Federico entre filósofos
Ortega no es sin Madrid ni Menéndez Pelayo sin Santander y, seguramente, aunque por motivos diferentes, Federico no sería sin Barcelona.
Dieter Brandau, en la sección de la tertulia de Los Catedráticos, ha invitado a Federico Jiménez Losantos para que hable de la nueva edición de su libro La ciudad que fue. Barcelona, años 70. Lo he escuchado con entusiasmo estoico y me he animado a releerlo. Naturalmente, leeré con atención el nuevo prólogo que ha escrito para la ocasión; pero, mientras me llega el libro, déjenme que les recuerde un par de detalles de la edición del año 2007 que hacen que este libro aún sea actual. Filosófico.
Es obvio que existen personajes con ciudad. Ortega no es sin Madrid ni Menéndez Pelayo sin Santander y, seguramente, aunque por motivos diferentes, Federico no sería sin Barcelona. También hay, sí, periodistas con ciudad. Y la de Federico, a pesar de los pesares, es Barcelona. Además, Federico Jiménez Losantos debería tener en Barcelona un lugar que le rindiera culto por la imagen maravillosa que ha construido de la ciudad condal en los años setenta. Nadie ha cantado tan bien como él la modernidad de esta ciudad en la etapa final del franquismo. Es, sin duda alguna, un libro nostálgico sobre todo en su primera parte. No podría ser de otro modo para quien reconoce desde las primeras líneas de su libro que "en realidad, Barcelona, no tenía mucha más libertad que otras ciudades españolas; la libertad la poníamos los que íbamos allí a buscarla". Todo es nostalgia. ¿O es que alguien no tendría nostalgia de que alguna vez tuvo 18 años? No hay, pues, nada que objetar a un autor que comienza con una autocrítica. Pero, ay, para que nadie me acuse de amiguismo, diré que la Barcelona que yo conocí en esa época, comparada con Madrid, que me cobijaba y me daba alas, era bastante más cutre y desarrapada.
Mas es su crítica a la alianza entre el nacionalismo catalán y la izquierda española lo que convierte a este libro en una pieza filosófica de plena actualidad. La crítica de Federico al vínculo trágico entre el nacionalismo catalán, que siempre tuvo su placenta en la utilización perversa de la lengua catalana, y la izquierda comunista y socialista sigue siendo una fuente intelectual de capital importancia para desarrollar una idea democrática de la nación española. Resulta realmente instructivo revisar la crítica a la que somete este libro las posiciones de los izquierdistas, que copiaron todos los argumentos y patrañas de Vázquez Montalbán, para negar la nación española. Es especialmente singular el análisis riguroso que lleva a cabo de las posiciones izquierdistas de gente como Manuela de Madre, Bru de Sala, García Prieto, y del mismo Arcadi Espada, que todavía en los años noventa, entre el 94 y 96, no era capaz de denunciar la barbaridad de la inmersión lingüística como factor clave para marginar a las personas y escupir sobre sus libertades. Sí, amigos, todavía en el año 1996 había periodistas, como Arcadi Espada, que no estaban dispuestos a aceptar que la lucha por los derechos individuales y contra el nacionalismo catalán fuera la defensa del Manifiesto por la Tolerancia Lingüística.
Sin embargo, Federico no es un derrotista. Cree que algunos avances ha habido contra el nacionalismo catalán, incluso ha habido periodistas, caso de Espada, que han conseguido aprender qué pasaba en Cataluña: "En fin, ahora que Arcadi ha avanzado en el ingente trabajo de averiguar lo que allí estaba perseguido, injuriado y apaleado desde hace muchos años, porque las tres cosas le ha tocado sufrirlas a él, no me extrañaría que la piara periodística habitual le dedique también descalificaciones de flamenquería, sacristía y chulería brava. No habrá en ello animadversión personal: es un género el de la omertá izquierdista barcelonesa que se reconoce caricaturizando y alanceando lo español, para sentirse moralmente superior y políticamente a salvo. Aunque, tras la hazaña de Cs, costará mucho mantener lo primero y será imposible sostener lo segundo; incluso a mi muy apreciado Arcadi".
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