Gabriel Heras es médico especialista en Medicina Intensiva en el Hospital Universitario de Torrejón. Por su trabajo, está acostumbrado a lidiar con casos dramáticos, lo que le ha hecho ir confeccionando con el paso del tiempo una noción de la medicina que no termina de ser la que actualmente se practica en España. A principios de 2014 creó el Proyecto Internacional de Investigación para la Humanización de las Unidades de Cuidados Intensivos (Proyecto HU-CI), con el que ha elaborado toda una serie de medidas concretas enfocadas principalmente en dar prioridad a la dignidad de las personas. Ahora, en mitad de la crisis del coronavirus, el hospital en el que trabaja tuvo el "dudoso honor" de ser el primero con un paciente de covid-19 ingresado en Cuidados Intensivos. Eso le ha hecho enfrentarse a la enfermedad prácticamente desde el principio de la plaga en España y vivir de una manera más intensa lo que miles de españoles han padecido en estos escasos últimos meses. De esa experiencia ha terminado surgiendo En primera línea (Península), libro que no sólo relata en qué ha consistido el día a día de nuestros sanitarios, sino también cómo suele funcionar normalmente esa sanidad a la que catalogamos sin pudor como "una de las mejores del mundo", pero que sin embargo tiene mucho margen de mejora. Hablamos con él:
Pregunta: ¿Qué tal estás? ¿Cómo estáis en los hospitales ahora que parece que ha pasado lo peor?
Respuesta: Mucho mejor, sí. El volumen de trabajo ha bajado radicalmente. Ya casi estamos volviendo a la normalidad. Aunque todavía tenemos a algún paciente ingresado con secuelas del coronavirus que va a tener larga estancia. Es algo que ha traído también la enfermedad: ha hecho que se prolongue bastante la estancia en la UCI. De media ahora son 28 días. A los pacientes les cuesta volver a la normalidad, no sólo ya en la UCI, sino fuera también. A muchos todavía les queda un largo proceso de recuperación.
P: Vosotros fuisteis los primeros con pacientes de coronavirus en UCI. Ahora se está hablando mucho de si el Gobierno conocía o no conocía la gravedad del problema pero, ¿qué se sabía exactamente en los hospitales?
R: En los hospitales había un desconocimiento absoluto. Para casi todo el mundo era una enfermedad completamente inexistente hasta hace relativamente poco. Los primeros días hubo mucho desconcierto. A principios de año se veía el coronavirus como algo lejano, que sólo estaba en China, y de repente había llegado a nuestro hospital. De hecho inicialmente la gente de otros hospitales de la Comunidad de Madrid no nos creía. No le daba importancia. Pensaban que éramos unos exagerados. Incluso intentamos trasladar pacientes graves cuando comenzamos a desbordarnos y no nos los aceptaban. Decían que no se querían infectar. Así que bueno, del desconcierto inicial pasamos un poco a la frustración de detectar una cierta falta de compañerismo que, por otro lado, creo que ha sido global. A todos los niveles: desde el propio nivel personal hasta el internacional, pasando por la actuación de cada hospital y de cada comunidad. La gestión ha estado basada más en la autoprotección que en el bien común.
P: ¿Han faltado protocolos?
R: Sí, sin duda. Las cosas habrían sido más sencillas si las normas de juego hubieran estado claras. Pero la realidad es que cada hospital ha actuado siguiendo sus propios protocolos. Según cada uno estudiaba la literatura médica que iba saliendo de los datos de Italia o de China, unos hacían una cosa y otros hacían otra. Ha sido algo bastante llamativo. Prácticamente cada hospital de España ha seguido su propio protocolo. Nos ha faltado ponernos todos de acuerdo, porque no había nada claro. Al final era algo muy difícil. No había evidencias científicas de ningún tipo. Nos estábamos enfrentando a una cosa nueva para todos y lo que hacíamos era tratar de generar evidencias sobre la marcha, algo que en realidad no hemos conseguido. No ha dado tiempo. Es lo que te digo: cada uno ha ido haciendo lo que estimaba conveniente en cada uno de los momentos.
