La abadía de Monserrat, en Barcelona, protagonizó uno de los casos más graves en Cataluña de abusos sexuales cometidos por religiosos y hombres de la Iglesia contra menores. Uno de los monjes, responsable del grupo scout, identificaba a víctimas vulnerables –como lo haría un ave de presa–, y abusaba de ellas con total impunidad. Lo hizo durante 30 años. La abadía lo sabía y no lo denunció. Solo trasladó al sujeto, que murió sin cumplir castigo. Tan solo tras su fallecimiento informaron al Vaticano. Ese religioso era el germá –hermano en catalán– Andreu, amigo íntimo del expresidente de la Generalidad de Cataluña Jordi Pujol. Cuando saltó a los medios los primeros casos de abusos, religiosos y políticos dijeron que se trataba de un "ataque a Cataluña con interés político". Miguel Hurtado fue uno de los primeros en denunciar. Cuenta su historia en El manual del silencio (Planeta).
A los dieciséis años, Miguel Hurtado se apuntó al grupo de scouts de Monserrat. Atravesaba una crisis personal, en una estructura familiar frágil y con dificultades para aceptar su homosexualidad. Encontró apoyo en el hermano Andreu Soler, un monje de sesenta años muy respetado por la comunidad. Cuando el religioso se ganó la confianza del adolescente, comenzó a abusar sexualmente de él.
"Comenzó a pasarse a mi cuarto por las noches y a hablarme de temas sexuales como la masturbación. Usando un tono pedagógico, pretendía darme clases prácticas de educación sexual. Hasta que un día cruzó una línea que rompió mi adolescencia, que me quebró por dentro". (Pág. 55)
"Los abusos fueron la culminación de un largo proceso, planificado durante meses, de identificar a víctimas vulnerables y vencer sus resistencias, para acto seguido, explotarlas sexualmente", explica en el libro.
Hurtado culpa tanto al pederasta como a sus encubridores. Había un protocolo para tapar los hechos y se aprovechaban de la devoción religiosa de los afectados: "El abad llamó a mis padres para convencerles de que, por el bien de la Iglesia, lo mejor era evitar denunciar el crimen a las autoridades laicas".
PREGUNTA. Miguel, publicas El manual del silencio, una historia de pederastia dentro de la Iglesia que sufriste siendo adolescente. ¿Qué pasaba en Monserrat?
RESPUESTA. Monserrat siempre ha sido un símbolo, no solo religioso sino también nacional. Era una institución muy querida y muy valorada por los catalanes. Representaba lo mejor de nuestra tierra y lo mejor de nuestra gente. Desgraciadamente, en Monserrat, el responsable de grupo de scout católicos, el monje benedictino Andreu Soler, era un depredador sexual. Cuando yo comencé acudir al grupo scout con 16 años, me convertí en una de sus víctimas.
P. El "hermano Andreu" supo ganarse tu confianza. ¿Había una planificación?
R. En los casos de pederastia, el abusador no agrede al menor la primera vez que lo ve, sino que tiene un modus operandi para elegir a sus víctimas y abusar de ellas. Una de las cosas que suelen hacer este tipo de delincuentes es intentar elegir al niño y al adolescente más frágil, que tenga problemas familiares, que pase por una crisis vital, un bache. Es lo que pasó en mi caso. Yo pasaba por una situación familiar complicada, estaba asumiendo mi homosexualidad, tenía las angustias propias de la adolescencia y me pilló en un mal momento.
P. Esa planificación, ¿te dio a entender que no eras el primero?
R. Desde el primer momento, tuve la sensación de que este señor era un pederasta en serie. Tenía mucho aplomo, lo hacía con mucha calma y yo pensaba 'lo ha hecho antes'. No había nervios, se notaba que tenía práctica.
P. Cuentas en el libro cómo el hermano Andreu actuaba de una forma desinhibida. ¿Su cargo dentro de la Iglesia le otorgaba impunidad?
R. Cuando le veías actuar, notabas que psicológicamente se creía por encima del bien y del mal, que podía hacer lo que quisiera porque nadie le iba a frenar los pies. Según un informe de la Comisión de Transparencia, abusó de críos durante 30 años. Así que esa sensación de impunidad era real. Este señor, si no hubiera sido religioso y si no hubiera sido un monje de Monserrat, hubiera entrado a prisión.
P. Cuando logras superar el shock que te provocan esos abusos, dejas de acudir al grupo de scout y, con el tiempo, hablas con el abad. ¿Qué obtienes?
R. Yo en ese momento era profundamente católico, pensaba que la Iglesia era una institución que hacía el bien, que defendía los valores de Jesús de Nazaret, entre ellos la defensa de los niños y de las personas vulnerables. Pensé que cuando les alertara de que uno de sus empleados era un abusador sexual, inmediatamente actuarían para proteger al resto de adolescentes. Sin embargo, me llevé una decepción porque desde el primer momento encubrieron los abusos. Llegué a quejarme hasta en cuatro ocasiones a lo largo de veinte años, con dos abades distintos. Fueron incapaces de denunciar al pederasta a la policía. Fueron incapaces de encontrar a otras víctimas, de sancionarle disciplinariamente, de informar al Vaticano.
