Continuemos nuestros caprichos con Sabino Arana, que, como es sabido, fue el impulsor del separatismo vasco, aunque, según dicen, muriera más españolista que Unamuno. Ahora que el gobierno de sus sucesores políticos ha vuelto a dar muestras, una vez más y ahora con la crisis del coronavirus, de su insoportable desconsideración hacia los demás españoles, bueno está recordar que el fundador de la locura nacionalista y del terrorismo que le siguió considera al españolismo un virus mortífero al que, naturalmente, había que eliminar.
En un libro titulado Páginas de Sabino Arana se recogen textos seleccionados del inspirador del PNV y de ETA. Y entre ellos puede leerse: "Llegó un tiempo (siglo XIV) en que el Señor de Bizcaya (Juan III) heredó el trono de Castilla, y con esto, comunicándose de continuo los bizcaínos con los españoles habría de ir inoculándose paulatinamente en el espíritu bizcaíno el mortífero virus del españolismo…".
Y sigue luego: "Hijos de Bizkaya, vedla ya en el siglo XVIII, intoxicada por el virus españolista, anémica y sin fuerzas para oponerse a un contrafuero y por último, en este nuestro siglo despedazada por la furia extranjera y espirante (expirante quiere decir), que no muerta, lo cual fuera preferible, sino humillada, pisoteada y escarnecida por España, por esa nación enteca y miserable". Por ello, quería echar a los maestros maketos a pedradas de los pueblos y consideraba que la gente amiga de la paz era la más digna del odio de los patriotas vascos.
Por cierto, que cuenta Joaquín Arrarás, en su Historia de la II República, III, que "las osadías separatistas" inspiraron en diciembre de 1934 una proposición no de ley firmada por José Calvo Sotelo y diputados monárquicos para cortar la "escandalosa campaña contra la unidad española". Fue entonces cuando leyó algunas frases de Arana como la que sigue: "Para amar la libertad de la patria es preciso odiar a muerte a quien la esclaviza. Nosotros odiamos a España con toda nuestra alma mientras tenga oprimida a nuestra patria…".
A lo mejor para exterminar el virus españolista le vienen bien los consejos de Nacho Novo en uno de sus monólogos del Club de la Comedia donde confiesa su admiración por un pringao, Gustavo, una de cuyas pringadeces era comer "su bocadillo de caballa en escabeche encima del ordenador, goteando grasa en el scanner, limpiándose la boca con el papel de la impresora y tú dices ¡Joder, qué arte! y luego le ves echando Frenadol en la disquetera para quitar los virus y dices, ¡Coño! Si Gustavo lo hace por algo será. Un tío que ha dejado de fumar así... Así que yo empecé a echarle Clamoxil". Ya nos echaron goma-dos y tiros en la nuca.
Lástima que España no sea Francia, que ha aniquilado sistemáticamente todo regionalismo incipiente. Sin embargo, cuenta Antonio Maura, en sus Memorias sobre los 35 años de su vida pública, que fueron los franceses los que nos han infiltrado a nosotros el virus de la administración complicada gracias al cual la hemos superado ¿Qué en qué consiste esa superación? Analizó los presupuestos de 1890 y encontró que España tenía más empleados en la administración de Hacienda que Francia a pesar de que administraban 2.975 millones "y nosotros administramos unos 800".
Pero para virus moral el que refiere el profesor y arquitecto Antonio Sáseta, de la Universidad de Sevilla, que ha estudiado detenida y originalmente el cuadro Las Meninas de Diego Velázquez. Si no le he entendido mal, el cuadro no debería llamarse como se llama sino Autorretrato del Artista... En realidad, dice, "el motivo central del cuadro no es la princesa encantadora, ese es el pretexto. No hay ningún enigma en Las Meninas, es sólo un autorretrato".
