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Pedro de Tena

Los libros ¿rojos? de Xi JinPing. Covid-19: El Gran Reinicio

Fundándose en su libro anterior, Schwab considera que los cambios ya en marcha son inevitables y conducen a un “gran reseteo” del mundo conocido.

Fundándose en su libro anterior, Schwab considera que los cambios ya en marcha son inevitables y conducen a un “gran reseteo” del mundo conocido.
Han Zheng junto a Klaus Schwab | Cordon Press

Más que oportunamente, el pasado mes de junio de 2020 vio la luz el último libro de Klaus Schwab, en este caso, escrito al alimón con Thierry Malleret, el primero, como es conocido, presidente del Foro Económico Mundial de Davos y el segundo, responsable de un barómetro predictivo y responsable del área Red de Riesgos Globales del propio Foro de Davos.

El título del libro, Covid-19: El Gran Reinicio, es todo un mensaje directo que parece confirmar que la pandemia de Covid-19 quiere convertirse en el eje de un proyecto mundial de cambio institucional, tecnológico, económico y cultural. Ahora, las sospechas, llamadas conspiranoicas, acerca de la pandemia como plan oculto de autores ocultos para dar paso a cambios esenciales que quieren reducir el poder de las naciones tradicionales y promover una globalización pro China, tienen el campo abonado para extenderse.

Por cierto, en todo el libro de 141 páginas en formato digital sólo se menciona una vez el lugar global de aparición de la pandemia: “Nada resulta más ilustrativo de esto que la vertiginosa velocidad a la que avanzó la COVID-19 en marzo de 2020. En menos de un mes, pareció que de la vorágine provocada por la asombrosa velocidad a la que la pandemia se extendió por la mayor parte del mundo había de surgir una era completamente nueva. Se pensó que el brote se había iniciado en China poco tiempo antes, pero la progresión exponencial de la pandemia sorprendió a muchos altos responsables y a la mayoría de los ciudadanos porque, en general, nos resulta cognitivamente difícil comprender la importancia del crecimiento exponencial".

Publicado justo cuando la presidencia de Donald Trump estaba siendo torpedeada desde los sindicatos americanos, los demócratas y muchos gobiernos de diferentes Estados —algo que ha confesado la revista Time con todo lujo de detalles—, el libro deja claro que uno de los motivos por el que la caída de Trump era deseada por muchos era su distanciamiento de China.

Cuando trata de la creciente rivalidad entre China y Estados Unidos en las postrimerías de la presidencia de Trump, Schwab y Malleret escriben: “A diferencia de la Unión Soviética, China no pretende imponer su ideología en todo el mundo… Antes de la pandemia, ya se estaban generando tensiones entre las dos potencias dominantes en muchos ámbitos diferentes (el comercio, los derechos de propiedad, las bases militares en el mar del Sur de China y, en particular, la tecnología y la inversión en industrias estratégicas), pero después de cuarenta años de enfrentamiento estratégico, Estados Unidos y China parecen ahora incapaces de salvar la brecha ideológica y política que los separa".

De esta confrontación planetaria, hay tres posibilidades: O ya ha ganado China, o ganará Estados Unidos o no habrá ganadores claros. Los que creen que la victoria ha sido de China aducen para apuntalar su conclusión en que la fuerza de Estados Unidos como principal potencia militar mundial ha quedado reducida a la irrelevancia al demostrarse su incapacidad frente a un enemigo invisible y microscópico, el Covid-19 nacido en China.

Además, ha demostrado la incompetencia de la respuesta de Estados Unidos (y de Europa) a la pandemia por no ser en ninguno de los casos una respuesta “nacional” conjunta en el caso USA ni común en el caso europeo donde el troceo de la gestión ha resultado un espectáculo inenarrable. China sí ha ejercido un mando único dictatorial, como es natural, en un régimen comunista.

