A finales de los años sesenta, ya divorciada y con dos hijos pequeños, Toni Morrison (1931-2019) empezó a escribir. Lo hacia cuando podía. De madrugada. También a mano. Y sobre el volante en los atascos. No es nada extraordinario en mujeres con hijos. De hecho, algunas de las escritoras más extraordinarias lo han sido mientras cuidaban niños. Ahí está Shirley Jackson, la autora del relato La lotería o de la novela Siempre hemos vivido en el castillo, con cuatro hijos, varios animales y un marido crítico literario que en cuanto a las tareas del hogar se tocaba los cataplines. En una entrevista de 1949 decía: "Me paso el cincuenta por ciento de mi vida aseando y vistiendo a los niños, cocinando, lavando los platos y la ropa y remendando. Cuando por fin están todos en sus camas, me vuelco en mi máquina de escribir e intento, bueno, intento volver a crear cosas concretas".
Lo cuenta Mason Currey en Rituales cotidianos. Mujeres en acción, que Turner publicará en octubre. También que Ruth Franklin, su biógrafa en Shirley Jackson: una vida más bien perturbadora, creía que extraía su creatividad de las limitaciones. En realidad, como cualquier persona dedicada de verdad a escribir pensaba todo el rato en sus historias. "Un escritor siempre está escribiendo, viéndolo todo a través de una neblina de palabras, creando pequeñas descripciones breves de todo lo que ve y dándose cuenta siempre de todo". Una escritora, vaya. A Jackson escribir le parecía divertido, sobre todo porque era la única actividad que le permitía estar sentada.
En el libro de Currey (entre 143 mujeres) también aparece Grace Paley, activista política, madre profesora, escritora… Una vez alguien le preguntó cómo se las apañaba . "Le respondí con mi habitual tono de listilla: por pura negligencia". Contaba que había hablado mucho sobre ese tema con otras mujeres. "Independientemente de lo que estemos ganando, deberíamos ganar el mundo entero y nunca deberíamos renunciar a nada. Creo que hay que enfrentarse a la vida con una firme y positiva ambición".
Pero mi favorita con respecto a los hijos es Susan Sontag, que escribió su primera novela, ‘El benefactor’, y sus primeros ensayos mientras cuidaba al suyo. Aunque nunca cocinó nada a David. "Sólo le calentaba la comida". En sus maratones de escribir, por ejemplo en las últimas páginas de ‘El benefactor’, ni comía, ni bebía, ni se cambiaba de ropa. "Muy al final, ni siquiera podía parar para encenderme mis propios cigarrillos. Tenía a David de pie al lado encendiéndomelos mientras yo seguía tecleando". En ese momento de 1962 David tenía diez años.
Toni Morrison no está en el libro de Currey, aunque tuviera sus rituales cotidianos. Por suerte está Fran Lebowitz para largar (en The Paris Review) lo divertida que era, lo mucho que le gustaban los postres o que cuando la operaron de la cadera hace unos años recibía muchas visitas que le llevaban ediciones especiales de Proust y cosas así. Fran Lebowitz le llevaba el National Enquirer o el Star. Alguien estirado de Princeton le preguntó que cómo le llevaba esas cosas a Toni Morrison. "¿Y por qué no? ¿Crees que no ha leído ya a Proust? Lo que no ha leído es el último número del National Enquirer". Fran Lebowitz no ha tenido hijos. Tampoco ha escrito mucho. Ninguna de las dos cosas son tan importantes. Fran, como Tallulah Bankhead, no sólo es capaz de hablar sin parar sino que como la actriz es perfectamente capaz de soltar: "I’m not childless, darling. I’m childfree (no soy una mujer sin hijos, querida, soy una mujer libre de hijos). Por eso tampoco ha perdido el tiempo buscándolo para escribir.