De primeras quizás encontremos pocos puntos de conexión con un señor de una zona rural británica que comprende a las "patatas como nadie las había comprendido antes", un hombre cauto, "con predisposición nerviosa", rutinario y solitario. Hasta que descubrimos que su único vínculo con esa realidad que se abre paso más allá de los lindes de su granja es el teléfono. La prohibición de viajar nos ha impedido a muchos españoles ver a nuestras familias, residentes en otras ciudades. Los abrazos y los besos son telefónicos, las risas y las angustias se comparten por videollamada. Máxime para nuestros mayores, tan injustamente vulnerables ante el mal bicho de la covid-19.
Precisamente, sobre conversaciones telefónicas se articula El señor Doubler y el arte de cultivar patatas, la novela de la escritora británica Seni Glaister, una historia con mucho encanto, de una inteligente simpleza, que habla de soledad y de segundas oportunidades.
El señor Doubler es el segundo productor de patatas más importante de la comarca. Se desvive por ellas y las disfruta cocidas, en puré, asadas y fritas. Siempre ha antepuesto una patata a cualquier persona. Son su "legado" y su razón para despertar cada día. Vive solo en la granja Mirth, con la única e incomparable compañía de sus patatas y con la supervisión de la señora Millwood, su asistenta, que le visita todos los días.
"Durante muchos años de aislamiento voluntario, Doubler había aprendido a transitar el estrecho margen que separa el estar solo de sentirse solo. Lo primero lo buscaba; lo segundo, lo acechaba".
Cuando la señora Millwood cae enferma y es ingresada en un hospital, el señor Doubler descubre todo lo que ella le aportaba y ambos comienzan a mantener intensas charlas telefónicas a diario, con una intimidad que no habían logrado en persona. Hablan de patatas, de manzanas, de abismo, de lealtades, de soledad.
"¿Sabe cuando termina de limpiar el salón de cabo a rabo y ha restregado los cristales hasta dejarlos relucientes? De repente, la luz del sol entra en la habitación y el haz de luz revela todo el polvo, todas las partículas que bailan en el aire, y comprueba que, después de todo, no ha limpiado bien. El salón no es más que un torbellino de partículas de suciedad, pero, sin el sol, nunca las habría visto. Hizo falta la luz para evidenciar la oscuridad".
La novela destila ternura, con diálogos envueltos de calidez y sensatez, que no suponen para el lector un punto de inflexión, pero que se recuerdan como una tranquila tarde de verano en la que no pasó nada pero ¡qué bien lo pasamos! Es una novela de sosiego, de cosas cotidianas. También necesitamos caer en la cuenta sobre cosas cotidianas.
"Me gusta imaginar nuestro matrimonio como una manta tejida a mano (…) Como manta cumplía su función. Era una preciosidad, nos abrigaba y nos mantenía unidos. A veces, cuando te saltas un punto, es imposible arreglarlo…el tejido se desarma..."
Además, Doubler recibe una oferta de compra por Mirth Farm que, si se opone, podría traducirse en una expropiación forzosa, mientras se da de bruces con unos hijos más preocupado por su herencia que por su salud: "Papá nunca firmaría nada, verdad, ¿papá? No sin tenernos en cuenta a nosotros, ¿a qué sí?" Unos hijos que, por egoísmo o inquietud, quién sabe, le van restando derechos gradualmente: "Estoy pensando en el coche. Es una antigualla y no creo que sea seguro que continúes conduciendo".
Explica la autora que la novela nació sobre diálogos que escuchó aquí y allá. Quizás esa sea su virtud, la sencillez de su historia y su gran dosis de verdad. En definitiva, es una novela amena, sencilla y fácil de leer, con veladas invitaciones a la reflexión.
Seni Glaister. El señor Doubler y el arte de cultivar patatas. Traducción de María Porras Sánchez. Harper Collins, 2019. 400 páginas.