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Luis Alberto de Cuenca: "Una auténtica obra maestra del humor y del disparate"

Los versos fluyen con la frescura y la originalidad de alguien que domina como nadie los secretos de la métrica.

Los versos fluyen con la frescura y la originalidad de alguien que domina como nadie los secretos de la métrica.
Las ilustraciones de la edición son de José Antonio Fernández, Fer | Reino de Cordelia

La editorial Reino de Cordelia ha conmemorado el centenario de la sinigual comedia de Pedro Muñoz Seca con una nueva edición a cargo del académico y Premio Nacional de Poesía Luis Alberto de Cuenca que ha fijado el texto y lo ha anotado puntualmente. Los versos se acompañan de ilustraciones de José Antonio Fernández, Fer, autor de la serie medieval Historias Fermosas. A continuación reproducimos el prólogo que acompaña a dicha edición y que también firma Luis Alberto de Cuenca.

Prólogo

HACE CASI EXACTAMENTE cien años desde que se estrenó, en el Teatro de la Comedia, de Madrid, un 20 de diciembre de 1918, La venganza de don Mendo. Se trata de una de las cinco o seis piezas teatrales más representadas del teatro español de todos los tiempos y constituye una auténtica obra maestra del humor y del disparate (en la acepción más noble del término) o, si prefieren ustedes, del astracán (como gustaba de llamar don Pedro a su producción dramática, antecedente claro en clave cómica del teatro de vanguardia y del teatro del absurdo posteriores). Autor de una obra dramática extraordinariamente amplia (nada menos que siete gruesos volúmenes en papel biblia publicados por Ediciones Fax en los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado), escrita en soledad o en colaboración (fundamentalmente con Pedro Pérez Fernández y con Enrique García Álvarez), don Pedro Muñoz Seca nació en el Puerto de Santa María (Cádiz) en 1879 y murió asesinado en Paracuellos del Jarama (Madrid) en la tristemente célebre saca de presuntos fascistas que ha inmortalizado negativamente ese topónimo. En el caso de don Pedro, el único delito que había cometido era su adscripción ideológica a un credo conservador y monárquico que por aquel entonces era suficiente para que lo dejasen tirado a uno en una cuneta, previamente acribillado a balazos. Pero aquí lo que nos importa no es la biografía de Muñoz Seca ni su triste fin, sino conmemorar el centenario de su Don Mendo con una nueva edición de la obra.

Este mismo año, la editorial hispalense Espuela de Plata ha patrocinado también una nueva edición de La venganza, a cargo de Alberto Romero Ferrer y con un largo estudio introductorio. La edición de Romero Ferrer parte de una impresión argentina de la pieza (Ediciones Quetzal, 1957). Otras ediciones modernas que he tenido a la vista para confeccionar la mía son las excelentes de Salvador García Castañeda (Madrid, Cátedra, 1984), Javier Huerta Calvo (Madrid, EDAF, 1998), Andrés Amorós (Madrid, Biblioteca Nueva, 1999, con orientaciones para el montaje de José Luis Alonso de Santos) y Almudena del Olmo Iturriarte (Madrid, Espasa Calpe, 2003, con prólogo de Alfonso Ussía, nieto del comediógrafo portuense). El manuscrito de la obra se conserva en la Biblioteca de Teatro Español de la Fundación March de Madrid y figura cuidadosamente colacionado por García Castañeda en la citada edición de Cátedra. Razón por la cual me he limitado a tener a la vista, además de las mencionadas ediciones modernas de la pieza, los dos primeros impresos de Don Mendo, ambos de 1919: el que corrió a cargo de la Sociedad de Autores Españoles (Madrid, R. Velasco, Impresor, 1919, con la partitura musical, compuesta por el maestro Moreno Torroba, del romance "Era don Lindo García"), y el testigo textual más temprano y valioso, que no es otro que la edición de ese mismo año aparecida bajo los auspicios de Editorial Pueyo, que se imprimió en las oficinas de la Imprenta Helénica y que iba acompañada de unas preciosas ilustraciones del dibujante D’Hoy (reproducidas parcialmente, junto con otras muy sugestivas de Enrique Herreros, en la edición de Cátedra).

Esta que tienes en las manos, lector, es una edición enriquecida por las imágenes del historietista e ilustrador español José Antonio Fernández Fernández, más conocido con el pseudónimo de Fer. Es difícil que haya alguna otra edición ilustrada que vaya a superar esta de Fer en invención, comicidad y resultado plástico. Ya puede estar contento don Pedro, desde su solio privilegiado en el Más Allá, ante la brillantísima interpretación que de la más famosa de sus comedias ha llevado a cabo el dibujante de Mansilla de las Mulas (León) avecindado en Barcelona y nacido un 23 de abril de 1949 (para sellar desde su nacimiento en el Día del Libro un pacto permanente con el mundo del papel impreso). Y no les digo nada de lo feliz que está quien firma estas líneas por haber tenido el honor y el placer de fijar el texto de La venganza de don Mendo y de anotarlo en compañía de tan excepcionales ilustraciones.

