En el prólogo a la edición en castellano de su monumental Historia de España – originalmente fue escrita en latín -, el padre Juan de Mariana dice: "En todo el discurso se tuvo gran cuenta con la verdad, que es la primera ley de la Historia". Sus páginas comienzan con la llegada a España de Túbal, quinto hijo de Jafet y por ello nieto de Noé, poco después del diluvio universal y terminan con el reinado de Fernando el Católico. "No me atreví a pasar más adelante, y relatar las cosas más modernas, por no lastimar a algunos si se decía la verdad, ni faltar al deber, si la disimulaba", justificó.
En el propósito del nuevo libro de Agapito Maestre, Entretelas de España, se percibe el esfuerzo por tener en gran cuenta la verdad nacional sabiendo que para ello hace falta navegar entre las entretelas, las propias, esas que conforman lo más íntimo de un corazón almado y las de una España a la que han colocado demasiadas telas entre su tela del telón consistente, que Aristóteles habría llamado sustancia o forma persistente e identificable (ese algo en que nacemos, no algo que fundamos, que decía Ortega) y el forro de las apariencias sucesivas, no siempre bienintencionadas ni atentas con la verdad. Pero no acompaña al gran jesuita en su prudencia ante el tiempo presente: se atreve y se toma como deber decir la verdad antes que disimularla. Meditaciones sobre una España moribunda, se subtitula el libro. O sea.
Frente a los muy extendidos "sabios" que defienden que España no existe ni ha existido nunca y, que de haberlo hecho, ha sido o bien una entidad miserable, moralmente negra y abyecta; o bien una sustancia "sin", sin Cataluña, ni País Vasco, ni Galicia, ni…o bien, incluso, una mera formalidad constitucional de reciente factura, otros, entre los que Agapito Maestre se encuentra, creemos que lo que se llama España hace un tiempo inmemorial - desde antes de Isidoro de Sevilla a Alfonso el Sabio, al padre Mariana, a Modesto Lafuente, a Menéndez Pelayo, a Galdós, a Américo Castro, a Sánchez Albornoz y a Menéndez Pidal, por mencionar sólo a algunos de sus testigos relevantes -, podrá ser, si se quiere, un enigma histórico, pero es una realidad histórica indudable.
Es curioso que la existencia y el ser de España esté siempre debatida y dinamitada por unas minorías de españoles que odian a España por malformación ideológica mientras que, para los que no lo son, ya sean europeos, africanos, americanos, rusos, indios o chinos, la realidad histórica llamada España está fuera de toda incertidumbre. La han sentido siempre, la han sufrido tal vez, la han amado a veces, la han respetado, la han envidiado, la han combatido, la han imitado, la han calumniado…Pero España ha sido algo cierto para ellos, una entidad nacional distinta a todas las demás y perfectamente reconocible. España es innegable para todos ellos.
España parece ser siempre un problema
Dice Agapito en su Introducción, una pieza esencial del libro por cuanto en ella explica sus propósitos siendo más extensa que cada uno de los capítulos. En ella se asume que España parece ser siempre un problema, sobre todo porque es probable que a España, que ha existido como Estado, primer Estado unido de Europa, parece no tener fácil existir como nación propiamente dicha a pesar de la Guerra de la Independencia y al gran intento de la Transición, lo que causa un dolor intenso en quien no quiere que desaparezca su posibilidad de ser.
Dicho de otro modo, y por tanto, se trata de conquistar, de construir la nación española en libertad, tras unos primeros intentos, hoy fracasados, debido a la infección de los internacionalismos, imperialistas o ingenuos o supuestos, y a los nacionalismos separatistas que persiguen destruir la conciencia nacional española. Es más, desde el gobierno Zapatero, y solapadamente desde mucho antes, se ha pretendido dictar la irrealidad histórica de España desde el poder político y sus tentáculos. Aunque las diferentes interpretaciones de la historia de España tienen que fundamentarse en hechos, no en leyes ni caprichos sectarios que pretendan matar los hechos con disposiciones e irracionalidades, tales intentos tienen su ración de éxito, pese a Bismarck.
