Franquismo de batín y zapatillas
Eso ha conseguido Pedro Sánchez, no sólo resucitar a Franco sino que lo veamos con batín y zapatillas.
A lo mejor un diplomático no debe opinar sobre lo que hace el Gobierno del país donde está. Y sobre si sus motivos son ideológicos. Aunque esté a punto de irse. Pero lo del nuncio Fratini de que Pedro Sánchez ha resucitado a Franco va a misa. En latín y cantada. Y las visitas al Valle de los Caídos han aumentado un 53% en el primer semestre del año.
Yo nunca había leído tantas cosas sobre Franco. Ni tantas que me hayan hecho gracia. Viejas (Mis conversaciones privadas con Franco, del teniente general Francisco Franco Salgado Araujo) o nuevas (Eternamente Franco, de Pedro Fernández Barbadillo, título irónico que se refiere a lo que ha conseguido el Gobierno). Me he interesado más por Franco. Sin olvidarme de lo que fue Franco. Sin ir más lejos, de que pocas semanas antes de morir, ya con el franquismo soft, no tuvo problemas en que se ejecutara a cinco condenados. Ni siquiera escuchó a Pablo VI. Por no volver a la barbarie de la represión. Todo sabido. Lo que ha dicho Fratini es verdad. Pero hay cosas que no se dicen aunque sean verdad. Al menos siendo vos quien sois (yo si puedo hacerlo en un artículo porque no soy nadie). Cuando se acabaron los juicios de Núremberg, supongo que los primeros, Churchill dijo al general Ismay (lo cuenta este en sus memorias): "Esto demuestra que si participas en una guerra es indispensable que la ganes. Tú y yo estaríamos en serios apuros si hubiésemos perdido".
Uno de los libros más divertidos sobre este señor, aunque a él dedique la menor parte, es Un franquismo con franquistas (Renacimiento), de Juan A. Ríos Carratalá. Las primeras páginas están dedicadas a Franco. "A una semblanza fragmentaria y caprichosa del general Franco". Pero muy bien documentada. Por ejemplo, explica cuánto ganó el jefe de Estado en una quiniela después de desechar unas y otras versiones. Un premio de tercera categoría de 2.848 pesetas. Son mucho más largas las semblanzas de Jaime de Mora y Aragón, "golfo distinguido"; de Luis Carrero Blanco, "guionista aleccionador"; de Guillermo Sautier Casaseca, "rey de la lágrima", o de Francisco Ortiz, "censor residente de RTVE" (el suegro de Gunilla).
Pero en las pocas páginas dedicadas a Franco hay pasajes desternillantes. De esa vida austera pero menos, con El Pardo lleno de televisiones donde ver Bonanza o Reina por un día, y donde había una sala de proyecciones bien surtida por Cifesa y otras productoras. En cuanto a películas, Franco vio 470 españolas y 1.492 extranjeras. Siempre con el No-Do. Sin peligro de que le pasara lo que a Mussolini. En Muss. El Gran Imbécil, Curzio Malaparte cuenta que un día Mussolini se metió en un cine con un capote y un sombrero. Era, claro, el héroe de una especie de No-Do italiano. En cuando el Duce apareció en la pantalla, todo el mundo se puso de pie y a aplaudir. Él se quedó sentado y un hombre que había a su lado le dijo: "Disculpe, señor, yo también pienso como usted, pero es mejor levantarse". No sé si en El Pardo aplaudían al ver a Franco inaugurando pantanos.
Pero mi parte favorita de lo que cuenta Ríos Carratalá viene después de la tromboflebitis en la pierna derecha, cuando el doctor Pozuelo Escudero trata de evitar la parálisis del paciente. El médico había notado que cuando en El Pardo se escuchaba alguna marcha legionaria "los ojos del paciente se humedecían por la emoción de los recuerdos". Así que al médico se le ocurrió que Franco podía desfilar "convenientemente acompañado por una enfermera y el propio médico. El recorrido era el ancho de la habitación o el largo de cualquier otra dependencia, mientras el general escuchaba una música que le recordaría los tiempos de Marruecos y su legendaria baraka". Con batín y zapatillas. Eso ha conseguido Pedro Sánchez, no sólo resucitar a Franco sino que lo veamos con batín y zapatillas. Y, además, nos riamos de un franquismo así de absurdo.
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