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Manual de incompetencia

El discurso informativo quedaría impregnado por el estilo de Simón: pocas certezas, muchas divagaciones y afirmaciones rotundas sin base científica.

Fernando Simón, en una de sus ruedas de prensa. | EFE

Cronología del despropósito

Con el bombardeo de comparecencias políticas y técnicas en los primeros días de la crisis, el Gobierno trata de camuflar la falta de criterio, su propia desorientación y las predicciones erróneas de los expertos. El mismo Simón niega que la epidemia sea grave en innumerables ocasiones, llevando al Gobierno de España a cometer su principal error: no tomar las medidas necesarias cuando ya se empezaban a tener datos sobre la gravedad de la enfermedad, mucho antes de la manifestación del 8-M. De hecho, el presidente Sánchez recibe desde finales de enero detallados informes acerca de la evolución de la enfermedad. Por si no fuera suficiente, el 23 de febrero Simón se vanagloria de haber conseguido "controlar hasta cierto punto el estigma dirigido a algunos grupos poblacionales concretos".

Días después, el ministro de Sanidad, Salvador Illa, comparece ante los medios para tranquilizar a la población. Ya se ha detectado el primer caso en la península y el ministro declara lo siguiente: "No hay una prohibición decretada por parte de las autoridades internacionales ni por parte de las autoridades españolas de viajar a ninguna parte. Nosotros hemos tomado las medidas que hay que tomar para garantizar que, donde son necesarias las mascarillas, y donde son necesarios los otros productos sanitarios, estos van a estar disponibles". Mientras el doctor Simón sienta cátedra en materia de control de fronteras, insiste en que España no recomienda cribados en los aeropuertos y sostiene que "estamos teniendo una preocupación excesiva a nivel poblacional". "Esto es una enfermedad que es nueva –añade– y no queremos que nuevas enfermedades lleguen a nosotros, queremos que las que tenemos desaparezcan, por lo tanto hay que tener cuidado, pero eso no implica que sea una enfermedad de una gravedad excepcional".

El 28 de febrero las cosas siguen igual de tranquilas, al parecer de Simón. "El Gobierno –afirma– no se está planteando dar en un plazo determinado ninguna recomendación. Ahora mismo el escenario no plantea una situación de suspensión de actos públicos. España ahora mismo no está tomando ninguna medida de distanciamiento social, de prohibición de eventos de masas".

A mayor abundamiento, el médico niega problemas de abastecimiento de material sanitario el día 5 de marzo, mientras asegura el 6 que "tomar muestras a las personas asintomáticas no tiene mucho sentido" porque "no aporta información", y un día antes de la polémica manifestación del 8-M da carta blanca a su hijo para acudir a la marcha. Su jefe político, Salvador Illa, parece más precavido, y el mismo Día de la Mujer pide a las personas con síntomas que se queden en casa. A partir del 9, el Gobierno empieza a tomar conciencia de la gravedad de la situación. El 10 afloran los casos que se habían retenido el viernes y el fin de semana, prohíbe los vuelos con origen o destino en Italia y anuncia que los partidos de fútbol deben disputarse a puerta cerrada. No llega a celebrarse esa jornada de Liga. El 11, Simón despierta al fin y augura una cuarentena "como mínimo de entre un mes y medio y dos meses, pero quizá pudiera ser de hasta dos, tres o cuatro meses en la peor de las situaciones". El viernes 13, Sánchez anuncia el primer estado de alarma, pero no lo decreta hasta el sábado 14. Simón pierde protagonismo de manera momentánea en favor de los discursos políticos. El presidente del Gobierno ya vaticina, bíblicamente, días muy duros. Por desgracia, no se equivocaba.

La nueva normalidad

La "nueva normalidad" (the new normal), el concepto popularizado en 2010 por el economista estadounidense de origen egipcio Mohamed El-Erian, apareció por primera vez en un artículo de los periodistas Rich Miller y Matthew Benjamin de Bloomberg News en 2008. En el texto se establecía que un crecimiento económico por debajo de lo que había sido habitual hasta entonces era la nueva normalidad. El éxito del concepto fue tal que hasta el presidente de la República China, Xi Jinping, recurrió a su uso en 2012 para explicar que la economía dejaría de crecer a un ritmo de dos dígitos para situarse en incrementos anuales en torno al 7%.

