Hubo un tiempo en España en el que los escándalos de la corona condicionaban la vida pública todavía más de lo que lo hacen ahora. En realidad no hace demasiado, en términos históricos, que la pregunta que se hacía el común de los mortales no iba encaminada a si prefería una monarquía o una república, sino más bien a si quería a un rey llamado Felipe o a otro llamado Carlos. Sin embargo, tras la llegada al trono a comienzos del siglo XVIII del primer Borbón las cosas fueron evolucionando paulatinamente. A la sucesión de monarcas con problemas mentales o con hábitos dispersos se unió un cambio de paradigma en las ideas políticas del continente, que colocó sobre la mesa la posibilidad, cada vez menos remota, de que el pueblo se gobernase a sí mismo. En ese contexto la familia Borbón en España se convirtió en toda una rara avis; o al menos, desde luego, en una de las dinastías con mayor espíritu de supervivencia de todas las que un día sostuvieron el cetro de mando en algún trono del viejo continente. A partir del siglo XIX la cosa consistió en una oleada de abdicaciones, exilios y regresos triunfales que se mantuvo —con periodos entre medias más o menos largos y negros— hasta el último cuarto del XX. Con el ánimo de repasar el legado de esa familia que ha manejado los designios de la nación desde que el mundo inició su metamorfosis —y que tantos cotilleos ha dejado en las páginas de la prensa rosa—, el periodista César Cervera publica Los Borbones y sus locuras (La esfera de los libros), una crónica divertida —y exhaustiva— de la vida privada y pública de esos reyes que llegaron de Francia para gobernar España. En su labor, el autor no desdeña lo anecdótico, consciente de que los detalles aparentemente insignificantes de cualquier monarca ayudan a comprender mucho mejor su manera de encarar la vida y, en última instancia, incluso los problemas políticos más acuciantes de su tiempo. Charlamos con él:
Pregunta: El libro acaba con Alfonso XIII pero esta semana ha estado marcada por los escándalos de Juan Carlos I. ¿Tendrían cabida los actuales Borbones en una obra como la tuya?
Respuesta: Hombre, claro, pero no ahora mismo. Quiero decir, yo me paré en Alfonso XIII por una cuestión de perspectiva histórica. Nada más. Al fin y al cabo tampoco sabemos exactamente cómo va a ser recordado Juan Carlos I. Ahora mismo parece que se le va a recordar más por sus escándalos privados, pero también existen motivos puramente históricos por los que debería pasar a la historia. Fue el rey que trajo la Transición. Lo que pasa es que en estos momentos es difícil juzgarlo todo con objetividad. Creo que nos estamos dejando llevar mucho por el presente, sin ver las cosas con perspectiva. Las pretensiones del libro iban más enfocadas por ahí: hablar de la historia de los Borbones en España desde una cierta distancia. A día de hoy no sabemos la imagen que habrá sobrevivido del actual rey emérito dentro de 20 o 30 años.
P: ¿Cómo ves la salud de la Institución en estos momentos?
R: Pues es algo que me sorprende, si lo miro en clave histórica, la verdad. Si te fijas, de los últimos siete reyes que hemos tenido, exceptuando a Felipe VI, seis de ellos tuvieron que abdicar o vivir en el exilio en algún momento de su reinado. La conclusión que yo saco es que la monarquía hace ya 200 años que se encuentra en el alambre. Por eso se la exige que sea ejemplar en todos lo niveles. Creo que a la monarquía hay que mirarla con lupa. Pero algo que ellos mismos deberían tener claro es que, hombre, aunque sea verdad que su dinastía se ha caracterizado sobre todo por su espíritu de supervivencia, eso tampoco quiere decir que pueda descuidar el cargo, porque no es eterna. De hecho está pasando un examen constante con los españoles. Una sensación que tengo es que la mayor parte de la gente no es monárquica por convicción. Pero también creo que muchas personas comprenden el valor histórico que sigue teniendo la corona. Me refiero a su importancia, al menos en los últimos cuarenta años, a la hora de crear consensos. En un país como este, en el que nos cuesta tanto ponernos de acuerdo, el tener un árbitro imparcial por encima de los partidos y que, además, sobrepasa el tiempo limitado de cualquier legislatura, es algo que nos ha dado continuidad. En ese sentido creo que Felipe VI está haciendo exactamente lo que tiene que hacer un monarca en el siglo XXI: ser muy ejemplar en su vida privada, por un lado; y ser totalmente imparcial, por el otro. No creo que nadie pueda decir realmente que Felipe VI haya tomado partido por la derecha o por la izquierda en alguna ocasión, cosa que sin embargo sí que hicieron sus predecesores. Mira cuál fue la perdición de Isabel II o de Alfonso XIII.
