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Julian Baggini: "La gente sigue creyendo en la verdad, pero desconfía de las fuentes de información"

El filósofo británico aborda en Breve historia de la verdad el fenómeno de la posverdad y el relativismo de la sociedad actual.

Julian Baggini es considerado uno de los filósofos más influyentes del mundo en la actualidad. Su escritura, aunque amena y de carácter divulgativo, no evita abordar los temas más complejos, y sus reflexiones, muchas veces enormemente clarividentes, aportan siempre un punto de vista sincero y rebosante de sentido común. Con ese afán esclarecedor, el pensador británico acaba de publicar Breve historia de la verdad (Ático de los Libros), un librito en el que se adentra en el controvertido mundo de la posverdad, analizando "diez tipos de verdad" identificables en nuestra época, y desbrozando una realidad que, en el fondo, no le es ajena a nadie: que "la verdad puede ser, y a menudo es, extremadamente difícil de comprender, descubrir, explicar y/o verificar", pero que eso no quiere decir, ni mucho menos, que no exista. Al final, según sus propias palabras, es necesario pasar "por una era temporal de posverdad, una especie de convulsión cultural nacida de la desesperación que dará paso con el tiempo a una época de mesurada esperanza".

PREGUNTA: En los tiempos que corren, ¿defender la existencia de la verdad es ir a contracorriente?

RESPUESTA: No veo indicios claros de que la gente haya dejado de creer en la verdad. La gente reacciona y se enfada ante las mentiras como lo ha hecho toda la vida. Lo que ocurre es que a menudo las verdades son complicadas de entender y explicar y, además, son fácilmente manipulables. Por lo tanto, dudo que exista un movimiento global que niegue la existencia de la verdad, sino, más bien, una pérdida de confianza en las fuentes de información. El mundo no está preparado para decir adiós a la verdad y no tiene por qué hacerlo. Si nos esforzamos por ser sinceros y precisos, deberíamos ser capaces de analizar las noticias y poner a prueba su autenticidad.

P: Me refería sobre todo al fenómeno de la posverdad… Pero también a ese fenómeno relacionado, según el cual existe un cierto escepticismo por todo, pero también un cierto "fundamentalismo" sentimental, más simplista, como usted apunta en su libro.

R: El fenómeno de la posverdad viene influenciado por un movimiento filosófico europeo que desmontaba el concepto de verdad. Esto, de forma indirecta, ha provocado en la gente un rechazo a la idea de la verdad. Es común escuchar que existen "varias verdades", lo que es lo mismo que equiparar la verdad a una opinión, de forma que lo que es verdadero para una persona puede no serlo para otra.

Por otra parte, la gente ha dejado de confiar en las fuentes de información como consecuencia del papel de la prensa en las sociedades democráticas, ya que la prensa expone cada vez más lo que ocurre en los bastidores de las altas esferas de poder y revela engaños de los que no éramos conscientes. Cuando se deja de confiar en las fuentes y el concepto de verdad se relativiza, nos vemos obligados a acudir a otras alternativas para alcanzar la verdad, como el instinto o el sentimentalismo.

Algunos políticos han aprovechado este escepticismo con respecto la verdad para alcanzar el poder. Han utilizado la visión que tiene la gente del mundo para empatizar con ella y crear nuevas realidades. Sin embargo, creo que la gente es cada vez más consciente del peligro que supone desvalorizar el concepto de verdad y dejarse llevar por el instinto.

P: Pero, ¿en qué momento dejamos de confiar en que podía alcanzarse la verdad? ¿Cómo se llegó a ese punto?

R: Es una consecuencia de varios factores. Por un lado, tiene que ver con el movimiento relativista y la negación que hace de la existencia de los hechos, otorgando más peso a las interpretaciones. Por otra parte, con lo que he mencionado sobre la falta de confianza en las fuentes de verdad.

Todo este escepticismo con respecto a la verdad es muy peligroso. No podemos rendirnos ni dejar de confiar en que se puede alcanzar la verdad. Debemos poner a prueba la información que nos llega y saber distinguir los engaños para descubrir qué afirmación es más verdadera.

P: Usted también apunta en su libro que en la actualidad prima un "exceso de confianza, cinismo, cerrazón mental, excesivo individualismo, pasividad ante el poder, pérdida de confianza en la posibilidad de crear mejores verdades y moral dirigida por las vísceras en lugar de por la cabeza"... Pareciera que la gente no solo pensase con las vísceras, sino que además, aquello que les dictan sus instintos se convirtiera automáticamente en la "verdad absoluta"...

R: La confianza en autoridades religiosas y científicas que ha perdurado durante gran parte de la historia humana se ha visto debilitada con la salida a la luz de engaños, descubrimientos que han tumbado teorías anteriores y nuevos movimientos que revalorizan nuestros principios. De ahí viene que ahora nada sea considerado como una autoridad fiable al cien por cien, de manera que debemos elegir por nosotros mismos en quién confiar. A veces esto nos lleva a una moral dirigida por las vísceras, a guiarnos por los impulsos y el instinto.

Por otra parte, la gente ha asumido que cualquier persona que pertenezca a la "clase política" miente. La opinión dominante ya no se considera válida, porque la complejidad del mundo da lugar a múltiples interpretaciones. Por eso, si quieres confiar en alguien y decides que ese alguien eres tú, puedes caer en el cinismo, la cerrazón mental o un individualismo excesivo.