P. Dices en el libro que los abades encubrieron los hechos de una forma casi mecánica y lograron que Andreu Soler muriese sin castigo.
R. Lo más doloroso, en mi caso, no fueron los abusos sino el encubrimiento. Cuando abusan de ti, abusa una persona, te traiciona una persona; pero cuando hay un encubrimiento, te está traicionando una institución y una comunidad. Mi agresor era un depredador sexual que debería haber entrado en prisión. Sin embargo, murió siendo un religioso de pleno derecho.
P. Además, la editorial de la abadía de Monserrat le publicó un libro de memorias prologado por Jordi Pujol. ¿Qué opinión te merece?
R. El libro alardeaba de la gran labor que había hecho como responsable del grupo scout durante cuarenta años. Me di cuenta de que se percibían absolutamente impunes. La posición que tenían dentro de la Iglesia y dentro de la sociedad catalana les garantizaba que nadie les exigiera que rindieran cuentas por su comportamiento, les hacía impunes.
P. ¿Fue la gota que colmó el vaso?
R. A nivel ético y moral, me di cuenta de que no podía permanecer callado, que tarde o temprano tendría que denunciar el delito públicamente. Lo que pasa es que, como la mayoría de las víctimas, tenía mucho miedo a que cuando contase mi historia me cuestionaran a mí y no me creyeran.
P. ¿La Generalidad estaba al corriente de lo que sucedía en Monserrat?
R. No, pero una vez que ha salido a la opinión pública los graves delitos sexuales y el encubrimiento, la Generalitat sigue sin pedir que Monserrat rinda cuentas. Monserrat recibe cada año dos millones de euros como subvención por parte de la Generalitat. En ningún momento Quim Torra se ha solidarizado públicamente con las víctimas ni ha pedido la dimisión del abad.
P. ¿Y Jordi Pujol?
R. Hubiera sido un detalle que el señor Pujol, cuando se descubrió que un religioso con el que tenía una íntima relación de amistad era un depredador sexual, hubiera hecho un comunicado público solidarizándose con las víctimas y explicando que cuando él escribió el prólogo del libro no sabía nada. No hemos obtenido ninguna palabra de consuelo ni de aliento. Ni de Pujol ni de Torra ni de ningún alto cargo de la Generalitat de Cataluña.
P. Si Monserrat no hubiera tenido ese peso en la sociedad catalana, ¿hubieras actuado de otra manera?
R. Sí. Si Monserrat no hubiera sido una institución tan poderosa dentro de la sociedad catalana, probablemente mi familia me hubiera apoyado para denunciar judicialmente y seguramente este señor hubiera entrado en prisión.
P. ¿El poder religioso y político van de la mano?
R. Efectivamente. En Cataluña pasa con Monserrat y en otras partes de España con otras instituciones religiosas.
P. Cuando denuncias públicamente los abusos y la abadía de Monserrat se pone en tela de juicio, hay religiosos que apuntan a que se trata de una motivación política y un ataque contra Cataluña.
R. La jerarquía católica siempre ha adoptado una actitud victimista, es decir, cualquier noticia negativa que se dé en los medios es siempre una campaña de desprestigio contra la Iglesia. Monserrat usa un doble victimismo. Cualquier noticia negativa que hable de pederastia, no solo ataca a la Iglesia sino a Cataluña. No es eso lo que queremos las víctimas. Nosotros solo atacamos a los delincuentes, a los pederastas y a los encubridores. Si hubieran denunciado los casos de pederastia a la policía, no hubiera recibido más que alabanzas de la policía.
P. ¿Por qué has decidido titular el libro El manual de silencio?
R. Con este libro, quería que el asunto no quedase como un tema individual, un caso aislado, sino poner el foco en que es un problema estructural y sistémico. La jerarquía católica, en todo el mundo y durante décadas, ha reaccionado de la misma manera: silenciando a las víctimas, protegiendo al delincuente y trasladándole a otra parroquia o país. Desgraciadamente, este protocolo de encubrimiento ha hecho aumentar de forma exponencial el número total de víctimas.
P. Repasas algunos casos que son sangrantes.
R. En el libro hablo de algunos de los depredadores sexuales más salvajes de la Iglesia, que tenían cincuenta y hasta cien víctimas. Si los obispos hubieran denunciado ante los primeros casos, estos señores hubieran estado en prisión y no hubieran abusado de tantos críos.
P. Crees que hoy en día, si volviera a repetirse actos así en Monserrat, ¿la propia comunidad religiosa denunciaría los hechos a la justicia civil?
R. Tengo serias dudas. Más que nada porque Monserrat no ha pagado un alto coste por este escándalo de pederastia, ni a nivel económico ni judicial. Ni siquiera a nivel reputacional.
