¿Cómo puede un niñato insolente, juerguista estándar y matón de tres al cuarto, terminar convirtiéndose en el enemigo público número uno tanto de la Guardia Civil como de la Policía Nacional? La historia reciente de la delincuencia en España está plagada de casos llamativos que podrían alimentar guiones televisivos o fenómenos literarios, sin embargo, la realidad que suele ocultarse detrás del halo de misterio y malditismo con la que percibimos normalmente a los malhechores tiende a ser bastante decepcionante. El periodista Manuel Marlasca lo resume sin demasiados adornos: "Un chorizo es un chorizo. No hay nada realmente loable en ellos, por más que nos los queramos imaginar como a los personajes de La casa de papel".
La conversación se debe, precisamente, a ese niñato insolente, juerguista estándar y matón de tres al cuarto, que terminó convirtiéndose en el enemigo público número uno tanto de la Guardia Civil como de la Policía Nacional. Su nombre es Jaime Giménez Arbe, aunque durante más de una década fue conocido como el solitario. A lo largo de catorce años perpetró 36 atracos en cajas de ahorro y oficinas bancarias en más de veinte provincias españolas de diez Comunidades Autónomas diferentes. Por sus maneras y su persistencia, llegó a ser uno de los delincuentes más pintorescos del país, pero su caso, que con el paso del tiempo había ido cobrando notoriedad entre los investigadores, no terminó de convertirse en una prioridad absoluta para la Guardia Civil hasta el 9 de junio de 2004, día en el que fue relacionado directamente con el asesinato de los agentes Juan Antonio Palmero y José Antonio Vidal en una carretera de Navarra.
Todos los pormenores de esta patética y, por desgracia, también trágica historia, llega ahora a las librerías de la mano del propio Marlasca y del escritor Lorenzo Silva, que con la colaboración del dibujante Cristóbal Fortúnez han desarrollado la novela gráfica El solitario (Radom Cómics). "En realidad el proyecto fue idea de nuestra editora Mireia Lite, que desde hacía tiempo me venía tentando con hacer alguna cosa de este estilo basada en un crimen real", explica el periodista. La elección del caso llegó después, aunque tampoco les resultó demasiado complicado decantarse. "En comparación con otros sucesos sonados y recientes en España, este tenía la ventaja de que el juicio ya ha terminado y sobre el acusado ya pesa una sentencia firme".
Un caso particular
Por extraño que pueda parecer, España es un país de atracadores. "Aquí están los mejores", explica Marlasca. "Además son individuos muy peligrosos. Siempre van armados y aprovechan cualquier oportunidad para reincidir. Hay incontables ejemplos: Espada, Camacho, el Mortadelo… Tíos que han continuado dando golpes incluso con más de sesenta años". Sin embargo, lo que hacía a el solitario un caso particular era, como su propio apodo indica, que nunca trabajaba acompañado. Sus objetivos favoritos eran las cajas de ahorros de los pequeños pueblos perdidos que abundan por el país. En ellos el botín podía ser menor, ciertamente, pero su relativo aislamiento, unido al movimiento constante que realizó por la geografía patria, hicieron muy difícil seguirle el rastro durante mucho tiempo. Además, como pronto descubrirían los primeros investigadores que se toparon con alguno de sus "trabajos", jamás empuñó un arma sin haberse disfrazado perfectamente primero.
Así irrumpía siempre en las oficinas que pretendía desvalijar. Los testigos que presenciaban sus atracos coincidían todas las veces: metro setenta, robusto, pelo lacio oscuro, barba tupida del mismo color. Sólo permanecía en los locales un par de minutos, lo suficiente para hacerse con numerosos fajos de billetes y marcharse antes de que la policía se presentase, avisada por las alarmas silenciosas. Pero algo en su atuendo parecía impostado. En realidad, todo: ni el pelo ni la barba eran suyos. Además, su extraña forma de caminar y de moverse respondían a las numerosas capas de ropa que llevaba puestas para ocultar su chaleco antibalas. Solía exigir el dinero con severidad y profiriendo insultos, pero terminaba despidiéndose con amabilidad y con cierto aire teatral. Pese a todo, nada indicaba que fuese más peligroso que cualquier delincuente común.
