Conociendo al protagonista y analizando su obra literaria, es tentador comenzar a hablar de su nueva novela con una pregunta: ¿En qué momento se había jodido Latinoamérica? Porque el caso es que regresa Mario Vargas Llosa y la noticia no es que regrese él, en sí, sino más bien que regresa el Mario Vargas Llosa de las dictaduras y las conspiraciones. O en otras palabras, el analista inmenso que mejor esboza las diversas problemáticas que las estructuras de poder plantean en las relaciones humanas. Veinte años después de La fiesta del Chivo, además, retorna a un paisaje y a una época familiares en Tiempos recios (Alfaguara), donde se encarga de novelar el derrocamiento del presidente legítimo de Guatemala, Jacobo Árbenz, y las posteriores consecuencias desastrosas que aquella injusticia terminó desencadenando en el resto del continente.
"Probablemente esta historia no me hubiera interesado tanto si no hubiese escrito antes La fiesta del Chivo", comenta él durante la presentación del libro, en la Casa de América de Madrid. "Si no hubiese tratado ya a ciertos personajes que aparecen de nuevo ahora, como Trujillo o Abbes García, es posible que no se hubiese activado ese mecanismo misterioso que me llevó a investigar más, y a querer escribir sobre el tema". Y es que la pretensión de la novela se parece mucho a la de aquella otra centrada en el dictador dominicano, con la única diferencia de que ahora la lente se abre un poco más, e intenta retratar el contexto caribeño en su conjunto y, de forma tangencial, el de la propia América Latina.
Pero yendo a lo concreto, el detonante del libro llegó a sus oídos hace tres años, en una fiesta, cuando su amigo Tony Raful se le acercó y le soltó aquella frase tan aborrecida por los novelistas de todo el mundo: "Mario, tengo una historia que tienes que escribir". "Sorprendentemente, lo que me contó me intrigó mucho", dice él, antes de relatar los grandes pilares sobre los que reposa Tiempos recios: la fluctuante relación entre Leónidas Trujillo y Carlos Castillo Armas, y cómo el primero pasó de ayudar al segundo a derrocar al legítimo presidente de Guatemala, Jacobo Árbenz, a llevar la iniciativa en el complot que acabaría con su vida tan sólo tres años después.
"Se trata de una hipótesis no probada", se apresura Vargas Llosa. "Al fin y al cabo, la muerte de Castillo Armas es uno de los misterios sin solución de la historia latinoamericana. Pero existen pruebas extrañas que invitan a aceptar la idea de que Trujillo tuvo bastante que ver". En concreto, el hecho de que meses antes enviase como agregado militar a Guatemala "a su asesino favorito", Johnny Abbes García; y el que la misma noche de la muerte del dictador, este huyese en un vuelo privado acompañado de la querida del difunto. Llegados a este punto, el escritor peruano se limita a resaltar lo evidente: "Se trata de una novela, no de historia. Y aunque en parte es cierta esa relación evidente entre una y otra, es necesario dejar claro que lo fundamental de toda la obra, quitando los acontecimientos históricos básicos que no deben ser tergiversados, es ficcional". "Lo que he hecho ha sido investigar lo más posible para poder después mentir con conocimiento de causa".
Un impacto continental
Aunque Vargas Llosa se esmera en aclarar que nunca intenta hacer declaraciones políticas en sus novelas —"para eso escribo artículos o concedo entrevistas"—, tampoco niega la evidencia de que ha vuelto a tocar un tema que permite sacar conclusiones. "Es cierto que en esta novela se expresa una América Latina odiosa, detestable. La de los dictadores, que representan esa cara más anticuada del continente. Pero afortunadamente, creo que todo eso ya quedó atrás". Y añade: "Ya no hay dictaduras militares en Latinoamérica. Hay dictaduras ideológicas, pseudocomunistas, como Venezuela, pero las dictaduras militares han desaparecido prácticamente de toda Latinoamérica".
