Una frontera siempre es un lugar conflictivo. Un cruce entre dos mundos, quizás dos esperanzas, y una transición que no tiene por qué ser liberadora. En la frontera ficticia entre dos sierras, la oriental y la occidental, sitúa Karina Sainz Borgo la trama de su última novela, El tercer país (Lumen), nombre de un cementerio regido por una Antígona moderna y al que van a parar sin remedio los restos de todos los desposeídos. Allí acuden a diario aquellos que no tienen dónde dejar los huesos de sus seres queridos, como en un éxodo interminable, empujados por la amenaza de una extraña peste de desmemoria que llegó junto a la lluvia, "como los malos presagios". Todo en el texto rezuma una extraña fuerza, que interpela y desasosiega. Después de su brillante debut con La hija de la española —traducida a más de veinte idiomas—, Karina Sainz Borgo se consolida como una de las narradoras en castellano más portentosas de los últimos tiempos. Hablamos con ella:
Pregunta: Es tentador leer la asociación entre un país y un cementerio en clave política. ¿Tenías esa intención mientras escribías?
Respuesta: Pues te diría que mi intención ha sido más humana que política. Completamente humana, de hecho. El libro está escrito a partir de una figura muy potente, que lo condiciona mucho, que es Antígona. Esta mujer que desafía una ley arbitraria para poder hacer lo que ella considera que es justo. Antígona es un personaje que siempre me ha interpelado mucho. Me gusta. Me parece potentísimo. Y se me cruzó en el camino justo cuando estaba buscando historias que escribir. Yo siempre ando escribiendo y pensando ideas. Y en ese proceso, como te digo, me surgió una historia de una persona que se dedica a enterrar muertos en la frontera. A aquella gente que no tiene quien la entierre. Ahí me di cuenta de que esa persona era Antígona. Clavada. Fue una impronta muy visible, que se me quedó grabada. Y creo que es algo que explica buena parte de la naturaleza de este libro.
P: Ese es un tema interesante. Angustias, en la novela, termina renegando de cualquier trascendencia más allá de la muerte, pero sigue enterrando, pese a llegar a tener una visión muy pesimista de la vida. ¿A qué ley responde Antígona cuando entierra?
R: Yo creo que a la necesidad de dignidad y de justicia. Antígona, cuando intenta darle sepultura a su hermano, que además ha muerto a manos de otro hermano, decide colocarse en el disparadero, y sólo lo hace porque considera que es lo correcto. Ahí hay un afán de justicia, pero también de memoria. Yo creo que el enterramiento, como fenómeno, permite cerrar un ciclo. Porque, de alguna manera, una muerte que no ha sido sepultada es como una vida que no ha ocurrido. Y en el caso de Angustias esto es algo que está muy presente, por supuesto. Es una mujer que viene huyendo, minada anímicamente, después de andar cargando con dos criaturas muertas. Por eso posee una visión de la vida como algo completamente efímero. Hay que tener en cuenta también que ella emprende una marcha larguísima con la única intención de salvar a unos hijos que, sin embargo, no sobreviven. Pero para eso ha dejado todo atrás. Su casa, sus cosas, su vida, su trabajo, la sierra oriental… Y se queda sin nada. Lo único que le queda es la tumba de sus bebés y su recuerdo. Por eso termina deseando echar raíces en "el tercer país". Su llegada al cementerio y su vida alrededor de él responde a eso.
P: Ella también huye de la sierra oriental por la plaga de desmemoria que la está desolando. Es una alegoría que recuerda a la de Cien años de soledad, pero no sé si también es una clave que pretende describir un mal social concreto.
R: Pues sí. Como bien dices, se trata de un pequeño homenaje al García Márquez de Cien años de soledad. Es increíble la capacidad prodigiosa que él tenía para resolver problemas muy complejos con decisiones tremendamente sencillas. Pero también, más que nada, la función de la peste de desmemoria se limita a la de algo que es mucho mayor que el individuo. Así de simple. La peste podría ser una guerra, por ejemplo; una catástrofe natural; una crisis migratoria; un régimen autoritario. Muchas cosas. Pero lo realmente trascendental es que se trata de algo que es muy superior a los individuos que intentan sobrevivirla. Luego, es verdad, el hecho de que sea una plaga de desmemoria también tiene su significado. En el fondo yo tengo la sensación de que vivimos en un tiempo que está obsesionado con la memoria, pero que olvida muy rápido. Hemos visto el uso torticero que se le hace a la memoria en tantas ocasiones… Con intereses políticos, de reescritura de la Historia, o por fines identitarios… Uno acaba preguntándose quién recuerda y para qué. Qué recuerda. En el caso de Angustias Romero, es que no tiene nada más que hacer. Sólo le queda aferrarse a esas muertes que, para ella, han llegado demasiado pronto y de las que además se siente responsable.
