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Pedro de Tena

La "inocentada" de las Españas

La inocentada de la inespañolidad de España lleva dos siglos entre nosotros, lo que ya es peligroso, pero ahora ha cobrado nuevos bríos.

Pedro Sánchez junto a José Luis Rodríguez Zapatero | EFE

Una "inocentada" en España es una inofensiva tomadura de pelo en toda regla que hace que un "inocente" muerda el anzuelo de una trola y se la trague con sedal y todo. Su día nacional es el día de los Santos Inocentes, 28 de diciembre, fecha que conmemora la matanza de niños en la vieja Judea ordenada por Herodes ante el temor al nacimiento de un nuevo Rey, un niño llamado Jesús.

La relación entre aquellos inocentes sacrificados por el celebérrimo sátrapa y nuestra inocentada es confusa, pero es lo que hay muy especialmente en España y en Iberoamérica, como corrobra Borja Cardelús en su obra sobre la civilización hispánica, así como en muchos países de Europa.

Pongamos como ejemplo señero el texto que Beatriz Castro Carvajal introduce en su texto sobre La vida cotidiana en las ciudades republicanas de Colombia en el siglo XIX:

Para anteceder a la Navidad se organizaban las novenas. En las nueve noches de la novena del Niño Dios había por las calles rosarios cantados, los muchachos preparaban faroles, se entonaban villancicos. El aguinaldo y la inocentada formaban parte del entretenimiento decembrino hasta llegar a la pascua navideña, que consiste en un momento de reunión familiar a excepción de la misa pascual.

Pero allá y acá nuestro "inocentes", en realidad, son unos crédulos que tienen unas tragaderas sin más límites que su estulticia para admitir cualquier explicación o noticia como verdadera por absurda que pueda parecer. Esto es, nuestras "inocentadas" no contienen sacrificios ni conllevan generalmente perjuicios sino ludificios, ficciones orquestadas para el juego y la chanza. Son inocentadas sin nocividad, como su origen etimológico indica.

Naturalmente, para que la inocentada sea un rotundo éxito, algo con apariencia de verdad debe haber entreverada con las mentiras ensartadas de forma que el necio pique. La mayoría de las veces la "inocentada" se da a un particular, a una persona, a alguien concreto. Pero otras veces, puede ser objeto de "inocentada" todo un conjunto de personas, una región incluso o toda una nación.

Jesús Cacho, en su libro El negocio de la libertad se refirió a la "inocentada" que, según el PP, sufrieron los canarios cuando el entonces grupo Polanco reforzaba su presencia en Canarias "con la adjudicación, a finales del 98, de la televisión canaria a la sociedad Productora Canaria de Televisión S.A., integrada por Sogecable y un grupo de empresarios locales, gracias a los votos de Coalición Canaria y, como no, del PSOE". Pero, claro, ya estas inocentadas no eran tan festivas ni tan lúdicas.

Las "inocentadas" son recogidas frecuentemente en nuestra literatura. Se refieren a ellas desde Leopoldo Alas 'Clarín' a Alfonso Reyes, pasando por el propio Gustavo Adolfo Bécquer en su hermosa leyenda de La corza blanca, matada luego por los lobos de Alberti. Habla de ellas Fernán Caballero, "por los Inocentes, ni fíes ni prestes".

Galdós se refiere a algunas de ellas en sus Episodios Nacionales, en Fortunata y Jacinta y en El Doctor Centeno, por ejemplo. También lo hacen Valera y Unamuno. En un curioso libro sobre los oradores de 1869, Francisco Cañamaque alude a una "inocentada" controvertida entre los republicanos federales y los monárquicos democráticos que no tiene desperdicio. Pedro Pérez Fernández, coautor de algunas piezas teatrales de don Pedro Muñoz Seca, llamó "inocentada" a alguna de sus composiciones "líricas".

Se debe guardar compostura ante la inocentada sufrida, como aconsejaba Antonio Gala, pero sólo si es una inocentada jocosa y sin otra malicia que la risa franca. Pero sobre las inocentadas hay una inteligente clasificación desbrozada en Cádiz que diferencia las inocentadas que hacen reír, incluso al inocente, y las que hacen verdadero daño. A Menéndez Pelayo no le gustaron algunas, ni siquiera las de Lope de Vega.