La derrota de Estados Unidos se amarra con la imagen de una sociedad muy desigual ante el tratamiento de la pandemia, sin cobertura médica universal y un racismo “sistémico” que ha sido puesto de manifiesto por el movimiento Black Lives Matter. Es más, es que China ha sustituido a EEUU como país amparador en las catástrofes: En marzo de 2020, China envió a Italia 31 toneladas de equipos médicos (ventiladores, mascarillas y trajes de protección) que la Unión Europea no pudo proporcionar".

Los que ven ganador a Estados Unidos aducen la fortaleza del dólar (China ya ha ensayado un modelo de moneda digital en 2020), el éxito de sus universidades, el declive demográfico chino, cuya población envejece rápidamente y su “cerco” conflictivo por otros países desde Japón a India y su dependencia energética. Pero, claro, ”¿cómo puede aceptar la Administración estadounidense que el 97 % de los antibióticos que se comercializan en el país sean de origen chino?”

Otros creen que son las grandes potencias como Estados Unidos, China y la Unión Europea las que han perdido esta batalla por haber demostrado ser “altamente disfuncionales”, esto es, “han crecido tanto que han sobrepasado el umbral a partir del cual no pueden gobernarse de manera efectiva. Esta es, a su vez, la razón de que pequeñas economías como Singapur, Islandia, Corea del Sur e Israel parezcan haber tenido mejores resultados que Estados Unidos en la contención y gestión de la pandemia.”

Por cierto, de España se dice que no lo ha hecho bien, como sospechábamos experiencialmente. “Otros, como Italia, España, Estados Unidos o el Reino Unido, parece que no lo han hecho tan bien en distintos aspectos, por ejemplo en su grado de preparación, gestión de la crisis, comunicación pública, número de casos confirmados y fallecimientos, y otros parámetros varios".

En el libro se reconoce ampliamente el ascenso de China en el panorama tecnoeconómico y político mundial y se hace referencia a la llamada “trampa de Tucídides”, “el estrés estructural que inevitablemente se produce cuando una potencia ascendente como China rivaliza con una potencia dominante como Estados Unidos. Esta confrontación será un foco de perturbación mundial, desorden e incertidumbre en los años venideros” y ello hace necesario que Estados Unidos, ya sin Trump, férreo enemigo del poder creciente chino, admita la multilateralidad de las relaciones que China exige.

A China le interesa una globalización, que no sólo no condena como la izquierda española y europea, sino que aplaude por lo que le ha beneficiado, razón por la que denuncia la “renacionalización” de los Estados Unidos que puso a su nación por encima de otras obligaciones internacionales (ONU, OMS, destacamento de tropas en Oriente Medio, inversiones en el extranjero) en tiempo del mandado de Trump. “Resulta revelador que la Administración estadounidense decidiese, en abril de 2020, impedir que un fondo de pensiones de gestión pública realizase inversiones en China”, expone.

En este marco, el libro propone la necesidad de un “reinicio” general del mundo. En realidad, la traducción de reset por “reinicio” es confusa. Cuando en español decimos resetear un disco duro, blanco o un ordenador queremos indicar la operación por la cual se borra y se pierde toda la información contenida y se da paso a la posibilidad de usarlo de nuevo. Cuando decimos “reiniciar” nos referimos a la posibilidad de que un sistema operativo o programa actualice o recupere sus funciones básicas sin eliminación de datos preexistentes. El libro, en inglés, habla de resetear, no de reiniciar.

Fundándose en su libro anterior, La cuarta revolución industrial, Schwab considera que los cambios ya en marcha –relacionados al estilo de Alvin Toffler en La tercera ola de finales de la década de los 70—, son inevitables, complejos, interdependientes y veloces,  y conducen a un “gran reinicio” o mejor “reseteo”, del mundo conocido. El meollo está en si de ese reinicio sale un mundo más ordenado –no aclara mucho qué clase de orden—, o no.