De modo que los asesores de Pedro Sánchez no habían creado un neologismo cuando sugirieron al presidente el uso de la "nueva normalidad" para describir el futuro pospandémico. De hecho, la "nueva normalidad" corría de boca en boca en las cancillerías europeas para ilustrar los efectos del coronavirus en el cambio de hábitos sociales. Sin embargo, en España la "nueva normalidad" tendría un impacto mucho más profundo. No sólo se trataba del uso de mascarillas, de la distancia física, de las restricciones en la movilidad o de las colas ante los comercios. La "nueva normalidad" tendría efectos políticos de enorme calado. De entrada, supondría la normalización de la contabilidad creativa y mendaz respecto al número de víctimas mortales del coronavirus, una manipulación de las cifras a la altura de la del Gobierno chino, operación de camuflaje para la que resultó crucial la construcción de una credibilidad en torno a la figura de Fernando Simón, el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad. Bajo la cobertura del "experto", los datos de Simón eran dogma de fe, a pesar de las notorias contradicciones y descuadres entre los aportados por las regiones y el MoMo y los aceptados por el ministerio. El resultado fue que en la mayoría de las estadísticas internacionales se hacía la acotación de que los datos españoles eran, como mínimo, discutibles y controvertidos.

El discurso informativo quedaría impregnado por el estilo de Simón: pocas certezas, muchas divagaciones y afirmaciones rotundas carentes de cualquier base científica, a pesar de la sacralización del cuestionado médico como superlativo representante de la Ciencia con mayúsculas. Todas las medidas que colisionaban con el sistema de derechos y libertades de una democracia sólida y consistente quedarían justificadas por supuestos imperativos científicos que no admitían discusión alguna. En segunda instancia, la "nueva normalidad" iba a suponer un duro golpe a la separación de poderes. Sánchez había dado señales ya antes de la epidemia de que entendía que la Fiscalía era un instrumento al servicio exclusivo del Gobierno. La instrucción judicial de la manifestación feminista del 8 de marzo daría pie a las sospechas sobre el escaso respeto de Sánchez y sus socios de Unidas Podemos por la separación de poderes. De entrada, la instrucción del sumario de la juez Carmen Rodríguez-Medel sobre ciertos aspectos de la gestión de la crisis propició la purga del coronel de la Guardia Civil Diego Pérez de los Cobos, por negarse a filtrar al ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska, los pormenores de la investigación que estaba llevando a cabo el Instituto Armado en calidad de policía judicial. Después, los fiscales de Madrid instaron a la magistrada a archivar el caso, cosa que ocurriría finalmente. En paralelo, la Fiscalía de la Audiencia Nacional revisaba la calificación del caso del exjefe de los Mossos, Josep Lluís Trapero, el acérrimo enemigo del citado Pérez de los Cobos en el operativo del referéndum ilegal del 1-O, para que una hipotética condena no implicara pena de prisión, y la Fiscalía del Tribunal Supremo abría diligencias sobre las presuntas comisiones irregulares que habría cobrado el rey emérito, Juan Carlos I, en el negocio del AVE entre Medina y La Meca, el llamado Ave del Desierto.

Si la operación no estaba lo suficientemente clara, el ministro de Justicia, Juan Carlos Campo, se ocuparía de echar luz con lo que pareció un desliz en el Congreso al responder a una pregunta de ERC relativa a si el Gobierno tenía la intención de considerar "terroristas" a los independentistas detenidos con explosivos y autoproclamados "antifascistas". En ese delirante contexto, Campo habló de una crisis y de un debate "constituyentes", confiriendo sentido a las arremetidas de Podemos contra la Corona, secundadas por el silencio del PSOE. La investigación de la Fiscalía sobre los negocios de Juan Carlos I se entendía como un ataque a Felipe VI. En la "nueva normalidad" cabía pues también la República, el intento nada oculto de un cambio de régimen en medio del shock al que estaba sometida la sociedad española a causa del coronavirus, algo que se vio reforzado con la salida vergonzante del rey emérito de España, y su instalación en Emiratos Árabes Unidos, unos meses después en operación diseñada claramente entre la Casa del Rey y Moncloa.

