Viviendo todos las incomodidades del encierro en casa ante la crisis del coronavirus, Andrés Amorós recomienda en Es la mañana de Federico la lectura de El diario de Ana Frank, la joven judía que estuvo recluida del 9 julio del 42 al 4 agosto 44 en lo que llamaban "las habitaciones de atrás" de un edificio de Ámsterdam. Tuvo que soportar un encierro por dos años junto a sus padres, su hermana Margot y cuatro personas más de otra familia.
Se trasladaron allí andando, sin maletas, para no llamar la atención, con todos los vestidos puestos que podían. Algunos amigos les daban lo necesario para subsistir accediendo a su escondite a través de una entrada oculta detrás de estantería.
Su padre le había regalado poco antes de este encierro un diario que bautiza como "Kitty", como su mejor amiga. Ana cuenta lo difícil que es la convivencia en ese espacio tan reducido, donde todos se llevan mal. Ella no quiere ser como su madre y descubre el amor por joven Peter. Sólo se lleva bien con su padre.
Por la radio, escucha que en un futuro habrá un registro sobre todo lo acontecido sobre la opresión nazi y piensa que ese diario que está escribiendo podría ser publicado. Lo corrige, lo cuida, y decide que quiere ser escritora.
Una vez que fueron descubiertos, fueron trasladados a Auschwitz, donde murió de tifus. La última imagen que se conserva de ella es tapada por un trozo de manta, calva, llena con piojos. De todos los que allí estuvieron, sólo sobrevive el padre.
El libro fue editado en 1947 y en España llegó en 1955. Ehrenburg dijo que era "una voz que habla por 6.000.000". Mandela lo leyó en la cárcel y dijo que le ayudó durante ese encierro. Sin embargo, los negacionistas aseguraron que era falso.
Tiene valor literario, aparte de lo impresionante que supone el testimonio. La joven no cae en un sentimentalismo fácil, sino que mantiene una mirada precisa, casi cruel.
Más adelante, ni yo ni nadie va a estar interesado en leer las reflexiones de una niña de 13 años. ¡No importa! Quiero escribir.
Tengo la sensación de ser un pájaro enjaulado al que le han cortado las alas y que, en la más absoluta negrura, choca contra los barrotes de su estrecha jaula, al querer volar.
No quiero haber vivido en vano, como la mayoría de la gente . Quiero ser útil, llevar alegría a los demás, incluso a los que no conozco. Quiero seguir viviendo, incluso después de la muerte.
Yo sé lo que quiero. Tengo un objetivo, una opinión; tengo una religión y un amor. Quiero ser yo misma. Con esa me basta y me sobra.
No pienso en toda la miseria sino en toda la belleza que aún permanece.
Mientras puedas mirar al cielo sin temor, sabrás que eres pura por dentro y que, pase lo que pase, volverás a ser feliz.