Helen Waldstein Wilkes tenía 22 años cuando su padre murió; y de sus antiguas posesiones había una cosa que a ella le interesaba especialmente. Se trataba de una antigua caja de latón que contenía las cartas que había recibido de su familia durante la Segunda Guerra Mundial. Ella jamás se había atrevido a preguntarle acerca de su contenido, de la misma forma que tampoco quiso nunca importunar a su madre con preguntas indiscretas acerca de sus recuerdos de juventud en Europa. Los tres habían huido a Canadá en 1939, solo unos meses antes de que estallase el conflicto, y los tres fueron de los últimos judíos que consiguieron la adecuada reglamentación para poder escapar de la muerte sin demasiados contratiempos. El resto de familiares, salvo la hermana de su madre, se quedaron atrapados en el viejo continente.
En Cartas de los ausentes (Confluencias), Helen Wilkes se adentra por fin en el contenido de unas misivas que tardó años en leer, y traza con su testimonio el mapa "intrahistórico" de una familia partida por la guerra, que representa de una manera nítida la difícil situación que tuvieron que soportar, tanto los judíos que emigraron, como los que sucumbieron a los nazis en Europa.
PREGUNTA: En su libro, las cartas de su familia aparecen como una suerte de memoria tangible que desdice, muchas veces, los propios recuerdos que uno atesora. ¿Cómo es encontrar de pronto un trozo de la historia familiar, de una forma tan irrefutable?
RESPUESTA: Te diré que, en realidad, esas cartas lo que me dieron fue una familia. Yo siempre estuve sola. Soy hija única; mis padres vivían en una granja aislada del resto de la humanidad en Canadá; no teníamos vecinos, ni coche, ni teléfono… Hasta que empecé a ir al colegio, además, yo no sabía nada de inglés. Lo aprendí allí. Y recuerdo que todos los niños se reían de mí, porque lo único que sabía hablar era alemán, que encima era el idioma del enemigo… La verdad es que me sentía muy sola. Así que, en muchos sentidos, cuando todas estas personas cobraron vida en las cartas, sentí que había una conexión que nunca había tenido antes.
P: ¿Conserva algún recuerdo de su infancia en Europa, antes de emigrar?
R: No, ninguno.
P: Lo decía porque el libro hace hincapié en la vulnerabilidad de la memoria. Cómo un trauma profundo puede borrar toda una etapa de nuestras vidas de nuestra memoria y, en parte, de quienes somos…
R: Absolutamente. Y pienso particularmente en el período que pasamos en Praga, en nuestra huida hacia Canadá. He encontrado algunos registros que me han confirmado que nosotros estuvimos allí durante un tiempo relativamente largo, incluso después de la llegada de Hitler a la ciudad. Sin embargo mi madre no recordaba nada de eso. De hecho en varias ocasiones, tiempo después, cuando conocidos nuestros hablaban sobre Praga, ella siempre decía que debía ser una ciudad preciosa, y se lamentaba de no haberla podido conocer. Solo concedía que habíamos estado en su estación de trenes, de paso, pero no recordaba haber vivido allí. Había borrado esos meses completamente de su memoria.
P: No conocía yo todas las dificultades burocráticas a las que se tuvieron que enfrentar aquellos que quisieron irse, antes incluso de que los nazis comenzasen a invadir Europa.
R: A mí también me sorprendió enormemente. Yo antes pensaba que la gente que huyó, simplemente, se había acercado a un puerto, había comprado un billete, se había subido a un barco y se había marchado. Pero no era tan sencillo. Y ya no únicamente por la burocracia europea. Sólo este año ha salido Justin Trudeau, el primer ministro de Canadá, para pedir perdón por el asunto del Saint Louis, ese barco que transportaba a cientos de refugiados judíos a los que se negó la entrada en Cuba, Nueva York y Canadá. Todos esos judíos fueron llevados nuevamente a Europa y metidos en campos de concentración.