¿Qué hace un Velázquez ya rico, situado y viejo en este cuadro? Velázquez puede y tiene que pintar lo más importante para él: la Pintura y a Sí mismo… se pinta en su más cruda realidad, pintor realista al fin, él mismo en obligada sumisión, la inteligencia relegada por la soberbia, el conocimiento vencido por la fuerza bruta. O sea, se enfrenta al virus, así lo llama Sáseta, o principio de servidumbre, según el cual el mejor pintor debía vivir humillado por los necios y a punto de morir. Y se rebeló y se pintó a sí mismo.
Desde luego, mucho más inteligente que los poetas indignados del 15-M que sólo ven defectos e infecciones en los demás. Se editó una Antología de la Poesía Indignada en 2012 y en él, por ejemplo, José Manuel Vara escribe en su Semilla del diablo:
Hijos de papá
Con carreras pagadas a golpe de talonario,
Adictos al apocalipsis industrial-social
De amasar fortunas a expensas
De la quiebra espiritual de los demás;
Artesanos de la blasfemia inmunda,
Artistas del desfalco y de la creación
De virus que infectan la emoción,
Cánceres terminales de ilusión,
Escultores de paraísos de cartón-piedra,
Inyectados de kilos de dolor ajeno.
Entonces, ya está claro, no había nacido el virus de Galapagar que convierte a los indignados en comunistas y, a algunos de estos, en propietarios de mansiones.
Mucho más consecuente es el tratamiento que los geniales Apuleyo, Montaner y Vargas Llosa le dan al virus de la "fonditis" que se genera misteriosamente a partir del odio al Fondo Monetario Internacional. Lo escribieron así en su Manual del perfecto idiota latinoamericano: "La fonditis es, como el Ébola, un virus que causa hemorragia y diarrea. La hemorragia y la diarrea que causa la fonditis, menos indignas que las causadas por el otro, son verbales. Este particular virus ataca el cerebro. Sus víctimas, que se cuentan por miles en tierras de América Latina, producen torrentes de palabras día y noche, vociferando contra el enemigo común de las naciones latinoamericanas y del subdesarrollo en general, al que identifican bajo la forma del Fondo Monetario Internacional".
No es todo. En 1998, en su Fabricantes de miseria llegaron a descubrir otros virus en Venezuela, el estado más interventor y monstruoso del mundo si se exceptúa al antiguo soviético según el escritor venezolano Arturo Uslar Pietri. "En ninguna otra parte mejor que allí el estado benefactor y el Estado ladrón se identifican de una manera más absoluta y solidaria", escribieron sobre las primeras andanzas de Hugo Chaves, el golpista. Contra el virus de su corrupción general, apreciaron anticuerpos como los libros y diccionarios sobre la corrupción, cuando todavía había libertad general de expresión y edición.
Hasta Tomás de Aquino en su monumental Suma Teológica tiene algo que decir de un virus que encuentra en su Tratado de la Caridad, tomo III, de la edición de la BAC, dirigida por los Regentes de Estudios de las Provincias Dominicanas en España. Estaba el "Buey mudo" discutiendo sobre si la envidia, esa tristeza por causa del bien ajeno, debía ser considerada o no pecado capital, pero no atendió las consideraciones de san Gregorio que calificaba la envidia como un pecado grave pero no capital. Cierto que se inocula en el corazón humano este virus, pero en este caso "se vomita la peste que imprime la malicia", decía el santo con razones que no convencieron al de Aquino.
El filósofo Juan Arana comparó a la conciencia emergente en la especie humana con un virus informático. "La recién llegada conciencia estaba tan cohibida que apenas hizo nada… El bicho en el que había aterrizado rebosaba vida y eficacia por todas sus articulaciones". Pero, ¿de qué astucias se valió, estando vacía como estaba, para abrirse paso?
