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Santiago Navajas

Le Carré, el novelista que incendió el hielo

las adaptaciones de John Le Carré nos permite disfrutar de la pausa y la complejidad de la reflexión moral envuelta en duelos de cerebros.

Fotograma de la película 'El espía que surgió del frío' | Youtube

Hay dos formas de matar a la gente, a lo bestia y con mucha sangre, al estilo de Stephen King, o sutil e inteligentemente, digamos que como en una novela de John Le Carré. En ambos hay suspense, reflexión y mucha diversión. Ya sólo nos queda King.

Las adaptaciones al cine más famosas del novelista británico son El espía que surgió del frío, El jardinero fiel, El topo y El infiltrado. Sin embargo, mis películas favoritas basadas en obra de Le Carré son dos un tanto desconocidas. La casa Rusia (1990) tiene una eficiente dirección de Fred Schepisi y una fenomenal adaptación al guión de Tom Stoppard pero sobre todo cuenta con el atractivo de su pareja protagonista, Sean Connery y Michelle Pfeiffer, para llevar una alambicada historia de espías, traidores, científicos y poetas al que es el verdadero terreno del novelista inglés: un romanticismo desatado, pesimista en la épica de la geoestrategia de la Guerra Fría pero optimista en el lirismo de las relaciones personales.

Sean Connery y Michelle Pfeiffer en 'Casa Rusia'

Connery es un editor británico que se ve envuelto en una juego de trileros entre la CIA, el MI6 y el KGB a cuenta de un científico ruso disidente y una bella espía.  La tarea de Connery es investigar la veracidad de los manuscritos del ruso.  Cabe sospechar que a Connery, borracho con estilo y sardónico elegante, le interesa mucho más la rubia Pfeiffer que el conflicto entre el capitalismo y el comunismo, la democracia y la dictadura, el bien y el mal.  Y no es porque sea alguien superficial ni frívolo. Al contrario. Porque para Le Carré tras la frialdad de la política y el realismo sucio de la diplomacia queda siempre en algunos un poso de dignidad en forma de romanticismo pesimista pero esperanzado. Le hacía Connery a Pfeiffer una de las más enormes declaraciones de amor: "Tú eres mi patria ahora". Mientras el destino del mundo se decide en Washington, Londres y Moscú, nos parece decir le Carré, hay ciudades como Lisboa, sencillas, luminosas y hogareñas, al margen de los grandes hitos de la historia, en las que, sin embargo, se puede construir un paraíso con vistas a un puerto.

Las novelas de Le Carré tratan en su esencia más íntima del pecado más grave: la traición.  O, dicho de otro modo, la delgada línea que separa la verdad de la mentira y la lealtad de la infamia.  En un mundo de agentes dobles y de enemigos mortales no queda mucho lugar para la decencia y los matices.  Pero el propio novelista declaró: "La auténtica verdad no reside en los hechos —si es que reside en algún sitio—, sino en los matices".  Si La casa Rusia mostraba la dureza de la Guerra Fría, El hombre más buscado (2014, Anton Corbjin, guión de Andrew Bovell) refleja la situación actual en la encrucijada del terrorismo islámico.  Como en el caso de la película de Connery y Pfeiffer, ahora son Rachel McAdams, Robin Wright, Willem Dafoe y, sobre todo, Philip Seymour Hoffman los que permiten que el intenso humanitarismo y la frágil decencia de los anti héroes de Le Carré se manifiesten en toda su descarnada y vibrante mortalidad.

'El hombre más buscado'

Ver a Seymour Hoffman en el que resultaría ser su último papel dota a la película del aura de tristeza que rodeó siempre a George Smiley, el alter ego de John Le Carré en diez de sus novelas. El entramado de vilezas alrededor del tema de las torturas a presuntos terroristas, que fueron legitimadas por ilustres filósofos en el marco de la guerra contra el "Eje del Mal", nos recuerdan que nuestra civilización occidental, liberal y abierta se asienta, sin embargo, en personajes turbios que convencidos de la belleza moral de sus ideales son capaces de cometer las más tremendas felonías y los más espantosos crímenes en aras de lo que consideraban la verdad y el bien.

En un mundo cinematográfico en el que predominan los puñetazos y las explosiones, la fuerza bruta, por mucho que se disfrace de artes marciales, y la acción denominada "trepidante", la pausa y la complejidad de la reflexión moral envuelta en duelos de cerebros que nos permite disfrutar las adaptaciones de John Le Carré nos obligan a despedirlo con el mejor homenaje: el de que le echaremos mucho de menos. 

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