P: ¿El olvido es otra forma de morir?
R: Por supuesto. Aquello que ocurrió tiene que saberse. Tiene que recordarse. De lo contrario, ¿cómo puedes sobreponerte? Es una sensación que se ha vuelto más visible justo ahora, además. En buena medida, la sensación de irrealidad que tenemos con la pandemia proviene de ahí. Este tiempo continuo, sin pausas, donde la gente no ha tenido tiempo ni siquiera de sentarse a llorar… Antes de este virus nuestra relación con la muerte era casi anecdótica. La ocultábamos. Pero llegó la pandemia y, de repente, todo aquello que estábamos conteniendo se manifestó con toda su fuerza. En un segundo pasamos a discutir sobre si es correcto o no publicar fotos de ataúdes en una pista de hielo. No sé. En general, todo lo que hemos vivido en este último año nos ha dado una medida de cómo de falible es nuestra capacidad de recordar los hechos.
P: Justamente esa es una de las críticas más recurrentes a la manera de hacer política hoy en día, ¿no?. Esa forma cada vez más exagerada de desdecirse y de mentir, porque en el fondo sale gratis.
R: Sí, sí, claramente. También a eso me refería.
P: El de la memoria es un debate, además, que ha tenido relevancia este último año por la ley de memoria democrática. ¿Es exagerado el alarmismo de algunos? ¿O está justificado? ¿Cómo puede una sociedad hacer frente a las posibles utilizaciones partidistas de su pasado colectivo sin caer en otras utilizaciones de signo contrario?
R: Yo creo que la mejor batalla contra el uso interesado del pasado es una batalla individual. No veo pertinente que exista una legislación y que el Estado intervenga en la memoria colectiva de una forma tan directa. Pero creo también que la única forma de responder ante eso debe ser individual. La gente sabe perfectamente cuándo le intentan inducir a pensar de una manera particular. Y todos los falseamientos de la realidad se perciben a kilómetros de distancia. Así que sigo pensando que se trata de un problema de elección, exclusivamente. El recuerdo también es eso, ¿no? Uno elige enterrar a los suyos, recordarlos, tratar con compasión a los demás… Y esta es una idea en la que me gustaría incidir muchísimo: El tercer país es una novela sobre la piedad. De eso trata.
P: Eso me hace acordarme de la escena en la que Angustias le reprocha a Visitación que siente más compasión por los muertos que por los vivos. ¿Pero lo difícil no es, precisamente, compadecer a los vivos?
R: Lo que pasa es que los vivos somos bastante más problemáticos. Los muertos son irreversibles. Tú sabes que no van a volver. Es una pregunta muy recurrente, el plantearse por qué las personas discutimos y nos peleamos como si no hubiese un mañana. A mí me parece algo muy curioso. A veces hacemos o decimos cosas en vano, sin damos cuenta de que si no tuviésemos la ocasión de arreglarlo más adelante nos arrepentiríamos una barbaridad. Esa escena que mencionas entre Visitación y Angustias va por ahí. Luego hay que entender que tanto la una como la otra se complementan bastante. A lo largo de toda la obra se van conociendo paulatinamente, y su convivencia se va haciendo más compleja.
P: Ese es otro tema que quería preguntarte. Los personajes más poderosos de la novela son todos femeninos. ¿Se trata de un mensaje feminista deliberado?
R: Bueno, a ver. La verdad es que mi relación con lo femenino, y la atracción tan fuerte que siento por las historias de mujeres, es muy anterior al feminismo beligerante de la era del Metoo. Lo digo por los distintos usos que se le están dando al propio término feminismo. Hoy en día existe un tipo de feminismo concreto con el que no siento demasiada conexión, porque lo veo lleno de imprecisiones e hipérboles. Pero más allá de cuestiones ideológicas, yo siempre he sentido un interés enorme por los personajes femeninos. Puede que venga condicionada de haber crecido en una sociedad tan matricéntrica, en las que las mujeres podían ejercer un poder dentro de sus casas que no les era reconocido fuera. Esas madres de familia que sostenían hogares de manera prácticamente solitaria, pero que después nunca tuvieron reconocimiento por su fortaleza. En mi novela, en ese sentido, tanto Visitación como Angustias participan de un homenaje, de un retrato en conjunto que he intentado hacer de ese tipo de mujer.
