Ese podría haber sido el titular de un periódico, sección de Cultura, si el tiempo pudiera encorvarse sobre sí mismo y reunir a los diferentes escritores iberoamericanos que han tomado a la Misa del Gallo como marco ambiental de sus narraciones en un concurso de relatos breves.
Hay muchas más obras que incluyen Misa del Gallo en su título o en su contenido. Sólo hay que darse una vuelta física o digital por la Biblioteca Nacional. Entre ellos, por cierto, hay un melodrama del nieto de Mariano José de Larra, Luis de Larra. Clarín, por ejemplo, describió cómo en la Misa del Gallo el alma de su Regenta se inflamaba de caridad universal y también se refirió a un órgano cuya forma de tocarse provocaba risas cómplices entre carlistas y liberales, lo que parecía ser un síntoma de paz universal. Bueno, con alguna supuesta borrachera durante la celebración.
Carmen de Burgos también trató de la Nochebuena y la Misa del Gallo. Y Blasco Ibáñez, y Pío Baroja, incluyendo a brujas, y Miguel Ángel Asturias. El padre Luis Coloma habla de una Misa del Gallo oficiada por un "marido". Rubén Darío describe brevemente una Misa del Gallo poco devota y canta:
iCarrasclás, que gordo está el pavo;
carrasclás, que gordito está;
carrasclás, qué enjundia que tiene;
carrasclás, carrasclás, carrasclás!
Otros, como Augusto Ferrán, extraen un clamor social:
La Noche-buena del pobre:
oír la misa del gallo
que el rico mientras se come.
La cosa viene de bien lejos porque Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera de la conquista de la nueva España escribe que Hernán Cortés y Francisco de Garay fueron "una noche de Navidad del año de mil y quinientos y veinte y tres, juntamente…a Maitines, que los cantaron muy bien, y Fr. Bartolomé dijo lindamente la Misa del Gallo". O sea.
En los autores de otras lenguas, y para dejarlo ya, sólo añadir que la famosa Isak Dinnesen, en su celebrada obra Memorias de África, dice:
Sucedió que fue la mejor Misa del Gallo que se hubiera hecho nunca en la Misión. Había en la iglesia un Nacimiento muy grande, una gruta con la Sagrada Familia, recién llegada de París, que estaba iluminada por radiantes estrellas de un cielo azul, y rodeada por un centenar de animales de juguete, vacas de madera y corderos de resplandeciente blancura…
Bueno, algo más. Concluyamos diciendo que también Paul Bowles, por ejemplo, tiene un libro de cuentos titulado precisamente así, Misa del Gallo, pero poco más que el título se refiere a la ceremonia y, además, la familia es la familia, también la lingüística, sobre todo, en esta época. Ya ven, hay muchas menciones sobre la Misa del Gallo, pero nos centraremos en las iberoamericanas destacadas.
Los que mejor pueden competir por el reconocimiento al mejor relato con la Misa del Gallo como elemento básico son tres, salvo que mi ignorancia sobre el total de lo publicado sobre el asunto me deje en entredicho, algo nada improbable.
Me refiero a una de las más famosas leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer, Maese Pérez, el organista, publicado al comienzo de la década de los 60 del siglo XIX. La segunda, del brasileño, Joaquim María Machado de Assís, La Misa del gallo, publicado hacia 1900. El tercero, el más cercano en el tiempo, un relato del gran venezolano, Arturo Uslar Pietri, que fue publicado individualmente y con ese mismo título, La Misa del gallo, en México, en 1947, aunque se le incluye en algunas colecciones de sus cuentos.
Un preámbulo sobre este imaginario certamen debe incluir que Violeta Parra, por ejemplo, tiene una canción titulada precisamente "La Misa del Gallo", lo que da idea de la extensión y enraizamiento de algunas creencias ligadas a la tradición cristiana en Iberoamérica. Pero también hay Misas del Gallo muy destacadas en Jerusalén, y en Belén; naturalmente en toda Europa y en los países americanos en los que es densa la influencia cristiana, católica preferentemente. En Nueva York, por singularizar una especial, se celebra una misa del gallo góspel en la catedral de san Patricio cuyas entradas hay que reservar con meses de anterioridad. Incluso en Filipinas se celebra la Misa del gallo.
Cuando la generación española recién jubilada era muy joven, en pleno franquismo y con la influencia de la Iglesia muy a flor de piel, la asistencia a las Misas del Gallo era muy popular. Se cenaba en familia y antes de las doce se interrumpía la celebración y se iba a la Iglesia preferida, normalmente a la parroquia o templo de preferencia. Una vez acabada la Misa, en las familias modestas, como lo fue la mía, se volvía a la casa para terminar la cena con anís, polvorones y los restos de los tosantos.
