Escribió Chesterton sobre la decadencia de Roma que fue un llamativo periodo de prolongado estancamiento. "No quedaba nada que pudiera conquistar, pero tampoco nada que pudiera mejorarla", resumió escuetamente. "Los pueblos habían mancomunado sus recursos y aun así no había suficiente. Los imperios se habían aliado y aun así seguían en bancarrota. Ningún filósofo que filosofara verdaderamente podía pensar nada más…". La civilización superior se había extendido hasta el último confín del mundo conocido después de siglos de evolución y había terminado por condenarse a una agonía lenta producto de su propia hegemonía.
Ahora es Ross Douthat, periodista y columnista estadounidense, el que rescata esa imagen para referirse a la época actual. En su libro, La sociedad decadente (Ariel), recientemente publicado en España, se apoya en la definición de decadencia que dio el filósofo Jacques Barzun y la amplía, explicando que "hace referencia al estancamiento económico, al deterioro institucional y al agotamiento cultural e intelectual en un elevado nivel de prosperidad material y de desarrollo tecnológico". Otra imagen, también usada por él, sería la del árbol frutal completamente esquilmado en sus ramas inferiores pero impoluto en las superiores. Para Douthat, posiblemente, aún no hemos desarrollado herramientas nuevas que nos permitan abastecernos más arriba en el tronco del progreso.
Su teoría no es original y choca con otras, más optimistas, que ven un aumento continuado e ininterrumpido de la riqueza global. Sin embargo, Douthat no niega muchos de los datos en los que se basan autores como Pinker. Simplemente los contextualiza y les quita brillo, advirtiendo que, más allá de lo que se piensa, la sociedad occidental lleva estancada desde hace dos generaciones.
Un ejemplo llamativo que sirve para entender su postura sería el que él mismo utiliza en el libro: la teoría de Regreso al futuro. La película de Robert Zemeckis juega con el golpe de realidad que producían los saltos generacionales durante el siglo pasado. Para un joven de 1980, regresar 30 años en el tiempo habría sido parecido a cruzar un abismo secular. Los avances tecnológicos, económicos y culturales se reflejaban también en las propias formas de entender la vida de los ciudadanos de a pie, poseedores de marcos mentales completamente diferentes a los de sus progenitores. Pero no le ocurriría exactamente lo mismo a una persona de 2010 que regresase a 1980, sostiene Douthat. Más allá de la aparición de internet, un auténtico avance colosal, nada ha cambiado desde hace décadas. La renta de las familias en los países desarrollados es relativamente similar, los avances tecnológicos no han mejorado la vida de la gente de una manera tan significativa y, desde la caída del Muro de Berlín, ninguna teoría nueva ha venido a cuestionar la hegemonía liberal. El ser humano estaría comenzando a repetirse, abotargado después de un periodo increíblemente vertiginoso.
Esa visión tampoco chocaría necesariamente con la aparente inestabilidad política que se respira en los últimos años. "Es posible que [la oleada populista] represente la forma en que la realidad virtual maneja las pasiones políticas, no fomentando una verdadera revolución, sino animando a la gente a simular un extremismo, a reproducir los años treinta o los sesenta en los medios sociales (...), a abordar la política radical del mismo modo que abordan un videojuego", explica. Internet, el gran avance de los últimos 30 años, habría servido en última instancia como una especie de Sucedáneo de Pasión Violenta a la manera del de Un mundo Feliz, de Aldous Huxley. "Una buena bronca en Facebook o un acoso en Twitter (...) proporcionan todos los efectos tónicos de unirse a los Weathermen o a los Panteras Negras o a la marcha sobre Roma de Benito Mussolini sin ninguno de los inconvenientes físicos", resume Douthat.
