Colabora

David Bowie: "Siempre me sentí el vehículo de algo, pero nunca llegué a saber de qué"

Bowie por Bowie (Cúpula, 2020) reúne más de 30 entrevistas en las que el británico habla sobre su carrera, su concepción del arte o su sexualidad.

Publica Libros Cúpula Bowie por Bowie, una compilación de 32 entrevistas, editada por el periodista y escritor Sean Egan, en las que el autor de canciones como "Life on Mars?", "Heroes" o "Blackstar" se pronuncia, entre otros temas, sobre sus propósitos artísticos, la concepción de su carrera, sus metamorfosis, su sexualidad o "el fin de la cultura".

El volumen abarca un periodo de 31 años de la carrera de David Bowie: los que van de la publicación de The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars a Reality –desde el lanzamiento de The Next Day, fue su productor, Tony Visconti, quien se ocupó de despachar a los medios–. El caleidoscopio de perfiles encarnados en un único sujeto es vasto y heterogéneo: el artista inglés habla como Ziggy, y como cantante de plastic soul, y como Duque Blanco, y como tipo que huye de su pasado y busca revolucionarse en Berlín, y como hombre de negocios y superestrella que busca conectar con la masa mundial, y como rey desnudo que reniega de una trayectoria que considera corrompida y funda una banda heavy –Tin Machine–, y como hombre enamorado y felizmente casado que se reinventa haciendo música industrial para luego volver a "lo neoclásico". Y así: lo apodaron Camaleón por algo.

Pese a la variedad de tipos, Bowie no padecía de trastorno de identidad disociativo. El personaje que habla en estas 32 entrevistas posee una serie de rasgos comunes y permanentes que denotan su voluntad de trascendencia artística y su instinto voraz y urgente de cambio, de hacer cosas nuevas –casi siempre, partiendo de lo ya hecho y encontrando la mezcla, a priori, imposible–. "Siempre me sentí el vehículo de algo –le dijo al periodista de New Musical Express Charles Shaar Murray en 1973–, pero nunca llegué a saber de qué. (…) Hay una sensación de que estamos aquí para otro propósito. Y, en mí, es muy fuerte".

Bowie mutaba de forma recurrente para no oxidarse. Escribía, componía, pero también pintaba y actuaba por placer. En cuanto sentía que tocaba techo, por muy glorioso que fuera lo que estaba haciendo, daba carpetazo, le pegaba un tiro en la sien a la complacencia y se aventuraba en misiones llenas de riesgo y que, casi siempre, culminaba con éxito: "Tiendo a ser errático –le contó a Robert Hilburn, de Melody Maker, en 1974–. No es cuestión de ser indulgente, no lo creo. Es sólo una manera de estar seguro de que no voy a aburrirme, porque si me aburro, la gente puede notarlo. No sé esconderlo muy bien".

Tampoco quiso que se le considerara parte del rock –"Quiero calidad, no una carrera en el rock and roll"– ni, contradiciendo a la crítica generalista, pensó en sí mismo como un artista futurista: "Siempre pensé que era una figura muy contemporánea, muy del ahora. El rock siempre está diez años atrasado con respecto a las demás artes; va recogiendo piecitas y trocitos. Yo solo fui tras los pasos de Burroughs diez años después de que todo sucediera en literatura y lo apliqué de manera concreta a mi obra" (entrevista de Michael Watts para Melody Maker, febrero del 78).

Esa reinvención constante pareció –los discos ulteriores demostraron que no, sobre todo, Blackstar– que se agotó en los primeros 2000: Bowie declaró que no sería capaz de producir álbumes o canciones radicalmente nuevos y sorprendentes porque, con el pensamiento posmoderno, "el fin de la cultura llegó. Creo que en realidad la intención de lo que dicen va más allá de que estaremos repitiendo de forma diferente todo lo que se hizo antes. No estoy tan seguro de que la cultura misma haya terminado, pero es cierto que ya no se producirá nada nuevo" (Ken Scrudato, julio de 2003, Soma). El cantante, que disfrutaba lanzando rumores falsos en internet sobre él mismo –"Me encanta la idea de la desinformación de todos modos"–, lamentaba que la sociedad de esos días no necesitara "novedades": "Creo que ahora no tenemos un dios. No tenemos confianza en ningún tipo de política. Estamos completa y totalmente a la deriva en materia filosófica" (Mikel Jollet, 2003, Filter).

En Bowie por Bowie también se refleja cómo el autor de discos como Low, Black Tie White Noise o Heathen modificó, a lo largo de los años, su discurso sobre su condición sexual. En 1972, declaró a Melody Maker que era homosexual, y eso le valió para hacer caja y atraer a sus conciertos a "cerca de la mitad de la población gay" de Londres. Sin embargo, años después –en 1978–, dijo que él no era gay, sino su personaje, Ziggy Stardust. Y, en 1993, le contó a Steve Sutherland para New Musical Express: "Creo que siempre fui un heterosexual dentro del armario. Ni siquiera sentía que fuera estrictamente bisexual. Era como si estuviera haciendo todos los deberes para llegar a una situación en la que pudiera experimentar en serio con algunos tipos. Pero, en realidad, lo que me atraía era la escena gay en su conjunto, que era underground".

Finalmente, todos los entrevistadores coinciden en una cosa: Bowie caía bien, era un entrevistado locuaz, educado en extremo, "lejos del cliché del roquero martirizado". En los textos recogidos, el cantante se manifiesta sencillo, divertido, culto sin ser pretencioso: "Una mujer y una biblioteca: esas son las dos cosas a las que probablemente nunca renunciaría". Fumaba treinta marlboros rojos al día. "Luego me pasé a los lights, y ahora estoy fumando sesenta al día". Escribió una novela desastrosa que aún permanece inédita. Murió confirmando algo que intuyó en 1972: "Voy a ser alguien muy grande, y eso es algo bastante aterrador en cierto modo. Porque sé que cuando alcance la cima y sea hora de desaparecer, habré dejado huella". Sin duda, Bowie por Bowie es un libro absolutamente imprescindible para todos sus fans.

Temas

Ver los comentarios Ocultar los comentarios

Portada

Suscríbete a nuestro boletín diario