P: Bueno, y no sólo Visitación y Angustias. De hecho, yo diría que todas las mujeres de El tercer país son verdaderos portentos.
R: Sí, es verdad. En eso estoy de acuerdo contigo. El elemento fundamental que caracteriza a todas las mujeres del universo femenino que he construido es que están hechas del mismo material resistente. Lo aguantan todo, permanecen firmes, tienen determinación y además no necesitan a nadie. Son tremendamente independientes. Pero creo que es un universo bastante coherente, de todas formas, en el sentido de que viven en un entorno muy amenazante, dificilísimo, que las ha colocado en esa posición. Al final una frontera es un lugar lleno de peligros. Lugares de paso, en los que las leyes tienden a diluirse… Y el que yo he dibujado en la novela, además, tiene unas características concretas muy duras. De ahí que enfatice tanto la importancia de la compasión y la piedad, porque los personajes de mi novela se sienten tremendamente amenazados. En el fondo es una visión acerca de la incomprensión en la que creo que viven todos los migrantes. Los migrantes son seres muy invisibilizados, por lo general; y suelen ser utilizados de forma interesada también.
P: Eso último que dices es bastante curioso. El de la inmigración es uno de esos debates en los que, por lo politizados que están, es complicado decir nada sin que te tilden de una cosa o la contraria.
R: Por supuesto. Sí, sí. Lo que pasa con el problema de la inmigración es que es muy anterior a lo que pensamos. Desde el inicio de la humanidad, los seres humanos se mueven. Y se mueven en circunstancias adversas. Desde los comienzos de la literatura, uno de los temas fundamentales es el del viaje. La vuelta a casa, por ejemplo. El héroe canónico es esa persona que emprende un viaje, que modifica el paisaje, que hace todo lo posible por sobreponerse. Y esa manera de aproximarse a esa realidad, en mi opinión, nos brinda un poco más de sosiego a la hora de abrir debates tan complejos, que por lo general tienden a polarizarse muchísimo y a los que ni siquiera somos capaces de dedicarles el tiempo suficiente para tratarlos en profundidad, porque nuestra sociedad va rapidísimo. Al final, es cierto, todos los populismos han echado mano de la inmigración para afianzar sus territorios ideológicos. Pero yo creo que no ha habido territorio más incomprendido que el del migrante. Hace apenas dos años vimos una de las caravanas más potentes en Centroamérica, que unió a muchísima gente de distintos países con el único pegamento del temor. Tenían tanto miedo de no saber cómo iba a ser su travesía si la hubiesen hecho solos, que se agruparon. Y lo mismo podríamos decir de los refugiados sirios. Al final la complejidad está en la huida. Porque el que migra siempre huye.
P: La novela, de hecho, puede parecer ubicada en una América genérica. No tanto en un país concreto, sino en todos al mismo tiempo. Hay ecos de Pedro Páramo y del páramo mexicano, pero en realidad podría ser cualquier país sudamericano. ¿La escribiste con esa idea de panamericanismo, o sólo es una sensación de lector?
R: Bueno, creo que eso que comentas responde a mi formación particular como persona. Al final tienes que pensar que la sensibilidad literaria de todo un continente tiene puntos de conexión. Es verdad que Pedro Páramo es un libro fundamental para poder comprender nuestra idea de lo sobrenatural, de la muerte, de la literatura, del paisaje… Y tiene una influencia clara en El tercer país. Pero más allá de eso, debo decirte que todo ha sido un proceso bastante más espontáneo de lo que parece. Yo lo veo como una respuesta personal, no tan deliberada.
P: También tiene ecos de ese realismo mágico que tanto asociamos con la literatura sudamericana, pero, pese a todo, es una novela más realista que mágica. En todo momento miras las supersticiones como eso, meras supersticiones sin base racional.
