Hace más de cincuenta años, cuando en los institutos públicos españoles se estudiaba el Curso Preuniversitario tras sufrir la más que intensa y eficaz reválida nacional de Sexto de Bachillerato, uno de los autores que los jóvenes teníamos siempre en la boca era Miguel de Unamuno. Sobre todo, dos de sus obras. Una, publicada, era Del sentimiento trágico de la vida (entonces no había ni idea de esa otra inconclusa provisionalmente llamada Del resentimiento trágico de la vida.) La otra, difícil de encontrar, era La agonía del cristianismo, que pasaba por libro prohibido.
La primera se leía con pasión puesto que en ella se abordaba el sentido de la vida, la fe religiosa y la inmortalidad personal. Eso era, sobre todo, lo que interesaba a un inquieto público juvenil educado en el cristianismo cuya fe empezaba a sufrir las zozobras originadas por los primeros síntomas de libertad real. La segunda era como un fruto prohibido que se quería devorar para dar razones al alejamiento de las tradiciones heredadas.
Más de cincuenta años después de aquello, ese donquijotesco intelectual español que fue nuestro Unamuno sigue dando que hablar, como lo ha hecho desde hace más de un siglo, dada la riqueza de su pensamiento y la intensidad de su pasión por España y la verdad. En estos días se recupera, como parte de ese artificio de memoria histórica, su apoyo con matices al franquismo y, sobre todo, su enfrentamiento "recreado" con José Millán-Astray en la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936.
Como sobre esto se ha escrito mucho y se ha aclarado más gracias al trabajo "arqueológico" de Severiano Delgado Cruz, no hay por qué insistir en ello. Si tras el conocimiento preciso y minucioso de cuál fue el comportamiento aquel Día de la Raza (así se llamaba entonces y hasta hace bien poco) del ya concejal franquista Unamuno y de Millán-Astray, se sigue insistiendo en las deformaciones nigrolegendarias, es que estamos ante la presencia de tonterías y de tontos. Ideológicos o no, políticos o no, farsantes o no, pero tontos.
Es entonces cuando se viene a la cabeza la idea de escribir algunas líneas sobre lo que don Miguel sentenció sobre los tontos. Insuperable parece, desde luego, la idea de los tontos que tenía santo Tomás de Aquino y su divertida y rigurosa tipología: asyneti, cataplex, credulus, thtuus, grossus, hebes, idiota, imbecillis, inanis, incrassatus, inexpertus, insensatus, insipiens, nescius, rusticus, stolidus, stultus, stupidus, tardus, turpis, vacuus y vecors. Repite el "buey mudo" 20 veces que los tontos son legión y cosecha en el Eclesiastés de San Jerónimo, que en otras Biblias no aflora, que stultorum infinitus est numerus que repetirá luego uno de ellos, nuestro bachiller Carrasco.
Unamuno, como Ortega y Gasset, añade matices —muchos más el primero que el segundo—, porque se refiere también a la idiotez, a la estupidez, a la estulticia o a la imbecilidad, entre otros tipos de tontería. Pero en este artículo nos vamos a centrar especialmente en los tontos y sus tonterías tal y como son considerados por el famoso filósofo enamorado de la libertad y de la independencia de criterio, a veces, hasta del suyo mismo.
Don Miguel habla de la inmensa riqueza de nuestro lenguaje para referirse a los tontos. Zoquete, soso, fatuo, bobo, tundido, idiota, imbécil, mentecato, estúpido y luego, dice, vienen las metáforas del reino animal, burro, cernícalo, congrio, besugo o percebe... Y vegetal: alcornoque, bellotero o tonto de capirote. Y sigue con lo de tonto de atar, majadero, adoquín, memo, badulaque, botarate, simplón, pazguato, mequetrefe, chisgarabís, zanguango, mamarracho, zamacuco, zampatortas, papanatas, papamoscas… Pero ser tonto, no se crean, no es tan fácil como se figuran los listos.
Uno de los tontos insignes de Unamuno es el tonto constitucional. No se trata, no, de torpes defensores de una Constitución política, aunque abundan mucho, sino que se refiere a quien es constitucionalmente tonto, esto es, tonto por constitución fisiológica, a nativitate, irremediable, tonto absoluto si se prefiere. Un tonto constitucional no podía ser, pues, el que se reía de los abstrusos escritos de los krausistas como Julián Sanz del Río. Esos eran tontos de ocasión para una moda.
Los tontos de verdad son soberbios a quienes no puede explicárseles lo tontos que son. Es más, es que el Evangelio, nada menos que el de San Mateo, custodia un arma prohibida que defiende a los tontos. Según Unamuno, versículo 22 del capítulo V, que reza: "Quién llamara tonto a su hermano, es reo del fuego eterno". Y añade don Miguel mediando un personaje: "No dice quien le llame asesino, o ladrón, o bandido, o estafador, o cobarde, o hijo de mala madre, o cabrón, o liberal, no; sino dice quien le llame 'tonto'. Esa, esa es el arma prohibida".