P: Esta semana he escuchado en la radio que el mayor enemigo de la monarquía en España en estos momentos no es el republicanismo de Podemos, sino Juan Carlos I.
R: Estoy de acuerdo con que la monarquía tiene un problema con él, desde luego. En todo caso lo sorprendente es que todos estos escándalos que ha protagonizado en los últimos tiempos son el tipo de cuestiones que ya han hecho caer a la monarquía varias veces a lo largo de la historia. Se trata de algo que él mismo debería saber. Esa dificultad para separar lo público de lo privado y para mantener un perfil discreto, que es lo que yo creo que se le exige a la corona. De hecho, prácticamente cada vez que los Borbones se han salido de ese esquema han terminado pagando una factura carísima. Volvemos a lo que te he dicho antes: de los últimos siete reinados, seis estuvieron marcados por las abdicaciones y los exilios.
P: Ahora sin embargo está resurgiendo ese debate entre monarquía y república. ¿Es posible mantenerlo realmente, o estamos abocados más bien a presenciar una batalla ideológica entre los nostálgicos de la II República y los defensores de la Transición?
R: Sí, veo por dónde vas. A ver, una cosa indudable es que partidos como Podemos, que has mencionado tú antes, están utilizando los escándalos de Juan Carlos para atacar a la Institución. Pero la cosa va más allá. Estoy de acuerdo en lo que señalas con ese debate ideológico. Podemos lleva tiempo utilizando un discurso rupturista con la Transición. Y la palabra rupturista no es inocente. Han atacado una serie de cuestiones de consenso que habíamos conseguido conquistar después de uno de los periodos más negros de nuestra historia. Hace cuarenta años se decía que toda nuestra historia era bastante negra en general, algo con lo que yo personalmente no estoy de acuerdo. Pero es verdad que, saliendo de donde salíamos, la experiencia reciente no podía ser peor. En ese contexto, la Transición fue un acontecimiento extraordinario gracias entre otras cosas a la Unión Europea y a la España autonómica, con la que conseguimos dejar atrás el enfrentamiento y construir una convivencia que parecía bastante sólida hace no tanto. Ese ha sido el proceso histórico verdaderamente moderno y progresista que hemos vivido como nación. Y es algo que están dinamitando ahora aquellos que sólo tienen ojos para las tesis rupturistas. Son personas que se han dedicado a cuestionar todo lo que podía servir para unirnos. En el fondo es un poco lo mismo que han hecho siempre los nacionalismos catalán y vasco: resaltar las diferencias de forma extrema para que dé la sensación de que los españoles no estamos de acuerdo en nada. Yo por mi parte creo que lo que le pasa a Podemos es que se mueve en un espectro ideológico que ya estaba dominado por el PSOE; y por eso necesita resaltar aquellos conflictos identitarios imposibles de resolver —que además ellos saben que son imposibles de resolver—, para sacar el mayor rédito político posible. Es algo que están utilizando los movimientos populistas de todo el mundo: atacar las cuestiones identitarias de difícil solución para conseguir votos gracias al descontento creciente de la población. Pero son discursos muy facilones, en cualquier caso, que no se sostienen después de un análisis exhaustivo. Podemos, por ejemplo, aboga por una especie de retorno idílico a una II República que no fue para nada idílica.
P: Decías antes que no sabemos cómo se recordará a Juan Carlos I dentro de 30 años. ¿No crees que, hasta cierto punto, de la mayoría de los reyes recordamos sobre todo lo anecdótico antes que lo meramente político?
