En 1939 la familia Kleinmann fue separada para siempre. Tanto el padre, Gustav, como el hermano mayor, Fritz, fueron arrestados y deportados a Buchenwald, uno de los centros de prisioneros más grandes de Alemania. Del resto de hermanos, sólo salvaron la vida los dos más pequeños, trasladados en barcos de refugiados a Gran Bretaña y Estados Unidos. Así comenzó una odisea que duró seis años y que llevó al padre y al hijo por cinco campos de concentración distintos. Lograron sobrevivir en todos ellos.
En El chico que siguió a su padre hasta Auschwitz (Planeta), Jeremy Dronfield (Reino Unido, 1965) narra la sorprendente historia de dos personas que consiguieron mantenerse con vida en las peores circunstancias; y que incluso llegaron a escoger una muerte segura con tal de mantenerse unidas. Sólo así puede entenderse la valiente solicitud de Fritz, cuando en 1942 pidió que le trasladasen a Auschwitz con su padre: "Quiero estar con él pase lo que pase", explicó, pese a que a esas alturas ya había escuchado los rumores truculentos sobre las cámaras de gas. "Es una historia de amor inverosímil", comenta Dronfield. "Y el hecho de que sea cierta hace que confiera una fuerza inusitada".
PREGUNTA: ¿Cómo descubriste esta historia?
RESPUESTA: Aparte de ser escritor, yo trabajo como consultor editorial: ayudo a otros autores a preparar sus libros y a encontrar editores que les publiquen sus obras. Esta historia llegó a mis manos porque se me pidió encontrar a un editor para una traducción inglesa del diario de Gustav. Fue una tarea complicada, porque se trata de un documento histórico muy importante, pero a la vez muy difícil de leer. De hecho, incluso un historiador del Holocausto tendría dificultad de leerlo sin consultar manuales de texto. De pronto me vi con una historia muy poderosa y sin nadie para publicarla, así que decidí aportar mis propias habilidades de escritor para hacerla más accesible a todo el mundo.
P: ¿Qué otras fuentes has utilizado?
R: La fuente principal fue el diario que escribió Gustav en los campos de concentración, aunque también su hijo Fritz dejó unas memorias cortas. Durante mi investigación descubrí además que Fritz había concedido una serie de entrevistas muy detalladas. Después, tirando del hilo, conseguí localizar a Kurt, el último miembro superviviente de la familia, que escapó a Estados Unidos en un buque lleno de niños en 1941, y que sigue viviendo en Nueva Jersey. Pasé muchas horas entrevistándole. A eso hay que añadir todas las fuentes documentales "oficiales": Hice muchas investigaciones en archivos, y encontré los registros de Gustav y de Fritz de todos los campos de concentración en los que estuvieron. Luego, para poder entender mejor sus vivencias, conseguí testimonios directos de otros prisioneros que vivieron las mismas experiencias que ellos… Recopilando toda esa información fui reconstruyendo poco a poco la historia.
P: ¿Porque qué es exactamente este libro? ¿Es una novela?
R: Al principio esa iba a ser la idea, la verdad. Cuando empecé a pensar en este proyecto consideré escribirlo como si fuese una novela. Lo que pasa es que pensaba que no tenía demasiadas fuentes para poder hacer una historia académica. Había demasiadas lagunas. Pero después, al ir investigando, fui encontrando cada vez más documentos y me di cuenta de que podía escribir un relato completamente verídico. A partir de ahí, debes entender que mi instinto natural a la hora de escribir es que el texto sea vívido y comprensible, que se lea de manera amable. Pero pese a eso esta historia no tiene un ápice de ficción. Yo no he tenido que inventar absolutamente nada. De hecho incluso los diálogos vienen de fuentes de información a las que ha tenido acceso. En definitiva: este libro se lee como una novela, pero es completamente una obra de no ficción.
P: ¿Qué aporta tu libro a toda la literatura que ya existe sobre el Holocausto? ¿Cómo se enfrenta un escritor al gran poder de la desmemoria?