Amor a España
Estamos ante un libro de amor a España, a la nación española, a la patria común. Pero el amor no es ciego. La historia de España existe porque hay una realidad histórica llamada España cuyos hechos no pueden permanecer ocultos ni distorsionarse indefinidamente. Pueden interpretarse de modo diferente admitiendo la falsabilidad necesaria de toda hipótesis o modelo si hay hechos nuevos o revisados que lo aconsejen. Lo que no es de recibo intelectual es yuxtaponer relatos más o menos arbitrarios o ilógicos o falsos en lugar de la historia real. Tampoco lo es asignar una esencia inmutable y trascendental a un transcurrir de siglos que es, precisamente, histórico, esto es, que se modifica, que aporta nuevas formas, metas y métodos según las circunstancias. Extendiendo pues a Ortega, España es España y su circunstancia. O sea, es la "morada vital" de Américo Castro, una nación histórica forjando su "vividura". Me atrevo a decir que el presente libro es un hijo legítimo del anterior Ortega y Gasset. El gran maestro porque abunda en el desarrollo de la idea de nación.
La historia no determina. Aporta la continuidad necesaria para reconocernos, un derecho civil, mercantil, político y cultural, y nos permite tener en cuenta sus hechos conocidos, consecuencias de decisiones y circunstancias, para afrontar nuestro propio gobierno del presente, en parte personalmente y en parte colectivamente. Por ello, es propósito evidente de algunos - sobre todo los separatistas que niegan la nación española real afirmando sus seudonacioncitas falso románticas y ficticias, y los neosocialcomunistas que exudan su añoranza de un estado universal imposible (neobolivarianismo) destruyendo la nación española a la que identifican absurdamente con el franquismo y con todo lo perverso-, la organización de una matanza a gran escala de los hechos comprobados de tal modo que a España no la reconozca ni la madre que la parió (frase que hoy tal vez lamente su autor, Alfonso Guerra, hoy patriota confeso español aunque en la temerosa modalidad constitucional).
Liberarse de leyendas negras, rojas o azules
En este panorama de una España moribunda por decisión de algunos poderes políticos, la historia nacional española debe ser recuperada, liberada de leyendas negras, rojas o azules, y servir de base para la consolidación de una nación española abierta, democrática y común. A eso dedica su reflexión Agapito Maestre en un libro que espero sea el primer paso de un nuevo renacer de los estudios sobre España y la idea de España. Para los historiadores, el camino es no sólo la investigación de los hechos sino impedir su falseamiento político. Para los filósofos, se trata de aportar elementos de reconocimiento de la personalidad nacional española y pilares reflexivos contundentes para evitar su destrucción proponiendo las reformas necesarias, nunca revoluciones estériles. Para todos, el deber común es resistir.
El libro de Agapito Maestre es un ejemplo de resistencia democrática nacional en esta "nueva etapa de destrucción total de la España constitucional". Y ed atreve: "Antonio Machado no ha llegado al hombre-masa. Pocos creen al poeta. Antonio Machado ha fracasado. La mayoría no suscribe sus palabras: "La nación española no es un mito". Los socialistas han vuelto a apostar por la mitología: "España es una nación de naciones". Mentira. "Eso nunca ha existido y, además, es imposible conciliarlo con el carácter único e indivisible de la soberanía nacional que recoge la Constitución de 1978", rasga Agapito. La izquierda actual, con tal de conseguir el poder, se ha infectado de separatismo y de bolivarianismo frustrando una España compartida en una democracia liberal, único modo asegurado de convivencia.
Qué es España
Tras este libro, tal vez vengan otros. Sería menester. Pero este habrá sido el primer libro que pregunta sin tapujos qué es España, qué es la nación española, en medio de una tempestad política y moral que la puede conducir al naufragio histórico. "Sí, porque yo digo España, porque aún pregunto qué es España, me queda la esperanza de ver un rostro distendido por la alegría y una mano erguida que nos alienta para recuperar una voluntad colectiva, una nación democrática, a partir de la identidad española", confiesa el autor. Como método, Agapito considera las aportaciones plurales de nuestros pensadores desde 1939 sin olvidar a quienes contribuyeron a su actual agonía. Su galería de debatientes es apasionante.