Para apuntalar su teoría recurre a los datos. Desde que la llegada de la red facilitó el intercambio de información e hizo más accesible la visualización de la violencia y la pornografía, el gran miedo tanto del ala conservadora como de una parte destacada del progresismo feminista era que la cosa redundara en un incremento de la violencia real —a este respecto también era utilizado el argumento de los videojuegos sangrientos—. Los jóvenes, liberados de las ataduras materiales y capaces de bucear en la realidad aumentada, tendrían nuevas vías para desarrollar una serie de vicios imposibles de colmar, lo que les llevaría a prácticas cada vez más sórdidas si querían saciar sus apetitos. Sin embargo, señala Douthat, los datos demuestran precisamente lo contrario. Desde la llegada de internet la violencia ha disminuido notablemente entre unos jóvenes que, además, demuestran un menor apetito sexual que sus antecesores. Más allá de las notables excepciones que de vez en cuando aparecen en la prensa, la tendencia general es que el mundo digital ha terminado siendo un sustitutivo del mundo exterior. Un simulacro etéreo en el que vaciar las bajas pasiones.
Y aunque el auge de los populismos y la amenaza de ciertas ideas extremistas o autoritarias exista, los cierto es que, al menos en occidente, la mayoría de los gobiernos que han accedido al poder gracias a ellas han terminado cediendo en la siguiente cita electoral. Para Douthat esto no es algo intrascendente. No defiende que la democracia liberal esté asegurada ni que no existan amenazas reales que puedan hacerla caer. En realidad, lo que dice es que esos mismos sistemas alternativos que se oponen a ella desde su seno no son nuevos ni innovadores —pertenecen en su mayoría al siglo XX—, y además se encuentran en su propio proceso decadente.
Esa es precisamente una de las características que hacen pensar que la decadencia global pueda prolongarse en el tiempo igual que se prolongó la de Roma. El antiguo Imperio latino terminó cayendo por el enfrentamiento directo con otras civilizaciones que lo amenazaban más allá de sus fronteras. Pero para Douthat las amenazas a la actual civilización occidental, aunque existentes, se encuentran inmersas en un crecimiento tecnológico análogo al que ya protagonizaron las naciones desarrolladas y, en última instancia, muestran los mismos signos de debilitamiento que ellas. Douthat identifica varias posibles amenazas, desde la China todopoderosa, con su capitalismo de Estado, hasta el Islam, pasando por las alternativas que podrían desarrollarse en un continente africano al que todavía le queda un largo trecho por recorrer, o el reto eternamente postergado del cambio climático. Todas ellas podrían suponer un cambio de paradigma, ciertamente, pero a la larga, Douthat observa que se encuentran igualmente inmersas en el estancamiento tecnológico, económico y cultural que podría servir para definir a la humanidad en su conjunto. El caso del cambio climático, ciertamente distinto, lo que podría provocar es que la tendencia actual se acentuase, permitiendo que los países más desarrollados aguantasen mientras que los más pobres sucumbiesen.
Para identificar ese sentimiento por la condena de la civilización que se topa con los límites de su propio progreso y que observa la llegada del bárbaro como su paradójica salvación, utiliza un famoso poema de Cavafis:
¿Por qué empieza de pronto este desconcierto
y confusión? (¡Qué graves se han vuelto los rostros!)
¿Por qué calles y plazas aprisa se vacían
y todos vuelven a casa compungidos?
Porque se hizo de noche y los bárbaros no llegaron.
Algunos han venido de las fronteras
y contado que los bárbaros no existen.
De esa manera considera que, aunque nada de lo diagnosticado sea definitivo y pese a que siempre puedan aparecer nuevas vías, genuinamente innovadoras, que viren por completo el rumbo de la civilización, esos nuevos desarrollos a día de hoy parecen pasar por la adquisición de la tecnología que permita el salto definitivo al espacio exterior, iniciando una nueva era de colonización más allá de las fronteras terrestres. Eso o una decadencia prolongada y no necesariamente negativa. La de Roma duró siglos. Y para Douthat, al fin y al cabo, nosotros sólo llevamos en la encrucijada unas cuantas décadas de nada.