R: Ese es precisamente uno de los temas del libro. Lo que pasa es que para mí sí que es muy importante el equilibrio entre las cuestiones públicas y las cuestiones privadas de los dirigentes. Creo que historiográficamente se tiende a menospreciar la vida privada de los reyes: sus enfermedades, sus escándalos, sus relaciones extramatrimoniales, etcétera. Da la sensación de que esos chismes conciernen únicamente a la prensa rosa. Pero la verdad es que son cuestiones necesarias si se quiere comprender en profundidad un reinado completo. Para comprender a todos los reyes que hemos tenido es muy importante conocer ese tipo de cosas: la mentalidad que tienen, el tipo de vida que llevan y cómo muchas cuestiones de su vida privada afectan notablemente a sus decisiones políticas. Luego, a nivel de calle, es cierto que una cosa llamativa es que la gente sabe cómo han fallecido la mayoría de reyes españoles, o les conoce únicamente por su apodo, pero no sabría concretar a qué problemas nacionales e internacionales tuvieron que hacer frente durante todo su reinado. En ese sentido hay un contraste entre los historiadores, que desdeñan lo anecdótico, y el resto del mundo, que se mueve sobre todo en esa esfera. Yo, por mi parte, abogo por un punto de unión, porque ambas cosas ayudan a conocer mejor la historia. Si no comprendemos, por ejemplo, que Felipe V tenía una enfermedad mental que le hacía necesitar la guerra para templar sus nervios, se nos hace difícil explicar que su reinado, a pesar de ser un gran periodo a nivel de reformas, concluyese con la economía del país por los suelos.
P: El libro revisa, al mismo tiempo, el verdadero papel que jugaron cada una de las reinas.
R: Sí. A ver. Así, generalizando, creo que todas las reinas han sido juzgadas con una dureza extrema. Pero no sólo las reinas consortes, eh, mira a Isabel II. Por lo general han sido miradas con lupa y todos sus defectos, por mínimos que fuesen, eran multiplicados. Al mínimo intento que tuviesen de gozar de cierto poder eran desacreditadas. A Isabel de Farnesio, por ejemplo, la segunda esposa de Felipe V, se la llamaba ‘La leona’; se la tildaba de fiera, de dominadora… Prácticamente siempre se usan los mismos calificativos para ellas. El caso de Bárbara de Braganza es igual; el de María Luisa de Parma también. Todas han sido acusadas de lo mismo: de ambiciosas, de pérfidas, e incluso de conspiradoras en alguna ocasión. Pero yo creo que en todo caso necesitan una revisión histórica, porque la imagen que tenemos de ellas no es del todo acertada. Siempre es mucho más negativa de lo que correspondería. A lo mejor la única que se salva un poco y que tiene algo de buena prensa es María Cristina de Habsburgo, así con esa regencia acelerada que protagonizó. Pero más allá de ella, María Cristina de Borbón, la esposa de Fernando VII, tiene una leyenda negra detrás tremenda; María Luisa de Parma, con ese trío que protagonizó con Godoy y Carlos IV, también… No sé, yo no creo que sea algo que se corresponda con la realidad. Ya es mucha coincidencia que prácticamente todas las reinas de nuestra historia hayan sido malvadas e inmorales, ¿no crees?
P: Hablando de eso, precisamente, podríamos comparar la prensa que tiene la reina Sofía con la que tiene la reina Letizia.
R: Exacto. Yo creo que se castiga a las reinas que se esfuerzan por tener un mínimo de personalidad. Cuando debería ser lo normal, ¿no? No digo tampoco que Sofía no tuviera personalidad, pero sí que creo que ha quedado con esa imagen discreta, en segundo plano, mientras que con Letizia lo que trasciende es que es una mujer con una personalidad fuerte, que toma muchas decisiones junto al rey. Me da la sensación de que ese tipo de características suelen ir en detrimento de las reinas. Al poco que tratan de levantar la cabeza se ganan mala fama.