P: En el libro mencionas también un cierto desconcierto con las diversas medidas que se han ido tomando.
R: Sí, bueno, la realidad es que durante las primeras semanas nosotros estábamos viendo una cosa en primera línea que luego parecía no corresponderse con la sensación general. Para nosotros era evidente que la pandemia iba a más, veíamos que en Madrid y en Cataluña estábamos cada vez más desbordados, y a mí, personalmente, me costaba mucho entender que, teniendo un mando único, no se estuviesen distribuyendo los recursos hacia las comunidades que estábamos peor. No entendía por ejemplo que si en Extremadura, Murcia o Canarias había poca presión asistencial no pudiésemos recibir ayuda de sanitarios de esas comunidades. Tampoco que no pudiésemos trasladar a pacientes graves allí. Entiendo que eso es algo más complicado pero, no sé, Guadalajara está a quince minutos de mi hospital. A veces es más fácil trasladar a un paciente a Toledo que a La Paz, y sin embargo eso no se contemplaba pese a que habían dicho que había un mando único. Era algo que yo no podía entender. Si las competencias de las Comunidades Autónomas están transferidas, el Gobierno debería saber redistribuir los recursos. Llegó un momento en el que hasta hicimos un llamamiento a través de nuestras redes sociales el día 20 de marzo diciendo eso, que estábamos extenuados, que no dábamos abasto y que necesitábamos más manos; pero los consejeros de sanidad y los responsables de las otras Comunidades Autónomas se negaron. No querían quedarse sin recursos por si el virus les atacaba a ellos después. Nadie quería asumir esas responsabilidades de haber dejado a sus ciudadanos desguarnecidos. Supongo que no son decisiones fáciles, pero la realidad es que en ese momento lo que hacía falta era gente en Madrid y en Cataluña.
P: También dices que Simón mintió cuando dijo que se les estaban haciendo test a todos los sanitarios que hubiesen trabajado con algún compañero infectado.
R: Eso fue desolador. Para mí debería haber sido motivo de dimisión al día siguiente. Nosotros teníamos ya bastante con lo que teníamos como para que encima la gente mintiese. Para mí, si hasta ese día Fernando Simón era un señor totalmente respetado como médico y como epidemiólogo, en ese momento se convirtió en un político. Tampoco sé cuál fue su motivación, por supuesto. No sé si lo hizo por desconocimiento o porque le dijeron que lo dijera, pero el caso es que lo hizo, y eso nos sentó fatal a todos los profesionales sanitarios que estábamos dejándonos ahí la vida. Así de claro.
P: Por tocar más temas de los que hablas en el libro: haces referencia a las secuelas, no ya del propio coronavirus, que todavía no se conocen demasiado, sino también de haber estado tanto tiempo en la UCI.
R: Sí, el síndrome post-UCI. Es algo que lleva descrito relativamente poco, la verdad. La descripción es del año 2010. La cuestión es que históricamente en la Unidad de Cuidados Intensivos nos hemos enfocado únicamente en que la gente sobreviva. Y para ser honestos es algo que hacemos muy bien. En circunstancias normales, antes del coronavirus, nueve de cada diez personas sobrevivían. Lo digo porque la gente puede tener el concepto de que la UCI es un lugar de muerte, cuando en realidad es un lugar de vida. Ahora bien, es cierto que no todo es tan sencillo. En los últimos años nos hemos enfocado más en el cómo se sobrevive. Porque sobrevivir no lo es todo. Si tú sobrevives pero te quedas hecho un desgraciado, dependiente de máquinas o sin posibilidad de hablar, con secuelas físicas, psicológicas y emocionales, pues a veces uno puede llegar a plantearse incluso si ha merecido la pena haber sobrevivido. Por desgracia ahora estamos viendo que la mortalidad de la gente que ingresa en la UCI por coronavirus es como la que referían los chinos, en torno al 40 o 50 por ciento, es decir, cinco veces más de lo que estamos acostumbrados los intensivistas. Y a eso hay que sumarle que sus estancias se han prolongado muchísimo, por lo que también se ha intensificado ese síndrome post-UCI. Al final lo que vemos los profesionales es que el sistema no está preparado para asumir todas las secuelas que van a venir. Y hay que crear una infraestructura para eso.
