Tener hijos o no tenerlos: 'Madres arrepentidas'
Las luchas feministas han conseguido una libertad inimaginable hace dos siglos para las mujeres, falta que sean capaces de soportarla.
Cuando se generalizaron los métodos anticonceptivos y se despenalizó el aborto en las sociedades occidentales, las mujeres cumplieron un viejo sueño: separar su destino y su sexualidad de la tiranía biológica. Quedaron así enfrentadas a una de las libertades más trascendentes que cabe imaginar en el ser humano: las mujeres tienen que elegir por sí mismas y por otro ser que aún no existe, que no pidió nacer y que, si lo hace, se quedará para siempre. Tienen que decidir cómo compaginar sus aspiraciones laborales con la carga de un hijo, si van a tenerlo solas o en pareja, a cuántas cosas de su vida deberán renunciar y dilucidar exactamente la naturaleza de su deseo: si se trata de un imperativo biológico, de un sentido de la trascendencia, de contentar a la pareja, de no atreverse a decir no por lo que pueda pasar. O bien las mujeres deben reconocer la ausencia del deseo y actuar en consecuencia. Hay que resolver todo esto además en muy pocos años, pues la fertilidad se acaba, y aceptar que el resto de la vida estará condicionado por la decisión que ahora se tome.
Dos siglos de lucha
Es una tremenda y dolorosa responsabilidad, e independientemente de que se tenga o no pareja, la mujer está en ese momento a solas con su cuerpo y sus determinaciones interiores: solo existirá el hijo si es ella la que lo quiere. Esta es la libertad que han conseguido las mujeres tras dos siglos de lucha por pasar de ser un objeto a ser un sujeto plenamente consciente. Como todas las grandes libertades individuales, arrastra un gran peso y una gran densidad moral.
Así las cosas, produce gran estupor el surgimiento y consolidación de una nueva corriente en el seno de ese desnortado cajón de sastre que es el feminismo actual: la corriente de las mujeres que protestan por haber tenido hijos y que reivindican el derecho a no tenerlos. Contradicen de este modo el carácter individual de la maternidad y lo trasladan al terreno social; la presión que la sociedad "heteropatriarcal, judeocristiana y capitalista" ejerce sobre las mujeres, dicen, anula su aparente capacidad de decisión, lo que justifica la conversión de lo personal en una causa y en una ideología de grupo.
El arrepentimiento no es más que un estado emotivo, y en todo caso supone una proyección imaginaria sobre el pasado
Hace dos años, en 2016, la socióloga israelí Orna Donath reavivó un debate aún incipiente con la publicación de Madres arrepentidas, un ensayo sobre la maternidad que en principio analizaba la situación de algunas madres en Israel y luego se extendió a varios países europeos y a las redes sociales, donde "arrasó". En España, Orna Donath ha sido repetidamente invitada a congresos y entrevistada en los medios, y diversos blogs y artículos se hacen eco de esta supuesta novedad feminista.
Madres tardíamente arrepentidas
Madres arrepentidas parte de un concepto difícilmente objetivable, el del arrepentimiento. La autora entrevistó a veintitrés madres o abuelas, previamente convocadas por internet, que manifestaron su pesar por haber tenido hijos, se declararon engañadas en sus expectativas de felicidad maternal y confesaron que hoy en día no los tendrían. Pero las mujeres que hablan muchos años después no son ya las que en su momento quisieron ser madres, son distintas, son otras, y lo pertinente sería saber si en las mismas circunstancias de entonces, no en las de ahora, seguirían optando por la maternidad. El arrepentimiento no es más que un estado emotivo, y en todo caso supone una proyección imaginaria sobre el pasado, una fantasía del tipo de "qué habría sido de mi vida si…". No puede por tanto sustentar ninguna teoría. Otras encuestas más rigurosas, como, en nuestro país, la del Instituto Nacional de Estadística de 2018, arrojan resultados contrapuestos: más de la mitad de las españolas de 45 a 49 años sin hijos habría querido tenerlos, y casi 3 de cada 4 mujeres y hombres desearían tener más hijos de los que tienen o han tenido, así que hay que andarse con cuidado en relación con los resultados que arrojan las opiniones fundadas en deseos.
Recordemos que los que no tuvieron ninguna libertad para decidir fueron los hijos
El otro problema que plantea el movimiento de las arrepentidas es el de para qué sirve. ¿Tienen derecho las madres quejumbrosas a confesarles a sus hijos lo infelices que se sintieron con su llegada al mundo? Yo creo que no (Orna Donath lo contempla como una opción positiva, una ruda franqueza que aumentaría la comprensión intergeneracional), salvo que no les importe hacerles una faena de esas que duran toda la vida. Recordemos que los que no tuvieron ninguna libertad para decidir fueron los hijos. También podemos preguntarnos si hay alguna manera de enmendar la equivocación. Realmente la hay, desprenderse de los niños dándolos en adopción, pero hasta ahí no llegan ni el libro de Donath ni el "colectivo" de las madres quejumbrosas. Dar a los hijos en adopción es una medida tan extrema y tan contraria a lo que social o íntimamente puede soportarse, que no lo defiende nadie, afortunadamente. Y sin embargo, sería la consecuencia lógica del estudio, tras haber abierto una espita tan peligrosa. Tras esa inconsecuencia analítica, nos encontramos con que la queja solo lleva a la queja y, una vez más, a la victimización de las mujeres. Dada la inimaginable vuelta atrás, cabe preguntarse si no sería mejor insistir en la responsabilidad de las decisiones en vez de escarbar en los malos resultados.
En cuanto al supuesto de que las mujeres están tan presionadas por la mentalidad natalista que no son realmente libres para decidir, podríamos recordar las batallas del feminismo moderno por la legalización del aborto. Por entonces el argumento era el derecho de la mujer a decidir libremente sobre su cuerpo, sin que en general se aceptaran otras casuísticas morales. Si las mujeres han podido oponerse a siglos de civilización judeocristiana y patriarcal adoptando una medida tan extrema y tan extendida, no se comprende que no sean también libres para decidir actuar en contra de la supuesta presión social por la natalidad.
Otros arrepentimientos
La corriente del arrepentimiento continúa, con múltiples derivaciones: actrices y celebridades se apuntan al movimiento NoMo, definido como la "rebelión de las mujeres que no contemplan la maternidad"; en las redes sociales, el blog Malasmadres reivindica la asunción de una maternidad problemática; en un reciente libro titulado Contra los hijos, la autora chilena Lina Meruane proclama, a modo de manifiesto, la incompatibilidad entre la creación artística y la maternidad. Orna Donath declara en una entrevista que si el Estado quiere hijos, debe tratar mejor a las mujeres, contradiciendo lo que había afirmado antes en su libro, que no desear la maternidad era independiente de las condiciones económicas. La presentadora de televisión Samanta Villar rentabiliza con un libro la notoriedad alcanzada con su tuit "tener hijos es perder calidad de vida" y se queja de que nadie la avisó de que con los niños se pasan malas noches. Otras opiniones intentan una vía intermedia: hijos sí, solo y cuando el Estado dé dinero a las madres, mejore la conciliación laboral, etc.
¿Podemos encontrar en todo este embrollo alguna idea razonable? En mi opinión, la clave siguen siendo los conceptos de libertad y responsabilidad. Tener hijos o no tenerlos debería reducirse a la cuestión de que un sí es sí y un no es no, sin buscar excusas ni culpables externos. Saber bien lo que se decide y aceptar después las consecuencias. Las luchas feministas han conseguido una libertad inimaginable hace dos siglos para las mujeres, falta que sean capaces de soportarla.
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