P: Otro libro tuyo se centra en las locuras de los Austrias. Si juntamos los dos casi podríamos resumirlo todo como que los reyes españoles han sido todos unos lunáticos. ¿Hasta qué punto es acertada esa imagen?
R: En realidad lo que yo intento destacar es otra cosa. No es que esté llamando locos a los reyes, sino que creo que todos estamos locos, hasta cierto punto. Todas las personas tienen sus cosas. Lo que pasa es que en el caso de los reyes esas rarezas tienen una repercusión mucho mayor. El libro también intenta empatizar, hasta cierto punto, con esos reyes. Ellos no reinaban por decisión propia. La corona era algo que les caía del cielo. A veces eran niños huérfanos a los que les tocaba lidiar con la responsabilidad del trono siendo adolescentes. Otras veces eran enfermos mentales, como Felipe V o Fernando VI, que no estaban para reinar pero que tuvieron que hacerlo de todas formas porque no existían mecanismos legales para que lo hiciese otra persona. Luego, por otro lado, lo que comentábamos antes: reyes que ya estaban demasiado mayores y que seguían reinando en su periodo de decadencia intelectual hasta que se morían. En ese sentido la locura de los reyes es muy interesante porque son personas que no tienen la opción de apartarse a un lado. Por resumirlo de manera sencilla: locos estamos todos, pero a los reyes se les nota más.
P: El libro también podría ser la crónica de la decadencia de España a nivel internacional, por un lado; y del sistema monárquico en el mundo, por otro.
R: Sí. El caso de los Borbones en España, en concreto, es particular. Durante su primer siglo aquí tienen que enfrentarse a una serie de problemas específicos. Felipe V era francés, llegó aquí sin conocer las costumbres o la lengua de sus súbditos. De hecho, precisamente en ese momento en Europa se estaba librando una batalla entre las dos culturas hegemónicas del momento, que eran la francesa y la española. En ese sentido, para Luis XIV fue una gran victoria colocar a su nieto en el trono de España. Felipe V llegó pensando que España era lo peor y que todo lo bueno venía de Francia. Tenía problemas para comprender a los españoles. Pero es que luego, por otro lado, durante casi un siglo los Borbones que reinaron en España tuvieron serios problemas mentales. Entraron en el país como un elefante en una cacharrería. Una vez asentados, sin embargo, el dilema fue otro. El siguiente siglo estuvo marcado por la dificultad de todos los monarcas europeos de adaptarse a los cambios políticos vertiginosos que se estaban desarrollando. El ejemplo más llamativo es el de Francia, en la que se sucedieron revoluciones y restauraciones monárquicas. El siglo XIX fue imposible de cabalgar para cualquier monarquía. De hecho después de la Primera Guerra Mundial la monarquía española, teóricamente más débil que sus vecinas, se mantuvo en pie mientras veía cómo caían reinos más poderosos. Alfonso XIII se vio de repente convertido en una antigualla en Europa, prácticamente.
P: Tampoco supo ver lo que se le avecinaba.
R: Es que esa es una de las cosas que deberíamos destacar de los Borbones: que nunca son conscientes del peligro que les acecha. Muy pocos de ellos demostraron conocer el terreno endeble sobre el que se movían. Y eso nos vale también para Juan Carlos I. Él, que debería haberse educado conociendo la historia de sus antepasados, debería saber que por menos de lo que ha hecho han caído otros reyes de su familia. En ese sentido es hasta sorprendente que se hayan mantenido durante trescientos años. Yo de hecho se lo dije al editor. Me parecía que un posible título para el libro podría haber ido por ahí: La dinastía de los supervivientes, o algo así. O El ave fénix, que vuelve de sus cenizas. Siempre son capaces de volver. Es un hecho inédito en Europa eso. Una dinastía que regresa una y otra vez al trono, no se sabe muy bien cómo.
P: Eso entronca con la imagen nefasta que solemos tener de todos nuestros dirigentes. ¿Es realmente justa?
