Serena, con una templanza contagiosa y entusiasmada por comenzar a hablar de su nuevo libro, "una novela muy especial", la escritora Espido Freire (Bilbao, 1974) recibe a Libertad Digital en un hotel madrileño. De la melancolía (Planeta) no es autobiográfica, no recoge lo que le ha pasado a su autora pero sí lo que ha sentido. De ahí que cada palabra resulte tan reveladora.
Empezó la melancolía, no de pronto, como imaginaba yo, sino como un rumor muy lejano, nada claro. Un eco de algo que apenas se adivina tras la puerta cerrada
Elena y Sergio llevan veinte años juntos, pero la imposibilidad de ser padres evidencia problemas disfrazados de rutina que escondían desde hace años. Sergio decide abandonar a Elena y ella cae en una profunda depresión que zarandea su mundo. Llegan a su vida un crisol de personajes de distintas edades y clases sociales, cada uno con una manera de convivir o superar la tristeza. En este entramado, será clave la crisis económica y las heridas, monetarias y personales, que dejó.
Freire habla de sobrevivir, del miedo al cambio, de la decepción, de la soledad, de la vida por inercia, de segundas oportunidades. De esperanza, de redención, de mentiras cotidianas, de formas equivocadas de quererse. De la vida.
Los problemas no son ni grandes ni pequeños –dijo el tío–. Los problemas son y hay que afrontarlos. Cada persona, los suyos. Y cuando se haya saltado uno, llegará otro.
De la melancolía es la novena novela de Espido Freire, a las que hay que sumar varios libros de cuentos, poemarios, obras teatrales y novelas juveniles.
PREGUNTA. Después de Llamadme Alejandra, la historia de la última zarina, regresa con una historia de gente corriente con sentimientos universales. ¿Por qué?
RESPUESTA. En la anterior novela, quería hablar de lo que nos une con quienes tienen poder y de lo que nos relaciona con los que históricamente han sido relevantes. Aquí quería hacer justamente lo contrario. Brindarle una importancia y una dignidad a quienes –sean ricos, pobres, jóvenes o viejos–, fueron azotados por la gran recesión, la crisis que todavía hoy colea. En realidad, sigo con la obsesión primaria que me llevó a escribir: hablar del lado oculto del ser humano, de aquello que nos avergüenza de nosotros mismos.
P. ¿Esa fue su aspiración?
R. Mi aspiración es que nos reconozcamos en la emoción, en el miedo, en la sensación de vulnerabilidad. Casi siempre lo que nos une es lo que no queremos contar.
P. En esta novela hay muchos heridos de melancolía. ¿Lo ha vivido en su propia piel?
R. Sí. Cuando tenía 15 años tuve un trastorno de la alimentación que entonces no vinculé a nada, no sabía que estaba enferma. Después aprendí que las personas que tenemos una base depresiva tenemos más posibilidad de enfermar. Escribí mucho sobre el tema, reflexioné. He tenido la aspiración siempre de conocerme lo mejor posible. Sin embargo, hace cinco años, llegó lo que no esperaba: una depresión. Todo aquello que yo había creído aprender no valía para nada, en parte, porque hay una herencia genética. Las circunstancias que me rodeaban me habían desbordado. Yo pensaba que todo en la vida podía combatirse trabajando mucho, esforzándose más, siendo más lista... hasta que, de pronto, descubrí que eso me estaba vaciando. Me sumí en una oscuridad enorme. Esa es la depresión, lo que los antiguos llamaban la melancolía.
Entonces tenía mucha ansiedad, pero cuando descubrí lo que era, presenté lucha. Sabía que me podía recuperar de aquello y no quería quedarme ahí. Además, al ser humano en general y a las mujeres en particular nos han dicho que no nos quejemos nunca. Yo había aprendido a no quejarme. Ese aparentar ser valiente es lo que me estaba matando. Aprendí, si bien no a quejarme, a reivindicar. Durante ese periodo escribí Para vos nací, un ensayo que habla de Santa Teresa de Jesús. Me sirvió analizar la figura de una escritora que también había sufrido serias enfermedades mentales. Y me sirvió para hablar con los lectores sobre qué era la depresión. Ahí se gestó De la melancolía. No hablo desde un punto autobiográfico sobre qué me había pasado a mí, pero sí qué había sentido yo.
P. ¿Qué sintió?
R. Sensación de impotencia, de no poderte mover, que nadie entienda lo que te está ocurriendo, imposibilidad de explicar con palabras el dolor invisible que sientes y el tabú de la enfermedad mental. Después, llega el otro mensaje: se sale.
P. En este reparto de personajes de la novela, cada uno muestra su propia visión sobre cómo salir del pozo. Ese "se sale" es un mensaje muy potente.
R. La mayoría de mis novelas analizan la realidad desde una perspectiva bastante realista y esto hace que muchas veces no sean optimistas. Creo que esta es la primera en la que abiertamente hay una salida, un deseo de vivir por encima de todo. No solo en el personaje de Elena sino en el resto, que pueden ser moralmente más elevados o unos bichos, pero la sensación es la de continuar pese a todo.
P. No sé si la melancolía tiene antídoto, pero en caso de tener, ¿está más cerca del olvido o de la memoria?
R. No creo que sean excluyentes. Melocotones helados (con la que la autora ganó el Premio Planeta en 1999) habla del olvido y del daño que provoca el olvido. Constantemente estamos hablando a nivel social de memorias y olvidos. A nivel personal, hay determinados temas que no pueden abordarse de forma directa, significaría quitar una postilla que está cicatrizando. Después, es cuando llega el momento del recuerdo, de la reivindicación incluso. De hablar en alto. La melancolía, la depresión, la tristeza, la crisis personal, no nos abandona sino nos transforma. Si no hay un cambio interior lo suficientemente enérgico, continuará con nosotros. Cada uno esboza cómo debe ser esa transformación y cómo debe llevarla a cabo. Cada uno de nosotros tenemos que definir ese camino y eso es lo complicado.
