XX, la mayoría de la historiografía considera a la esclavitud como el elemento catalizador que conduce a la guerra. Sin embargo, en ámbitos no académicos las polémicas sobre estas cuestiones perduran y se han agravado en estos últimos años por las movilizaciones antirracistas adquiriendo una dimensión política de primer orden en los EEUU.
LD: ¿Es todavía motivo de enfrentamiento político en los Estados Unidos su guerra civil como sucede en España?
EA: En el conjunto de la población no percibo que se alcance el mismo nivel de virulencia y emotividad que en España. La Guerra Civil en los EEUU finalizó en 1865 y, a pesar de que la última viuda de la Confederación falleció en 2004, es un conflicto lejano. Si bien el número de muertos por esta guerra iguala la suma estadounidenses muertos en el resto de guerras en que han intervenido, la mayoría de las víctimas lo fueron por enfermedad. Los odios y los asesinatos entre vecinos no fueron tan comunes como en otras contiendas civiles y estos horrores solo fueron relevantes en determinadas zonas como Misuri, Kansas o Kentucky, donde se desarrolló una intensa actividad guerrillera por partidarios de ambos bandos. Los rencores entre ambos bandos, a diferencia de lo ocurrido en España, desaparecieron rápidamente. Solamente dos confederados fueron ejecutados por los federales, sin contar a los implicados en la conspiración que dio lugar al asesinato del presidente Lincoln. La gran preocupación de la mayoría de los sureños no era la esclavitud, puesto que solo el 31% de la población poseía esclavos, sino mantener el supremacismo blanco en sus pequeñas comunidades. Tras la finalización del periodo de la Reconstrucción en 1877, el Norte se desentendió del Sur y esta supremacía blanca se mantuvo durante 90 años más. Los exconfederados podían exhibir sus símbolos y organizar grandes actos de afirmación del orgullo sureño. Personalidades tan destacadas como Lee abogaron rápidamente por la reconciliación con los yankees y a principios del siglo XX los grandes héroes sudistas acabaron siendo adoptados como héroes por el conjunto de la nación.
Los conflictos con potencias exteriores, como la Guerra Hispano-norteamericana de 1898 o la Primera Guerra Mundial también contribuyeron a restañar heridas y a unir a la población. La situación volvió a encresparse en los años 50 y 60 del siglo XX con la lucha por los derechos civiles. Y actualmente, sobre todo después del ataque racista a una iglesia de Charleston en 2015, la polémica ha vuelto a cobrar virulencia, en este caso centrada en la supuesta pervivencia de un supremacismo blanco latente que pretendería perpetuarse y afirmar su presencia a través de los símbolos confederados.
LD: ¿Es equiparable la retirada de monumentos sudistas en los Estados Unidos con las leyes de memoria histórica de España?
EA: El propio concepto de memoria histórica me resulta un oxímoron: la historia es una ciencia social que aspira a la objetividad mientras que la memoria son los recuerdos y las experiencias subjetivas que, por definición, son personales o, a lo sumo, familiares. Lo que es memoria no es historia y viceversa. Por otra parte, cada vez más se pretende juzgar el pasado conforme a los rígidos esquemas morales del presente. El corolario de este planteamiento tan infantil como maniqueo no es otro que la damnatio memoriae, la condena al trastero de la historia a todos aquellos grandes personajes que no han sido beatíficos según esta moralina que cada vez nos constriñe más. El mundo clásico estaba basado en el esclavismo, lo que justificaría, según este planteamiento pueril, que arrumbásemos todo su legado, particularmente el de aquellos individuos tan deleznables como Platón, Aristóteles, Cicerón, Séneca… que osaban defender las bondades de la esclavitud.