Vayamos a la finura de las distinciones gaditanas. En la revista La verdad, publicada el 31 de diciembre de 1875 y firmada por Rodríguez Blanco se hace una clasificación de las inocentadas que las divide en "simples" y "perjudiciales" y éstas a su vez, subdivididas en las dañinas para uno mismo y las nocivas para los demás. Entre estas últimas destaca las que se derivan del que se toma la justicia por su mano, del que zancadillea a otros para medrar o el que corrompe a los demás con su ejemplo.

Pues sí, es que hay inocentadas peligrosas no por sí mismas sino por la pecaminosa simpleza de unas víctimas que perseveran en su papel de "inocentes" hasta extremos perniciosos para la salud mental. Pongamos por ejemplo la que relata Manuel Siurot, con avenida en Sevilla, sobre el padre Bartolomé de las Casas.

Dice Siurot que Las Casas se creyó la "inocentada" de que los españoles mataron en América a cuarenta millones de indios. Esto, empezó a correr como algo indiscutible... Menos mal que Carlos Pereyra, mexicano de pro, puso las cosas en su sitio hace mucho: "¡Qué sorpresa tan grande nos hemos llevado cuando, siglos más tarde, sabemos ciertamente que en la América precolombina no hubo jamás cuarenta millones de habitantes!".

Es decir, añade Siurot, "que si hubiéramos dado muerte a cuarenta millones de hombres en la generación primera de España en América, que es la del padre Las Casas, habríamos hecho desaparecer para siempre hasta los vestigios de la raza cobriza". Con materiales tan sólidos se ha fraguado toda una leyenda negra.

Pero dejemos las inocentadas del pasado porque hoy vivimos otras que han prendido en la ingenuidad de muchos. Desde hace tiempo, en realidad desde los debates de la Constitución de 1978, se habla de España como "nación de naciones" si bien no se tiene muy claro si son tres, cuatro, siete, ocho o más las naciones que nos componen. Exactamente parece una inocentada, hasta el punto de que en los pasados debates electorales el interés radicaba en conocer el número de naciones que forman España.

Por ejemplo, Pedro Sánchez se ciñó a tres, aunque nadie sabe por qué, mientras que Miquel Iceta, muy foralmente formalista, reparó en ocho, que es la cifra de las "nacionalidades" recogidas en los Estatutos de Autonomía. O sea, que no todo empezó con el más que desinhibido José Luis Rodríguez Zapatero y su famoso aserto de que la nación – seguramente la inocentada de un ius constitucionalista de postín, aunque amigo—, era un concepto discutible y discutido.

Tan discutida y discutible es que la Constitución de 1978 dice en su preámbulo que la "Nación española, deseando establecer la justicia, la libertad y la seguridad y promover el bien de cuantos la integran, en uso de su soberanía, proclama su voluntad de (…) garantizar la convivencia democrática dentro de la Constitución y de las leyes conforme a un orden económico y social justo…" y sigue en su título preliminar insistiendo en que "la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado", o sea, que una cosa es la nación y la soberanía nacional, que no son inocentadas, y otra el Estado.

Con esto de las naciones y las nacionalidades se han construido imponentes inocentadas para cebo de incautos, ingenuos y desinformados cuando hay una prueba contundente que demuestra que la nación española es una realidad histórica como pocas. Se trata del reconocimiento universal.

Una persona puede creer cualquier cosa de sí misma, desde que es un genio maravilloso de la física a que es el mejor futbolista de su liga o mejor pianista de la historia. Pero lo que realmente consagra la experiencia y el realismo es que uno, además de lo que cree ser, necesita la sustentación del reconocimiento ajeno, no sólo el formal, sino el simple reconocimiento de otros acerca de su personalidad y sus valores.

El reconocimiento de todo el mundo sin excepción de que España es una de las naciones reales más importantes habidas nunca en la historia de la humanidad es incontrovertible. Todo lo demás parece una inocentada, pero una inocentada que ha calado y sigue calando por la infame dejación que, en materia de investigación, de debate intelectual, de educación y de comunicación, llevan haciendo los gobiernos constitucionales desde 1978.