Y tampoco sabía que en 1943 las grandes potencias aliadas ya conocían la existencia de los campos de concentración. Existió de hecho un plan para rescatar a los refugiados, sobre todo los que estaban en el sur de Francia. Incluso Franco accedió a que atravesaran España para llegar al Atlántico, siempre que no se quedaran en el país. Pero antes de que se llevase a cabo, durante una conferencia internacional, se llegó a la conclusión de que si la gente llegaba a sospechar que el objetivo de la guerra era salvar a los judíos, los aliados perderían el apoyo de sus ciudadanos… Nadie iba a querer pagar impuestos de guerra para salvar judíos… Así que cancelaron el plan, y toda esa gente murió.
P: Eso me recuerda a una frase que aparece en el libro. Cuando menciona cómo los otros niños se reían de usted en el colegio dice que una de las razones era porque es judía, y en aquella época eso continuaba siendo un insulto… El antisemitismo, entonces, no parece algo exclusivo de los nazis.
R: Creo que es algo real. De hecho hace tiempo tuve la suerte de leer acerca de la historia de España, por ejemplo, y de lo arraigado que está el cristianismo en este país, y en toda Europa. Y la cuestión es que los primeros cristianos predicaban que los judíos eran los asesinos de Jesucristo, y que eran producto del demonio… Incluso en nuestros días, el año pasado me encontré con un joven que me contó cómo en una ocasión un conocido, al enterarse de que era judío le dijo: "puedo tocarte los cuernos". Sigue arraigada esa antigua superstición que nos asemeja con el diablo. Estamos en el siglo XXI, pero estas antiguas creencias continúan, y algunas veces algunos políticos se encargan de encender estas supersticiones, y es entonces cuando ocurren cosas malas.
P: ¿Qué opina de la situación política actual en occidente?
R: Es deprimente, muy deprimente. Yo ya escribí una serie de artículos contra Trump, por ejemplo, antes de que saliese elegido, así que se puede decir que llevo bastante tiempo atemorizada con la situación que se nos está viniendo encima. No creo, en el caso de Trump, que esté trayendo nada nuevo, pero lo que sí creo es que está permitiendo a la gente decir lo que antes no se atrevía a decir. Y ahora hay personas que dicen lo que realmente piensan: que las mujeres son sólo coños que agarrar, que los mexicanos son violadores… Siempre ha habido gente que piensa esto; pero lo que Trump ha hecho es hacerles creer que no tienen por qué avergonzarse de decirlo en alto.
También me da mucho miedo el giro hacia la derecha que se está produciendo en toda Europa. Estoy muy entristecida con el Brexit, porque para mí, que países como Francia, Inglaterra y Alemania pudieran ser amigos, cuando pensaba en la cantidad de guerras que han protagonizado a lo largo de su historia, me parecía un milagro. Es todo una locura. Que Europa comience a dividirse me hace pensar que puede que en un futuro sus naciones acaben peleando otra vez unas con otras, y con la tecnología que existe hoy en día, una guerra de esas magnitudes puede ser…
P: Antes ha mencionado el Saint Louis, y ahora tenemos barcos de refugiados en el Mediterráneo que sufren el mismo destino… Parece que no aprendemos. ¿Existe un riesgo real de que volvamos a repetir todos nuestros errores?
