Fue a primera hora de la mañana, todavía dentro de las Escuelas Pías de San Antón, reconvertidas durante los meses anteriores en un presidio y rebautizadas con el nombre escueto de Cárcel de San Antón. La voz del miliciano le hizo llegar el mensaje inevitable; esa sospecha homicida que, hacía menos de un día, se había confirmado definitivamente: "¡Pedro Muñoz Seca, al Rastrillo para marchar!".
Tan solo unas horas antes de aquella llamada, sobre las cuatro de la madrugada, cuando la certeza fatal de la proximidad de la muerte le había arrancado de golpe el cansancio y el sueño, don Pedro Muñoz Seca desempolvó el viejo hábito al que había tenido que renunciar hacía ahora un mes —momento en el que prohibieron a los presos enviar cartas—, y se sentó a escribir. "Queridísima Asunción: sigo muy bien. Cuando recibas esta carta, estaré fuera de Madrid. Voy resignado y contento. Dios sobre todo. Llevo una muda de repuesto".
La última carta que escribió iba dirigida a su esposa y aún hoy es custodiada como una reliquia por la familia. Su nieto Alfonso Ussía nunca lo conoció, pero conserva en la memoria las líneas finales de aquella despedida: "Te escribo muy deprisa porque me ha cogido la noticia un poco de sorpresa. Adiós, vida mía. Muchos besos a los niños, cariños para todos y, para ti, que siempre fuiste mi felicidad, todo el cariño de tu Pedro". La firma y la fecha revelan que la misiva fue redactada el mismo 28 de noviembre en el que fue llevado a Paracuellos para morir.
Lo habían arrestado meses antes, en la Plaza de Cataluña de Barcelona, según publicó entonces el periódico republicano La Libertad, mientras paseaba junto a Asunción "en mangas de camisa". La noticia lo presentaba como funcionario de seguros, pero no hacía ninguna mención a su carrera como autor teatral, pese a su éxito incuestionable y a que la única razón por la que el estallido de la guerra le había sorprendido en la ciudad condal había sido el estreno de La tonta del rizo, una de las últimas obras que firmó. De nada le sirvió entonces pedir explicaciones ni cuestionar su arresto. "En los días siguientes fue trasladado a Madrid, vía Valencia, escoltado por dos comisarios a los que pagó viaje y alojamiento, él mismo, de su propio bolsillo", relata Ussía.
Los meses en la cárcel de San Antón, por su parte, consistieron en una revelación paulatina. Poco duraron la esperanza inicial y el ingenuo autoengaño. Lo repentino de las "sacas" y su incesante movimiento levantó polvareda. La sospecha compartida desató la rumorología y, a partir de entonces, el desengaño le llegaba a cada preso en función de su propia valentía para mirar a la realidad de frente. Pedro Muñoz Seca supo que iba a ser fusilado el 27 de noviembre, el día que el jurado popular le leyó su sentencia. Fue en ese momento preciso, y no a los pies de la fosa, como se ha solido contar, cuando soltó aquella frase por la que es recordado: "Me podéis quitar todo. A mi familia, lo que he ganado durante toda mi vida a fuerza de trabajo y esfuerzo. Me podéis quitar todo, menos una cosa: el miedo que tengo".
Cuando, poco después de las siete de la mañana del día siguiente, sonó la voz del miliciano, él se levantó lentamente. Aún le dio tiempo a despedirse de sus compañeros, en especial de Cayetano Luca de Tena, a quien abrazó largamente y entregó la misiva que había escrito horas antes. Aquella carta no llegaría a su destinataria hasta acabada la guerra.
Fuera de las celdas se amontonaban los condenados, que iban saliendo en fila y llenando los autobuses que les tenían que trasladar al matadero. Él, "friolero, como buen sureño", llevaba dos abrigos, pero una vez en la calle fue detenido por un miliciano, al que llamaban Dinamita, que le arrebató uno de ellos. "A donde va no le hará falta", le dijo. También le quitó el reloj y le cortó los bigotes. Terminó la humillación apretando los alambres con los que le ató las manos. "Llegaron casi hasta el hueso", cuenta Ussía.
No tuvo demasiada suerte el autor de La venganza de don Mendo. Fue fusilado en el penúltimo grupo. Cuando le tocó el turno, eso sí, avanzó agotando cada paso. Un miliciano caritativo se apiadó de él y le ofreció un cigarrillo. Él llevaba mucho tiempo sin fumar, pero consideró que poco mal le podría hacer en ese momento, teniendo en cuenta las circunstancias. "Le pegó cuatro fumadas que le debieron meter el tabaco hasta en las uñas de los pies", relata Ussía. Después, reconciliado con la vida, renunció a lo que le quedaba del pitillo y exclamó: "Bueno, ya está. Cuando queráis". A los pies de su fosa se detuvo y observó a sus verdugos. "Sois tan eficaces que me habéis quitado hasta el miedo", les soltó. El sonido de los disparos no pudo ahogar sus últimas palabras, que fueron escuchadas por varios de los vecinos de Paracuellos a los que habían llevado para cavar las fosas: "¡Viva Cristo Rey!", gritó, antes de que bajase el telón de su vida de manera definitiva.
100 años de 'La venganza de don Mendo'
"Mi abuelo tenía terminantemente prohibido fumar debido a una úlcera de estómago que le tuvo en cama durante varios meses algunos años atrás", relata Ussía. "De hecho, fue aquella baja la que aprovechó para componer el Don Mendo". El nieto de Pedro Muñoz Seca, otro reconocido escritor, conoce muy bien las vicisitudes de aquella obra, cómo fue compuesta y cuántos quebraderos de cabeza suscitó en el dramaturgo. "Le habían diseñado un pequeño pupitre para la cama. Él se recostaba, un poco incorporado, y se ponía a escribir. Tiempo después solía decir que aquella fue la primera vez que pudo componer con calma, pero lo cierto es que el Don Mendo le dejó agotado. Fue la última vez que compuso en verso". Aquel agotamiento no es extraño, en realidad, teniendo en cuenta el alarde retórico y poético que es el texto, en el que están presentes prácticamente todas las formas de composición de estrofas de la poesía española. "Él admiraba mucho a Machado precisamente por su polimetría", explica Ussía.
El esfuerzo, pese a todo, dio sus frutos, y el éxito de la obra fue inmediato. Desde entonces ha sido adaptada en multitud de ocasiones y, a día de hoy, es la cuarta obra española más representada de la historia, después de Don Juan Tenorio, Fuenteovejuna y La vida es sueño.
De estos cien años de vida y de historia han quedado algunas interpretaciones para el recuerdo, así como otras adaptaciones polémicas. Y así, según el criterio del propio Ussía, "los dos mejores Mendos que recuerdo son José Sazatornil y, sobre todo, Jose Luis Ozores". Su opinión es algo distinta de las adaptaciones de Gustavo Pérez Puig, sin embargo: "Porque tenía la manía de amariconar a don Mendo cuando hace de trovador"; y dedica toda su rabia a una versión concreta, la película de Fernando Fernán Gómez: "Es una puta mierda. La versión que más daño ha hecho a don Mendo. Lo vilipendió. Porque don Mendo es una tragedia, en el fondo, y la comedia ya está en el texto, no necesita sobreactuación ni payasada para hacer gracia. Además, Fernán Gómez, que era una persona inteligentísima, metió en ella sus propias morcillas para cobrar derechos de autor, pero bueno…". Una opinión de un familiar ilustre, cuando se cumple un siglo del estreno de la obra más conocida de don Pedro Muñoz Seca.