R: He aprendido mucho sobre el Holocausto investigando este libro, y creo que el principal problema con este tema es que la gente cree que lo entiende, pero en realidad sólo conoce aquello referente a los campos de concentración. Ahora yo sé cómo vivían los judíos en esos campos antes de que se instaurase la solución final; y también conozco muchos de los acontecimientos que fueron llevando a esa situación paulatinamente. Es algo que deberíamos aprender, sobre todo hoy en día, teniendo en cuenta el clima político actual. Cuando yo investigué las dificultades a las que se enfrentaron los refugiados judíos a la hora de intentar irse de Europa, me sorprendió mucho ver todas las similitudes que existen con lo que sucede hoy en día en el Mediterráneo. Se escuchan las mismas cosas ahora sobre los musulmanes, y sobre las personas que están huyendo del conflicto del Medio Oriente. La retórica utilizada por la extrema derecha es casi idéntica a lo que utilizó la propaganda nazi contra los judíos, o contra cualquier persona que no encajara en el ideal social que querían implantar. Es importante entender lo que llevó a esa deshumanización del otro, de las minorías, y de los extranjeros.
P: ¿Es posible que el hombre aprenda de una vez por todas a convivir en paz?
R: Espero que sea posible, aunque las señales no son buenas. En los años 30, cuando llegaron al poder los nazis, no había ningún conocimiento sobre lo que había ocurrido antes. Quiero decir que nadie tenía ni idea de hacia dónde podían derivar las cosas. Ahora, sin embargo, nosotros tenemos una idea de lo que puede suceder. Hasta donde yo sé, el problema que tenemos es que existe una cierta negación a la hora de aceptar ciertos hechos. Se dice que lo que sucede hoy en día nada tiene que ver con lo que sucedió en los años 30. Hay una reticencia a intentar encontrar parecidos con los nazis. La ultraderecha niega cualquier similitud, evidentemente, y el centro político también objeta bastante cuando algunos analistas encuentran parecidos. En este caso, sólo la izquierda está realmente viendo la amenaza. Sin ir más lejos, lo que ha pasado ahora en Nueva Zelanda ha vuelto a poner de manifiesto que existe un espectro político que sigue negándose a aceptar el crecimiento peligroso que está cogiendo la islamofobia.
P: Pero existe una diferencia entre la islamofobia actual y el antisemitismo nazi, ¿no? El terrorismo islámico parece haber añadido una dificultad más a la ecuación, porque hace mucho más fácil extender el discurso del odio a través del discurso del miedo. ¿Cómo enfrentarías ese problema?
R: No te creas que la situación es demasiado diferente a la de los años 30. El antisemitismo nazi se basaba en el odio y en el miedo igual que ahora la islamofobia. El ejemplo clásico es el de que los judíos asesinaban a los no judíos y se bebían su sangre. Era una creencia muy extendida, y fue utilizada a menudo por los nazis, que no dudaron en integrarla en su discurso. También decían que los judíos eran una amenaza para la tradición alemana, y que se estaban infiltrando entre las clases más pudientes para expulsar a los alemanes de su tierra… E incluso difundieron la idea de que estaban detrás de la revolución bolchevique. A los judíos se les culpaba de cualquier atrocidad que ocurriera en el mundo. Por ejemplo, en 1939 hubo un intento de asesinato a Hitler provocado por un activista político no judío, pero la versión oficial del régimen nazi fue que todo había sido un complot de los judíos, y evidentemente hubo represalias contra ellos en los campos de concentración. Existía un miedo muy extendido, un terror incluso, en Alemania y en Austria y en otros lugares de Europa. Y todo eso fue lo que llevó al Holocausto. Es algo que recuerda mucho a la islamofobia de hoy en día: ese miedo físico palpable. Aunque existen diferencias, claro. Pero a mí me sigue pareciendo muy llamativo el parecido entre la islamofobia actual y el antisemitismo nazi.
P: ¿Cuál sería tu receta contra ese 'negacionismo' del que hablabas antes?