P. ¿Cuál ha sido la respuesta de la sociedad catalana?
R. Se ha encogido de hombros. A diferencia de la sociedad chilena que exigió la dimisión del obispo Barros, no ha habido nadie de la sociedad civil catalana que se haya solidarizado con las víctimas y haya apoyado nuestra petición de que el abad Soler dimita.
P. Hace un año hubo una cumbre de antipederastia en el Vaticano a la que asististe. ¿El resultado fue satisfactorio?
R. La cumbre pasó con más pena que gloria. Había unas altas expectativas, el Papa la había vendido como un acontecimiento histórico, pero cuando tú ves las conclusiones de la cumbre, es bastante decepcionante. No había un plan de acción con medidas concretas.
P. ¿Qué pedíais las víctimas?
R. Medidas muy sencillas: tolerancia cero con los abusadores y los encubridores, expulsión de la vida religiosa, indemnizar a las víctimas, entregar los archivos canónigos a la justicia y denunciar automáticamente todos los casos a la policía. Medidas de sentido común. No aceptaron ninguna de nuestras reivindicaciones.
P. ¿Se limitaron a pedir perdón?
R. Y a rezar por las víctimas.
P. ¿Qué opinas de la actitud del papa Francisco ante los casos de pederastia dentro de la iglesia?
R. Es uno de los mayores vendedores de humo de la sociedad actual. Tiene un discurso precioso, cuando lo leo me emociono, pero cuando descubro cuál ha sido su comportamiento me horrorizo. Hace lo contrario de lo que dice. En Argentina ha tratado de forma pésima a las víctimas, no se ha reunido con ellas. Uno de los casos más sangrantes que cuento en el libro es el caso Grassi, un sacerdote que creó una red de centros infantiles para niños de la calle que después aprovechó como centro de reclutamiento para abusar de críos. El papa Francisco ha defendido a este pederasta a capa y espada durante años. Grassi está hoy en prisión, con condena firme, y aún no ha sido expulsado del sacerdocio.
P. ¿Ha acabado el Vaticano con el secreto pontificio en los casos de abusos?
R. Es una de las grandes victorias del colectivo de víctimas, aunque llega 30 años tarde. Para una institución que piensa en siglos, a lo mejor creen que han actuado muy rápido. Sin embargo, no es suficiente. La jerarquía católica española ahora está utilizando como excusa el Concordato. Dicen que les impide colaborar con la justicia.
P. Y desde el Gobierno, ¿se está actuando?
R. A día de hoy, el Gobierno socialista ha sido incapaz de cambiar la ley de proscripción a pesar de que las víctimas llevamos exigiéndolo desde 2016. Podemos y el PSOE están proponiendo una reforma insuficiente de la ley. Quieren que el plazo de prescripción empiece a contar a partir de que la víctima cumpla 30 años, eso quiere decir que el delito prescribirá cuando la víctima cumple 35 o 40 años. Los estudios científicos demuestran que las víctimas esperan, al menos, hasta los 44 años para denunciar. Si no se puede juzgar a los pederastas, no entran en el registro de delincuentes sexuales y pueden trabajar en instituciones infantiles sin problema. Pueden volver a reincidir. Esto lo sabe el Gobierno, pero no nos escucha.
P. ¿Cuál es su propuesta?
R. Nuestra propuesta es que el plazo de prescripción comience a contar a partir de que la víctima cumpla 50 años. Es la postura oficial de las principales organizaciones tanto de víctimas como de protección a la infancia como Unicef. En España, se puede ser depredador sexual y no pisar la cárcel.
P. Como sociedad, ¿somos conscientes de la magnitud del problema?
R. La sociedad española es consciente de la gravedad de la pederastia clerical por una sencilla razón: se está negando a afrontar el problema. Tanto la jerarquía como los fieles y los políticos saben que si levantamos la alfombra y exponemos la porquería acumulada durante décadas, el nivel de abusos que ha existido en España probablemente solo será equiparable al que ha existido en Irlanda.
P. Ahora eres psiquiatra y eres activista, ¿cuál es tu propósito?
R. Es importante generar una cultura donde perdamos el miedo a hablar de los abusos. Muchas veces me encuentro con adultos que se sienten muy incómodos a la hora de hablar del tema. Espero que el ejemplo de víctimas de abusos hablando de lo que nos ha sucedido anime a los niños y adolescentes hablar.
P. Participaste en un documental de Netflix Examen de conciencia. ¿Sirvió de algo?
R. Fue un punto de inflexión, marcó un antes y un después. Fue la primera vez que las víctimas de pederastia de la Iglesia española denunciábamos de forma colectiva no solo los abusos, sino el encubrimiento. Fue un cambio cultural muy importante porque, durante años, ha habido un miedo atávico y atroz de las víctimas a contar los abusos. Gracias al documental, el miedo empezó a cambiar de bando.