"No encuentro mejor comparación par responder", dice Arana en La conciencia inexplicada, que la infección de un ordenador por un virus informático…capaz de situarse en la raíz más profunda de la secuencia de instrucciones que sigue el ingenio cuando se pone en marcha. En el sector de arranque, allí donde la obediente unidad central de procesamiento espera oír la orden inaugural, la conciencia "fue puesta en el centro de gravedad de su hospedador, en parte gracias a que la naturaleza se había pasado de vueltas y creado una nave fácil de arrebatar. Demasiadas circunvoluciones cerebrales, demasiadas vías nerviosas de salida y reentrada para lo que precisaba un mero «animal-máquina», por muy evolucionado que fuera".
Un caso curioso. En los archivos del cardenal Gomá, primado de España durante la Guerra Civil, hay una carta del cardenal francés Baudrillart al español pidiéndole que le remita su carta pastoral del 27 de diciembre de 1936. Pero lo curioso no es eso, sino que, tras referirse la sección, el legajo, la carpeta, el número de documento y su carácter, hay una referencia al escudo del Instituto Católico de París que contenía la leyenda siguiente: Pro cruce virtusque virusque, que une cruz, fuerza y veneno (virus). Tiene tela.
No sé si llamar "virus de la indiferencia" al cultivado por los poderosos ante el espectáculo de los miserables. Concepción Arenas, en La Cuestión Social, no lo dice así pero seguramente lo pensaba cuando aludía al otro virus, al de la desesperación de los humildes. Fíjense qué párrafo:
Además, en esta hora urge mucho que las clases acomodadas comprendan sus deberes y los cumplan y no desoigan el aviso que la Providencia les ha dado…¿Cómo no ha sido mayor el choque de las masas abandonadas a sus iras, a su descreimiento, a sus errores? Todavía el virus no había penetrado en toda la sustancia; todavía no se habían extinguido todas las voces de la conciencia, ni estaban rotos todos los frenos del deber ni todos los lazos del amor; pero no nos durmamos sobre el abismo…
La famosa escritora española chocaría hoy con muchos por cuanto consideraba que la lotería era un mal, el virus lotero. Se basaba en el principio de que "toda riqueza cuyo origen no sea honrado, lleva en sí un pecado original, una especie de virus que contamina al que de ella usa, depravándole más o menos, pero siempre mucho. La riqueza de la lotería es de inmoral procedencia". O la única esperanza de los desesperados. ¿No?
Para dar por finalizada la segunda jornada de estos caprichos, digamos que Hannah Arendt, en Los orígenes del totalitarismo, nos describió el virus totalitario. A los que subrayaban que una de las características de sus lideres era lo pronto que serán olvidados una vez muertos, respondía que era "un testimonio más bien halagador para los dirigentes muertos en cuanto que lograron contaminar a sus súbditos con el virus específicamente totalitario".
Por eso creía que era un error suponer que "la inconstancia y el olvido de las masas significan que se hallan curadas de la ilusión totalitaria, ocasionalmente identificada con el culto a Hitler o a Stalin; lo cierto puede ser todo lo contrario". Por ello destacaba que los regímenes totalitarios, mientras que se hallan en el poder, y los dirigentes totalitarios, mientras que se hallan con vida, gobiernan y se afirman con el apoyo de las masas hasta el final. Y añadió: "Ni los procesos de Moscú ni la liquidación de la facción de Röhm hubieran sido posibles si esas masas no hubieran apoyado a Stalin y a Hitler". Ya se sabe. Los seguidores del totalitarismo pueden no ser malos, pero son indiferentes hacia la maldad que esparcen por doquier.
Terminemos recordando a algunos santones de la literatura que portaban el virus totalitario. Arendt denuncia a algunos como Céline que, en sus Bagatelles pour un massacre, propuso matar a todos los judíos. O a André Gide, que "mostró públicamente su satisfacción en las páginas de la Nouvelle Revue Française, no porque deseara matar a los judíos de Francia, sino porque le complacía el reconocimiento brutal de semejante deseo y la fascinante contradicción entre la brutalidad de Céline y el comedimiento hipócrita que rodeaba a la cuestión judía en todos los barrios respetables". Y portadores del mal virus aquél hubo muchos más.