En cualquier caso, creo que en el conjunto de las sociedades occidentales debería abrirse un amplio debate sobre la significación simbólica e histórica de los monumentos en los espacios públicos. En España podríamos comenzar por el kilómetro cero. ¿La estatua de Carlos III en la Puerta del Sol hace a los madrileños defensores del despotismo ilustrado? Y seguir por ciudades como Gijón: ¿la estatua de Augusto allí erigida hace a los asturianos partidarios del imperialismo y del esclavismo romano? Indudablemente, el mensaje y sentido de estos monumentos es muy diferente. Y con las estatuas confederadas en los espacios públicos también puede existir una variedad de significaciones. Creo que no implica lo mismo el Monumento a Virginia, en el campo de batalla de Gettysburg, que está coronado por una magnífica estatua ecuestre de Lee, que otra estatua de este mismo general emplazada en la Monument Avenue de Richmond. Tampoco la importante estatuaria confederada situada en los cementerios. Considero que cada estatua es susceptible de ser interpretada de manera diferente dependiendo de su contexto y situación. Habría que valorar si su mensaje es simplemente histórico o si tiene la virtualidad de transmitir un pretendido supremacismo blanco.
LD: ¿Qué hubiera pasado si hubiera ganado el Sur?
EA: Habría sido un escenario distópico pero no imposible. Y es que, a diferencia de lo que todavía opinan muchos influidos por el “Mito de la Causa Perdida”, el Sur perfectamente podría haber ganado la guerra. Como expresaba Clausewitz, “la guerra es el territorio del azar” y las oportunidades que tuvieron los sudistas fueron claras, como explico en mi libro. Siempre resulta difícil hacer este tipo de elucubraciones pero probablemente la esclavitud habría desaparecido en pocas décadas por razones económicas, como ocurrió en otras partes del mundo. Sin embargo el supremacismo blanco habría perdurado más tiempo, sin la legislación federal sobre los derechos civiles y la presión ejercida por el gobierno federal para acabar con la segregación racial. El Sur recordaría a la Sudáfrica del apartheid y quizá el reconocimiento de los derechos civiles no se habría producido hasta el siglo XXI.
LD: ¿Qué hay del espíritu de la Confederación en quienes asaltan el Capitolio enarbolando banderas sudistas?
EA: La bandera de combate confederada (que, a diferencia de lo que mucha gente piensa, nunca ha sido la bandera oficial de la Confederación) ha sido y es considerada simultáneamente representativa del supremacismo blanco pero también del orgullo regional sureño y de los grupos de música rockabilly. En los años sesenta y setenta incluso fue reivindicada por estudiantes sureños de izquierdas en universidades del Norte. Estos últimos años su presencia también se ha extendido fuera del Sur, particularmente en pequeñas comunidades rurales, para representar el nativismo, los valores agrarios y tradicionales de la América profunda. Incluso existen grupos de afroamericanos que reivindican esta bandera como parte de su herencia familiar y cultural. Sería interesante entrevistar a sus portadores y preguntarles en qué categoría se incardinan.

LD: ¿Qué similitudes hay entre el intento secesionista catalán y las posiciones y actos de los Estados del Sur de los Estados Unidos en los años previos a la guerra?
EA: Tanto los Estados Unidos como España poseen constituciones escritas que, de forma muy clara en el caso español y algo menos en el estadounidense, proscriben la secesión. El desafío separatista que tuvieron que afrontar fue jurídicamente similar. John Calhoun fue uno de los grandes juristas norteamericanos y el gran teórico de los “states rights”, el “derecho a decidir” de los estados, que sirvió de sustrato jurídico a la secesión. Y este inexistente derecho a la autodeterminación, formulado de una manera ciertamente mucho más burda, también fundamentó el envite separatista en Cataluña. La propaganda de los más conspicuos separatistas sureños también fue implacable y organizada y consiguió galvanizar a la sociedad sureña hasta el paroxismo con la elección de Lincoln. Se consiguió infundir en la población blanca el temor a la abolición inmediata de la esclavitud y a la transformación del Sur en África o Haití. Esta propaganda agresiva insistía en la necesidad de la secesión como la única oportunidad de sobrevivir que tenían los sureños blancos, algo que también nos resulta familiar por estos lares. No esperaron a que se tranquilizaran los ánimos sino que lanzaron el órdago separatista aprovechando la rabia colectiva del momento. Y luego provocaron la guerra para forzar a los estados del alto Sur, como Virginia, a sumarse a ellos ante la disyuntiva binaria y perversa que se les planteaba, de luchar con unos o con otros. Era la minoría de ricos plantadores esclavistas la que tenía un peso político desproporcionado en el Sur, imponiendo su criterio y voluntad frente a las grandes masas de pequeños granjeros blancos empobrecidos.