R: Sí. Existe un riesgo real. Lo que está pasando en el Mediterráneo es una tragedia. No sé si recuerdas las imágenes de ese pequeño niño sirio muerto ahogado en una playa. Todos vimos esa imagen y todos nos conmovimos, pero después pasaron los días y nos olvidamos. La gente no hace nada, no responde. Están cerrando sus puertas otra vez. Es una situación complicada, porque si doy, quizás luego no tenga tanto para mí en el futuro… Pero yo no puedo imaginar un mundo en el que no aprendamos a compartir. Los que tienen mucho tienen que ayudar a los que no tienen nada. Si yo viviese en Siria, también me habría subido a un barco… Creo que, como seres humanos, debemos ayudar. Y sí, ya sé que es un problema, que es complicado, pero tenemos que aprender del pasado. No podemos decirles que se vayan. Tenemos que acogerles, abrirles las puertas y decirles que sí, que tienen que trabajar duro para contribuir con el país, pero que tienen un sitio en nuestra tierra. En Canadá, por ejemplo, los inmigrantes llegan y acaban limpiando los baños y los suelos… Hacen los trabajos que la mayoría de los canadienses no quieren hacer… Tenemos que encontrar la manera de compartir, aunque a veces sea algo realmente complicado. No veo otra solución.
P: Una diferencia, sin embargo, que no se puede obviar, es que actualmente el pánico que hay en Europa con respecto al ISIS hace complicado que toda la gente mire con buenos ojos a todos los refugiados. Existe la creencia de que se pueden infiltrar terroristas, y eso acaba dificultando mucho la cosas…
R: Es una cuestión complicada… No estoy segura de que sea posible entender bien cuáles son las causas del terrorismo. A veces me pregunto cuánto terrorismo se debe a la envidia. Si yo viviera en algún país donde las condiciones son terribles, y tuviera la tecnología para ver cómo vivimos en occidente, y supiese que yo misma no tengo la esperanza de poder llegar a vivir así nunca… En ese caso, yo creo, es cuando uno puede ir tendiendo a la agresión. Si pudiéramos aprender a compartir, sin embargo, quizás existiese una posible solución. Mi comunidad judía de Vancouver ha creado enlaces ahora con una mezquita de la zona, y cuando fui por primera vez a visitarlos, con todo lo que se dice hoy en día de los musulmanes, y siendo yo judía, además, la verdad es que sentí miedo. Pero cuando entré y paseé por entre todas las placas que tenían allí puestas, pude leer todo en lo que ellos realmente creen. Recuerdo una que decía que la verdadera Yihad es la que está dentro de todo ser humano, y que la lucha real consiste en encontrar nuestra propia humanidad; nunca en levantar nuestro brazo contra nuestro prójimo. Me sorprendió mucho, con todo lo que se dice en la prensa. Creo que en todos los lugares, en todas las religiones y en todos los países existen personas que se siente atraídas por la violencia, y para mi esta es una de las principales funciones que debe tener la educación. De esa manera es como podemos transmitir esa verdad no tan obvia de que todos somos humanos, y de que un enemigo es simplemente una persona a la que todavía no hemos escuchado.
P: Pero uno de los grandes retos de la educación reside, sin embargo, en que la experiencia no es transferible; y en que muchas injusticias, aunque puedan ser entendidas a un nivel intelectual, no terminan de ser comprendidas hasta que se las sufre en la propia carne.
R: Aún así, sigo creyendo en ella. La educación es muy importante. Me gusta lo que he visto en Alemania, por ejemplo. Allí tienen clases de educación moral. De esa manera la sociedad no depende de los padres para que se transmitan esas creencias. El colegio tiene una responsabilidad enorme, porque es allí donde se inculcan las bases éticas en las que luego las personas debemos profundizar. De esa manera luego podemos llegar a debatir otros grandes temas: ¿Qué tenemos que hacer con respecto a los inmigrantes? ¿Está bien contaminar los océanos si podemos sacarle a ello un rédito económico? Ahora en Canadá estamos teniendo debates muy intensos con respecto a ese tema… O preguntas más básicas: ¿Cómo debemos tratar a las personas? También en Canadá nos estamos replanteando profundamente estas cuestiones, porque nosotros vivimos en la tierra de otras personas, a las que echamos en su día… Todas son preguntas difíciles de contestar, que los padres no pueden resolver, y por eso es tan importante que los niños de todas las culturas se sienten y hablen sobre ellas. ¿Cómo es ser otra persona? Hay que aprender a ponerse en el lugar del otro. Y es algo que debe estudiarse en las universidades, ahora que parece que la enseñanza superior consiste únicamente en formar a profesionales para que puedan ganar dinero. Esas cuestiones son educación.