La "inocentada" de la inespañolidad de España lleva dos siglos entre nosotros, cuando menos, lo que ya es peligroso, pero ha cobrado nuevos bríos, además de por razones políticas y jurídicas hoy de moda, por la confesión que el ex presidente Zapatero hizo a sus ciudadanos de que era un lector fervoroso de los Carretero, Luis y Anselmo, padre e hijo, castellanos ambos, que defendieron la existencia de muchas Españas e incluso la realidad de la nación leonesa cuyo ayuntamiento capitalino, por cierto, acaba de pedir la independencia de Castilla.

En el libro de Luis Carretero, el padre de Anselmo, puede leerse la que puede considerarse la "inocentada" de finales del 2019: Según él, fundándose en los primitivos pueblos de España, en la geografía y la condición económica, y en el desarrollo histórico de la personalidad de cada uno de ellos, pudo llegar a la siguiente clasificación de las nacionalidades españolas:

GRUPO PRIMERO: VASCO-CASTELLANO.

Comprende las nacionalidades de Vasconia, Castilla, Navarra y Aragón…

GRUPO SEGUNDO: ASTUR-LEONÉS O GALLEGO.

Comprende estas cuatro: Asturias, León, Galicia y Portugal

GRUPO TERCERO: CATALÁN.

Este grupo no incluye en realidad más que a Cataluña.

GRUPO CUARTO: ANDALUZ

Lo forma únicamente Andalucía.

GRUPO QUINTO: DE LAS EXTREMADURAS, DERIVADO DEL LEONÉS.

Pertenecen a él la Extremadura, la Mancha y Murcia.

GRUPO SEXTO: DERIVADO DEL CATALÁN.

Hay que contar en él a Valencia y las Islas Baleares.

GRUPO SÉPTIMO: NACIDO DEL IMPERIO ESPAÑOL.

Lo forman solamente las Islas Canarias.

No me pregunten dónde está Madrid ni otras provincias o ciudades como Ceuta y Melilla porque no sé decirles. Recuerden que un "erudito" separatista catalán defendía que Cervantes y santa Teresa nacieron en Cataluña.

Lo extraordinario de la inocentada expuesta es que algunas páginas antes, el propio autor había confesado que es bien difícil precisar qué sea una nación o nacionalidad. Tras un sesudo desbrozamiento, fija su criterio del siguiente modo:

Desechados los fundamentos de raza y y de idioma y otros más endebles, la definición más aceptable que encontramos para la nación es que se trata de una comunidad estable (aunque no eterna) históricamente formada como resultado de una convivencia secular sobre un mismo suelo, comúnmente sentida y aceptada, que da origen a hábitos y modos de pensar y sentir reflejados en una comunidad de cultura, y a veces un idioma propio.

Pero en vez de concluir que en su propia apreciación España encaja como un guante, encuentra los siete grupos "nacionales" expresados más arriba, sus "Españas", alguna de las cuales harán chirriar las neuronas de algunos. En un tiempo en que las grandes configuraciones tanto empresariales como políticas como religiosas como sociales conforman el mundo a partir de las naciones reconocidas universalmente hay cosas que sólo se pueden tomar como inocentadas, salvo cuando, como en este caso, son extremadamente peligrosas para la convivencia.

Menos mal que Agapito Maestre nos está resucitando en estos días a Menéndez Pelayo, a Américo Castro, a Claudio Sánchez Albornoz, a Ortega, a Unamuno y a otras eminencias que nos hacen comprender desde su sabiduría que, en efecto, no somos muñecos de una inocentada sino españoles con un pasado y un futuro más que digno y unido. Y menos mal que Federico Jiménez Losantos contó quiénes eran Los nuestros y que otros muchos autores dejaron y dejan claro que España no es una ensoñación ni una patraña ni una infamia sino una realidad histórica, todo lo enigmática que se quiere, pero realidad.

(Dedicado en el Día de los Inocentes a los millones de españoles catalanes y vascos a los que hemos abandonado a su suerte pero que han sido un ejemplo de Resistencia Democrática Española.)

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