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La diáspora cubana vuelve a las librerías

Leonardo Padura se adentra en la realidad del exilio cubano en su última novela, Como polvo en el viento.

Leonardo Padura | Wikipedia

Si algo se pudo sacar en claro durante la presentación de la última novela de Leonardo Padura es que la diáspora, a los cubanos, les ha hecho contemplar la vida igual que a Dios: partida en tres. A ese número reducían sus problemas, por ejemplo, cuando se decían unos a otros que en el fondo no estaban tan mal. "Sólo teníamos que preocuparnos por tres cosas, nada más: el desayuno, el almuerzo y la cena". O cuando se veían en la tesitura de explicarles a los extranjeros que en la isla sólo existen tres tipos de policías: "El que te sigue y lo notas, el que te sigue y no lo notas y el que lleva cada uno dentro". Haría falta leer esas frases con su acento característico. Así es más fácil percibir esa forma caribeña de negarle a la desgracia la capacidad, tan proverbial e innecesaria, de arrebatarle el buen humor a todo lo que se le acerca.

Ahora muchos dicen que es el momento de remirarlo todo nuevamente. Como polvo en el viento (Tusquets) es una novela sobre el exilio de los cubanos escrita por un cubano que nunca se fue. Pero no hay paradoja en ello porque todos lo vivieron parecido. Padura la define mejor: "Esta es una historia de salida y de permanencia". Recalca esa frase porque la diáspora no sólo se llevó el hogar de los que se marcharon, también dejó una habitación vacía para los que se quedaron. "La disolución del grupo es un rasgo fundamental", dice él. "Yo lo sigo notando a mis años, que por mi trabajo solitario necesito la válvula de escape de la amistad para tomar aire puro". La novela es la historia de un grupo disuelto por el exilio y de una isla vista desde los ojos tanto de los que la conservan únicamente en el recuerdo como de los que aún deambulan sobre ella.

Otros añadirían que la permanencia existe también en los que se han ido. "Una cosa curiosa que sucede en esos lugares a los que fueron tantos cubanos es que allí la gente es mucho más conservadora con las costumbres que acá. Mantienen intacta la manera de hablar, las comidas, las rutinas. Acaban pareciendo como una pequeña Cuba detenida en el tiempo". Pero ni siquiera en todos ellos la nostalgia actúa de forma remotamente parecida. "El exilio es una cosa dura. Obliga a la gente a reinventarse". Padura se esfuerza en explicar que, durante los primeros años, los que se iban sabían que no iban a regresar. Lo ilustra con un recuerdo de la despedida a su tío, cuando él no tenía más de doce años, "en una fiesta que parecía un velatorio". Más de dos décadas después logró reencontrarse con él en Estados Unidos y, para su sorpresa, no recordaba nada de aquello. "Ahí te das cuenta de que la gente que se marchaba necesitaba olvidar para recomenzar. Necesitaban soltar lastre para adaptarse a un lugar al que comenzaban a pertenecer pero al que tampoco terminaban de pertenecer del todo".

En la isla los problemas eran diferentes y casi siempre estaban marcados por el miedo. "El chiste de los policías refleja muy bien esa sensación de constante vigilancia". Ese miedo es el que llevaba a muchos a largarse, pero ni siquiera entonces los abandonaba. "Una experiencia que absolutamente todos hemos sentido en el aeropuerto es el miedo a no poder volver a entrar, cuando regresamos, o a no poder salir, una vez ya estamos acá de nuevo".

Ambientada a finales de los ochenta y principios de los noventa, Padura reconoce el reto de recrear un tipo femenino característico, pilar fundamental de la obra. "La mujer cubana es primordial. Es algo que todos reconocemos. La encargada de solucionar todos los días el problema triple de la comida". También la que se iba para mantener a sus parientes que no podían seguirla al otro lado de la frontera. "Aquí los que reconocemos a ese prototipo tan característico comprendemos que la patria, en vez de patria, debería llamarse matria, porque ellas son el origen de todo". Igualmente, en aquella época cobró una importancia relevante la religión. "Los chicos de mi generación nos criamos educados en un ateísmo científico. Durante la década de los sesenta y setenta, de hecho, ser religioso se consideraba una debilidad intelectual. Te limitaba, pues no te permitía estudiar cualquier carrera o acceder a todos los cargos. En los ochenta, y sobre todo en los noventa, la tolerancia fue ensanchándose cada vez más y muchísima gente se refugió de nuevo en las distintas creencias, tanto católicas como protestantes como, sobre todo, afrocubanas, que por ser tan pragmáticas llenaron mucho un vacío social, de solución de problemas cotidianos, muy importante".

Por terminar con sus palabras, la intención de Padura podría resumirse en dos frases. "He querido reflejar lo universal que existe en las entrañas de lo particular, como diría Unamuno". "No he pretendido hacer una novela doméstica, sino una novela cubana". La novela del exilio cubano es la novela del exilio del hombre. Una historia universal.

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