R: Sí, sí. Eso que dices es así. Lo que pasa es que la novela es muy fronteriza. Está situada en una frontera física entre dos sierras, pero también en la frontera entre los vivos y los muertos, los buenos y los malos, la verdad y la mentira, la realidad y la irrealidad… Juego un poco con eso. Hay muchos episodios aparentemente sobrenaturales que después tienen una explicación mucho más racional. Básicamente porque el mundo real se mueve en esas explicaciones prácticas; que son presumiblemente decepcionantes, pero que son las que propician otras cosas a las que a veces cuesta encontrarles sentido.
P: ¿Hay herencia española, también? ¿Hasta qué punto la tradición literaria española y latinoamericana se parecen y hasta qué punto difieren?
R: Bueno, en la novela meto un homenaje a Cervantes claro, por responderte de forma escueta. Pero mira, yo creo que lo que a mí me ha hecho mejor lectora, y una persona con un lenguaje más amplio, es el híbrido que se genera. Iberoamérica, como híbrido, tiene unas convivencias maravillosas. Hay autores a los que yo les debo muchísimo. Miguel Delibes, Juan Benet… Sin duda alguna Juan Marsé, que es el primer autor que leí conscientemente. Con una conciencia de que había otra escritura, quiero decir. Otra forma de escribir. Y creo que lo mejor está por llegar, en el sentido de la hibridación que hay en los lenguajes y las sensibilidades. Cada día se va percibiendo esto de manera menos extraña, en mi opinión.
P: Después está el desasosiego. Leyendo una novela tan marcada por la miseria humana uno llega a plantearse hasta qué punto cualquier sociedad puede llegar a corromperse sin remedio.
R: Sí, ese es otro de los temas. Porque por lo general tendemos a dar por amortizado un mundo civilizado, estable y pacífico que creemos que va a durar para siempre. Pero eso no es cierto. Nada dura para siempre. Ni la democracia ni la confrontación. El desencuentro tampoco dura para siempre. La cosa es entender que en cualquier momento puede iniciarse una circunstancia que lo revolucione y lo cambie todo. La mejor explicación es lo que nos ha ocurrido. Creo que con la pandemia hemos pagado un precio altísimo, pero eso ha modificado nuestra relación con el entorno, con el otro, e incluso con la fuerza pública. El tercer país, como novela, lo que quiere constantemente es interpelar al lector. Que salga afectado. Que la paradoja esté siempre presente. No hay más que ver a ciertos personajes. Visitación y Angustias son contradictorias. Pero eso forma parte de nuestra manera de movernos por este mundo. Que, insisto, ha estado especialmente convulsionado en este último año.
P: ¿Con qué has disfrutado más mientras escribías, con la vitalidad de Visitación o con la perseverancia silenciosa de Angustias?
R: (Risas). Con la convivencia entre ambas. Son muy contrapuestas, sobre todo al comienzo, pero en esa contraposición se complementan. En buena medida porque Visitación es un personaje exagerado, hiperbólico, que tiene una relación con el sexo exagerada, y con la comida también. Angustias, por el contrario, es una mujer muy retraída, tímida… Pero la convivencia entre ambas funciona perfectamente y genera una relación buenísima entre los dos personajes.
P: También te diré que el personaje más enigmático, para mí, es Salveiro.
R: Claro. Salveiro es un personaje muy débil. Es una fantasmagoría. Una persona enferma, que lo ha ido perdiendo todo, y que acaba perdiendo hasta la noción de la realidad. La razón. Termina completamente borrado. Pero a mí me parecía muy importante trabajarlo bien, porque también es una víctima. Y, sobre todo, es una gran fantasmagoría.
P: Sin embargo sigue unido al recuerdo de sus hijos. Le queda un resorte de acción, que son ellos.
R: Por supuesto. Pero piensa que su relación es más falible, porque de él no sabemos nada. Sabemos tan poco, de hecho, que ni siquiera estamos seguros del mal que lleva encima. No sabemos si está enfermo o si se ha unido a los Irregulares; si está traumatizado por la pérdida o ya tenía una impronta de ese tipo. Por eso me gusta plantearlo como una fantasmagoría. Ese tipo que no está ni se le espera.
P: Por terminar, ¿tienes algún otro proyecto literario en marcha?
R: Sí, estoy trabajando en el siguiente, la verdad. Con menos velocidad de la que querría, pero estoy en ello.
P: ¿Y puedes adelantar algo?
R: (Risas). No, no. No puedo. Me encantaría, de verdad, pero si te adelanto algo ya me termino liando y nos dan las uvas.