Harold Bloom, el último de los mohicanos
Fue defensor de la excelencia literaria y de la supremacía en el arte de los valores estéticos, contra las modas que impone la corrección política.
Ha muerto Harold Bloom. Estoy leyendo con mis alumnos el capítulo que le dedicó a El rey Lear dentro de su monográfico sobre Shakespeare del que era un admirador, un amigo, un siervo, un esclavo. Como todo lo que escribió, tan discutible como apasionado e inteligente. Hoy es un día de luto para la literatura en general y los fans del dramaturgo inglés en particular.
El rey Lear, junto con Hamlet, desafía en última instancia todo comentario. De todos los dramas de Shakespeare, éstos muestran una aparente infinitud que trasciende tal vez los límites de la literatura (...) La experiencia de leer El rey Lear, en particular, es enteramente inquietante. Estamos a la vez desorientados y confortablemente en casa; para mí por lo menos, ninguna otra experiencia solitaria se parece en absoluto a esta.
Según una tradición hebrea, en cada generación nacen 36 hombres que están destinados a cargar con el dolor y la injusticia del mundo, que se sostiene sobre los hombros de tales elegidos. Apuesto que uno de ellos era el crítico literario norteamericano, judío a la vez gnóstico. Bloom, profesor en la Universidad de Yale y famoso en el mundo entero por adorar a Shakespeare con la misma intensidad con la que detestaba a los que denominó la 'Escuela del Resentimiento', una mezcla indigesta de marxismo, psicoanálisis, posmodernismo, estructuralismo y deconstrucción, la plaga de filosofía francesa que ha asolado los departamentos de literatura y filosofía en Estados Unidos combinando una jerga mal escrita con una ideología identitaria, étnica y de género todavía peor.
Fue defensor del canon de la excelencia literaria y de la supremacía en el arte de los valores estéticos, contra las modas que pretenden imponer criterios ajenos a la valía y el mérito en nombre de la corrección política, la empatía emocional y la justicia social, aplicando la discriminación positiva y las cuotas para favorecer a grupos supuestamente infrarrepresentados por causa del machismo y el racismo. De modo que una mujer, joven, negra, discapacitada, lesbiana y musulmana tiene más derecho a entrar en un currículum de estudios literarios que, digamos, Góngora o Quevedo —por una vez unidos, gracias a su afición por la tauromaquia y el antisemitismo respectivamente, como iconos de literatos prohibidísimos en aulas protegidas por los "trigger warning" (advertencias de posible perturbación) de modo que sean "safe spaces" (espacios seguros)—.
Para dicha 'Escuela del Resentimiento' el heteropatriarcado cisgénero, blanco, cristiano y occidental ha aprovechado sus privilegios históricos para imponer una serie de criterios subjetivos y parciales como si fuesen universales y objetivos. Como también denunció un colega de Ilustración y de judaísmo de Harold Bloom, Alain Finkielkraut en La derrota del pensamiento, para esta escuela infectada de odio de clase y envidia de género "Shakespeare se pone en el mismo plano que un par de botas".
Podría ser casual pero es sintomático que del mismo modo que Finkielkraut, Bloom eligió a Shakespeare como símbolo y referente de su cruzada crítica a favor de la autonomía de los valores estéticos, y su superioridad jerárquica en el ámbito del arte, sobre otros valores, en especial los sociales. Uno de sus chistes favoritos era:
Todo crítico tiene (o debería tener) su broma crítica favorita. La mía es comparar 'la crítica literaria freudiana' con el Sacro Imperio Romano: ni sacro, ni imperio, ni romano; ni crítica, ni literaria, ni freudiana.
Por cierto, a Freud lo martirizaba con la misma intensidad que adoraba a Shakespeare. Humor sarcástico contra los que pretendían que lo literario es solo un modo de lo político que lo emparentaba con Jorge Luis Borges cuando defendía que "Eso de literatura comprometida me suena lo mismo que equitación protestante". El único compromiso legítimo del arte es con el propio arte, con sus valores estéticos y su dimensión humana que va mucho más allá de la clase, la raza, el género, la religión, la patria o cualquier otra identidad particular que se le ocurra. Un crítico, según Bloom, es una especie de caballero andante del ideal artístico en un mundo de orcos que se autodenominan "guerreros sociales":
Un profundo conocimiento de la filología, del griego y del latín, del provenzal y del hebreo, además de las lenguas romances, y la historia del idioma inglés. La gente ignora estas cosas, y no parecen preocuparles. Le digo a mis alumnos que se aíslen cuando un poema o un pasaje de prosa los encuentre o los enaltezca hasta el conocimiento, y lean en voz alta, canten hasta que lo posean, lo hagan suyo de memoria. Ese es el verdadero conocimiento en el campo de la literatura. La memoria es en verdad la madre de las musas. Nunca he escrito un poema porque no puedo olvidar que yo mismo soy una encarnación de la memoria.
En su biblioteca, ávido lector, no pueden faltar ni El canon occidental ni Shakespeare: la invención de lo humano. Se convertirán seguramente en parte de sus experiencias solitarias favoritas. Mientras tanto, cuando el justo desconocido de la tradición hebrea llegue al cielo se supone que estará tan congelado que Dios deberá insuflarle calor durante cientos de años para que pueda aclimatarse al Paraíso, aunque algunos quedan tan inconsolables que ni siquiera Dios logra calentarlos. En el caso de Harold, en cuanto encuentre a William su alma arderá entusiasmada y le recitará:
Tan sólo de tus ojos dimana mi saber
y en esas dos estrellas, siempre leo tal arte,
que verdad y belleza, florecerán a un tiempo
el día que tú quieras, ser guardián de ti mismo.
Si no, de ti, con pena, esto te pronostico:
Tu fin será también, el fin de la Belleza
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