R: No del todo, desde mi punto de vista. Creo que hay mucha Leyenda Negra en ese aspecto. Hay muchos historiadores que resaltan esto. Hablan del mito de la ruina perpetua de España. Y es verdad que se simplifica la historia muchísimo. Se viene a decir prácticamente que en el siglo XVI España se convirtió en la hegemonía mundial y después, acto seguido, comenzó un proceso de caída libre sin interrupción. Pero la realidad es que los procesos no fueron tan marcados. Ni la subida ni la caída. En el siglo XVI era la potencia hegemónica y en el XVII siguió siéndolo, por mucho que se diga que el reinado de Carlos II fue ruinoso. Al fin y al cabo, él todavía era la cabeza del gran Imperio mundial de ese momento. Luego, además, España continuó siendo una potencia muy destacada con los Borbones. Lo fue a lo largo de todo el siglo XVIII. Sí que es cierto que poco a poco fue quedándose en un segundo plano, pero no fue ni mucho menos la paria que mucha gente dice. En el siglo XIX todo estalló por los aires. Pero estamos hablando de que habían pasado tres siglos, eh. Lo que no se sostiene es esa imagen de 20 años de hegemonía y tres siglos de caída libre. Hombre, nunca he conocido una decadencia que dure tanto, la verdad. De hecho, yo creo que los Borbones del siglo XVIII fueron buenos reyes, en general. Vivieron un periodo en el que España todavía era una potencia muy importante, en muchos sentidos. A nivel cultural, a nivel científico… a nivel militar es cierto que la cosa fue en retroceso, pero tampoco pasó de la noche a la mañana a ser irrelevante. Si no no tendría sentido que durante el reinado de Fernando VI la corte estuviese llena de espías ingleses y franceses que querían ganarse a España para su causa en la Guerra de los Siete Años.
P: Luego en el libro sí que salen a relucir ciertas cuestiones objetivas. A mí me llama la atención siempre el hecho de que demográficamente España era muy inferior a sus competidoras.
R: Sí, ese es un tema además importantísimo, porque repercute directamente a la hora de tener que mantener tantos territorios. Hemos hablado de decadencia, pero es que también hay que tener en cuenta que España competía directamente con Imperios emergentes que tenían mucha más facilidad para nutrir con gente a sus tropas y a su clase dirigente. Lo que habría que plantear realmente es el mérito de los españoles que dominaron medio mundo con tan pocos hombres. Una cosa que nos pasa, yo creo, es que somos un poco egocéntricos. Miramos siempre la historia de España sin ponerla en contexto con la historia del resto de países europeos contemporáneos. Hablamos de nuestros reyes y les ponemos a caer de un burro, pero no miramos hacia otros lugares. Parece que no nos damos cuenta de lo que estaba pasando en Francia o Inglaterra, por ejemplo. Pérez Reverte es uno de los que dice mucho eso de que lo que faltó en España es una guillotina. A lo mejor habría que preguntarse por qué la guillotina desoló Francia y no España. El nivel de carestía en Francia era incomparable a lo que se vivió aquí. El nivel del hartazgo de los franceses con sus reyes era mucho mayor al nivel de hartazgo de los españoles. España tuvo reyes que, a pesar de todo, fueron mucho más discretos que los franceses. Carlos III tuvo un comportamiento que, comparado con Luis XV, no tuvo nada que ver. En la misma época España tuvo un rey discreto, comprometido con el gobierno, que se dedicaba a cazar y poco más, mientras que Francia estuvo gobernada por un mujeriego pedófilo adicto a toda clase de perversiones y que, además, se despreocupó completamente de las finanzas de la nación. Ahí se comprende bastante mejor por qué triunfó la Revolución Francesa allí y no aquí. No se trata de que los españoles fuesen más sumisos, sino de que los franceses se morían de hambre.
P: Hombre, lo que sí que parece indudable es que en España hubo un atraso que se hizo evidente en el XIX, ¿no? Comparando el nivel de modernización de unas naciones y otras; o el nivel de alfabetización.