Sin embargo, su libro sí pretende ofrecer una relectura que permita explicar acertadamente el devenir histórico del continente durante la segunda mitad del siglo XX. "Hay que entender que el libro se sitúa en la época de la Guerra Fría, en ese momento en el que Estados Unidos estaba a la cabeza de la generalizada paranoia anticomunista. Y yo, personalmente, creo que su movimiento para acabar con Jacobo Árbenz, acusado precisamente de filocomunista, terminó por ralentizar el progreso en toda Sudamérica otros cincuenta años". Su tesis, más concretamente, sostiene que aquel "atentado democrático no sólo evitó la modernización de Guatemala, sino que empujó a todos los jóvenes sudamericanos a descreer de las ideas que representaba Estados Unidos y a abrazar la utopía socialista". "Ahora, gracias a Dios, allí ya no existe esa dicotomía según la cual sólo eran posibles o dictaduras militares o gobiernos revolucionarios comunistas. Hoy, América Latina se ha resignado a la democracia".
Al rescate de Jacobo Árbenz
Por otro lado, confiesa que después de investigar y de escribir acerca del presidente derrocado, "uno le acaba cogiendo bastante simpatía, siendo su figura tan trágica". "Creo que es necesario rescatarle y revisarle, porque, en realidad, lo que él pretendía no era instaurar el sistema comunista, sino sacar a Guatemala del sistema feudal en el que se encontraba". Sus reformas, según Vargas Llosa, "eran además capitalistas". Por lo que considera que "debió de ser muy dramático para él que el país al que admiraba y al que quería imitar le acusase de ser un agente soviético".
Su conclusión, por tanto, es tajante: "Tengo la impresión de que si Estados Unidos, en vez de derrocarlo, le hubiese apoyado, la historia entera de América Latina hubiese sido diferente. De hecho, probablemente Fidel Castro no se hubiese radicalizado y convertido en comunista".
Una historia de fracaso
Preguntado acerca de la famosa frase con la que inició su reconocida novela Conversación en la Catedral, pero extrapolándola a todo el continente, "¿en qué momento se había jodido Latinoamérica?", responde: "Yo creo que un país, salvo casos excepcionales, no se jode en un día. Y creo que el de América Latina es un largo proceso de oportunidades perdidas. De hecho, soy de la opinión de que la independencia estuvo mal hecha desde el inicio, y de que el proyecto de Bolívar fracasó estando él aún vivo, porque jamás llegó a hacer prosperar su idea de una Latinoamérica unificada".
"Al contrario, fue viendo cómo sus diversos apoyos iban convirtiéndose en dictadores de los lugares que liberaba. Ahí comenzó la larga historia de Latinoamérica, trufada de dictadores repugnantes. Pero gracias a Dios, creo que definitivamente esa etapa ya quedó atrás, y que, una vez abrazado el sistema democrático, el continente vuelve a tener una nueva oportunidad de renovación".
"En España la dictadura acabó hace cuarenta años"
Por último, preguntado acerca de algunos de los acontecimientos políticos más actuales, no quiere pronunciarse demasiado. Lo poco que concede va dedicado a Perú y a España. "Ya escribí un artículo, que se ha publicado en diversos medios, en el que creo que dejaba perfectamente claro que estoy completamente a favor de la decisión del presidente Martín Vizcarra de disolver el Congreso. Ha actuado siguiendo la más absoluta legalidad y se ha visto obligado a hacerlo. Al final, el Congreso elegido por los peruanos estaba repleto de semianalfabetos y pillos; y mi única esperanza es que en las próximas elecciones escojan mejor", comenta.
De la situación española, ha dicho: "Aquí la dictadura acabó hace cuarenta años. Yo viví los años de la dictadura feroz de Franco, y entonces España era un país subdesarrollado, que estaba aislado. Pero desde entonces se ha transformado de forma increíble gracias a la Transición. Un proceso que maravilló al mundo porque demostró que los españoles eran capaces de aparcar los extremismos y de abandonar la idea de matarse entre ellos. El progreso que vino luego es inaudito. Hoy en día España es un país moderno, que tiene los problemas de los países modernos. Ojalá Latinoamérica hubiese progresado tanto como España desde los tiempos de la Transición".