Este gran Reseteo debe afectar tanto a nivel macroeconómico como microeconómico y va a ser acelerado por la pandemia de Covid-19, lo cual insiste en su “oportunidad”. En el nivel “macro” debe producirse un Reinicio económico en el que uno de los puntos finales debe ser el replanteamiento de la viabilidad de la hegemonía del dólar estadounidense.

El renminbi chino (RMB) podría ser una opción, pero no hasta que se eliminen los estrictos controles de capital y el RMB se convierta en una moneda determinada por el mercado, lo que es poco probable que suceda en el futuro previsible. Lo mismo cabe decir del euro: podría ser una opción, pero no hasta que las dudas sobre una posible implosión de la eurozona se disipen de manera definitiva, lo que nuevamente es una perspectiva poco". Luego estarán los intentos nacionales de modelos monetarios digitales.

Los reinicios social y político serán necesarios como consecuencia de la pandemia. “Los grandes problemas del mundo, especialmente las divisiones sociales, la injusticia, la falta de cooperación o el fracaso de la gobernanza y el liderazgo globales, han quedado más al descubierto que nunca, y la gente cree que ha llegado el momento de reinventarse. Surgirá un nuevo mundo, cuyos contornos nos corresponde a nosotros imaginar y trazar". Tómese nota de que la libertad, uno de los valores fundamentales de Occidente, no es considerado.

Además,  ¿quiénes son nosotros? ¿Los estados nacionales? ¿El foro de Davos? ¿Algunos centros de poder? ¿Nuevas alianzas que tengan a China, por ejemplo, como centro de gravedad de las decisiones? Desde luego, la globalización debe continuar pero con una gobernanza global que resuelva la rivalidad entre China y Estados Unidos en un contexto de estados nacionales en deterioro.

No podía faltar el “reinicio” medioambiental, una defensa de un medio ambiente benéfico y “descarbonizado” para todo el planeta porque las fronteras no tienen significado a ese nivel macro. Pero, claro, ni una línea escriben los autores sobre la contaminación procedente de China ni sobre la reciente decisión de sus rectores comunistas de construir docenas de nuevas centrales de carbón en un plan de estímulo para su economía de 50 billones de yuanes (6.500 millones de euros que impedirá todo intento de sostener la temperatura de la Tierra.

A nivel microeconómico, el reinicio deseado tendrá que afectar a empresas, industrias y, muy especialmente, al comportamiento de los individuos. Esto es, ¿debe seguir siendo la libertad y la autonomía de los individuos, de los ciudadanos, quienes den como resultante un cierto bien común o hay un  bien común detectable a niveles globales que debe imponerse a las voluntades? Dicho en otros términos, el funcionamiento de las democracias occidentales es mejor que funcionamientos globalmente dirigidos, por ejemplo, los sistemas comunistas?

Aunque los autores reconocen que muchos de los problemas que necesitan un reinicio ya existían antes de la pandemia, animan a convertirla en la palanca universal de un cambio general.

“En este corto período de tiempo, la COVID-19 ha provocado cambios trascendentales y ha magnificado los problemas que ya aquejaban a nuestras economías y sociedades. El aumento de las desigualdades, una sensación generalizada de injusticia, la profundización de las brechas geopolíticas, la polarización política, el incremento del déficit público y los elevados niveles de endeudamiento, una gobernanza global ineficaz o inexistente, una excesiva financiarización, la degradación del medio ambiente... son algunos de los principales desafíos que existían antes de la pandemia. La crisis del coronavirus los ha agravado todos".

Tras referirse a la Crónica de una muerte anunciada de García Márquez, Schwab y Malleret concluyen que “reiniciar es una tarea ambiciosa, quizás demasiado ambiciosa, pero no tenemos más remedio que hacer todo lo posible para llevarla a cabo. Se trata de hacer que el mundo sea menos divisivo, menos contaminante, menos destructivo, más inclusivo, más equitativo y más justo de lo que era antes de la pandemia". No se habla de libertad ni de individuos salvo para denunciar el egoísmo.