P: De todas formas se hace inevitable sacar a la palestra la gran pregunta, repetida tantas veces por tanta gente: ¿Cómo pudo el nazismo triunfar en una de las naciones más cultas del planeta? La gente tiende a replanteárselo todo, y existen sofisticadas ideologías que justifican grandes injusticias. No parece entonces que la educación sea una solución infalible…
R: Esa pregunta es demasiado complicada… A menudo me pregunto si los adultos pueden cambiar de opinión realmente; y si lo que aprendemos de niños puede ser superado alguna vez. Tú puedes hablarme durante horas de las grandes causas de la derecha, puedes hacerlo hasta que te aburras, pero nunca me vas a conseguir convencer de que vote a la derecha. O por ejemplo, yo a mis veinte años decidí que teníamos que encontrar una manera de vivir en paz, y de comprendernos los unos a los otros, y de no volver a caer en la guerra; eso es algo que nunca podrás quitarme. Nunca me convencerás de que la guerra es la respuesta a nada… Siempre creeré que debemos aprender a sentarnos en la mesa para hablar antes de las guerras, y no después… Y es que a los adultos, cuando nos hemos formado una opinión sobre algo, es muy difícil hacernos cambiar.
P: Lo decía porque su libro, con el testimonio directo de gente que dejó constancia de lo que era la represión a través de sus cartas, consigue transmitir de una manera más directa aquello que los libros de historia no logran del todo… ¿Cuál era su propósito cuando se sentó a escribir?
R: Pues no sé cómo contestar. El libro fue evolucionando. No comencé a escribir con una idea en la cabeza… Creo que cada capítulo fue llevándome cada vez más hacia afuera, y a la vez me obligaba a mirar hacia adentro. Y yo no sabía muy bien hacia dónde me dirigía. Creo que salió más de mi corazón que de mi cabeza. Iba dejando que las cosas me absorbieran, y después iba dejando en el libro lo que podía.
P: ¿Le ha dado algo el proceso de escritura? ¿Ha aprendido algo que no sabía?
R: Sí. He sentido una conexión con el pasado que antes no tenía. Antes me sentía como una hoja sobre la corriente, que se dejaba arrastrar, pero ahora me siento más como un árbol con profundas raíces. Y esas raíces son las que me nutren. Ahora veo a mis hijos y a mis nietos como hojas de ese árbol, también.
P: Para acabar, ¿quería regalarle algo al posible lector? ¿Ha condicionado eso la escritura?
R: No, la verdad. Desde luego nunca me imaginé que vendría a España, o que mi libro iba a ser traducido al alemán… Ni siquiera sabía que iba a escribir un libro. Mi primer objetivo era traducir las cartas y llevarlas a la universidad, para que se quedaran en el archivo y pudieran servir a los estudiantes en el futuro. Yo estudié historia en la Universidad y me he dado cuenta de lo poco que aprendí, así que pensé que las cartas podrían aportar una perspectiva distinta. Lo que pasó después es que la gente me dijo que nadie iba a leer nunca las cartas, y que debía situarlas en un contexto… Una cosa me fue llevando a la otra. Luego me dijeron que el libro tampoco iba a leerse, porque nadie se lee ya los libros sobre el Holocausto… Así que, ya ves, las cosas pasan. Yo tuve suerte, encontré un editor. También tuve suerte al encontrar un editor en Alemania. Y tuve suerte cuando entró mi editor en español a una librería en Alemania y se topó con mi libro, y cuando preguntó si podía traducirlo… Por eso estoy aquí ahora. No tengo ni idea de hacia dónde está llegando esto, pero yo sólo puedo estar muy feliz.