P. Elena, la protagonista, lleva sobre sí el peso de decepcionar a muchos: a sus padres, a su pareja, a sus amigos... Lo vemos en escenas en las que es fácil sentirse identificado de alguna manera. ¿Este miedo a defraudar nos frena a vivir nuestra propia vida?
R. No importa dónde vivamos o lo escaso o lo amplio que sea nuestro entorno social. Nos configuramos respecto a los roles y expectativas que los demás generan. Si eres la primera hija, si eres guapo, si se espera que sigas un oficio familiar, etc. Hay que sumarle las expectativas, creadas en las últimas generaciones, que tienen que ver con el modelo capitalista, el qué puedo conseguir. En el caso de las mujeres, además, hablamos sobre qué se espera de ti en el área de la feminidad en cuanto aspecto físico, maternidad, logros emocionales. Hay gente que lo sabe emplear a su favor, pero la mayoría lo hacemos a trancas y barrancas. No somos particularmente hábiles gestionando las expectativas. Ahora mismo, a mi generación y a la siguiente, se nos está diciendo que hagamos una cosa y la contraria. Por lo tanto, todo lo que hagamos está mal.
P. No suena nada bien.
R. Me da la impresión de que, sobre todo en los últimos años, estamos condenados a decepcionar a alguien. Antes no se nos decía tan abiertamente. Ahora esa idea de 'me has decepcionado' surge hasta por un tuit. Por eso esta novela es de gente anónima. No hace falta ser una zarina.
P. Hay un personaje en la novela, un anciano llamado Lázaro, que nos cuenta cómo tuvo que exiliarse durante la Guerra Civil. Es casi una novela dentro de una novela. ¿Qué le permite este personaje?
R. Me interesa mucho la memoria de los que están a punto de marcharse. Mis abuelos, al menos, crecieron con un mandamiento social totalmente distinto al que nosotros tenemos. El nuestro es contar nuestras emociones, nuestras impresiones, compartir fotografías, y para ellos fue totalmente distinto. Volvían de una guerra y no contaban nada, habían pasado una hambruna y no se hablaba. Cuando alguien se atreve a hablar de eso es un tesoro que debe ser acogido con el mayor esmero posible. Además rompe con la dinámica que tenemos de ego, de considerar que lo único importante es lo nuestra. Para mí Lázaro es eso, es decir 'lo estáis pasando muy mal, pero no es nuevo, yo también lo pasé mal, no sois los primeros, no nos olvidéis'. Una de mis abuelas perdió ocho hijos y un nieto, no me puedo imaginar qué significa eso. La otra abuela, tres. Por supuesto que mi dolor y mi preocupación por mi vida es importante, también el suyo lo fue. La manera en la que lo afrontaron me enseña cosas. El problema es compararse. El sufrimiento es sufrimiento. Ese intercambio generacional solo puede traer aprendizaje.
P. Mientras leía su novela sentí una sensación de sosiego. Como escritora, ¿se plantea qué quiere generar en el lector?
R. No sabes lo que me alegra saber eso. Siempre tengo presente a esa persona invisible. La historia está en el centro de esa relación. Continuamente intento anticipar cuál es la reacción de ese lector fantasma y se consigue con empatía, experiencia y observación. Y suerte. Muchas veces se fracasa, pero cuando se logra es excepcional.
P. En la novela vemos algunos de los estragos de la crisis, ¿por qué decidió abordar este asunto?
R. (Suspira antes de contestar). No se habla lo suficiente de ello y desde el punto de vista literario menos. Se habla desde el punto de vista casi sincrónico, del que no tenemos distancia. Por lo tanto, solo vemos pavor. Para mí fue un auténtico derrumbe de aquello en lo que yo creía. En lo económico fue grave, arruinó a mucha gente pero el impacto a nivel emocional, estructural y familiar, lo seguimos viendo. Si no hablamos de ello ya, va a ser complicado que lo podamos identificar.
P. Nos alertan de que se aproxima otra recesión.
R. Me preocupó cuando comenzaron las noticias alarmantes desde Grecia porque había habido un aumento espectacular de suicidios y, en general, de enfermedades mentales. Pensé que se nos venía encima. Lo que no sospechaba es que yo me iba a encontrar entre ellos. A riesgo de ser una Casandra y profetizar cosas que nadie quiere oír, yo, al igual que otros están recomendando que sean cautos en el tema económico, hablaría de prevenirse emocionalmente. Esa huella es más permanente que la económica. A largo plazo, nos acostumbramos a vivir con más o con menos dinero, pero de lo otro es mucho más difícil recuperarse. Y se hereda, se transmite a hijos, sobrinos, alumnos, amigos. Eso me preocupa.
P. A nivel político, ¿hemos aprendido?
R. No. No hemos aprendido y no estamos preparados. Creo que si llega una crisis similar a la anterior, no hemos plantado las bases que nos permitan ser más sólidos. No hemos invertido en áreas que nos permitan aguantar un zarandeo más y lo están pagando seriamente los jóvenes con un desánimo terrible. Es un legado espantoso para un país.
P. Escribe poemas, teatro, novela juvenil, cuentos. ¿Quedan voces en usted que no hemos escuchado?
R. Sí, muchas. Qué no aprenderé y qué no querré contar. Eso solo juega a favor.
Espido Freire. De la melancolía. Planeta, 2019. Nº de páginas: 256. Precio 19,90€