Mi edición sigue fielmente la de Pueyo, corrigiendo erratas, alguna puntuación discutible y otras minucias de ese tipo. Le he añadido un puñado de notas que, sin dejar de ser innecesarias, ayudan al lector a no tener que consultar el diccionario a cuenta de algunas palabras raras o desusadas que no se entienden fácilmente. La edición de Amorós de Biblioteca Nueva es un modelo de anotación a pie de página: a ella remito al lector que haya quedado insatisfecho con mi labor anotadora.

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La pieza en sí es un auténtico banquete del humor, del talento y del delirio versificador, y fue compuesta con la dificilísima facilidad con que los genios escriben sus obras maestras. Es una sátira de los dramas románticos ambientados en el Medievo, aunque también haya un recuerdo paródico de los versos de Don Juan Tenorio de Zorrilla —que sitúa la acción de la obra en nuestro Siglo de Oro— y de los dramones incontinentes del eximio matemático don José Echegaray. Los versos fluyen como si estuviesen improvisándose en una tertulia de café, con la frescura y la originalidad de alguien que domina como nadie los secretos de la métrica y que, a la vez, se ríe de toda preceptiva al respecto. Todo un frenético torrente de palabras ingeniosísimas guiado por el único Virgilio que conduce a don Pedro por la selva selvaggia y chistosísima del astracán, que es la fe en el absurdo y en el disparate y el deseo de hacer reír a carcajadas —no solo sonreírse— al espectador y al lector. No se puede encontrar en los anales de la literatura española, y yo diría que hasta en los de la literatura universal, una Edad Media tan hilarante, desopilante, desternillante y descacharrante como el marco en que se desarrolla la acción, acribillada de divertidos anacronismos, de La venganza de don Mendo.

No puedo terminar sin presumir de mi estrecha relación con algunos de los descendientes del genial Pedro Muñoz Seca. Con Alfonso Ussía y la excelente factura de su prosa y de su verso festivo tengo una deuda como lector desde hace muchos años, y siempre que lo veo me deja boquiabierto con su agudeza e ingenio, que en su caso tiene mucho de wit inglés; siempre se acuerda en sus antologías de poesía humorística de mi bisabuelo Carlos Luis de Cuenca (1849-1927), que era otro cachondo mental de cuidado que, además de escribir más de ocho mil poemas en broma que aparecieron durante décadas en todos los periódicos y revistas de España, se reía hasta de su sombra. Con otros nietos de don Pedro, los hermanos Santiago y Borja Cardelús, y con su bisnieto Pelayo —hijo de Borja—, también he disfrutado y disfruto de una relación amistosa tan cálida como entrañable. Hace años regalé a la Fundación Muñoz Seca, del Puerto de Santa María, un primoroso set, inserto cada tomo en sus cajas de cartón originales, de los siete volúmenes de las Obras completas del maestro publicadas por Fax. Los recibieron como agua de mayo, pues parecían recién salidos de la imprenta y olían todavía a tinta fresca. Alfonso Ussía llegó también a regalarme, sabedor de la admiración y el cariño que siempre me ha inspirado su bigotudo abuelo, unas cuantas postales de puño y letra de don Pedro que conservo como oro en paño.

El director y propietario de Reino de Cordelia, mi amigo del alma Jesús Egido Salazar, me ha procurado esta singular y penúltima muesca en el revólver de mis relaciones con Pedro Muñoz Seca, invitándome a editar, de la forma más pulcra y minuciosa posible, esta Venganza de don Mendo que empieza donde terminan estas breves líneas prologales. El pastiche medieval más famoso de nuestra literatura dramática está a punto de comenzar. Ni don Jacinto Benavente ni don Ramón del Valle-Inclán fueron insensibles a su genialidad, pues siempre defendieron con fervor Lavenganza y el resto de la creación literaria de Muñoz Seca en privado y en público. Háganme caso, no se pierdan un solo ripio y vuelvan a pasarlo tan desaforadamente bien como la primera vez que asistieron en el teatro a una de las innumerables performances de la obra. Una obra que está, sin duda, entre lo más genial que un humorista pudo, puede y podrá ofrecer a lectores y espectadores de toda laya a lo largo de la andadura pretérita, presente y por venir de la literatura española. ¡Silencio cómplice, por favor, que empieza la función!

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