Por cierto, que lo del canto de la Sibila sobre el juicio final, ceremonia previa a la Misa del Gallo, al parecer extendida en Europa y algunos enclaves de la España Mediterránea desde la primera Edad Media, Toledo incluida. en Andalucía por lo menos, que yo sepa, nunca ha tenido presencia a pesar de que la primera noticia parece proceder de Córdoba (960 d.C.). Pero, en cualquier caso, refleja la riqueza que encierra este original diseño litúrgico.
Digamos dos palabras sobre la Misa del Gallo, que es una de las cuatro celebraciones eucarísticas que tienen lugar el día de Navidad y, lo que son las cosas, en todas ellas puede comulgarse. Esto es, se puede recibir la Comunión en las cuatro Misas del mismo día 25 de diciembre, que se llaman "Misa de vigilia", "Misa de noche", "Misa de la aurora" y "Misa del día", según he leído en fuentes franciscanas.
Origen de la Misa del Gallo
La Misa del Gallo, la primera del día oficial determinado como el del nacimiento de Jesús de Nazareth, es la misa de medianoche y tiene orígenes muy antiguos. Todas las fuentes católicas parecen coincidir en que las tres leyendas más importantes sobre el principio de esta celebración tienen como personajes centrales al papa Sixto III, a la ciudad sagrada de Jerusalén y al gallo mismo.
Siglo V. El Papa Sixto III, introdujo en Roma, dice la web catholic.net la costumbre de celebrar en Navidad una vigilia nocturna, a medianoche, mox ut gallus cantaverit, "en seguida de cantar el gallo" (lo que no encaja a menos que los gallos en la vieja Roma cantaran a medianoche), en un pequeño oratorio, llamado ad praesepium, "ante el pesebre". Subrayemos que se reconoce que el 25 de diciembre en el Imperio Romano se celebraba la fiesta pagana del Sol que nace en el culto de Mitra, sustituida por el nacimiento de Cristo, "luz del mundo".
En la ciudad de Jerusalén, según los franciscanos, "parece ser que se tenía la costumbre de celebrar una misa a media noche, salir en procesión por Jerusalén y llegar al templo más importante de la ciudad al amanecer (justo en el momento en el que cantaba el gallo) para celebrar la última misa". Esta versión parece explicar mejor su denominación como "misa del gallo".
La última de las explicaciones es más bien una hipótesis acerca de los animales presentes en el nacimiento de Jesús en Belén. Se alude siempre a la mula y el buey. Pero en esta versión había asimismo un gallo, seguramente atraído por las pajas del pesebre. En el relato, fue el primer ser vivo que presenció y pregonó el nacimiento a la mula y al buey y, después a los pastores y a sus ovejas y, por último, a las gentes de los alrededores. O sea, que la venida al mundo de Jesús fue anunciada ad galli cantus, al canto del gallo.
Explicar el significado del gallo en el cristianismo más antiguo y, muy especialmente, en el románico, sería objeto de otro artículo. Por decir algo, Juan Eduardo Cirlot, en su Diccionario de símbolos, anota que el gallo es el símbolo solar, ave de la mañana, emblema de la vigilancia y de la actividad. Se inmolaba a Príapo y a Esculapio para obtener la "curación de los enfermos" y durante la Edad Media "fue un símbolo cristiano de gran importancia apareciendo casi siempre en la veleta más elevada, sobre las torres cimborrios de las catedrales. Se consideraba alegórico de vigilancia y resurrección".
Con estos mimbres legendarios, podemos ya examinar los tres relatos seleccionados para decidir cuál es el merecedor del primer premio del imaginario concurso de cuentos sobre la Misa del Gallo. Empezaré por el extraordinario relato de Uslar Pietri, de una riqueza de vocabulario que anonadaría a los principiantes en el oficio de escribir y el vigoroso retrato de un padre, Simón "el renco", que, entre nosotros significa cojo por lesión de la cadera, pero que en el cuento se refiere a una cojera producida por la caída desde un caballo.
"El renco", de huraña fama, de pistola y puñal al cinto, se enteró de que su hija, llamada precisamente María, había llegado al pueblo de Quiripal de donde se fue un día con un hombre, o se la llevó él, un falso señorito llamado Antero, contra el parecer del padre que la amaba mucho, tanto que al nacer se "quedó sonreído". Persiguió a Antero por todas partes, pero no lo encontró desilusionando a los que esperaban un resultado fatal del lance.
