Hace meses que llevo escuchando hablar de El infinito en un junco (Siruela), gestionando desde entonces mis ganas de hincarle el diente, sin saber, ilusa de mí, que me estaba perdiendo la historia de amor más bonita con la que me he cruzado en años. Su autora, Irene Vallejo (Zaragoza, 1979) nos conduce a un mundo pretérito en el que la palabra dejó de evaporarse en el aire para hacerse inmortal en los textos y recoger la memoria del mundo. No es un ensayo convencional, se disfraza de fábula salpicada de relatos personales y con miles de historias delicadamente seleccionados para explicarnos su propio subtítulo: La invención de los libros en el mundo antiguo.
Irene Vallejo estudió Filología Clásica y obtuvo el Doctorado Europeo por las universidades de Zaragoza y Florencia. En El infinito en un junco recorre la travesía emprendida por la palabra escrita desde que quedase registrada en piedras o tablillas de barro, pasando por el papiro y los códices, hasta llegar al libro electrónico, enalteciendo en este camino a los que han salvaguardado su existencia. La delicadeza con la que usa las palabras permite al lector acariciar el lomo de los libros de los que habla, demostrando que un contenido erudito —cuenta con una extensa bibliografía— no solo se cimenta sobre un terreno árido. Vallejo hace que se lea como un cuento, una novela en la que las anécdotas y las curiosidades embellecen los datos más asépticos.
La autora percibe "esa invención maravillosa" que llamamos leer como una conversación muda con el escritor donde nos hablan fantasmas solo visibles para el que se enfrenta a sus páginas. Arranca con "el hambre de libros desatada en Alejandría" que la convirtió en un paraíso del saber y sigue por la Roma clásica hasta la caída del Imperio. Nos pasea entre las más diversas bibliotecas diseminadas por el mundo y el tiempo, en las que cabe hablar de barbarie y odio —entramos en Sarajevo o los gulag— pero también de maravillas, como ocurre con la de Oxford, que ofrecen un intrincado diseño que le recuerda al mundo ideado por Caroll para Alicia. Hay villanos, desde sus primeros días hasta el siglo XX, "un siglo de espeluznante biblioclastia" en el que los libros se enfrentaron al fuego nazi y las purgas soviéticas. Desfilan escribas, copistas, impresores y libreros, ejemplares tan eternos como La Ilíada o La odisea, y la línea temporal se detiene en Heráclito, Platón, Safo, Kapuchinski, Eco, Joyce, Borges, Faulkner o Proust.
El propósito es que podamos entender cómo el libro, abocado al olvido por los nostradamus de cada época, ha sobrevivido a revoluciones, censuras, obsolescencias y cambios de costumbres; y que, en este mundo de inmediatez y fugacidad, seamos capaces de volver la vista atrás hacia esas personas que, hasta la invención de la imprenta, copiaron a mano, palabra por palabra, cada línea para que no se extinguieran.
Somos los únicos que fabulan, que ahuyentan la oscuridad con cuentas, que gracias a los relatos aprenden a convivir con el caos, que avivan los rescoldos de las hoguera con el aire de sus palabras, que recorren largas distancias para llevar sus historias a los extraños. Y cuando compartimos los mismos relatos, dejamos de ser extraños.
Es un ensayo para degustar a sorbitos, sin prisa ni pretensiones, para que no nos veamos apabullados por la sobrexposición de acontecimientos, solo dejándose llevar en ese fascinante y, a veces, tortuoso viaje que emprendieron los libros hasta alcanzar nuestros días.
Irene Vallejo. El infinito en un junco: La invención de los libros en el mundo antiguo. Siruela, 2019. 556 páginas.