Agapito Maestre reclama desde el principio que se promuevan estudios que expliquen por qué durante la elaboración de la Constitución de 1978 y después se ha impulsado la idea "fullera" de España como "nación de naciones". Encuentra el origen próximo en las muy deficientes formulaciones del nacionalista catalán Pedro Bosch Gimpera en 1937 y en la de los socialistas castellanos Anselmo y Luis Carretero, fuentes de José Luis Rodríguez Zapatero, que llegaron a afirmar incluso la existencia de una nación leonesa, que, en este clima disgregador que vivimos, ha encontrado eco en un PSOE y en unos comunistas que defendieron, en apreciable número, la patria española - su visión de ella, claro -, durante la Guerra Civil.
Frente a las fabulaciones de estos autores y a los delirios de Sabino Arana y sucesores y tras las luminosas obras de Unamuno, Ortega y Maeztu, entre otros, Ramón Menéndez Pidal se enfrenta directamente a las tesis de la inexistencia de España como unidad nacional. Lo hizo en Los españoles en la Historia. Los españoles, un ser colectivo duradero en el tiempo, es el sujeto afirmado frente a las fantasías prerromanas de Gimpera a las que una supuesta superestructura, España, se habría impuesto. Es una visión atávica que no tiene en cuenta el tiempo, la historia, el devenir nacional. Gimpera, arqueólogo, se petrifica en un pasado indigenista imaginario para combatir la idea del pueblo español como unidad, su objetivo político.
Junto a Menéndez Pidal, sobresalen en la defensa de la unidad e identidad de España las gigantescas figuras del exilio español Américo Castro y Claudio Sánchez Albornoz, éste último presidente del gobierno de la II República en el exilio desde marzo de 1962 hasta febrero de 1971. Defendieron interpretaciones diferentes pero el tema de sus reflexiones fue España como realidad. Las suyas "son auténticas filosofías de la Historia de España, continuación de los grandes ensayos filosóficos que sobre España se han escritos desde Quevedo y Jovellanos, pasando por Juan Valera, Menéndez Pelayo, y Ortega y Gasset, hasta nuestros días". Más allá de la mera conciencia de clase o de partido, defendieron la conciencia nacional, muro esencial contra las contiendas civiles. A su lado, los Gimpera y Carretero no aportan hechos, sino mera ideología antinacional. A Castro y a Sánchez Albornoz dedica Agapito Maestre iluminadas páginas en la primera parte del libro.
Analiza con detalle afectuoso, pero riguroso, las tesis de Castro y de Sánchez Albornoz, duelistas en una gran polémica histórica acerca del ser de España. Uno, a brocha gorda, hacía hincapié en una España crecida como anomalía estructurada por la convivencia de cristianos (diferentes de otros más ligados a Roma), judíos y musulmanes, con una inexplicable violencia interior que le hacía capaz de "matar y matarse". El otro, aminorando la influencia musulmana y judía y haciendo de los españoles un conjunto vital real desde antes de la invasión del 711. De gran interés es la reflexión de Agapito, al hilo de su filósofo amigo Carlos Díaz, de la raíz judía en la razón española. Está en un capítulo sexto de lectura inexcusable.
El franquismo no fue un bloque monolítico
El franquismo no fue un bloque monolítico ni en su interior fue imposible pensar. Por las páginas de este libro desfilan personajes que primero fueron nacional sindicalistas, luego demócratas orgánicos y finalmente demócratas liberales como Laín Entralgo, cuya España problemática es abordada con atención y no sin crítica. Tampoco escapan a la crítica otros intelectuales que vivieron durante el franquismo, como Calvo Serer, Ridruejo, Aranguren, José María Valverde, que escribió su Historia de la Literatura Universal con el antiguo falangista Martín de Riquer. La estupidez de que durante el franquismo no hubo cultura ni intelectuales queda desmontada concienzudamente por los debates sobre España que, entre ellos, algunos bien brillantes, tuvieron. Ahí están Julián Marías y otros. Y alguna pincelada biográfica deja cumplidamente en su sitio a algunos que se hicieron los "progresistas" cuando ya no había peligro. Lucrativo disfraz.
Agapito Maestre muestra cómo de densa y profunda fue la reflexión de los más grandes intelectuales españoles sobre la necesidad de la reconciliación nacional desde Cánovas y Marcelino Menéndez Pelayo a nuestros días. Este último, todo un monumento intelectual dedicado a España, fue manipulado a su favor por el franquismo, aunque pudo ser recuperado incluso por los españoles del exilio. El repaso intelectual de estas figuras es bien necesario en este momento trágico que vivimos en el que la cúpula psicopática irresponsable del Partido Socialista, sacada a hombros por una irresponsable trayectoria de un PP acéfalo y miope, y muleteada por el neocomunismo aliado al separatismo, está torturando a toda España para que vuelva de nuevo a la escisión política y moral. Se trata de borrar la Transición y la Constitución de 1978 de un plumazo político y legal. Incluso se habla ya desde el gobierno de "crisis constituyente".