Salió a buscar a María y a Antero, a matar al canalla desde luego, pero se encontró con una Misa del Gallo, con villancicos y el nacimiento de Jesús, cuya imagen pareció ablandar su ira. Luego encontró a María, su hija, abandonada por Antero, vieja como su madre y sola con su criatura, y el milagro se obró. Recién acabada la Misa del gallo, el Renco le dice a la hija: "Ahora coja al niño y vámonos para la casa."
El relato del brasileño Joaquín María Machado de Assís tiene lugar un poco antes de la Misa del Gallo en la Corte, en Río de Janeiro. Es más, podría decirse ahora, tal vez no entonces, que lo que se narra tiene que ver con la sutil presencia de una extraña sibila precedente que se expone, habla y casi baila ante un adolescente de 17 años poco antes de la primera misa de la Navidad.
La acción transcurre en las horas previas cuando su pariente, el escribano Meneses, dice irse al teatro – esto es, con sus amantes -, dejando solo al muchacho leyendo Los tres mosqueteros de Dumas con el alma de D´Artagnan. Y ahí que llega la esposa abandonada, Concepción, que "traía puesta una bata blanca, mal ceñida a la cintura. Era delgada, tenía un aire de visión romántica, como salida de mi novela de aventuras". Y a partir de ahí se producen un lance sutilmente amoroso. Concepción "se pasaba la lengua por los labios, para humedecerlos", o "no traía las mangas abotonadas, le caían naturalmente, y le vi la mitad de los brazos, muy claros" o incluso que hablaban bajo, con las caras muy cerca…
El caso es que la señora Concepción se volvió lindísima, yo diría que erótica, y logró una seducción completa del joven que cuando estaba en la Misa del Gallo dice:
Durante la misa, la figura de Concepción se interpuso más de una vez entre el sacerdote y yo; que se disculpe esto por mis diecisiete años.
Finalmente está la más que popular leyenda de Bécquer, Maese Pérez el Organista, antes de lectura obligada entre los jóvenes y hoy sumida en una bochornosa amnesia en una educación penosa. Maese Pérez, ciego de nacimiento, de familia su hija y su órgano, era una ganga para las monjas del convento de Santa Inés de Sevilla. Santo varón, tocaba como los ángeles muy especialmente en la Misa del Gallo. Aunque era tentado por ofertas millonarias, prefería su viejo armatoste que arreglaba con maña.
Un año, cumplidos ya los 76 años, Maese Pérez cayó enfermo y cuando la toda Sevilla estaba en el templo esperando su música durante la Misa del gallo, anunció que no iría. Iba a tocar un sustituto cuando "de improviso se oyó en el atrio un ruido espantoso.
- ¡Maese Pérez está aquí!... ¡Maese Pérez está aquí! ...
Sonaban las doce en el reloj de la catedral. Maese Pérez puso sus crispadas manos sobre las teclas del órgano y logró que "la voz de los ángeles que atravesando los espacios llegaba al mundo" y que sonaran "mil himnos a la vez" provocando lágrimas en los ojos hasta que "el órgano exhaló un sonido discorde y extraño, semejante a un sollozo, y quedó mudo". Maese Pérez acababa de morir cayendo de boca sobre las teclas.
Tras aquello, nadie quería tocar aquel órgano salvo el bisojo organista de San Román, que fue a tocarlo un año. "¡Ay, si levantara la cabeza el muerto se volvía a morir por no oír su órgano tocado por manos semejantes¡". Muchos se compincharon para ahogar la voz de los tubos con zambombas, panderos y sonajas, pero pronto enmudecieron. El órgano sonó a Maese Pérez ante la multitud de incrédulos, pero el organista, pálido y descompuesto, dijo que no volvería a tocarlo jamás. ¿Qué había pasado?
No lo desvelaremos ni el final de la leyenda ni el busilis de la narración. Sólo hay que decir que, sin quitar mérito a los otros dos relatos sobre la Misa del Gallo, la historia de Bécquer debe seguir recibiendo el primer premio. ¿Por qué? Porque la riqueza de su vocabulario, la vívida descripción que hace del sonido de la música, su introducción del prodigio y el misterio y el desenlace sobrenatural de su cuadro de costumbres sevillanas, lo hace insuperable. Creo yo. Y por ahora.
¡Aquí hay busilis...! Oídlo; qué, ¿no estuvisteis anoche en la Misa del Gallo? Pero, en fin, ya sabréis lo que pasó. En toda Sevilla no se habla de otra cosa... El señor arzobispo está hecho, y con razón, una furia... Haber dejado de asistir a Santa Inés; no haber podido presenciar el portento...
Así termina, casi.