Quienes conocen a Jesús Nieto Jurado (Málaga, 1985) saben que su bohemia no es impostada. Soñándose escritor, se vino a Madrid para "trascender el folio y lo impreso y ganarse al Altísimo y a un coño". Descubrió que el periodismo y la literatura no dan de comer –o, al menos, no mucho–, y se instaló en una ratonera "de 1,40 de alto, con medio ventanuco que da justo a la esquina donde en el 36 mataron al teniente Castillo", "en esa intersección entre Augusto Figueroa y Fuencarral, justo delante del humilladero donde empezó el tomate de la Guerra Civil".
Sin embargo, su talento, su tesón y su voracidad –le calza bien "Creo en mí", una de las últimas canciones de Loquillo– hicieron que su firma germinara, se extendiera y se consolidara, en forma de columnas de opinión, en El Norte de Castilla, en Sur, en Zenda y, sobre todo, en El Español, donde también escribe editoriales. En estas, Nieto Jurado publicó hace unas semanas El altillo. Memorias políticas, poéticas y polémicas: 2012-2019 (Chiado Books, 2019), un dietario a la manera de los de Francisco Umbral, Josep Plá o Sabino Méndez en el que disecciona y exhibe –y fantasea– vivencias, recuerdos, sueños, heridas, auges, caídas y acontecimientos que marcaron su actualidad.
Sobre él conversamos:
P: Señor Nieto, ¿hay un exceso de opinión en los medios?
R: No. Tenía que haber más opinión. O los medios opinan y crean opinión pública, porque son los altavoces que tienen que crear criterio, o estamos perdidos. Si la opinión la crean outsiders, gente sin talento, gente sin profesionalidad, y la opinión pública se gestiona a través de las redes sociales, mal vamos. Por eso, por muy malo que sea un periódico, siempre tiene un criterio, y ese criterio es el que tiene que dar y generar el debate público. Siempre, siempre. Cuanto más opinativo sea un periódico, mejor. ¡Si la información ya la sabemos!
P: ¿Cualquiera puede ser columnista?
R: No. Sucede una cosa: no todo el mundo puede ser columnista. El columnista tiene que tener dos cosas: un background de lecturas, talento literario o creerse que tiene talento literario, y luego, una forma de ser, tener mucha cara, don de gentes, don de oportunidad. Hay que estar. No puedes ser columnista viviendo en un piso en O’Donnell y conduciendo un BMW. Tienes que tener lo que dice Raúl del Pozo: "El ruido de la calle".
P: A propósito, el gran Raúl dice que el columnismo "es una puta costumbre española". ¿Lo suscribe?
R: Yo lo suscribo, pero cambiaría el orden de los adjetivos: es una costumbre puta y española. Pero es nuestra costumbre. Igual que defendemos al lince ibérico, ¿por qué no defendemos al columnismo ibérico?
P: ¿En qué consiste vivir "en perpetua decadencia"?
R: Me has preguntado antes en qué consiste ser columnista. El columnista es decadente de por sí. Fíjate que ahora, para la literatura que se hace en lo que se supone que son los medios, sólo se quiere a lideresas de opinión con pelos en los sobacos. Eso es lo que quieren. Y la decadencia es ser hombre y ser romántico. La decadencia hoy es ser romántico, tener un espíritu crítico y ser libérrimo. El romanticismo es una forma de ser antisistema.
P: ¿La bohemia vende?
R: No. La bohemia no vende. ¿Qué se dice que es bohemia? Si entendemos por bohemia vivir en libertad y hacer lo que se puede por ser feliz y echar el día, pues sí. Pero hombre, vender no vende. Es muy fácil, desde fuera, ver la bohemia con cierta nostalgia. He conocido a muchos ingenieros, a gente de la bolsa, que ve la bohemia de una forma literaria. Pero eso no es bohemia. La bohemia es una forma de ser libre. La libertad lo es todo. Ni siquiera es una elección, es una forma de ser.
P: Escribe en El altillo: "Es curioso que la gente crea en este aura del escritor; las miserias del día a día que padece aquí el plumilla ni las conocen". ¿Cómo son esas miserias?
R: La primera miseria es cómo están los medios, que no pagan; la segunda: o eres una wannabe del feminismo, o no tienes seguidores; la tercera miseria empieza, claro, por tener que hacerte un hueco en la capital; la cuarta es defender tu propio estilo, la literatura, frente a tanto politólogo. Parece que ahora quieren sustituir el hueco de la columna literaria por el de los politólogos, que hacen unos análisis, cuando menos, flojitos. Para eso no hace falta una carrera. (Piensa) Insisto: ser un hombre romántico que se enamora es vivir en decadencia, sí.
P: Pero usted llena la nevera, paga las facturas, etcétera, gracias al dinero que le pagan por escribir, ¿o no?
R: Sí, claro. Escribiendo cada hora.
P: ¿Usted por qué escribe?
R: Porque no me dan trabajo en la radio ni en el cine. A mí, en realidad, me gustan la radio y el cine. La escritura es una forma de liberación, pero es una tortura. Cuando alguien me dice que disfruta escribiendo, miente. Y el que disfruta escribiendo…
P: Es un sádico.