P: También hablas de las secuelas que ya arrastraban los sanitarios antes de la crisis, y las que van a arrastrar cuando todo termine.
R: Claro. Yo creo que ahora se ha puesto completamente de manifiesto que nadie cuida del cuidador. Seamos sinceros: nosotros hacemos muy bien nuestro trabajo. Somos muy efectivos. En España la gente puede estar orgullosa, porque creo que en otras partes del mundo la mortalidad, en situaciones de normalidad, es superior. Pero claro, ¿quién se preocupa por nosotros? Es decir, el precio de que eso sea así lo acabamos pagando los profesionales porque nadie nos cuida. No hay sueldos ajustados, ni ratios de personal adecuado, ni condiciones laborales estables. Y eso no puede ser. Luego ya por otro lado está la gran falacia de los héroes. Nosotros no somos héroes. Somos personas a las que nos gusta lo que hacemos, evidentemente, porque si no es insoportable. No lo haríamos. Y al final esa consideración de que somos héroes es un problema para todos. Para empezar porque cuando crees que el que tienes delante es un héroe también tiendes a creer que todos tus problemas tienen solución. Y eso no es verdad. Muchas enfermedades no tienen solución. Pero luego está el otro problema de que a ese al que tanto llamas héroe se lo acabe creyendo, y deje de pisar el suelo. Al final lo que se genera es una relación que no es de igual a igual; de persona a persona. Lo curioso es que en realidad, si tuviese que haber una asimetría en la relación tendría que ser al revés, porque en todo caso el héroe es el enfermo. Pero es que esa relación es muy tóxica. Yo siempre reivindico el poder sentirme vulnerable y decir las cosas como las veo y las siento. Nosotros también somos personas, con nuestros días buenos y malos, con nuestras equivocaciones, pese a todas las precauciones, y eso es algo que está ahí. Sería mejor humanizar a los sanitarios.
P: Ahora os han dado el Premio Princesa de Asturias de la Concordia y hay algunos compañeros tuyos que no lo han recibido con buenos ojos. Dicen que menos premios y más inversión en sanidad. ¿Tú qué opinas?
R: Pues yo estoy enormemente agradecido, la verdad. A mí me parece que los premios hay que celebrarlos siempre. Me siento muy orgulloso y considero que se trata de un reconocimiento completamente pertinente. Ahora bien, también coincido con mis compañeros con respecto a lo de que hacen falta más contratos y de más calidad. Lo que pasa es que no son cosas incompatibles. Lo que no tendría mucho sentido es que sólo viniese el reconocimiento de la Casa Real. Pero creo sinceramente que también vendrá el otro reconocimiento en forma de menos contratos basura. Al final, no se pueden humanizar los cuidados sin humanos. Hay que poner los recursos adecuados. Pero como digo, tampoco creo que haya que enfadarse por que te den un premio. A veces España es el país de la crítica. No sé, es que ya todo lo criticamos. A mí me parece que que la Casa Real haya tomado esa determinación es lo mínimo. Es decir, me parece que están a la altura de la situación, cosa que muchas consejerías de sanidad no han estado.
P: En el libro hablas de muchos otros temas. Por ejemplo, dedicas varias páginas a la muerte y a la necesidad de cambiar la forma en que nos enfrentamos a ella.
