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Pedro Fernández Barbadillo

Quiero ser hispanista inglés en España

Si pudiera, me llevaría a mis hijos a Inglaterra o Irlanda, les cambiaría el apellido, les matricularía en una universidad y les devolvería a España con teorías sobre lo español cuanto más absurdas mejor.

El hispanista Ian Gibson. | Cordon Press

El símbolo de la seguridad económica para los hijos era en las clases humildes el estanco y en las clases medias la notaría. Hoy, con muchas notarías que apenas cubren los gastos de funcionamiento y estancos que bajan la persiana, esa seguridad ha sido tan arrasada como los centros comerciales por Amazon.

Yo, que tuve que escuchar lo de la notaría, tengo claro que la mejor profesión en España para asegurarse el bienestar y una jubilación de oro es la de hispanista británico. Si pudiera, me llevaría a mis hijos a Inglaterra o Irlanda, les cambiaría el apellido, les matricularía en una universidad y les devolvería a España hablando ese inglés tan vocalizado y con teorías sobre lo español cuanto más absurdas mejor. Por ejemplo, que los españoles copiaron la paella de los vikingos o que el amante más fogoso de Isabel II fue un periodista escocés, dada la tradicional impotencia de los celtíberos, relatada por todas las viajeras europeas. A partir de ese momento, el jamón de bellota entraría en casa y saldría el pastel de riñones, cuyo solo nombre me hace estremecerme de repugnancia.

El pionero, Ian Gibson

El primer angloparlante que descubrió que en España, exhibiendo el pasaporte, se podía vivir como un marqués de los folletines decimonónicos fue el irlandés Ian Gibson. Su obsesión por Federico García Lorca hizo que más de uno reconociera que había acabado del poeta andaluz "hasta los mismísimos machados". Gibson encontró en Lorca un pozo de petróleo que le sirvió para dar conferencias, vender libros, recibir premios, dirigir excavaciones y ser concejal. Después de malgastar dinero público en diversas búsquedas de los restos de Lorca, parece que ha encontrado otro muerto español al que exprimir: Antonio Machado. Por lo menos éste tiene la tumba señalada.

Gibson encontró en Lorca un pozo de petróleo que le sirvió para dar conferencias, vender libros, recibir premios, dirigir excavaciones y ser concejal.

Atraídos por el éxito de Gibson, acudieron numerosos hijos de la Gran Bretaña, encabezados por Paul Preston. No entiendo cómo éste odia tanto a Franco, cuando gracias al general gallego se ha hecho rico. Sólo le falta que el reino de España le nombre embajador en la corte de San Jaime. Si un historiador español tratase la historia británica con las mismas parcialidad y la mendacidad con que Preston trata la nuestra, no encontraría editorial que le publicase. Ni en la Península ni en la Isla.

Reconozcámoslo: la culpa es nuestra. Somos demasiado amables con los guiris. No sé si por la herencia católica (compárese la simpatía de los irlandeses y los austriacos con la hosquedad de los ingleses y los berlineses), por el sol, o por las campañas oficiales de aprecio a los turistas. A cualquier jeta que venga a contarnos cuánto nos quiere, le ponemos piso.

A Rhodes le asombra que haya blancos

Uno de los últimos recibidos, el pianista James Rhodes, no sólo se permite decir a las Cortes Generales qué leyes tienen que aprobar, sino que se siente como un viajero descubriendo una tribu desconocida en un valle de Asia Central. Se sorprendió de que el 90% de los asistentes a la manifestación del 10 de febrero pasado en la plaza de Colón de Madrid fuera ¡blanco! Señor Rhodes, por fortuna Madrid no es como Londres, en cuanto a los precios, el clima, la comida, los apuñalamientos y la diversidad racial. Casi la totalidad de los españoles y los residentes es de piel blanca y en España, por ahora, el triste espectáculo de las mujeres completamente veladas se limita a los comercios de lujo y a Marbella. ¿Se habrá dado cuenta Rhodes de que la misma proporción de blancos aparece en los mítines y los grupos parlamentarios de Podemos?

Si un historiador español tratase la historia británica con las mismas parcialidad y la mendacidad con que Preston trata la nuestra, no encontraría editorial que le publicase.

Gracias a las novelas de Agatha Christie y al cine histórico, millones de españoles creen que Inglaterra es una inmensa campiña verde en la que unas entrañables solteronas resuelven los asesinatos cometidos por mayordomos en las mansiones de los aristócratas. Un efecto similar de alucinamiento han creado los relatos de Ernest Hemingway sobre la guerra civil española en los periodistas. ¡Cuántos corresponsales bajan del avión esperando una guerra que poder contar en sus crónicas, mientras celebran fiestas y detienen al fascismo! El más enardecido de ellos es el londinense John Carlin, lo que constituye todo un mérito a su edad y debido a la cantidad de competidores que hay.

Periodistas que quieren una guerra civil que radiar

El Times publicó hace poco un reportaje titulado "Los fantasmas de la guerra civil persiguen a España en la locura catalana". Como decía un amigo que les conocía, "los ingleses aman el desorden en casa ajena". Para este reportaje, se contó con la aportación de John Carlin, despedido de El País por excederse en su propaganda a favor del separatismo de la banda del 3% y acogido por el conde de Godó en La Vanguardia. El periodista resumió su análisis así: "La extrema derecha está capitalizando la reacción secesionista en una nación que nunca ha aceptado la democracia ni la pérdida del Imperio".

John Carlin, despedido de El País por excederse en su propaganda a favor del separatismo

Esta memez se pronuncia y se escribe para lectores de un país dividido por el Brexit, que se enfrentó a un referéndum de secesión en Escocia, que mantiene la colonia de Gibraltar, que libró la guerra de las Malvinas y que, además, perdió su imperio hace menos tiempo que España. Para mayor inri, Carlin profirió una serie de insultos sobre sus compatriotas cuando le decepcionaron al votar a favor de la salida de su país de la Unión Europea. Dijo que el lío era culpa de "los malditos viejos". Poco antes del referéndum propuso que se prohibiese votar "a los mayores de 55 años, demasiados de los cuales ven el mundo a través del prisma de la nostalgia imperial". Carlin, pues, tiene un par de titulares y los coloca siempre que tiene ocasión. En su país natal solo recurren a él para ejercer el deporte de burlarse del español moreno, pero en España, nación generosa con el extranjero y áspera con el compatriota, se le deja columna periodística y micrófono.

A mí, del Brexit me preocupa nos traiga más hispanistas. Porque no creo que haya ni cátedras universitarias ni whisky JB para todos. Y estos inmigrantes tampoco son de los que vienen a pagarnos las pensiones.

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