Los griegos gestaron la épica en sus incursiones por el Mediterráneo. Odiseo bajó al inframudo en la Ilíada. Colón cruzó el Atlántico con el libro de Marco Polo como si fuera la Lonely planet de su tiempo. Los vikingos surcaron los mares del Norte. Peregrinos emprendieron idéntico camino durante siglos para rendir culto a lo divino y alejar lo demoníaco. Livingstone entró en el corazón de África y Kapuscinski narró sus guerras. Conquistadores, marineros, curiosos, científicos, periodistas, piratas han encadenado un paso tras otro empujados por distintas fuerzas. A su regreso describieron paraísos soñados, piedras preciosas, animales exóticos, terrenos inhóspitos y hombres diferentes. Fueron los grandes viajeros. Saint-Exupéry, en una noche en el desierto, dijo haber "sentido de golpe el viaje". Ese golpe, ese sentir, es la razón de ser del ensayo La invención del viaje (Alianza Editorial), un intento por comprender el espíritu del movimiento en todas las épocas y cómo los viajeros, con su narración, han inventado el mundo para sus contemporáneos.
"A mi me pasó eso, sentí de golpe el viaje. La primera vez que me fui de casa fue una primera aspiración a una vida en libertad. Comencé a leer viajes y a viajeros. Me sirvieron de diván de Freud para entender el propio trasegar", explica su autora, la colombiana Juliana González-Rivera, a Libertad Digital. "Los viajeros inventan el mundo para nosotros. Nos han contado todo aquello que creemos saber sobre la lejanía hasta que nosotros hemos ido a verificar si eso que nos han dicho es verdadero o falso", añade.
La autora recorre las motivaciones que han empujado al viajero a emprender un camino desde el principio de los tiempos, desde la necesidad –esos primeros hombres en busca de comida o refugio– al encuentro con la libertad. "El libro trata de dilucidar el espíritu de los viajes, por qué nos hemos movido en cada época. El viajero siempre es un depositario de la cosmovisión de ese tiempo. Es un motor de la curiosidad y del hombre libre. Les debemos algo precioso porque todo viajero es un motor para otros viajeros. El viaje te acerca a tus sueños, es un espacio de construcción del ser humano y de construcción individual porque vamos a descubrir realmente quienes somos en el camino".
González-Rivera, doctora en Periodismo y especialista en literatura de viaje, considera al viajero "el modelo más interesante del ser humano contemporáneo". Lo define como un ser cosmopolita que descree las banderas y nacionalismos. "Si algo creo que debe hacer el viajero es participar de la lucha contra las fronteras. La frontera es la ficción mejor vendida en el mundo contemporáneo. La industria de las banderas, de los pasaportes, de las identidades, es la más rentable hoy en día", considera. "No hay nada más fácil para tocarle la fibra a alguien que mencionarle su bandera. Stendhal, uno de mis viajeros de referencia, decía que descreía de cualquier 'nosotros'. A mí me pasa justo eso, decir 'nosotros los colombianos', 'nosotros los madrileños', 'nosotras las mujeres' es excluyente y genera incomprensión. Las fronteras son uno de los discursos más peligrosos. Hay un libro muy bueno de Pedro Sorela que se llama Banderas de agua que dice 'un día los tiburones decidieron establecer fronteras en el mar'. Es una alegoría maravillosa".
Todos somos viajeros y todos somos turistas
González-Rivera entra en la discusión sobre "turista" y "viajero". "Al viajero le importa el dónde; al viajero, el cómo. Es su antítesis" (pág.34). "Todos somos viajeros y todos somos turistas. Turistas porque en algún momento hemos buscado ocio, esparcimiento, el descanso, acercarnos superficialmente a una cultura que no conocemos; pero también todos somos viajeros porque todos hemos experimentado las tres cosas que constituyen el verdadero viaje: la partida, el tránsito y el regreso. Me molesta mucho esa dicotomía entre viajero y turista. El viajero pasa por una suerte de pedantería que se cree mejor que ese otro, el turista, que se trata como a un bicho que hay que expulsar".
"El mundo contemporáneo vive una especie de banalización y el turista es consecuencia", considera la escritora colombiana. "Hoy privilegiamos la experiencia. Cualquier cosa que pasa a las masas pierde el aire que tenía de origen, no siendo bueno ni malo, pero sucede. El turista se ha vuelto un ser muy egocéntrico, no dialoga con aquellos a los que va a visitar, sino que solo entabla un diálogo consigo mismo y se preocupa muy poco por conocer aquello que se supone que está visitando".
El libro está plagado de citas que nos conducen al pensamiento de otros autores como al antropólogo Marc Augé, que introduce el concepto de "viajero inmóvil". "Él dice que el viajero es inmóvil cuando en él no se mueve ni su mente ni su curiosidad. Eso pasa. Yo creo en el sentido del viaje cuando se privilegia el diálogo con los locales". Las redes sociales – sostiene– incrementan esta desviación. "El turista va a ese destino para tomarse la foto que ya vio en otra persona, más que por conocer ese lugar. Eso es parte de la trivialización del mundo. El viaje es lo que sucede detrás de los ojos, lo que no se puede fotografiar. El viaje es una sensación, un estado interior; el turismo es una acción".
Sus referencias en libros de viajes
Tierra de los hombres, de Saint-Exupéry. "Es un libro de un gran humanista que utilizó su avión como un instrumento para mirar el mundo. Un gran viajero que vivía permanentemente en tránsito".
Stendhal. "Aunque es más conocido como novelista, Stendhal no se entiende sin su mirada de viajero. Se enamoró de Italia y es de referencia su libro Roma, Nápoles y Florencia. Viajaba en la búsqueda de un concierto, de ver los frescos de Rafael, por el placer mismo del desplazamiento. No es un libro divertido de leer porque hemos perdido las claves que menciona, pero es interesante porque decía que no hay mayor privilegio que la elección consciente de la propia vida. El viajero encarna ese espíritu".
Colón. "Es un hombre osado que se enfrenta a un océano maravilloso. Viajó cuando en los mapas de la época aparecían monstruos en la zona que iba a atravesar. Tampoco sabía si se iba a topar con el abismo. Se embarca con el viento a favor, cuando el resto iba siempre con el viento en contra pensando que si pasaba algo les ayudase a volver a casa. Me entusiasma esa quimera que tenía en la cabeza y que, sin importarle nada, se embarcase para llegar a Asia leyendo a Marco Polo".
Marco Polo y Heródoto. "Ambos hicieron ese ejercicio de contarnos la lejanía a la que nadie más tenía acceso. El viajero era alguien osado, un ser iluminado, distinto. Marco Polo contó todas las maravillas que vio y no lo creyeron, pensaban que era ficción. Hay una anécdota preciosa en su biografía: cuando va a morir, sus amigos le piden que se confiese para que no muera en pecado. Él contesta: 'No conté ni la mitad de lo que vi'".
Humboldt. "Es el viajero con el que más me identifico. Es una especie de bisagra entre la Ilustración y el siglo del Romanticismo. Es uno de los primeros en viajar no solo como método de comprensión sino por el placer de viajar. Encarna la idea de que el viaje no es completo sin el sentimiento".
Juliana González-Rivera. La invención del viaje. La historia de los relatos que cuentan el mundo. Alianza editorial, 2019. 272 págs. 18 €