Galdós, el "Tocqueville español"
Como Castro y Sánchez Albornoz, Agapito Maestre nos muestra que la comprensión del ser de España debe incluir a la literatura y al arte en general, de modo particular, la pintura. Precisamente se centra en Galdós, el "Tocqueville español", para diagnosticar la grave enfermedad de una élite sectaria que no lo considera nutritivo a pesar de haber impulsado como nadie el patriotismo español. Será porque anticipó en su retrato de la España cantonalista el espanto totalitario que se nos viene encima con un gobierno como el de Pedro Sánchez.
El libro de Agapito es un intento de promover el patriotismo que necesitamos para no morir como nación. Bebe en Rafael Altamira, otro patriota exiliado, para que no muera el sustento liberal del régimen democrático: la Nación, y vuelve a Ortega porque "la Nación no es solo un territorio, una tradición, una historia, unos caracteres más o menos comunes, una lengua, etcétera, sino sobre todo una voluntad de construir algo en común", un proyecto sugestivo de vida y destino comunes. Sí, la comunidad de destino nacional, que, mucho más que una Constitución, es un derecho superior a lo que es meramente parte, clase, grupo, partido o clientela. Tal voluntad de construir la nación es posible sin estancarse en las supuestas esencias nacionales. No hay esencia, sino historia y empeño de convivencia. Pero hoy todo parece envenenado por una estrategia de desnacionalización consciente y sistemática.
Termina el libro con unas reflexiones sobre la pintura, arte en el que se vierte la nación española de manera muy especial. Muy sugerente son sus reflexiones e informaciones sobre Zuloaga y Gutiérrez Solana; sobre el desprecio sectario hacia el grandísimo Dalí y la exaltación política, no estética, de Picasso en el fondo común español en ambos; sobre la calidad de otro grande casi borrado del mapa por las mafias ideológicas habituales, José María Sert, al que llamó "decorador" algún lumbrera del bando republicano… Y como ejemplo del presente, Antonio López, dibujo y concepto, especialmente su cuadro sobre la Familia Real, una "mirada limpia las angustias, los dolores y los derrumbamientos de la Familia Real de España. El cuadro contiene, en efecto, todas las sombras de la Familia Real y también algunas luces. Hay salida…. El de Tomelloso capta con realismo cervantino que, después de Felipe II, no ha habido un Rey mejor y más preparado intelectual y moralmente, en España, que Felipe VI."
El epílogo del libro puede desconsolar al principio: la nación española parece no existir . "Es como si España no existiese para nuestros escritores y artistas. Ni el pasado ni el presente de España son materias de atención de nuestras Universidades. Los políticos rara vez prestan atención a alguna gesta relevante de nuestra historia. Nuestra geografía, paisajes, costumbres, literatura no están en parte alguna. Nadie quiere saber historia de España. El caos espiritual sobre la nación, España, es absoluto. Los villanos se ríen de la situación y los estultos no entienden de lo que hablamos", diagnostica.
Pero Agapito Maestre dice: España. El enderezamiento de este trascendental entuerto depende de la voluntad de cada uno de los españoles, de todos nosotros. "O ponemos las manos en este caos moral sobre España o las generaciones venideras persistirán en odiar la palabra Patria y, por supuesto, seguirán despreciando nuestra historia, nuestras ciudades y paisajes".
Por todo lo dicho, el libro de Agapito Maestre es un alimento espiritual más que necesario para esta España moribunda. Lleno de sugerencias, de emoción filosófica, de rescates morales de muchos españoles olvidados y silenciados, es una incitación a la reconstrucción de una gran nación que no está dispuesta a dejarse matar por unas minorías que odian a España sin saber siquiera lo que es, lo que ha sido y lo que va a ser. No tienen en gran cuenta la verdad. Sencillamente, ejecutan consignas.
Hasta la inspiradora portada de Jesús Cortés Caminero es una invitación a hacer patria sin complejos.