R: Sí. Yo creo que en el momento en que comencemos a preocuparnos por morir bien, la sociedad será mejor. Pero es que morirse bien no está de moda. Quizás porque nos han enseñado a todos, de alguna manera, que la muerte es un fracaso. Esa es otra falacia. La muerte es parte de la vida. Además, también, hablar de la muerte te hace pensar inevitablemente en cómo quieres vivir mientras continúas aquí. La gente generalmente prefiere morir cumpliendo cuatro requisitos: sin sufrimiento; lo más lejos de un hospital posible —la gente acude a morir a los hospitales porque no hay unidades de paliativos domiciliarios—; sin haber dejado cabos sueltos en su vida; y por último, acompañada. Fíjate. En la pandemia no se ha cumplido ni una. Lo que pasa es que más allá del coronavirus, pocos casos consiguen cumplir todos esos requisitos alguna vez. Por eso es tan importante que la gente haga sus voluntades anticipadas y que diseñe su propio proceso de morir. Al final morirse bien es de vital importancia tanto para el que se va como para el que se queda. Uno sólo tiene una oportunidad de despedirse de su padre, por ejemplo. Y si por lo que sea no llega a hacerlo, a lo mejor es algo que se le queda ahí para el resto de su vida. Evidentemente morir de un accidente es algo que no puedes controlar; pero si tienes una enfermedad crónica que te da tiempo para afrontar estas cuestiones, creo que es fundamental. Porque hay que pensar muchas cosas: si quieres ser incinerado o no, si quieres ser donante de órganos, etcétera. Esas cosas son muy importantes. Claro, a nadie le gusta estar viendo un partido de fútbol y al acabar ponerse a diseñar su propia muerte, pero siguen siendo reflexiones necesarias. Por eso es tan importante naturalizar el proceso de morir y hablar de la muerte con naturalidad.
P: ¿Qué es el Proyecto HU-CI?
R: Pues mira, el Proyecto HU-CI es un proyecto de investigación internacional que lo que quiere es transformar la sanidad hacia un modelo centrado en la dignidad de las personas. Por personas me refiero a todos: pacientes, familias y profesionales. Proyecto HU-CI lleva seis años en activo y ha revolucionado la sanidad en España y en América Latina. Tenemos presencia en más de 25 países. Hemos hecho ocho líneas de investigación basadas en lo que quiere la gente cuando piensa en una UCI ideal. A partir de ahí hemos diseñado un manual de buenas prácticas y de humanización. Son 160 medidas que sirven para transformar la Unidad de Cuidados Intensivos. Se trata de un modelo exportable y reproducible en cualquier parte del mundo, porque da igual dónde estés, que todos tenemos los mismos problemas. Lo que pasa es que ahora el coronavirus se ha cargado esas 160 medidas en tres meses. También ha puesto de manifiesto la importancia que tienen realmente. Ahora muchos están trabajando con horarios restringidos, la gente está muriendo sola, se están produciendo muchos problemas de comunicación con toda la parafernalia de los trajes de seguridad, se ha puesto de manifiesto que no se está cuidando al cuidador, e incluso hasta se ha visto que los espacios arquitectónicos no están diseñados de la mejor manera posible. Hay hospitales que fueron construidos en los años sesenta y que su mobiliario también es de los años sesenta. Aquí no se ha invertido demasiado en reformas de hospitales. Yo te digo que si se hubiera llevado a cabo ese manual de buenas prácticas, que lleva publicado desde 2017, hubiera muerto menos gente. Habría habido recursos humanos adecuados, la gente se hubiera muerto acompañada y no se hubieran restringido los horarios de visita, por ejemplo.
P: ¿Pero era posible llevar a cabo eso en los peores momentos de la pandemia?