He ahí un problema puesto que si es imposible convencer a un tonto —y todos lo somos en tal o cual medida—, tampoco se lo podemos llamar. Aún así hay quien lo ha hecho. Véase el eclesiástico que calificó de buen hombre a Don Quijote y, a continuación, le llamó "don Tonto", al más grande loco que vieron los siglos. Pero loco no es tonto, aunque hay tontos que además están locos. "¿Y qué fue ese pobre Don Tonto? ¡Ni siquiera ministro!", remataba el rector negando que Don Quijote fuera tonto. Tal vez se hizo el loco, pero odiaba la mentira.
Schopenhauer, tal vez más tonto que muchos tontos, confundió al personal elucubrando sobre el origen de los naipes, que atribuyó a los ¿tontos?, Sí, a ellos, pero los juegos de cartas no fueron ni son tonterías. Como la lujuria, que era tonta elevada a pecado por el sueño de algún fraile, según un amigo de Unamuno. En su ensayo Los naturales y sus espíritus, define el vasco que un tonto es, esencialmente, alguien que cultiva siempre el sentido común —perogrulladas, lugares comunes y demás—, pero jamás el sentido propio.
Las tonterías, que casi siempre son patrimonio del prójimo, son inaceptables no por soberbia sino por impaciencia. No tiene paciencia don Miguel con quien considera el español que más tonterías ha escrito en la historia. Se trata del arzobispo Fray Zeferino González que escribió Filosofía Elemental, un libro tomista "larga, ancha y profundamente ramplón, falto de toda originalidad, fidelísimo espejo del abismo de vulgaridad, de ñoñez, de tontería" que le entelarañó la inteligencia a los 16 años. Una venganza.
Según Unamuno hay un método para convertirse en tonto. Se trata de empeñarse en gestar paradojas, en decir rarezas, en escribir cosas raras o cultivar vulgaridades, que son camino seguro hacia la tontería. Y, desde luego, ahogar el propio espíritu, por contradictorio que sea, es vía expedita para volverse tonto o perseverar en la tontería. Y cuidado con las mezclas, que no combinaciones, entre tontos y sabios, porque de ellas puede derivarse cualquier cosa.
Hay tres grandes clases de tontos, distingue, aunque alguna vez cita sólo dos. "Los que inventan tonterías nuevas, que son los tontos originales y hasta geniales, cuyo símbolo es Gedeón —pero no el bíblico (I)— y la de los que no hacen sino repetir las tonterías inventadas por otros, las de curso forzoso, los lugares comunes y de sentido común, y el símbolo de ellos es Pero Grullo. Queda otra variedad que es la de los archi-tontos, la de los tontos rematados y sin remedio, los que se mueren sin haber hecho ni dicho tontería alguna". Entre los tontos de "repetición" cita expresamente a quienes se dedican a la filosofía de la historia y a la sociología, o sea, "al arte de profetizar lo pasado."
Unamuno se cree un tonto de "iniciación", original y apunta que todos los tontos "creemos saber que hay un Diccionario Enciclopédico de todas las tonterías pensables, y hasta impensables". Nadie lo ha escrito aún, pero parece jugosa la idea en sí misma. Por ejemplo, las tonterías que envenenan a los separatistas vascos, "cuya enfermiza vanidad están cultivando esos que fingen creerse redentores de pueblos oprimidos por el incomprensivo imperialismo-centralista castellano."
En ese Diccionario de las tonterías a lo mejor habría que incluir alguna del mismo Unamuno. Una de ellas la señaló el propio Ortega y Gasset, que consideró como tal el haber dicho que Madrid era el más rico yacimiento de frivolidad. Y apuntilla que eso "es una tontería de esas que Unamuno, temeroso de que no parezca harto perfecta su labor, intercala por humildad en sus escritos y conferencias". Bueno, bueno.
Hay muchos que creen que ser bueno es ser tonto. Y así es, si se llama bueno a la persona que conviene a nuestros intereses y no a los suyos propios. O sea, no es bueno en sí, sino un majadero quen no se da cuenta de que sirve a fines ajenos. Quien es tonto seguro es el conservador que quiere volver al pasado porque "eso de la vuelta al pasado es una tontería…invención de cuatro atolondrados que se fingen enemigos para tener que combatirlos".
Sí, hay maestros de los tontos. Por ejemplo, el éxito, el resultado, dice Unamuno citando a Tito Livio. Pero no se trata de estos tontos cuando se dice que casi todos los tontos que andan por el mundo son unos santos. Tal aserto subleva nuestro autor: "¡No, no, no! Protesto contra semejante afirmación. Casi todos los tontos que andan por el mundo son malos; dan coces. El tonto es avieso, es envidioso, es mezquino".
Es más cierto que casi todos los santos son unos tontos, tal vez ingenuos. Pero los tontos "lo son pertinazmente, a traición, con premeditación y alevosía… Y llega al refinamiento de malicia de hacerse el tonto además de serlo". Esto es, son tontos por mala intención, a propósito.