R: Lo único que podemos hacer es entender los acontecimientos que llevaron al Holocausto. En mi experiencia, este es el aspecto del surgimiento de los nazis que menos conoce la gente. Yo, sin ir más lejos, no sabía lo suficiente antes de comenzar la escritura de este libro, aunque luego he aprendido mucho. Una cosa interesante es que, cuando intentas establecer una comparación entre, por ejemplo, la administración protofascista de Trump y el régimen nazi en sus primeros días, la gente argumenta que es ridículo comparar un régimen asesino con otro democrático. Pero hay que recordar que los nazis llegaron al poder a través de unas elecciones democráticas, y que no empezaron a matar judíos en ese momento, sino que tardaron 9 años en hacerlo. En sus primeras etapas, simplemente, se dedicaron a la deshumanización de los judíos, de los homosexuales, de los romaníes, de las personas con discapacidad y de cualquiera que no encajase en su ideal nazi. La derecha en Estados Unidos, con la ayuda de Trump, está haciendo exactamente lo mismo ahora con los mexicanos, los musulmanes, y con cualquier persona extranjera. Les prohíben entrar en el país, y hasta construyen un muro para asegurarse de que no lo hacen. A la gente de habla hispana, sobre todo, se la criminaliza diciendo que son todos unos delincuentes. También a los negros… El racismo se ha acrecentado con esta administración. Al ver todo esto, yo no puedo dejar de pensar que sería interesante, para que la gente pudiera reconocerlo, enseñar los primeros días del nazismo: cómo poco a poco se fue llegando al Holocausto. Es tan importante conocer esos acontecimientos como el Holocausto mismo.
P: ¿Hasta qué punto la literatura del Holocausto es consumida meramente como entretenimiento? Quiero decir, ¿cuánta gente se adentra en ella con el ánimo de entender profundamente lo que sucedió?
R: Tristemente, creo que la mayor parte de la gente no tiene voluntad de entender. Así que sí, un gran porcentaje de lectores consume estas historias únicamente por entretenimiento. Pero es que la mejor manera de hacer entender es contando historias. Es algo natural de la especie humana, y eso es lo que he tratado de hacer con este libro. Entre otras cosas he intentado integrar los diferentes acontecimientos que llevaron al Holocausto, porque no es habitual que se cuente la historia de los primeros tiempos de los campos de concentración. Y también he contado las historias de personas que lograron escapar de Europa, para poner el foco en los paralelismos que existen entre los refugiados de la Segunda Guerra Mundial y los actuales… Más allá de eso, no sé qué más podemos hacer. Podemos contar estas historias, acercarlas a la gente, pero luego entender es decisión de cada individuo. La dificultad radica en que la gente tiene una inclinación natural por creer solamente lo que quiere creer.
P: ¿Tan difícil es ver la viga en el propio ojo, en vez de la paja en el ajeno? ¿Dónde queda la comprensión y la empatía?
R: Es llamativo, sí. Es importante entender lo fácil que la gente puede ser convencida. En este libro cuento, por ejemplo, que Fritz salió a la calle el día que los nazis entraron en Viena y, cuando llegó a casa, explicó esperanzado que había visto a mucha gente tirando piedras a los soldados. Sin embargo 24 horas después la mayoría de esas personas estaban gritando Heil Hitler. Antes de que llegaran, los filonazis eran minoría en Viena, pero una vez tuvo lugar la invasión gran parte de la población, pese a haber sido pro independencia, cambió su postura y apoyó a los nazis. La explicación es sencilla: en ese momento de tensión máxima Hitler era sinónimo de seguridad; y como ellos no eran las víctimas, decidieron colaborar. Así funcionamos los seres humanos. Sólo una minoría tiene la valentía y la empatía para ponerse del lado de los que están siendo perseguidos.
P: A nivel literario ¿cómo de potente es el mensaje del amor entre padres e hijos?
R: Creo que es un mensaje que tiene mucho poder, mucha fuerza. De hecho fue conocer la historia de Gustav y Fritz lo que me hizo darme cuenta de que tenía algo potente entre las manos. Fue esta parte de la historia, más que cualquier otro elemento, lo que me lanzó a escribir el libro. Mi editor escogió el título rápidamente, porque vio que ese era el corazón de la historia. Una vez que entiendes esto, tienes un poco la clave del libro: cómo el amor entre un padre y un hijo les ayudó a sobrevivir durante 6 años de cautiverio.
P: ¿Estás diciendo que el amor puede salvar vidas?
R: Sí, justamente. Ese es el mensaje.