Pero lo era. Aunque sólo fuese por su gran manejo de las armas de fuego y por su sangre fría, rasgos que venían acompañados de un instinto de supervivencia que le hacía estar dispuesto a cualquier cosa con tal de no ser detenido. Antes de mayo del 2000, algunos agentes ya habían podido comprobar su destreza de tirador. Durante la década de los noventa había protagonizado algún intercambio de balas con la Guardia Civil, pero nada parecido a lo que ocurrió a comienzos del nuevo milenio, en las calles del pequeño pueblo de Vall de Uxó, en Castellón. "Aquel fue su primer gran error", relata Marlasca. "Aparcó demasiado lejos de la sucursal que quería atracar, que además estaba demasiado cerca de la comisaría. Como colofón, dio el golpe justo a la hora del cambio de guardia, en el momento en el que se juntan más agentes todos los días". De esa forma, se vio obligado a huir a tiros de una docena de ellos, en un episodio que terminó con la muerte de Manuel Ferrandis, víctima de fuego amigo.
El enemigo público número uno
A partir de entonces, su trayectoria estuvo marcada por las fatalidades. Si hasta ese momento se había caracterizado por ser un atracador escrupuloso que planificaba sus golpes de manera bastante notable, comenzó a pecar de exceso de confianza. Aunque más allá de los diversos contratiempos que le pudieron suceder, y de las chapuzas que pudo protagonizar, sus errores fatales fueron, sobre todo, dos: asesinar a dos agentes de la Guardia Civil y atracar dentro de la jurisdicción de la Policía Nacional. De un plumazo, se había convertido en el objetivo prioritario de los dos principales cuerpos de Seguridad del Estado.
La desgracia de Juan Antonio Palmero y José Antonio Vidal fue cruzarse con él en una carretera en la frontera entre La Rioja y Navarra. La línea de investigación llegó a la conclusión de que los dos agentes habían perseguido el Suzuki en el que viajaba Giménez Arbe por alguna infracción de tráfico, y que este no había querido detenerse debido a las armas que guardaba dentro del vehículo. Posiblemente, el solitario condujese frustrado después de haber descubierto que, al ser fiesta en La Rioja, los bancos ese día estaban cerrados. Cuando el coche de la Guardia Civil le señalizó para que se detuviese, él se dio a la fuga y, después de un tira y afloja de varios kilómetros, terminó abriendo fuego contra sus perseguidores.
"A día de hoy sigue siendo un misterio la gran destreza que demostró siempre Giménez Arbe con el manejo de las armas de fuego. El tiroteo de Vall de Uxó, o el crimen de Navarra, en el que concentró decenas de tiros en un espacio reducido y contra un objetivo en movimiento, delatan a un gran tirador". Y se trata de un misterio porque ni siquiera realizó el servicio militar. Su perfil tampoco invitaba a pensar que hubiese pasado una infancia marcada por las armas. "Era hijo de una familia relativamente acomodada, de clase media, que sin embargo se había decantado por el camino delictivo desde adolescente". Además de peleas en bares y de pequeños atracos, fue de los primeros traficantes de anfetaminas que operó en el norte de Europa. "Con el paso del tiempo decidió centrarse exclusivamente en los atracos porque le daban más dinero".
El final de su historia llegó en Portugal. Hasta allí le siguió la Policía Nacional, después de descubrir que había planificado un último golpe en el país vecino antes de viajar a Brasil y retirarse junto a su novia. En una escena patética, fue reducido por ocho agentes lusos sin que le diese tiempo a sacar el arma. Humillado, desempeñó casi al instante un papel histriónico y recargado, y se vendió como un mártir revolucionario, "expropiador de bancos" y "ácrata anticapitalista". A día de hoy, tiene más de sesenta años y continúa en prisión.