R: O, de entrada, ya es mi enemigo. Escribiendo se sufre. Es cierto que te puede dar una satisfacción al final, pero el hecho de escribir, ¿qué coño va a ser divertido o placentero? Y si alguien lo entiende como placentero no es escritor. Ojo, hablo de escribir columnas, poesía o novelas. Lo otro es hacer editoriales o hacer periodismo de datos, que bueno, está bien, pero yo no lo considero literatura.
P: ¿Tenía razón Larra cuando dijo que "escribir en Madrid es llorar, es buscar voz sin encontrarla"?
R: No. Porque para escribir hay que estar en Madrid. Que no te engañen las camarillas de provincias. Madrid es la capital más literaria del mundo, y si tienes el ímpetu de ser escritor o de estar en la literatura, hay que estar en Madrid. El resto es hobby de fin de semana.
P: En el libro dice, más o menos, que lo único que le libra del escopetazo es el qué será de sus viudas. Usted no ha pensado en el suicidio, ¿verdad?
R: Bueno… En realidad no. Lo hago como una boutade, pero como una boutade para llamar la atención ante la desesperación. Obviamente, antes de suicidarme, me llevaría a mucha gente por delante. Escribiendo o de la forma que fuera. ¿Qué es la venganza? El motor más excelso de escritura.
P: ¿Llegaría a matar?
R: Depende de por qué y de por quién.
P: ¿Por qué o por quién llegaría a matar?
R: Por España. Por una chica que me guste. Sí. En una situación muy extrema, claro. Y por mi familia. Y por amor. No inmolarme: matar. Inmolarme no me inmolo yo por nadie (risas).
P: Escribe en El altillo: "Yo no he venido a Madrid a redactar el BOE". ¿A qué vino usted?
R: Desde pequeño quería estar en Madrid. En realidad, yo quería hacer un programa de radio desde la Gran Vía. Y de madrugada. Si no lo he conseguido es porque vivo en perpetua decadencia. ¿A qué vine a Madrid? Me he nacido en Madrid, como dice Raúl en el prólogo. Yo no concibo Madrid sin la literatura. Y vine porque no soportaba estar en provincia. Desde pequeño, desde que nací, casi, tenía vocación de Madrid. En Madrid se sufre, sí, pero es lo más cercano a Nueva York que puedo estar yo.
P: Por cierto, que sepa que nunca lo imaginé escribiendo editoriales. ¿Cómo se convirtió en editorialista de El Español?
R: La literatura consiste en poner voces. Tú puedes poner la voz del editorialista, luego la del crítico literario y luego la del columnista deportivo. Si hay que ser cartesiano, pongo la voz cartesiana.
P: Y usted, desde luego, es experto en poner voces. Uno de sus primeros pinitos mediáticos fue haciendo imitaciones.
R: Sí. Yo empecé en la radio a los 13 años haciendo un programa de deportes. Claro, con 13 años no iba a hacer un programa de política. El programa lo hacía solo, tenía que rellenar una hora de contenido y ¿qué hacía? Empezaba a imitar. Siempre me ha gustado mucho imitar. Siempre he tenido ese afán de notoriedad de hablar en público, hacer el chorra en un grupo. Luego soy tímido, en realidad, pero siempre me ha gustado llamar la atención. ¿Cómo se llamaba la atención? En el teatro y en la radio. Más adelante, entraba como columnista en el Hora 25 de Ser Málaga, y en el Carrusel Deportivo hacía imitaciones.
P: ¿Y cuál es el último personaje que ha aprendido a imitar?
R: A Carlos Herrera (lo imita): "Señora, jojo, señora".
P: Y, para finalizar, ¿en qué ha quedado su conflicto virtual con James Rhodes?
R: Ayer justo tiré a la basura su libro. E hice un vídeo y lo colgué en Instagram. Lo tiré en un cubo de basura de Moncloa. Luego me dio pena y lo dejé en una farola para que alguien lo recogiera. Ayer hicimos una buena labor con el organillero, que yo creo que acaba de aprender el subjuntivo y la tercera persona del verbo "ser". James Rhodes es el símbolo de la España que le gusta a los Ian Gibson y a todos estos que no tienen ni puta idea pero que están esperando a ver si empieza el tomate de la Guerra Civil. Eso es lo que quieren.
P: No imagino a un "diputado de UCD" diciendo esas cosas.
R: Una vez fui a la tele y, según Raúl del Pozo, parecía un diputado de UCD. Claro, ese día había tenido yo un interrogatorio de la policía de cinco horas. ¡Cinco horas! Me habían robado unos moros el móvil cuando volvía de juerga. Era cuando la gente hacía denuncias falsas para que la compañía le diera un nuevo móvil. O sea, un interrogatorio de cinco horas, estaba machacado, y claro, fui al 24 Horas, y entonces, ¿qué quieres que haga? Raúl quería que me sacara la chorra o que proclamara el fascio, el comunismo o el grito de Dolores Hidalgo en México. Y luego he vuelto a la tele y ya no parezco un ministro de UCD. Porque me he rapado y llevo camisetas.