Negacionismo mediático

El negacionismo gubernamental de la peligrosidad de esta nueva y desconocida enfermedad cuenta con la inestimable ayuda de una cohorte de palmeros mediáticos. Líderes de opinión de izquierdas que se dedican con empeño a burlarse o tachar de cenizos y alarmistas a aquellas personas que se atreven a levantar el dedo y señalar, aunque sea con timidez, y seguramente dudando por la confusa información oficial, que lo que sucede en China y empieza a pasar en el norte de Italia quizá sea una cosa bastante seria. Una estrategia de sometimiento al discrepante que ha acompañado a Sánchez, el dirigente europeo con más potencia de fuego mediático en Europa, desde su llegada a la Moncloa, en todas aquellas causas que la izquierda gobernante, centrada en las políticas de identidad, ha agitado para confrontarse con la oposición. Como el cambio climático, el feminismo, la memoria histórica o hasta la tauromaquia...

De la noche al día, una sociedad abierta, confiada y vital se transforma en cerrada, desconfiada y triste, atenazada por una epidemia cuya gravedad ha sido menospreciada por el Gobierno y muchos periodistas. "Es más probable morir atropellado porque la mascarilla para protegerte del coronavirus se mueva y te tape los ojos que por el propio virus", llega a tuitear el periodista de eldiario.es y habitual de La Sexta Antonio Maestre el 25 de febrero. "No alimentemos los mensajes alarmistas sobre el coronavirus. Una enfermedad respiratoria parecida a la gripe, que algunos irresponsables están presentado como si se tratara del ébola", declara Rubén Sánchez, portavoz de Facua (Federación de Asociaciones de Consumidores y Usuarios de Andalucía).

Ellos van detrás de políticos como el podemita Pablo Echenique, propenso a considerar "terraplanista" a todo aquel que le lleve la contraria, y que llega a decir que la manifestación del 8 de marzo no había tenido ninguna repercusión en la epidemia, juicio que sustenta en el supuesto análisis del supuesto Miguel Lacambra, un seudónimo atribuido al antecitado Maestre. "En las portadas y en las tertulias, el coronavirus corre desbocado y es una peligrosísima pandemia que causa pavor; en el mundo real, el coronavirus está absolutamente controlado en España. Ojalá un día el sistema mediático tenga la mitad de calidad que el sistema sanitario", había tuiteado Echenique el 25 de febrero. Y ese mismo día, insiste:

Frente al pseudoperiodismo de los reporteros con mascarilla, frente al clickbait del "vamos a morir todos", frente a la extrema derecha pidiendo cierre de fronteras por una gripe menos agresiva que la de todos los años, el rigor y la profesionalidad de Lorenzo Milá.

El texto va acompañado de las imágenes con una conexión de TVE de Lorenzo Milá desde Milán.

Aquí los médicos no se cansan de decirnos que estamos ante un tipo de gripe. Es un tipo de gripe nueva, es verdad. No tenemos memoria vírica, no tenemos de momento vacuna, pero al final es un tipo de gripe que, como la gripe, afecta sobre todo a personas con defensas bajas, con situaciones de salud precaria como las personas mayores, que es lo mismo que ocurre con la gripe común. Y tiene un índice de mortalidad bajísimo, más bajo que la gripe común, en torno al dos por ciento. Por tanto, no podemos hablar de qué se yo qué virus terrorífico como pueda ser el ébola. No. Estamos hablando de un tipo de gripe del que se cura la gran mayoría de las personas que se han infectado.

Xabier Fortes, el conductor del programa matutino de TVE, le contesta que

estaba muy bien lo que decías ayer en la crónica del Telediario, de que, más que muertes por coronavirus, había que hablar de muertes con coronavirus, que no es exactamente lo mismo y lo acabas de explicar perfectamente.

Y añade:

Por cierto, una delegación de la Organización Mundial de la Salud viaja a Italia para ayudar a poner en marcha las medidas de contención del virus. Después de unos primeros momentos de incertidumbre, las autoridades italianas desplegaron controles para aislar a las poblaciones más afectadas, en total cincuenta mil personas. La actividad económica, Lorenzo, amenaza con resentirse...

Y Lorenzo responde:

Y eso, advierten los expertos, el contagio a las bolsas puede acabar siendo peor que el propio virus. Por ejemplo, aquí, entre Lombardía, la Emilia Romaña y Véneto suman en torno al cuarenta por ciento del PIB italiano. La bolsa de Milán cayó ayer en torno al 5,4%, que es un descalabro descomunal para un país como este con una economía precaria y cogida con alfileres, con una deuda pública enorme. Creo que otras bolsas en Europa han sufrido también el contagio de este virus y los expertos advierten que esta situación puede tener serias complicaciones.