P: ¿Hasta qué punto son responsables los profesionales de las distintas disciplinas que ayudan a entender el mundo del auge de esta posverdad actual? Me refiero a historiadores y científicos, sobre todo, pero también a los medios de comunicación.

R: Muchos expertos han planteado sus teorías como absolutas y, al demostrarse que no lo son, han perdido parte de la confianza de la gente e influido en este auge. La relación que la gente tiene ahora con la ciencia y los medios de comunicación es de doble filo, porque se han convertido en fuentes de desconfianza cuyas afirmaciones podrían resultar falsas o erróneas en cuestión de poco tiempo, aunque, al mismo tiempo, siguen considerándose autoridades.

Por otra parte, solemos olvidar que los expertos pueden equivocarse, y que sus afirmaciones no solo pueden, sino que deben cuestionarse y someterse de forma continua a críticas. Este es un ejercicio que también debería aplicarse a la verdad.

P: Un fenómeno que me resulta interesante está relacionado con la disciplina histórica. Como si la inevitable subjetividad del relato histórico hubiese favorecido a eso de "la verdad no existe, sino solo interpretaciones"...

R: Esta asunción es peligrosa y, aunque extendida, creo que la gente se ha dado cuenta del riesgo que supone llevarla al extremo. Entender el concepto de verdad como "muchas verdades" tiene la virtud de abrir la mente a otras posibles interpretaciones que pueden desvelar elementos ocultos. Sin embargo, también podemos caer en el extremo de negar la existencia de la verdad, si se entiende esta idea como la existencia de tantas interpretaciones como personas existen en el mundo. Esto nos dejaría sin ningún punto de apoyo a partir del cual valorar los acontecimientos.

Lo que ocurre con la historia es que, por muy precisos que sean los expertos en sus observaciones, no es suficiente para establecer una verdad absoluta. Ocurre a menudo que se concede mayor importancia a unos hechos que a otros y esto conduce a algunas personas a acusar las afirmaciones de engañosas, cuando en realidad no manifiestan ninguna mentira patente. Lo que denuncian, más bien, es que algunos hechos se han obviado o que no se les ha concedido la importancia que consideran necesaria. Es por ello importante recordar que los expertos no siempre están interesados en los mismos aspectos de la verdad.

P: ¿Pero qué es la verdad? ¿Dónde queda?

R: La gente ha descubierto lo fácil que es distorsionar, explicar y descubrir la verdad, lo que ha desembocado en un replanteamiento del propio concepto de verdad y de la forma de llegar hasta ella. Si bien hay gente que, ante esta complejidad, se ha refugiado en soluciones simples y se ha extraviado de la búsqueda, hay otras personas que se esfuerzan por descifrar la verdad a pesar de las dificultades.

Para alcanzar la verdad no debemos abandonar por completo el escepticismo, sino utilizarlo con mesura para plantear preguntas y asegurarnos de que deseamos realmente conocer la verdad. No podemos aceptar ninguna verdad sin comprobarla. Esto complica la búsqueda, porque requiere más esfuerzos por parte de cada persona de investigar, pensar por sí misma y definir criterios propios. La solución no está en conformarse con verdades simples, sino en aceptar su complejidad.

P: ¿Ha perdido peso la filosofía en nuestra sociedad? ¿Existía un espíritu filosófico más fuerte en las sociedades pasadas o es que ahora estamos pecando de pesimismo y de autocompasión?

R: Ahora es más fácil caer en la pasividad y la autocompasión porque descubrir la verdad requiere de un esfuerzo adicional. Sin embargo, en cuanto a la labor filosófica, creo que la concepción de que ha perdido peso se debe en gran parte a que es difícil de apreciar, pues sus avances se solapan con otras áreas. Lo que nace en territorio de la filosofía termina de desarrollarse en manos de una disciplina diferente.

A veces, la ausencia de respuestas nos lleva a pensar que no existe progreso ninguno, pero el mero hecho de debatir un tema arroja una luz nueva y nos ayuda a entenderlo mejor.

P: En España ha existido cierto revuelo por la vuelta de la asignatura de filosofía a las aulas… ¿Enseña esa asignatura realmente a pensar? ¿Cómo debería plantearse la asignatura para que, de hecho, enseñase a hacerlo? ¿Cómo se consigue despertar el escepticismo sin hacer caer a la gente en el cinismo?

R: En primer lugar, la filosofía debería abandonar el papel de disciplina destacada y predominante que ha ostentado en el pasado. Solo si se coloca al mismo nivel que las demás y se involucra en temas de interés actual, podrá contribuir en la práctica. Pensar de forma efectiva es más fácil cuando no solo se utiliza la lógica, sino que también se tienen en cuenta y se identifican otros factores que pueden estar influyendo en el pensamiento, como la cultura o la experiencia. Asimismo, es importante dejar espacio para la ambigüedad.

Se trata de encontrar el equilibrio, aunque suene un tanto vago o evasivo. Debemos hacernos preguntas continuamente, someter nuestras certezas a juicio para no caer en el cinismo y, como he dicho anteriormente, asegurarnos de que partimos de un ejercicio de sinceridad. Solo encontraremos la verdad si realmente queremos encontrarla.

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