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Atapuerca, cuna de la civilización y del mal

Manuel Ríos publica La huella del mal, un thriller ambientado en la prehistoria con una importante reflexión sobre la esencia humana.

A finales del siglo XIX arrancaron las obras para la construcción de un ferrocarril minero que enlazaba la Sierra de Atapuerca con la línea Burgos-Bilbao. Su trazado dejó al descubierto el conjunto de yacimientos paleontológicos más importante de toda Europa. La zona se conoce como la Trinchera del Ferrocarril, tiene un kilómetro de longitud y una profundidad de 20 metros, y en ella se han encontrado más especies humanas que en cualquier otro lugar: neandertal, homo heidelbergensis, homo antecessor...

Y esta es tan solo "la punta del iceberg", según defiende el paleoantropólogo José María Bermúdez de Castro, que lideró en los años 90 uno de los mayores descubrimientos en Atapuerca, incluida una mandíbula de Homo sp (Homo sin precisar) datada hace 1.300.000 años. "Es un sitio mágico. Los humanos han peleado por este territorio desde hace siglos y han muerto por él, dejando sus restos para que hoy los analicemos", explica. Durante las campañas de excavación trabajan en este enclave hasta 150 investigadores de más de veinte nacionalidades.

Estos huesos evidencian un asentamiento, una vida, un pasado pero ¿nos cuentan qué les hizo felices? ¿En qué época el hombre comenzó a temer a la muerte? ¿Es esa la esencia del hombre? ¿O lo es la violencia? Estas preguntas son el engranaje que ponen en marcha la novela La huella del mal (Planeta), de Manuel Ríos San Martín (1965), una trama policiaca ambientada en la mismísima prehistoria, en Atapuerca, cuna de la civilización –y del mal–.

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La novela deja al descubierto una tendencia a retornar a la vida primitiva, adoptar las costumbres de los primeros homínidos y comportarse como ellos: pintarse el cuerpo, cazar con sus propias manos y realizar cualquier tarea de forma artesanal, una tendencia que el autor detecta en la realidad. "Hay algo de falso porque probablemente ninguno sobreviviríamos en esa vuelta a la naturaleza. Hay quien defiende que el verdadero sapiens es el que en la novela se llama 'príncipe de la prehistoria', es decir, un sapiens de hace 30.000 años, que medía 1,80, guapo, fuerte, igual de inteligente que nosotros y que vivía libre por el campo. Hay muchos que defienden que esa vuelta sería espléndida, pero claro, peligrosísima", expone el autor.

En esta tendencia, Ríos San Martín detecta un pensamiento naif de que los hombres son buenos porque sí, que en la naturaleza no hay violencia y es todo armonía. "Una de las cosas que he aprendido es que no es así. La naturaleza es violencia y la civilización es lo que nos ayuda a ser cooperativos. Uno de los personajes de la novela dice: 'La violencia nos ha traído hasta aquí y ahora nos molesta'. El clan más fuerte es el que sobrevivió, por lo que evolutivamente la violencia ha sido útil. El fuerte, tristemente en muchos casos, tiene más opciones. No es una cosa que yo defienda, pero hay que tenerlo en cuenta. No podemos desconocer la esencia del ser humano y decir que somos buenos por naturaleza. Hay que conocer que hay una violencia interna en el ser humano. Otra cosa es que, como sociedad, queramos erradicarla y aprendamos a educarla. Es un proceso pero que no puede partir del desconocimiento", asegura.

Canibalismo

Precisamente esta violencia lleva a su nivel máximo de expresión con el canibalismo, de las que hay huellas claras en Atapuerca. En una de las cavidades excavadas, la Gran Dolina, se encontraron huesos de una decena de niños que murieron en estas circunstancias. "Hay algo sobrecogedor en el canibalismo. Se puede discutir mucho sobre por qué. Siendo realistas, había mucha comida, así que tiene más que ver con las peleas de clanes. El que vencía se comía a los hijos del enemigo. Hay un punto importante de crueldad", dice Manuel Ríos San Martín.

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Réplica del cráneo de Miguelón, hallado en Atapuerca.

Pero en Atapuerca también hay otro aspecto que, según sostiene el autor, conforma la esencia del ser humano: la empatía. Se hallaron restos de una niña que vivió hace 530.000 años a la que llamaron Benjamina, que nació con craneosinostosis por un fuerte golpe que recibió estando en el vientre de su madre. Esto le produjo una discapacidad importante. "Vivió hasta los nueve años. El clan la cuidó y esto implica amor". Otra prueba es Miguelón, un cráneo de 430.000 años encontrado en la Sima de los Huesos en el año 1992. Murió de septicemia después de meses enfermo. Es decir, alguien cazaba por él y le procuraba seguridad. "Lo esencial en esta novela era incluir esa reflexión sobre qué nos hace humanos: la maldad, la violencia la empatía el miedo a la muerte…", dice el escritor.

La huella del mal (Planeta) arranca con el hallazgo, por parte de unos adolescentes, del cadáver de una joven, en posición fetal y totalmente desnudo, rodeada de varios objetos de carácter simbólico –collares, vasijas y semillas– y un pigmento de color rojizo. La policía no tardará en descubrir que se trata de Eva Santos, una chica de 22 años que, según desvelarán investigaciones posteriores, sentía fascinación por los usos y costumbres de los primeros homínidos. La investigación apunta como sospechoso a un taxidermista, involucrado en un caso anterior, del que no se desconoce su paradero. Se encargará del caso la inspectora de la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta (UDEV) Silvia Guzmán, que tendrá de compañero a un joven agente Rodrigo Ajuria y un tercer ayudante: un expolicía reconvertido en jefe de seguridad de una petrolera.

Manuel Ríos San Martín es licenciado en Ciencias de la Información y ha ejercido de productor ejecutivo, director o guionista de series como Médico de familia, Compañeros, Mis adorables vecinos o Sin identidad.

Manuel Ríos San Martín. La huella del mal. Planeta, 2019. ISBN: 978-84-08-20691-0. 579 páginas. 20 euros.

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