R: Sí, claro. Siempre y cuando se hubiesen hecho las cosas siguiendo preceptos científicos, y no guiados por el miedo. El problema está en que la gestión de esta crisis ha estado basada en el miedo y en la improvisación. Los problemas se iban resolviendo según venían. Eso es no tener estrategia. Y la pena es no haber estado atentos en enero, cuando veíamos lo que estaba pasando en China. Ahí tuvimos dos meses preciosos para prepararnos. Pero claro, es comprensible que tomar medidas impopulares como cerrar fronteras y espacios aéreos, prohibir manifestaciones y partidos de fútbol es jodido. Hay que echarle narices. Pero es que era lo que había que haber hecho. Claramente. Había que haber hecho dos cosas: eso y la detección masiva de casos. Y la pena está en que teníamos ejemplos. Japón lo hizo, o Corea del Sur. O más fácil todavía: lo ha hecho Portugal, que está aquí al lado. También teníamos el ejemplo de Italia, que iba una semana exacta por delante de nosotros en la crisis. Que ya sé que una semana no es fácil coger hábitos, pero en enero ya había vídeos de los chinos construyendo hospitales a toda velocidad. No sé. Yo creo que en eso lo hicimos bastante mal.
P: ¿Cómo veis en el hospital la posibilidad de un rebrote?
R: Pues si ahora mismo hubiera un rebrote sería un desastre. Los sanitarios estamos fundidos. Si fuese ahora mismo, digo. No sé si lo soportaríamos. La gente ahora está empezando a encontrarse con algo de tiempo para pararse y analizar todo lo que ha vivido, pero si tuviéramos que volver a empezar otra vez, con toda la carga física que conlleva, creo que no estamos preparados. Ahora bien, si fuese en septiembre o en octubre, como se rumorea, aunque nadie sabe realmente nada, sí que estaremos mejor preparados. Sobre todo porque desde las sociedades científicas se están haciendo ya previsiones de actuación en caso de pandemia. Además ahora tenemos más material que hemos ido adquiriendo durante la crisis. En eso igual deberíamos hacer una reflexión sobre si se puede depender de China como único mercado o si hay que ponerse a producir aquí. Al final lo que pasó en la segunda semana de marzo fue precisamente porque no había material. Y luego, claro, cuando tienes que competir de repente en un mercado en el que están todos los países, te arruinas.
P: Sí, eso también ha pasado a todos los niveles. Recuerdo ese fenómeno en marzo, cuando había personas que habían acabado con las existencias de mascarillas de las farmacias y en los hospitales sin embargo hacían falta.
R: Sí. Eso ha sido una faceta más de la gestión en el egoísmo en vez de en el altruismo. Quizás una buena reflexión sea mirar qué tal nos ha ido haciendo las cosas de esta manera. Que al final no sabemos ni cuántos muertos llevamos. En los hospitales ya pasamos de los datos que salen todos los días. No nos creemos nada. Al final de lo único que podemos fiarnos es de las cifras de sanitarios infectados, que son fáciles de recontar. No sé. Deberíamos reflexionar. Porque no creo que en España seamos más tontos que en el resto del mundo. Y la realidad es que un país que presume de tener una de las mejores sanidades del mundo ha tenido 50.000 sanitarios infectados. Algo no se ha hecho bien, tampoco hay que darle más vueltas. Luego ya podemos analizar qué ha sido lo que ha fallado. Pero es que incluso en un momento algún consejero de Sanidad llegó a decir que la culpa de las infecciones era nuestra. Que eso ya fue sangrante. Nos acusaba de no haber cumplido con las medidas de seguridad a rajatabla. Uno al final se cansa de esas cosas.
P: Por ir terminando. ¿Qué deberíamos aprender de cara a la próxima pandemia?
R: Bueno, yo creo que si alguna enseñanza nos ha dejado esto es que hace falta una estrategia. La que sea. Personalmente, considero que además del confinamiento es necesaria la detección masiva de casos. Pero es mi opinión. Luego, por otro lado, creo que humanizar la sanidad debe ser una absoluta prioridad. Porque está claro que este modelo de gestión actual no nos convierte en la mejor sanidad del mundo, como nos querían hacer creer. Y por último, lo más evidente para mí es que no se puede recortar en esto. Si el estado de bienestar se basa en la salud y en la educación, no puede haber recortes ni en salud ni en educación. Además, creo que la mayoría de los ciudadanos estarán de acuerdo en que nuestros impuestos se utilicen priorizando esas dos cosas. Eso es más o menos lo que pienso.