Una conexión antológica. Ese era el tono hasta que la realidad les obligue a cambiar de discurso, y entonces el caballo de batalla pase a ser el PP y sus recortes en sanidad, cuando la sanidad está transferida a las comunidades autónomas, y la que más ha recortado en la última década ha sido la de Andalucía mientras la dirigía ese otro portento de la comunicación política que es María Jesús Montero, quien tijera en mano se había cepillado en su región a casi ocho mil profesionales del ramo entre médicos, enfermeros y personal auxiliar.

En ese clima, los pocos comunicadores que se apartan del relato oficial son lapidados en las redes. Es el caso de la campaña de acoso contra Ana Rosa Quintana, después de que en su programa matinal en Tele 5 defendiese la utilización de las mascarillas, con un argumento tan simple como cargado de lógica: "Si los médicos la llevan, yo me la voy a poner". Quintana es linchada en las redes por muchos perfiles vinculados al PSOE y Podemos, calificándola de ignorante y alarmista. Este es el ambiente político y mediático que se respira en España mientras las Administraciones pierden un valioso tiempo para detectar las vías de transmisiones, la trazabilidad de los infectados y armar a los sanitarios con batas, guantes y mascarillas profesionales antes de enviarlos a hacer frente al virus.

En su célebre directo milanés, Milá había hecho caso de las informaciones que en ese momento trascendían, pero su línea argumental fue la que se impuso en los principales programas de TVE días después, cuando se conocían más datos y aumentaban los fallecidos, insistiendo en la idea de que se trataba apenas de una gripe fuerte. Una salmodia que dominaba el prime time televisivo oficialista. En el muy visto e influyente Al Rojo Vivo de La Sexta, que dirige Antonio García Ferreras, periodistas y tertulianos restan importancia al virus, en plena sintonía con la partitura gubernamental. Son los mismos que, cuando la evidencia de la gravedad desbarata sus argumentos, entonarán el disculpatorio "no se podía saber": la manera de restar cualquier responsabilidad presente y futura al Gobierno.

"Tenemos que poner en contexto lo que está pasando. Es grave como la gripe común, que también es grave, pero no estamos ni mucho menos en una epidemia zombi ni en una enfermedad mortal que vaya a arrasar a la humanidad (...) No es algo de lo que alguien se pueda preocupar", afirma Ignacio Escolar, director de eldiario.es, también en el programa de Ferreras antes de la manifestación feminista del 8 de marzo. Una movilización promocionada y jaleada en esa tertulia. "Hemos tenido un virus durante siglos que ha sido el machismo y, como lo seguimos teniendo, es mucho más peligroso, más nocivo y más desigual que el coronavirus", declara la abogada y ex dirigente de Izquierda Unida Cristina Almeida.

Seguimos. "Desde luego hay muchísima confusión, pero el dato importante es: ¿esto mata o no mata? No mata como para ponernos como nos estamos poniendo, no mata. Esto mediáticamente está dando un pelotazo porque políticamente se está utilizando también, porque la opinión pública empuja a su vez a que se tomen decisiones políticas precipitadas. En Italia, desde luego, se están precipitando y esto está dicho desde Bruselas. En Italia ya han prohibido que la gente esté a menos de un metro, estamos llegando realmente a una locura absurda", afirma Marta Nebot, colaboradora del digital Público e influencer de la izquierda podemita, en el programa Todo es Mentira de Risto Mejide.

El Gobierno y la izquierda mediática solo tienen una obsesión en ese momento: utilizar la manifestación feminista del 8-M para erosionar a la oposición, y no les preocupa que su mensaje, que relativiza la gravedad y el peligro del virus, vaya calando entre los españoles. Hasta que el 13 de marzo estos descubran, entre alarmados y sorprendidos, con la intervención televisiva del presidente anunciando el estado de alarma, que la forma de vivir que conocían hasta ese momento iba a cambiar de forma radical.


NOTA: Este texto es un fragmento editado de Manual de incompetencia, de los periodistas Iñaki Ellakuría y Pablo Planas, que acaba de publicar la editorial Funambulista.

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