Voy a intentar contaros un cartoon inolvidable de Quino, el gran dibujante argentino, mendocino de 1932 para ser exactos, que acaba de morir hoy, un 30 de septiembre de 2020. Hasta en eso nos ha fastidiado este annus horribilis. Vayamos con el chiste, uno de los mejores que ha visto el voyeurimpenitente de humor gráfico que firma estas líneas a lo largo de su ya dilatada existencia. Imaginaos una alcoba con amplia cama de matrimonio de una casa burguesa cualquiera: sobre la cama, dos chicas estupendas desnudas (una de ellas con una coquetona ajorca en el tobillo), una botella cara de whisky y restos de cocaína; en el suelo, revistas pornográficas y vídeos del mismo jaez, una televisión encendida con una escena erótica en la pantalla, ropa desperdigada, una máquina de fotos instantáneas y un puñado de fotos recién obtenidas; en la pared, un cuadro con la Virgen y el Niño Jesús y una fotografía enmarcada de una pareja en el día de su boda. En la puerta, una dama de unos sesenta años de edad, completamente vestida y con una maleta en la mano izquierda, parece muy afectada por la escena que se desarrolla en el interior de la alcoba. Frente a la puerta, un señor bajito, con bigote y de la misma edad que la dama, intenta cubrir su absoluta desnudez con una prenda de ropa interior femenina y, asustado, levanta su mano derecha en actitud de súplica, diciendo a la señora: "¡Calma, Matilde, calma!... Antes de que vayas a imaginarte lo que no es, ¿has oído hablar de la realidad virtual?".
Chistes o cartoons como este reunió Quino en su libro ¡Qué mala es la gente!, publicado por Lumen hace un cuarto de siglo, poco antes de que se le concediera, por votación unánime, el II Premio de Humor Gráfico "Quevedos" (año 2000). Antes y después obtuvo y obtendría otros importantes galardones, como el Premio Príncipe de Asturias (2014). Pero he citado el premio "Quevedos" porque tuve el honor de formar parte del jurado que se lo concedió, y hasta creo recordar que me tocó entregárselo al galardonado en un acto solemne celebrado en la Universidad de Alcalá de Henares cuando se iniciaba el siglo XXI. Ello me permitió trabar contacto personal con el mendocino, cuya amabilidad y simpatía tuve ocasión de comprobar en vivo y en directo. Pocos artistas célebres he conocido tan afectuosos. Sus abrazos y sus besos le brotaban del corazón: distaban mucho de ser simples ejercicios de cortesía.
Clausurando el tomo de Lumen donde aparecía el chiste que acabo de contarles, el autor de la inefable Mafalda se autorretrata en cinco tiras que cuentan la historia siguiente: un agente uniformado, que se identifica como miembro de una presunta Policía Humorística, entra en el estudio del dibujante argentino y le pide la documentación; al enterarse de que es, efectivamente, humorista gráfico, solicita muestras de su trabajo para ver si es realmente gracioso, llegando a la conclusión de que no lo es, pues los temas que Quino trata son tan poco humorísticos como la muerte, la vejez, la injusticia social, la insolidaridad, el deseo frustrado y el autoritarismo, entre otros; el dibujante, entonces, deseoso de mejorar su situación, entrega al policía una tira de Mafalda, pero las cuatro viñetas de esta resultan ser igual de corrosivas y deprimentes que las del material anterior, por lo que el agente de la Policía Humorística le pone las esposas a Quino y se lo lleva a Comisaría.
Joaquín Salvador Lavado, Quino, nació en Mendoza, Argentina, y ha muerto en su ciudad natal ochenta y ocho años largos después. En 1963, reunió sus primeros cartoons de prensa en un volumen titulado Mundo Quino, que evocaba el rótulo de Mondo cane, un documental italiano de enorme éxito por aquellas fechas que se llamó en español Este perro mundo. En 1964, Quino publicó las primeras tiras de Mafalda, una serie que debía mucho en su concepción plástica y argumental a Peanuts (1950), de Schulz. De carácter más bien intelectual y dirigida en principio a un público adulto y algo progre, la Mafalda de Quino divierte también a los niños y ha sido trasladada en dibujos animados a la televisión. Pero Quino no es solo el creador de Mafalda, a quien abandonó en 1974. Quino es un admirable testigo de su tiempo y un espléndido dibujante de humor. Descanse en paz el maestro. Se ha negado a seguir viviendo en un mundo vírico que proscribe los besos y los abrazos, esos frondosos y cariñosísimos besos y abrazos que me propinó hace veinte años, cuando oficié por unas horas de chevalier servant suyo en la Universidad de Alcalá.