Una pareja británica de recién casados llega a Alemania en el verano de 1936 para pasar su luna de miel. De repente, se les acerca una mujer de "aspecto judío" que les suplica que se lleven a su hija a Inglaterra. Ellos aceptan. Con esta narración real y que nos interpela directamente, arranca Viajeros en el tercer Reich (Ático de los Libros), el libro que condensa relatos en primera persona de extranjeros que visitaron la Alemania nazi. Julia Boyd hace un bosquejo de cómo fue visitar, estudiar y vivir ese ambiente. ¿Se podía presagiar lo que iba a ocurrir ? ¿Se miró hacia otro lado?
Boyd invita a leer estas páginas aparcando nuestra perspectiva privilegiada y rescata las palabras de W.E.B. Du Bois, historiador afroamericano que trabajó como profesor en pleno auge del Tercer Reich y al que le fue "extremadamente difícil" expresar una opinión acerca de esa Alemania. La propaganda nazi fue tan eficaz que cubrió con una pátina de normalidad la violencia y la represión de las calles, la quema de libros de 1933 o las consecuencias de la aprobación de las Leyes de Núremberg de 1935. Los turistas seguían llegando al país para disfrutar de sus paisajes y gastronomía.
A pesar de que "la libertad de expresión se presupone esencial para un escritor", dice la autora, hubo literatos que defendieron el estilo de Hitler, como el poeta estadounidense Ezra Pound o el noruego Knut Hamsun, Premio Nobel de Literatura y admirado por Thomas Mann y Hemingway. Hamsun mandó a sus hijos a Alemania y censuró los comentarios "perturbadores" de estos: "Cecilia estás viviendo en una país grande y maravilloso. No le escribas a la criada para contarle que tal o cual persona se ha suicidado, porque pensarán que Alemania es horrible". Algunos, que vivían hipnotizados por la utopía nazi, recibieron una bofetada de realidad tremenda, como Thomas Wolfe al presenciar cómo un judío era despojado de todo lo que poseía por oficial en la frontera.
Boyd ha recurrido a cartas, diarios, folletos publicitarios y artículos de prensa escritos por diplomáticos, políticos, estudiantes universitarios, trabajadores sociales, autores como Virginia Woolf, Samuel Beckett, Isherwood o Francis Bacon, y otros testimonios anónimos de personas que vivieron o visitaron el país entre 1919 y 1945, es decir, durante la República de Weimar, el ascenso de los nazis y la guerra.
PREGUNTA. Tras leer todo el material con el que ha trabajado, ¿cree que no se percibía el horror? ¿Se miró para otro lado?
RESPUESTA. Era muy difícil. Algunos turistas habían escuchado la parte más horrenda de Alemania pero cuando llegaba allí se encontraban con un país y una gente muy agradable. Muchos se sintieron confusos, sin una idea clara. Si un coche británico paraba en medio de la calle, de inmediato un montón de alemanes les daba la bienvenida y les hacían preguntas. Veían soldados con uniformes pero no se apreciaba la brutalidad real de los que sucedía.
P. ¿La propaganda nazi, centrada sobre todo en hablar de amenaza de los bolcheviques judíos, fue realmente eficaz?
R. Creo que fue difícil ver el horror principalmente porque la propaganda era muy persuasiva. Algunos de los extranjeros que llegaban con dudas se iban convencidos de que no pasaba nada.
P. Muchos extranjeros, según recoge, llegaban "deslumbrados por la promesa de un nuevo mundo feliz" pero luego comenzaban a escuchar historias horribles. En esos primeros meses, ¿fue difícil decidir si Hitler era un monstruo o un prodigio?
R. Sí. Muchos viajeros veían en Hitler a un líder fuerte, que había conseguido recuperar a su país después de la I Guerra Mundial y que había restaurado el orgullo nacional, les preparaba para un futuro nuevo y mejor. Era un líder muy persuasivo. Los lideres europeos, tras encontrarse con Hitler, se iban totalmente convencidos. Creían que era honesto y sincero. Sinceridad es una palabra que aparece en muchos testimonios para referirse a Hitler. A pesar de que había periodistas y algunos diplomáticos que publicaban artículos advirtiendo del peligro, la gente no les escuchó.