Como no es posible negar que la globalización económica y social impulsada por Occidente y su capitalismo activo ha significado un progreso y una mejora reales de la humanidad en su conjunto, los autores tratan de minusvalorarlo. “Por lo tanto, la convicción de que el mundo actual es mejor de lo que ha sido jamás, aunque correcta, no puede servir de excusa para conformarse con el statu quo y no buscar soluciones a los numerosos males que lo siguen aquejando”, finalizan. Sí, la humanidad es menos pobre, menos ignorante, menos desigual, pero en promedio. Si se miran las zonas, las regiones o los continentes, la visión es menos feliz.

Y pone como ejemplo la situación de los afroamericanos en Estados Unidos. La trágica muerte de George Floyd (un afroamericano asesinado por un agente de policía en mayo de 2020,) ilustra vívidamente este punto… el profundo sentimiento de injusticia acumulado por la comunidad afroamericana de Estados Unidos finalmente estalló en protestas masivas. Apocalipsis Trump, claro.

Por tanto, la conexión del riesgo epidemiológico (COVID-19), bastante leve por cierto si se compara con otras pandemias,  con un riesgo social (protestas) pone de manifiesto que “mirando al futuro, los problemas más importantes radican en la concatenación de los riesgos económicos, geopolíticos, sociales, ambientales y tecnológicos que se derivarán de la pandemia, y sus efectos continuados para las personas y las empresas".

Esto es, el interés de los autores es cambiar de escala, pasar de la escala individual que hace que las democracias occidentales tengan sentido y viabilidad a la escala global que hace de la humanidad una colmena cuyo comportamiento puede corregirse. Ese cambio de escala sólo puede consumarse desde un gobierno mundial en el futuro o, como mínimo, desde una gobernanza compartida internacionalmente de momento.

O sea, que estamos en la antesala de una nueva utopía, ya tenida en cuenta por Kant en su famoso libro sobre las ideas sobre una historia universal en sentido cosmopolita. Por cierto, recuérdense los principios a que aludió Kant para descubrir el sentido universal de la historia de los hombres. De sus nueve principios, menos mal que no fueron diez porque podrán haberse confundido con los diez mandamientos, el segundo era el que enuncia que “en el hombre (como única criatura racional sobre la tierra) aquellas disposiciones naturales que tienden al uso de su razón sólo deben desarrollarse por completo en la especie, mas no en el individuo". Es preciso, pues, superar la escala individual mediante la ordenación colectiva que sólo proporciona un poder político y jurídico superior.

Precisamente, este libro del presidente del Foro de Davos, Klaus Schwab, que vincula resolución de la pandemia con reinicio o reseteo universal, como anteriormente La cuarta revolución industrial, estuvo en la base de las consideraciones que las personalidades abonadas al Foro, en función de sus cualidades o sus poderes institucionales, hicieron en las sesiones de la Agenda de Davos de enero de 2021.

Narendra Modi, Primer Ministro de la India; Emmanuel Macron, Presidente de Francia; Angela Merkel, Canciller Federal de Alemania; Ursula von der Leyen, Presidenta de la Comisión Europea; Antonio Guterres, Secretario General de las Naciones Unidas; el Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus, Director General de la Organización Mundial de la Salud; Kristalina Georgieva, Directora Gerente del Fondo Monetario Internacional; el Dr. Anthony Fauci, Director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de EE.UU., Institutos Nacionales de Salud; y Christine Lagarde, Presidenta del Banco Central Europeo, estuvieron singularmente  invitados.

De todos ellos, nos interesa especialmente comparar qué dijo el presidente de China y líder del Partido Comunista Chino,  Xi Jinping, Presidente de la República Popular China, en un foro en el que Donald Trump ya había sido apartado del destino de los Estados Unidos. 

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