De una manera o de otra: el caso es que el nombre de don Miguel de Unamuno lleva tiempo sonando de forma recurrente en España. Ya sea en artículos periodísticos que cuestionan la veracidad de su famoso discurso del 12 de octubre de 1936; ya en discusiones mundanas generadas por el estreno de una película basada precisamente en ese episodio de su vida; o ya desde la tribuna del Parlamento, en la que políticos de muy diversos partidos se dedican a sacar de contexto sus frases de vez en cuando… Parece ser que los más íntimos anhelos del rector eterno de la Universidad de Salamanca se han terminado por cumplir, aunque en realidad lo hayan hecho de una forma tan parcial que, más que un triunfo sobre la muerte, lo que ha cosechado Unamuno ha sido una última derrota espiritual.
Hoy por hoy el nombre y el prestigio del intelectual español más destacado del primer tercio del siglo XX parece supeditado únicamente a su comportamiento durante los primeros meses de la Guerra Civil. Hunos alaban su apoyo a los sublevados, hotros reivindican sus palabras en el paraninfo y las venden prácticamente como una adhesión tardía al bando republicano. Lo cierto es que Unamuno no fue ni una cosa ni la contraria, o mejor dicho, fue todas las cosas a la vez: una España y otra España e incluso una tercera también; la patria entera personificada en un hombre que ante todo estuvo en guerra consigo mismo a todas horas. Jamás pudo sentirse completamente identificado con ninguno de los bandos, porque de ambos había admirado algunas cosas y detestado otras tantas. Al final, su vida fue una desgarradura profunda y trágica cuando lo que se acabó imponiendo fue lo que él más aborrecía de cada uno de los dos.
Por eso no deja de resultar deprimente que ahora su recuerdo venga empañado por ese mismo guerracivilismo que terminó empujándole a la muerte. Se le intenta reducir a una serie de consignas que lo mismo valen para unos que para otros, pero no se le trata de comprender. Y esa es precisamente la prueba de su máximo fracaso, pues si algo quiso Unamuno por encima de cualquier cosa fue que se le conociera a través de sus escritos, para poder vivir eternamente en el alma de todos aquellos que le leyeran en un futuro.
Pese a todo, aún existen iniciativas interesantes dispuestas a paliar estas carencias. Espasa publica ahora Unamuno, el ensayo que escribió Arturo Barea desde el exilio y que funciona perfectamente como una introducción necesaria al personalísimo universo del escritor vasco. Cualquiera que quiera adentrarse y comprender someramente aquello que simbolizó realmente, no debería dejar de leerlo. Aunque es un texto bastante breve, que sólo sobrevuela los principales puntos cardinales de su vida y de su obra, acierta en la exposición pausada de esas ideas que alimentaron la lucha constante del intelectual y que, por otro lado, se repitieron una y otra vez a lo largo de todos sus escritos.
En esas escasas cien páginas está encerrada la relación del vasco con su patria chica, del español con su patria entera y del hombre solo y dubitativo con Dios. Ahí se encuentran el contexto de su infancia, arraigada en el siglo de los pronunciamientos y de las guerras carlistas; y ahí viene explicado de forma efectiva ese intento temprano de encerrar a todas las Españas en su En torno al casticismo. Acierta indudablemente Barea cuando encuentra en Del sentimiento trágico de la vida la misma esencia de la lucha unamuniana —su único y gran anhelo de inmortalidad—; y concluye correctamente cuando se adentra en esos años finales en los que, pese a lo que se suele decir, jamás dejó de ser profundamente coherente con lo que siempre quiso defender. Si después de leer este brevísimo ensayo, la gente que en Unamuno antes veía únicamente contradicciones descubre que se había quedado en la superficie de su pensamiento, el libro habrá cumplido su cometido. Aunque inevitablemente también habrá resultado demasiado corto. Para saber más acerca del hombre de carne y hueso, que con la carne y el hueso pensaba y con la carne y el hueso sentía, tal vez sería recomendable aquella completísima biografía que escribió en su día Jon Juaristi. Pero más allá de todo eso, en realidad, lo mejor para descubrir a Unamuno será siempre leerle directamente y por entero. Esa sí que sería su victoria definitiva.