R: Bueno, con respecto a eso existe una corriente historiográfica que viene a decir que con José I Bonaparte perdimos un tren en Europa tremendo. Que esa era la ocasión de homologarnos al resto del continente y de abrazar la Ilustración. Pero yo no creo sin embargo que la cuestión dependiese tanto de haber echado a José I como de haber tenido que echarle. El verdadero punto de inflexión estuvo en haber tenido que librar la Guerra de Independencia. Se trata de uno de los momentos, junto a la Guerra Civil, más oscuros de la historia de España. A todos los niveles además. A nivel demográfico —fíjate que ya hemos mencionado que era una de las piedras en la mochila del país— aquello fue como perder una pierna. A nivel cultural y económico quedó todo destrozado. Los huesos del Cid acabaron desparramados por media Europa; estuvieron a punto de volar por los aires la Alhambra de Granada; el segundo telescopio más grande del mundo, que estaba en Madrid, fue dinamitado… Eso ya nos dice algo. Supongo que los españoles tenían el segundo telescopio más grande del mundo para jugar con él en las fiestas de los pueblos, o algo así, con lo poco desarrollado que estaba el país según dice la Leyenda Negra. Es que es llamativa esa visión que tenemos de nosotros mismos. Para mí el verdadero punto de inflexión está en la Guerra de Independencia, donde, por cierto, los Borbones jugaron un papel bastante lamentable. Si hay que culpar a alguien en todo caso habría que culparles a ellos, por no haber sabido defender la integridad nacional, sus fronteras y sus intereses. Pero digo lo del punto de inflexión porque en realidad lo que se inicia en ese momento es una serie de guerras internas entre españoles que dejó unas heridas abiertas muy profundas. Stanley Payne, en La Revolución española, señala precisamente que hasta el siglo XIX España había sido una de las naciones europeas con menos guerras civiles. Pero desde el siglo XIX el guerracivilismo prendió con fuerza aquí. Todo se debió a una serie de heridas que se fueron enquistando y que nunca supimos curar del todo. Repasando la historia europea, el momento exacto en el que yo por fin encuentro que España está atrasada con respecto a los demás es con Fernando VII, y sobre todo con Isabel II. Antes no. En ese momento concreto los niveles de alfabetización sí que no eran normales. No sé. Digo todo esto para rebatir un poco esa idea de que la Ilustración no llegó a España en el siglo XVIII, cuando yo lo que veo es que en ese momento España sí que estaba más o menos al nivel de cualquier otra potencia continental. Porque no nos engañemos, en Francia no todo era cultura: seguía habiendo una censura religiosa brutal, junto a una gran cantidad de arbitrariedades judiciales, por ejemplo. Todos tenían sus cosas positivas y negativas. Pero el verdadero punto de inflexión para España estuvo en la Guerra de Independencia.
P: Por acabar. Has repasado las dos grandes dinastías españolas. ¿Te has planteado profundizar en todas esas lagunas monárquicas que también existen en nuestra historia?
R: Bueno, lo que pasa realmente es que los reyes tienen una ventaja con respecto a los políticos: el hecho de que reinan durante toda una vida y sobreviven a varios periodos políticos distintas. Tienen una continuidad mayor en el tiempo, lo que hace mucho más fácil estudiarlos y divulgar su historia. Además son una fábrica de pasiones y de de intereses tremenda. En el caso de los políticos su vida privada sí que suele quedar mucho más en un segundo plano, precisamente porque su biografía no consiste en hacer política desde que nacen hasta que mueren. La de los reyes, por otro lado, sí, por lo que son perfectos para eso. Lo que sí que me interesa mucho es la II República. De hecho en este libro incorporo un último capítulo en el que me adentro un poco en ella para remarcar que fue también una cosa de locos. Pero vamos, absolutamente. También por lo que he dicho: locos hay en todas partes. El problema es que se me iba de extensión. Al final concluí con un epílogo un tanto irónico en el que vengo a decir eso: "Ahora que se han ido los Borbones de España, imagino que ya no habrá trabas para que el país despegue y que todo sea maravilloso y que aquí estemos todos comiendo cada día algodón de azúcar". Pues ya vimos que no. Se fueron los Borbones y las cosas se complicaron igual. Siempre suele haber chivos expiatorios, pero la historia nos demuestra que los problemas no se solucionan cortando la cabeza del Estado. Los problemas complicados requieren soluciones mucho más complejas.