No hay peor tonto que el que nunca ha dicho o hecho tontería alguna, o quien cree nadie se ríe de él. Miguel Primo de Rivera, afirma en un soneto que explica, era un "tonto de capirote" incluso antes de que lo deportara a Fuerteventura. En otro estalla:
De un caso así en España precedentes
no logro hallar, por mucho que remonto;
¿es que la risa general no sientes?
Vuelve a ser nadie ya, pero muy pronto,
que si no hasta tus mismos asistentes
te dirán: ¡Tonto! ¡Tonto! ¡Tonto!
Pero era un tonto especial, tonto en sentido estricto, "defectivo de entendimiento. Los discursos, las cartas, los escritos, las notas oficiosas del supuesto Dictador revelan la más trágica tontería". En realidad, era un tonto medio, sin mezcla de otra cosa alguna. Pero con "gatitos en la barriga" y ya se sabe que en España todos los tontos pueden formar una junta de defensa.
Serio es el problema de la impunidad de los tontos, su proceder incansable, que añadiría Ortega si bien hay dudas de autoría puesto que Unamuno escribe que "el tirano mejor, la tiranía, /como trabaja alguna vez, reposa, / mas, ¿se puede cansar la tontería?" Esta impunidad y persistencia son malas hasta para el tonto "porque le hace malo". Tan serio es que el ejercicio de la tontería conduce a la enfermedad moral que puede dar paso a lo criminal como le ocurrió a Celestino el tonto cuando ya no aguantó más burlas de la chavalería y pegó y pegó.
Tan peligrosos pueden ser los tontos que hay quien pensó que el siglo XIX vería surgir un partido político de los tontos. Unamuno creyó que en la España del siglo XX los tontos "cainitas, los de la mala baba, los incapaces de juicio y sentido propios" había surgido un partido llamado Unión Patriótica. Pero estaba equivocado. En el siglo XXI es difícil saber qué partido no un partido de los tontos.
Lo que sí certificaba don Miguel es que los tontos son igualitarios. "La secreta malicia del tonto es su deseo de pegarnos su tontería a los que no lo somos, y se vengan diciéndonos o haciéndonos tonterías. O lo que es peor, trabajando para todos los demás sean tan tontos como ellos. Incluso, el peor de los comunismos, parece indicar, es el de los majaderos y tontos".
Grave es la enfermedad española que no tiene ni locos. Tiene tontos, que fingen ser locos o parecen serlo. Pero es preferible cuidar locos a sufrir tontos. Por ejemplo, hay tontos "de corazón" a los que les parece absurdo que un enamorado muera de amor real e históricamente no como Petrarca que, a pesar de sus sonetos tras la muerte de Laura, incluso engordó y vivió un cuarto de siglo más.
Así fue la muerte de su verídico Rafael, tal vez un ex Unamuno del pasado, tras la muerte de su Teresa.
«Los amantes de Teruel,
tonta ella y tonto él.»
Es lo que dicen los tontos
cuando han perdido la fe
en su tontería misma,
y lo dicen sin saber
que toda la ciencia humana
está estudiando el papel
de esas parejas de tontos
de Verona o de Teruel."
Tontos hay muchos. Los consumidores y productores de pornografía son tontos. Incluso don Juan Tenorio es tonto. Es abrumadora "la tontería y el espectáculo de los hombres sandios y tontos arrastrando a los cobardes. La más terrible de las pasiones es la pasión de la tontería. Que es pasión en ambos sentidos, porque la padece el tonto y hace padecer a otros".
Sirva lo aportado para sorprender por la intensa presencia de los tontos y las tonterías en las obras de Unamuno. Tanta que alguna vez hay que terminar sin que ello signifique que todo está dicho ya. No. Por ejemplo, también hay tontos puros o meros tontos y tontos impuros o vegetativos, tontos entontecidos y entontecedores. "El puro tonto es tonto positivo y agresivo u ofensivo, al revés del tonto impuro, que no pasa de negativo y defensivo", define.
En fin, para suscitar interés por este gigante de la literatura y el pensamiento, lo anterior vale. Tal vez diera para un libro aprovechable. Incluso para los tontos.
(I) No lo aclara, pero puede referirse al Gedeón de José María Pereda en El buey suelto. Leopoldo Alas ‘Clarín’ consideró al solterísimo Gedeón de la novela como un gaznápiro y tonto de capirote. También había un periódico con ese nombre, Gedeón, "el de menor circulación de España", se anunciaba. Luis Montoto cita a un Gedeón en su referencia a Las gracias de Gedeón, derivadas del juguete cómico del mismo nombre de Ramón Navarrete. Esas gracias, dice Montoto, "de puro simples provocan a risa, tanto por la simplicidad intrínseca de las palabras, cuanto por el tono doctoral y sentencioso de quien las pronuncia. Gedeón debió de ser tonto, pero tonto chapado a lo erudito y a lo filósofo, como el mayor número de los tontos." (Personajes, personas y personillas que corren por las tierras de ambas Castillas, tomo I, página 320. Sevilla, 1921)