P. ¿Hay algún testimonio que le haya enfurecido?
R. Muchos. Por ejemplo, la visita del duque de Windsor tras abdicar del trono de Inglaterra. Creo que fue una visita horrenda que nunca debió de ocurrir. Hizo un favor a mi país al no querer gobernarlo. Lord Londonderry , defensor del apaciguamiento que se dejó persuadir por los nazis. Esperaba más de ellos en esos cargos, que no se dejaran influenciar tan fácilmente.
P. ¿Y el testimonio que más le ha emocionado?
R. No se si emotiva es la palabra, pero me ha impresionado la historia de Du Bois, académico afroamericano, que se enamoró del país cuando era joven. Cuando regresó más tarde, con los nazis en el poder, encontró un país totalmente distinto al que había conocido. Es emocionante leer como tenía sentimientos encontrados, ver el horror del nazismo y sentir adoración por Alemania. Resume el pensamiento de mucha gente. ¡Esa confusión es tan tremenda!
P. Me resulta sorprendente que tantos escritores se sintieran atraídos por esa Alemania.
R. Sí, se espera de los escritores que defiendan la libertad de pensamiento y de expresión. En cambio, eran muy pro Hitler, aunque no todos. La escritora judía húngara María Leitner viajó encubierta por Alemania y hay que poner en valor su historia, es muy emocionante.
P. Cuando se conoció toda la barbarie, ¿qué sintieron estos escritores y diplomáticos que apostaron por el proyecto de Hitler?
R. No he estudiando este asunto en concreto pero sería una muy buena continuación al libro. Mi impresión es que la mayoría de estos escritores y personajes, después de la guerra se mantuvieron en silencio y muy pocos admitieron haberse equivocado. Por ejemplo, Lord Halifax, que fue un defensor de la estrategia de apaciguamiento, no se pronunció. Michael Burn, periodista y escritor, habló de Hitler como alguien maravilloso, viajó a Dachau y, aunque no vio lo más horrible que ocurría allí, salió diciendo que no era tan malo como decían. Después en su autobiografía admitió que lo habían engañado y reconoció su error.
P. ¿Cuál fue el papel de la prensa extranjera?
R. Es una pregunta muy interesante porque el papel de la prensa extranjera fue vital. Ellos vivieron esa lucha interna. Tanto Reino Unido como Estados Unidos no quisieron creer lo malo que era Hitler y los horrores nazis. Muchos textos de corresponsales no fueron publicados. Los corresponsales fueron muy valientes, recorrieron toda Alemania contando lo que sucedía y fueron los héroes de ese momento.
P. ¿Y los embajadores que dieron la voz de alarma? ¿no se les escuchó?
R. Algunos diplomáticos también trataron de advertir sobre lo que pasaba pero no fueron escuchados como merecían. El embajador Dodd escribió muchos informes antinazi, pero como a EEUU no le gustaba, rechazaron lo que les contaban. Los informes que se escribieron no fueron escuchados.
P. Con la barbarie nazi en plano apogeo, hubo agencias de viajes que seguían vendiendo Alemania como el país de las sonrisas.
R. El campo de concentración de Dachau abrió justo después de que Hitler ascendiera al poder en enero de 1933. Los alemanes invitaban a los periodistas a visitar este lugar, querían presentarlo como un ejemplo de paz. Decían que mientras en otros países mataban directamente a esas personas, ellos los estaba reeducando. Cuando los embajadores visitaban los campos de trabajo donde reeducaban a los degenerados, quedaban asombrados por el buen estado y la alegría de los reclusos sin ser conscientes de que miraban a guardias disfrazados. Hasta 1936, Dachau se siguió presentando como algo positivo.
P. ¿Cree que hoy en día podríamos volver a estar ciegos ante señales evidentes de peligro?
R. No creo que se pueda dar una situación similar porque en occidente existe un escrutinio de la prensa. No creo que un político pueda disfrazarse como lo hizo Hitler en su momento. Hitler jugaba con la confianza de las personas. Hoy no sabemos qué pasa realmente con Putin o en países como Ucrania, pero en la Europa más cercana a nosotros, la prensa estudia a cada político.
P. Por último, ¿cuál es la lección que le gustaría que el lector extrajese de este libro?
R. Creo que debemos permanecer siempre en guardia, vigilantes. La democracia es algo muy vulnerable. Los que tenemos ideas más liberales tenemos que evitar que la sociedad se polarice. Tenemos que estar atentos para que los extremos no se hagan con el poder. No debemos relajarnos, la democracia es vulnerable.
Julia Boyd. Viajeros en el Tercer Reich. Ático de los libros, 2019. 448 páginas. 23.90 euros.