Los sureños tuvieron ocasión de ocupar el territorio que pretendían independizar y crear estructuras de estado por la pasividad del presidente en funciones, el demócrata James Buchanan, que se limitó a expresar la ilegalidad de la secesión pero sin hacer nada para evitarla. Así, los sudistas se apresuraron en ocupar los puertos, las aduanas, las oficinas postales, los arsenales federales, los juzgados y tribunales, las cecas, los fuertes… al tiempo que creaban una administración propia, redactaban una constitución provisional, elegían un presidente, designaban un gobierno, elegían un congreso, establecían una bandera nacional, organizaban un ejército… Cuando Lincoln se dispuso a tomar posesión de la presidencia de los EEUU en marzo de 1861 se encontró con un nuevo país independiente. Y es que, según el derecho internacional público, no basta con declararse independiente si no se controla de hecho un territorio y se ejerce la soberanía con carácter exclusivo sobre el mismo. Todo lo demás es mero papel mojado. Así ocurrió con la proclamación del estado palestino en El Cairo en 1988, que fue un mero brindis al sol. Y qué decir de la declaración de independencia suspendida a los 8 segundos… Sería divertido si no estuviera teniendo estas consecuencias tan lamentables para la convivencia y la economía en Cataluña.
Los separatistas sureños controlaron casi todo su territorio salvo tres fuertes en Florida y fuerte Sumter, situado en la bahía de Charleston, en Carolina del Sur, la cuna de la secesión. Si no conseguían ocupar estos fuertes estarían transmitiendo a la comunidad internacional el mensaje de que no controlaban sus fronteras ni su territorio, al menos no totalmente. Por eso se decidieron a atacar este fuerte, provocando la guerra y, al tiempo, atrayendo a su causa a aquellos estados que tenían simpatías sureñas pero que no eran partidarios de la separación. Todo fue una rápida huida hacia adelante provocada por la minoría de plantadores. Las consecuencias fueron dramáticas.

LD: ¿Fue el esclavismo la verdadera causa de la guerra o uno más entre otros motivos?
EA: Esta es una de las cuestiones a las que dedico más páginas en mi libro porque el debate pervive en la opinión pública aunque no en la mayoría de la historiografía seria. La respuesta no es baladí en el contexto de las polémicas sobre los símbolos confederados. Si partimos de que la esclavitud no fue el motivo de la secesión ni aquello para cuya defensa se formó la Confederación, se diluye la significación racista de estos símbolos. Sin embargo, si efectivamente fue la esclavitud el motor de la secesión y la piedra angular de la Confederación, entonces hemos de concluir que esta frustrada entidad política simplemente nació con la finalidad de proteger algo tan inaceptable como la esclavitud y la exaltación de los secesionistas no solo sería rechazable por su ilegalidad sino también por su racismo.
Las razones del conflicto y de la contraposición de intereses entre el Norte y el Sur fueron muchas y variadas, pero ninguna tan determinante ni irresoluble como la esclavitud. Fue esta práctica la que condujo a los EEUU a un callejón sin salida, provocando la secesión y la guerra. Me quedo con el discurso más importante articulado nunca por un líder confederado, en concreto el famoso discurso de “la piedra angular” del vicepresidente Alexander Stephens, pronunciado en Savannah en 1861. Utilizando un lenguaje bíblico, manifestó que el fundamento real de la Confederación era la desigualdad racial y la subordinación del negro al blanco, y, en consecuencia, la esclavitud era una práctica igualmente benéfica para ambas razas.