Explicaba Federico Jiménez Losantos en Es la mañana de esRadio que uno de los "libros pesadilla" que más sorprendentemente se había mantenido hace algunos años en las listas de más vendidos había sido, "inexplicablemente", Quién se ha llevado mi queso. "Un libro tonto, simplista, de esos que proclaman aquello de ‘por qué soy un perdedor’ que tanto gusta a la mentalidad estadounidense". Ahora Rafael Tamames ha publicado Qué robot se ha llevado mi queso (Alienta Editorial), un título irónico que se adentra en esa realidad mal conocida de la revolución tecnológica, y la verdadera repercusión que tiene en el mercado laboral.
"Las mejoras tecnológicas y la obsolescencia paulatina de las herramientas de trabajo lleva sucediendo desde que el mundo es mundo, solo que cada vez pasa más rápido", prosiguió Jiménez Losantos, "sin embargo la gente sigue creyendo que las máquinas nos van a robar el trabajo…". Ante esa afirmación, Tamames quiso ser claro: "En Asia es donde la robótica tiene más presencia del planeta. Por ejemplo en Corea del Sur, que es de los países donde las máquinas más trabajo desempeñan, la tasa de paro es del 4 por ciento… El problema que tenemos nosotros tiene que ver más con la educación".
El foco en el que ambos, entonces, centraron el diálogo tuvo que ver con la mentalidad de la gente, "no habituada al riesgo" y "a la que le gusta que el Estado le regales las cosas". "Para cambiar hace falta educación, y formación continua", explicó Tamames. "Conozco a gente de 25 años con un cerebro muy envejecido y a gente de más de 50 con un cerebro jovencísimo… No es tanto una cuestión de edad, sino una cuestión de estar abierto a los cambios y a querer adaptarte a la nueva realidad". Para Federico, sin embargo, uno de los principales problemas de entendimiento tiene que ver con que "la gente quiere conservar su mundo", y muchas veces no ve clara la manera como la tecnología puede adaptarse sin ponerlo todo patas arriba. "Un ejemplo lo encuentro en un restaurante en el que comí hace unos meses en las Rías Bajas", contestó Tamames. "Allí todos los comensales nos quedamos alucinados porque el césped lo estaban cortando varias máquinas. Yo le pregunté al dueño entonces si había tenido que despedir al jardinero, pero él me dijo que no, que las máquinas le habían liberado de la parte más tediosa de su trabajo, y que ahora podía dedicar más tiempo a otras tareas relacionadas con el paisajismo. La conclusión que tenemos que sacar de eso es que si las personas están dispuestas a añadir más valor a su trabajo, no tienen que tener miedo a los cambios tecnológicos… Las máquinas sirven para facilitar las cosas…".