De todos los pros y los contras que puede tener el hecho de que Pablo Casado presente tu libro, el más evidente se hizo patente ayer cuando César Alierta, anfitrión en el Espacio Fundación Telefónica, se subió a la palestra y arrancó el acto desviando la atención de los presentes hacia el presidente del Partido Popular: "Antes de nada, y espero que me disculpéis, quería desearle la mejor de las suertes a Pablo, para que haga de España la España que todos queremos". De pronto Historias de España que nadie te había contado (Almuzara), el nuevo libro de Mario Garcés, pasó a un segundo plano, y aunque el propio Casado trató de rescatarlo del silencioso ostracismo al que le había condenado, sin querer, Alierta, fue inevitable que durante su discurso, como en el del resto de participantes, se fuesen colando a cada rato, y de forma paulatina, mensajes y proclamas que hicieron de la presentación una especie de ensayo de mitin.
No todo comenzó de esa manera, sin embargo. Casado aprovechó su intervención para resaltar el valor literario de la obra de su amigo, de quien dijo que "jamás ha querido disociar a la literatura de la historia", y por eso, "ahora nos presenta medio milenio de la historia de nuestro país de esta manera tan plenamente literaria; y nos muestra de forma exquisita nuestros aciertos y nuestras decepciones, o lo que es lo mismo, todo lo que nos ayuda a crecer como sociedad, siempre". La propia temática del libro, pese a todo, hacía demasiado difícil no hablar de política. "La historia de España no debe trocearse, ni podemos permitir que se utilice para el adoctrinamiento político", prosiguió el líder de los populares, antes de añadir que "desvirtuar el relato histórico atenta contra el derecho a la educación y al de la igualdad entre todos los españoles". Ya al final, todo tomó un cariz más parecido al del Parlamento cuando quiso centrar la atención en un cuento concreto, titulado ¡Gibraltar, español! (Contrapunto), y enviar un mensaje a sus rivales en la cámara: "En esta historia Mario ha plasmado genialmente esa obsesión que persigue a los españoles con el peñón desde que lo perdimos. Y es triste observar como ciertas personas, al utilizar mal sus cartas, han desaprovechado recientemente la oportunidad de cerrar definitivamente ese círculo histórico".
Garcés, por su parte, tomó el relevo de las intervenciones matizando a su amigo, aunque sin evitar consideraciones históricas, y políticas también: "En el relato que ha citado Pablo quise plasmar una realidad casi metafísica que define al español… Esa sensación de que todo está perdido, y de que lo máximo que podemos hacer es presentar batalla aunque todo apunte a que el único destino que le espera a nuestras naves es la destrucción". Explicó entonces que su libro responde a una necesidad de "reivindicar nuestra historia, ya que cuando observamos que el vínculo social se va debilitando, es necesario echar siempre la vista atrás", y cargó contra los "timos históricos" que hacen que nuestra política "entre siempre en bucle". "A ver si conseguimos superar el discurso que ha imperado en los últimos tiempos, ese que va del Valle de los Caídos a los caídos de la valla, y nos ponemos a intentar solucionar lo verdaderamente importante, que es la España que les tocará a los españoles dentro de 40 años", exclamó, para terminar con una última consideración: "Creo sinceramente que existen tres Españas, en realidad: la de los que escupen hacia el cielo, populistas que cargan contra todo sin proponer nada viable, la de los que escupen contra el suelo, esos nacionalistas y territorialistas que quieren marcar su terruño con sus esputos, y la de la gente que no queremos ni que nos escupan desde arriba ni que nos escupan desde abajo".
Un libro, después de todo
El acercamiento a la historia que puede advertirse en Historias de España que nadie te había contado, sin embargo, es más literario que político. Las narraciones buscan aproximarse a la época desde el lenguaje, adoptando expresiones y maneras de hablar que van evolucionando con el paso de las páginas, y que dibujan de manera brillante el cambio histórico que ha ido sufriendo, junto a los hombres, el idioma castellano. Los enfoques y la construcción de las historias, además, tratan de realzar el posible mensaje, y la alternancia de protagonistas, tanto anónimos como ilustres, hacen que más que en la historia con mayúsculas, el lector se adentre en el progreso "intrahistórico" del país, como diría Unamuno. El exministro Manuel Pimentel, editor del libro, fue el que mejor supo presentarlo: "A mí me gusta tomar como referencia a Heráclito, y entender la historia como un río. Eso de que las gotas de agua que lo conforman nunca serán las mismas… En la historia nosotros somos las gotas, que vamos fluyendo, y por eso siempre es necesario acercarse a ella tanto desde fuera, mirando al río de manera abstracta, como desde dentro, mirando a cada individuo. Y así es como ha escrito este libro Mario".
De esa manera el primer relato arranca con Juana la Loca, a comienzos del siglo XVI, y los demás van avanzando y deteniéndose: doscientos españoles acorralados en un presidio en Texas, haciendo frente a dos mil apaches y muriendo valientemente; la llegada a España de la moda del guardainfantes, un vestido proveniente de Francia que servía para tapar las vergüenzas de las embarazadas fuera del matrimonio; un encontronazo entre un sacamuelas francés y un forastero español en París, en el que se pone de manifiesto la relación de respetable antipatía que se profesan los habitantes de ambas naciones; la carta erótica que le escribió Fernando VII a su mujer, en la que quedan al descubierto todos los secretos de alcoba del monarca; una entrevista con la nieta de una antigua bandolera gallega, líder de una banda que sembró el caos por varios pueblos durante años; el fusilamiento conocidísimo del poeta Federico García Lorca, en la madrugada del 18 de agosto de 1936, contado desde la perspectiva de cada uno de sus verdugos… Y como esas, varias más, hasta formar, con un total de 21 imágenes, el mosaico de las vidas y costumbres de los españoles durante los últimos quinientos años. "Mucha gente me pregunta que por qué escribo, siendo político", terminaba Garcés. "Entre ellos muchos se sorprenden, e incluso dicen que lo hago para llamar la atención… Pero lo cierto es que no necesito llamar la atención. Escribo por desahogo. Porque lo necesito. Y porque me gusta escribir, nada más".